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La semana política
Ficciones
De todas las ficciones que rodean al Partido Popular, la más difícil de tragar es precisamente la que con más ligereza asume el conjunto de la sociedad; es aquella que pretende que el PP es un partido funcional y necesario para la democracia española, el puntal derecho que asegura la estabilidad del sistema. Es un relato común y compartido por personas de todas las ideologías y responde, en el caso de quienes se consideran progresistas, a un deseo noble de que exista algo así como una derecha democrática en el país.
En un partido adicto al melodrama y al espionaje, la respetabilidad que le aporta esa concepción sobre su papel en el sistema es una garantía de que, por más sonados que sean sus escándalos, siempre habrá un consenso del centro político y mediático en que el PP “es necesario”, lo que le facilitará volver una y otra vez al poder —o mantenerse en él— para seguir haciendo lo que hace siempre. Como con la monarquía, se celebra su papel estabilizador aunque haya pruebas más que sobradas de que no habrá estabilización mientras existan.
Pero, junto a ese consenso ficticio asumido por casi toda la sociedad, hay otras ficciones que enganchan y que se desarrollan en el plano de la realidad, hasta hacerse casi indistinguibles de ella, hasta ser más atractivas que la realidad. Cuando Isabel Díaz Ayuso compareció el pasado jueves volvió a interpretar el papel de mártir que la convierte hoy en la primera política de su tiempo. Hoy, la caracterización sentimental es el principal factor de atracción de nuevos votantes o, al menos, lo que es capaz de motivar a los mismos votantes de siempre. No fue difícil que Ayuso, sobre quien no pesa aun ninguna imputación, desplegase un discurso emocional sobre su familia, el daño personal y la ruptura —a lo Física o Química, una vieja serie sobre las cosas del querer— con un amigo del pasado. No negó lo que había sucedido, simplemente lo enmarcó en la narración que le podía y aun hoy le puede funcionar: la de la outsider acosada por la vieja política mafiosa.
Sin entender la fase de descomposición de la estabilidad política de la que no se ha salido en la última década tampoco se comprende cómo los principales medios de comunicación de la derecha han apoyado a Díaz Ayuso
Ya hay suficientes artículos que han analizado los gestos y los modos de Ayuso pero es cierto que sin ese saber estar no es sencillo entender el hecho de que la presidenta regional siguiese siéndolo después de que ella misma confirmase que estaba informada de que su hermano, Tomás Díaz Ayuso, se había llevado una comisión por la venta de mascarillas a la Comunidad de Madrid a seis euros la unidad y que, como no podía facturar el trabajo, utilizó una empresa como intermediaria para el contrato.
El porcentaje de la comisión está hoy en disputa: Pablo Casado dio por cierto que se trata de 286.000 euros (un 19% del total del contrato) y Ayuso lo redujo en el mediodía del viernes a 55.000 euros, un 3% (siempre el 3%). No importaba, el escándalo aumentó de decibelios cuando los medios de la derecha comenzaron a sumar contratos sospechosos. Unos contratos de los que los medios progresistas ya habían hablado pero que solo tienen capacidad de incidencia en el terreno del “fuego amigo”, el único fuego que importa en la política del escándalo.
Sin entender la fase de descomposición del sistema, de la que no se ha salido en la última década, tampoco se comprende el celo con el que los principales medios de comunicación de la derecha han apoyado a Díaz Ayuso. En este caso gracias al jefe de gabinete de la líder madrileña, Miguel Ángel Rodríguez, El Mundo, Ok Diario o El Confidencial han contribuido a promover la idea de que es la oportunidad de sustituir a Casado, o al menos a su secretario general, tomando partido por la presidenta de la Comunidad de Madrid y lanzando la idea de que el problema se soluciona con un Congreso extraordinario.
Casado ganó las primarias del PP en 2018, pero el eje Castellana-Núñez de Balboa tiene sus propios ritmos y sus propios planes: tras la victoria de Ayuso en mayo de 2021, la vieja guardia del partido —la mejor conectada con el poder financiero—, es decir, los Aznar y Aguirre, tienen otra favorita.
“La derecha no necesita ejemplaridad, necesita cojones” es un mensaje anónimo de Twitter, pero también un signo de lo que se supone que está en juego. Lo real es que no se trata ni de ejemplaridad ni de cojones, si no de que quien detenta el poder en el partido no ha querido esperar más tiempo antes de limpiarse a su principal rival. A esta hora de la noche del viernes, el poder orgánico lo tiene Casado y su rival es Ayuso. Mañana tal vez sea Ayuso la que tiene el poder —la potencia de fuego mediático— y es Casado el que tiene que desfilar. La experiencia dice que el control del aparato vence al control de los factores colaterales. O sea, que Casado tiene las de ganar, aunque la victoria le deje en una posición aun más frágil que la que tenía antes de la convocatoria fallida de elecciones en Castilla y León.
