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La semana política
La hora feliz
Parece el comienzo de una novela de confesión erótica-financiera pero es el comienzo de una confesión sin novela: “Llevo privado de libertad casi cuatro años y medio, y esta situación hace que uno piense en los errores que he podido cometer en la vida, el mal que he podido inferir a la sociedad fruto de una España en la que todo valía”. El primer flashback nos devuelve al tiempo en el que Luis Bárcenas era un tipo al que uno se quedaba mirando en un paso de cebra. Piso con conserje en el barrio de Salamanca, abrigo chesterfield oliva con cuello de terciopelo oscuro, un peinado ligeramente pasado de moda. Mirada de John Wayne. El hombre que, de un vistazo, uno identifica con buenas comidas, licores exclusivos, y cash, mucho cash.
La noticia de esta semana es que el extesorero del Partido Popular puede apuntillar a su antigua organización en la vista oral que comienza el lunes para juzgar la remodelación de la sede de Génova, 13.
El País publicó el pasado jueves que Bárcenas, enojado porque no se brindase protección judicial (un eufemismo) a su esposa, Rosalía Iglesias, ha enviado un escrito preliminar a la Fiscalía Anticorrupción en la que confirma que la dirección del partido conocía la existencia de una caja B sostenida durante décadas.
Segundo flashback. Nostalgia del régimen, sin motivos aparentes —nunca las cosas fueron tan bien—. Lo que diga Don Manuel. Donde dije Manuel digo J.M. Una caja fuerte con cash, un apunte en el libro contable con lomos de pan de oro que ya estaba allí antes de que tú llegases. Nada parece raro, el dinero corre sin disimulo (es algo que todos hacen). Reservado en el restaurante. “¿Qué hay de lo mío?”. Un hombre disfrazado de cura. “¿Dónde está el puto pendrive?”. Mutis.
Las contrapartidas finalistas a las constructoras no concitan tanto interés como la caída a cámara lenta de un partido que, hacia 2012, tenía un control absoluto de las principales instituciones
En su carta, Bárcenas avanza en una dirección que parecía muerta para la vía judicial, el hecho de que las empresas estaban en el ajo a cambio de favores concretos. Eso que en lenguaje jurídico se llama cohecho y que no cae en la misma casilla penal que la filantropía por motivos ideológicos. Como es una perogrullada —no probada en juicio— esa constatación no concita tanto interés como la caída a cámara lenta de un partido que, hacia 2012, capitalizaba la razón de Estado a través un control absoluto de las principales instituciones del sistema: desde su sistema judicial a los medios de comunicación, comunidades, diputaciones y ayuntamientos.
Tras la pista se encuentran los directivos de las multinacionales que obtuvieron, presuntamente, concesiones de obras públicas a cambio de donaciones para mantener engrasada la “marca” del Partido Popular. OHL, Sacyr-Vallehermoso, FCC, Constructora Hispánica, Sando, Azvi, Aldesa Construcciones, Construcciones Rubau, Degremont Ibérica, Cyopsa-Sisocia, Romero Polo, Copasa, Licuas, Bruesa, Urazca, Sorigue-Acsa y Sedesa. Los nombres societarios de la hora feliz de la Marca España. Una cifra entre el dos y el tres por ciento. Licores, comida, cash.
La confesión de Bárcenas se toma por su parte ya amortizada, por ser un golpe más a la “marca del Partido Popular”, según el propio partido. Esta remembranza de los tiempos del todo vale se produce solo una semana antes de las elecciones catalanas, en las que Vox puede empequeñecer aun más a Pablo Casado y su vano intento de regeneración del PP.
No hay escapatoria, es que en su hora feliz, el sistema era así. Capaz de construir —es un decir— una ciudad de la justicia sobre los cimientos de la corrupción.
Lo público
“(...) el mal que he podido inferir a la sociedad fruto de una España en la que todo valía”. La confesión de Bárcenas explicita una dicotomía curiosa: Bárcenas confiesa el daño a la “sociedad” desde el significante “España”. España se fue de fiesta, la sociedad lo ha sufrido. No son necesarios más flashbacks, esto es aquí y ahora. Ya no existe lo público, dice el periodista Guillem Martínez. Y eso explica por qué la confesión de Bárcenas no va a generar una corriente de opinión que vuelva a reclamar los estándares de transparencia que parecían exigibles en 2011. La sociedad languidece en todas partes —también, especialmente, en Catalunya— y España se impone.
La verdadera tragedia del PP es que el vocabulario corriente ya integra a Vox como una posibilidad, una que incluso roza con la punta de los dedos “el sentido de Estado” en palabras del actual presidente del Gobierno. Ese es el tipo de broche con el que se establece una opción de Gobierno. Y, aunque las palabras de Sánchez el pasado miércoles en el Pleno del Congreso han sido criticadas por su cinismo, la verdadera relevancia de las mismas es que parten de alguien que sabe que puede pasar, que Vox se puede tragar al Partido Popular en el corto plazo.