El mismo PP de siempre
Pero, tras las pesadas capas de falsedad y melodrama, la realidad es que el escándalo Ayuso simplemente dibuja lo que ha sido el Partido Popular “de toda la vida”, un vector de acumulación de capital que utiliza los resortes del Estado y las administraciones para incrementar su poder político. Por eso la ambigüedad de un líder como Alberto Núñez Feijóo, que el jueves denunció que Génova estaba provocando un incendio y estimó la dificultad de funcionar si “cada vez que hay algún movimiento económico” hubiera que dar explicaciones. El mensaje es que una pugna de este tipo puede cargarse la naturaleza misma del partido. Entre bomberos no hay que pisarse las mangueras, etcétera.
Por esa naturaleza del PP también resulta difícil de creer el gesto compungido de Teodoro García Egea y su apelación a la ejemplaridad del partido. El contrato social con el PP va por otros derroteros. Una parte de la sociedad ha decidido aceptar el engaño y la corrupción como mal menor a lo que ellos consideran el comunismo o la revancha de los derrotados de la Guerra Civil. La ficción de que es un partido útil y funcional parte de ese consenso, puesto ahora en duda por Vox, que ofrece lo mismo con una estructura más vertical y con una renovada puesta en escena.
Tomás Díaz Ayuso es el último ejemplar de un sistema que se remonta a tiempos anteriores a la fundación del partido
Sin embargo, y esta es la historia de éxito del PP, lo que todavía lo pone en una situación de ventaja respecto a Vox, el hecho es que la vampirización de las políticas públicas, el contrabando de mordidas, sobrecostes o contratos a dedo, es un circuito que beneficia a más personas de lo que la sociedad está dispuesta a reconocer. El milagro económico del PP es presentar una versión del capitalismo en la que sí se produce el efecto goteo, en la que el nacimiento de nuevos millonarios beneficia a quienes están en la base de la pirámide, siempre y cuando estén en el secreto. Siempre y cuando recuerden a quienes sirven. Tomás Díaz Ayuso es el último ejemplar de conseguidor en un sistema que se remonta a tiempos anteriores a la fundación del partido. Y que no terminará con Ayuso si esta es finalmente es expulsada extramuros del partido.
El PP renovado que Casado quiere invocar esta semana, un PP sin corrupción, comprometido con la transparencia y que rechaza la alianza natural con la extrema derecha, es una ficción. El hecho de que haya sonado el nombre de Enrique López como posible sustituto de Ayuso si Génova consigue doblar el brazo de la presidenta y esta dimite, muestra hasta qué punto la limpieza del nombre del partido es solo una coartada para deshacerse de la principal rival de Casado. López fue intermediario entre el abogado del PP y un empresario en el marco del caso Bárcenas, el escándalo que terminó con la anterior dirección del partido. Sobre el llamado cordón sanitario con el que se ha especulado tras los resultados de las elecciones a la Junta de Castilla y León pesa la misma sospecha: ¿está dispuesto el PP a renunciar a llevar los mandos en la Comunidad Autónoma por motivos ideológicos? ¿No es acaso Vox en Castilla y León, como en tantos territorios, una extensión de la red de contactos que en los días del mandato de Rajoy lo pudo todo en España?
Después de la tormenta, cuando se haya producido el parte de bajas y esté dibujado el próximo escenario político, con o sin Ayuso, con o sin García Egea, se volverá a la política tristona de todos los días, esa en la que las noticias sobre los contratos a dedo pasan sin pena ni gloria y en la que es consenso que el PP ejerce un papel estabilizador, funcional y necesario para la democracia española. Esa política tristona que se conforma con pensar que son todos iguales y que el PP es necesario para la democracia y no uno de los principales obstáculos para su desarrollo.
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A estas alturas a nadie debería de sorprender las corruptelas de lxs gobernantes y aspirantes, pues existen desde el primer día que se "inauguró" la democracia. La corruptela no es exclusivamente desvalijar los fondos públicos por intereses personales o de familia política y de sangre, sino también reconocer la monarquía como propia de una fatídica izquierda que, históricamente ha dado sobradas muestras de ser contrarrevolucionaria.
Todo este circo de corruptelas y luchas de poder, encubren una sospecha mucho mayor que la de la corrupción, y es la de la creación de una candidata para la presidencia (Isabel Díaz Ayuso), como "la primera mujer", intentando anticiparse a esa otra posible candidatura de Yolanda Díaz, de manera que, de concurrir ambas a las elecciones, en estos momentos es bastante evidente quién obtendría más votos. De manera que la primera mujer elegida como presidenta del país, fuese de derechas. Duro golpe para el feminismo de "izquierdas".
Lo más increíble de todo, no sería esa paradoja, sino la que se repite votación tras votación, y es la de que, pese a que la corrupción es infinita y van a saquear todo el dinero público hasta que agonicen las pensiones, todavía haya gente que va a votar.
Es muy posible que la IDA lidere el Ppodrido y se alíe con VOX. Esto es volver a tiempos predemocráticos y, por tanto, el mejor momento para que la izquierda real pase a la ofensiva, con o sin permiso del PXXE.