Descartado el PP, el PSOE queda como la opción A de la tecnocracia española. Al fin y al cabo, el candidato de Vox a las elecciones catalanas, Ignacio Garriga, se equivocó en más de 32.600 millones a la hora de cifrar el presupuesto de la Generalitat. Están muy verdes y eso los hace dúctiles.
En consecuencia, el presidente del Gobierno aprovechó para mandar un saludo al cadáver de su adversario, en la conciencia de que la marca PP no volverá a ser la marca fuerte del extremo centro, y de que eso —antes que el antifascismo, sin ninguna tradición en la política española contemporánea— abre un campo inmenso de posibilidades al PSOE como gestor de la austeridad.
De lo que va realmente la actual coyuntura económica es de que nadie sabe a ciencia cierta cómo se van a sostener los servicios públicos en un plazo relativamente corto de tiempo. En Italia se habla abiertamente de default, de bancarrota e impago de la deuda. La llegada de Mario Draghi como caballero blanco pretende retrasar aun más ese momento. En España eso es un tabú, especialmente para el Partido Socialista. Sólo a última hora del viernes, la presidenta del partido, junto al responsable económico de Podemos, hacen un gesto en esa dirección. Piden al Banco Central Europeo que cancele la deuda de los estados miembros. Tal vez no sea tarde. Tal vez les escuche alguien.
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En el terreno de la desaparición de lo público, Vox puede jugar. La adaptación al nuevo paradigma económico dentro de lo político es también el fruto de una disputa entre la tradición del patrimonialismo financiero familiar —los grandes apellidos salidos del periodo 1959-1992— y el pujante sector de los gestores de fondos de inversión. La mala noticia para el Partido Popular es que ambas tradiciones, la autóctona y la extranjera, pueden confluir con facilidad en una apuesta que solo nominalmente es antipolítica. La solución que encarna el partido del exempleado de McKinsey, Iván Espinosa de los Monteros, se basa en una solución obvia: cuanta más España haya, menos sociedad será necesaria.
Antes que otra cosa, la confesión de Bárcenas es la del final de una época. Demasiado reciente para que genere nostalgia pero con la mística del “marianismo”, ese modo de no hacer nada que, desde luego, genera una melancolía que se confunde con la añoranza. “¿Qué tenéis en contra de la nostalgia, eh? Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro”, exclamaba un personaje de La grande belleza, un melodrama sobre la decadencia de la sociedad italiana. La que empezó a morir el día en que comenzó el caso Tangentopoli.
A cambio de un dos, un 3%, España sumaba, la corrupción engrasaba los pistones del crecimiento. Entre los problemas de Pablo Casado está el hecho de que ni siquiera es un hijo natural de esa época y vive sus días en el PP en una especie de préstamo hasta que el legítimo heredero del marianismo, Alberto Núñez Feijóo, sea invocado para regenerar la regeneración y devolverlo todo a ese estadio anterior de galbana, de lo público como fuente de extracción segura. El problema para el PP es que, cuando se decida llevar a cabo esa operación de sustitución, quizá sea tarde.
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Que Pedro Sánchez diga que VOX es un partido con sentido de Estado porque intuya que el PP no va a tener futuro, parece más una casualidad y una ocurrencia dicha en el fragor de la batalla parlamentaria. Sánchez es de visión más corta.
Pudiera ocurrir que, ante la debilidad del PPodrido, porque VOX es un aberración impropia del S.XXI, el PXXE fuera extendiéndose hacia la derecha (aún más) dejando el flanco izquierdo para que otras fuerzas políticas se lo trabajaran o que ese flanco izquierdo se convirtiera en otro partido. No hay que olvidar que los socialistas tienen doble partido: PSOE (las bases) y PXXE (la dirección del partido).
Barcenas, en tu boca está el futuro de buena parte de la derechona española, aunque siempre le quedará el blanqueo y la desinformación del periodismo cloaquero, pesebrero y delincuente.
Gracias por el articulo, muy estimulante.
El primer impacto que produce es el de la repetición, el contenido de la carta. Es moralmente una burda impostura, una farsa obscena refutada por cualquier aspecto de lo real, de lo que es.
La segunda colisión que provoca en quien teme por el presente de su familia, -el futuro ha quedado suspendido- es la constatación de que de lo que habla no es del pasado sino de un sistema de valores totalmente incrustado en la subjetividad que incluso su falsación resulta dramáticamente irreal, ridícula; un espasmo mórbido en una sociedad descompuesta, paralizada a la espera de la decisión de otr@ Bárcenas.
La estrategia del Shock ha alcanzado su paroxismo, ningún hecho de la realidad puede producir cambios en la sangrienta simulación en la que nos hacen vivir.
Hoy, 6 de febrero, es el aniversario de la matanza del Tarajal, de la que fuimos testigos presenciales. La revelación de la criminalidad dejó de producir cambios, la realidad misma es criminal y solo podemos sobrevivir negando cínicamente lo que es o afrontando depresivamente la verdad. Tal vez la violencia aitoinfligida que es la depresión, dé paso a un acto de proporcionalidad externa. Ya no hay una vida que perder, solo miedo a dejar de ser un actor "del final de la historia" .