Italia
La distopía del Gatopardo: en el sistema político italiano todo cambia para que todo siga igual

Giuseppe Conte pronunció el pasado 9 de septiembre su discurso de investidura como presidente de Gobierno delante del pleno del Congreso italiano. Es la segunda vez en poco más de un año. Tras la crisis política provocada por Salvini en el mes de agosto, sale la Liga del gobierno y entra el Partido Demócrata. 

Salvini, Conte y Renzi
Salvini, Conte y Renzi, protagonistas de la crisis institucional en Italia.
23 sep 2019 06:30

“Tenemos que demostrar a los ciudadanos que estamos honesta y profundamente comprometidos en cambiar de verdad el país”. Giuseppe Conte pronunció el pasado 9 de septiembre su segundo discurso de investidura como presidente de Gobierno delante del pleno del Congreso italiano. El primero lo hizo hace 15 meses. Sin embargo mientras ahora presidirá un Gobierno apoyado por el Movimiento 5 Estrellas (M5E) y el Partido Demócrata (PD: formación nacida hace una década de la unión entre la izquierda post-comunista y los demócratas cristianos progresistas), en el julio de 2018 Conte se proponía como “garante” del pacto entre el M5E y la ultraderechista Liga, liderada por Matteo Salvini.

“Ahora cambia todo”, sigue insistiendo el secretario general del PD, Nicola Zingaretti subrayando que el nuevo Ejecutivo —a pesar de tener el mismo primer ministro— implica una “ruptura” con el anterior Gobierno de derechas. Así los protagonistas de este giro tan inesperado en la crisis política italiana (abierta hace poco más de un mes por el ultraderechista Salvini quien contaba con ir a elecciones anticipadas y aprovechar del tirón en las encuestas) intentan justificar la nueva alianza M5E-PD: insistiendo en el “cambio”.

Todo tiene que cambiar para que nada cambie

No se trata de una novedad: la palabra “cambio” y sus sinónimos en el argot político —ruptura, discontinuidad, revolución, reformas…— han protagonizado la política italiana de los últimos 25 años. La necesidad de cambiar el sistema de los partidos italianos se impone al comienzo de los años noventa, cuando estalla el escándalo de Tangentopoli (“la ciudad de los sobornos”). Todo empieza cuando la Fiscalía de Milán, investigando delitos de corrupción relacionados con la obras públicas en la ciudad, destapa una trama que involucra a todos los principales partidos en la capital económica del país. El proceso judicial tiene en pocos meses un efecto dominó afectando a todas las formaciones que habían protagonizado la política institucional italiana desde la posguerra.

Mientras formaciones históricas como la Democracia Cristiana, partido que gobernó el país desde 1948 hasta 1994, o el Partido Socialista caen y sus líderes tiene que sentarse en el banquillo o huir al exterior, como en el caso del líder socialista y ex presidente de Gobierno Bettino Craxi, dos formaciones avanzan —aunque salpicadas ellas también por los escándalos— proponiendo una ruptura con el pasado: el Partido Demócratico de la Izquierda, heredero de un Partido Comunista Italiano que nunca había participado en el Gobierno nacional, y la Liga Norte, formación de la ultraderecha, partidaria de la autonomía del rico Norte del país y catalizadora del rencor hacía la inmigración y las regiones italianas más pobres.

En 1993 los post-comunistas parecen estar destinados a protagonizar el cambio requerido por los electores, haciéndose por primera vez en casi 50 años con el Gobierno del país. Llega a pararles los pies un magnate, Silvio Berlusconi, que en pocos meses, utilizando la organización y los recursos de su imperio mediático, forma una coalición de derecha y gana las generales de 1994.

En enero de el mismo año, Berlusconi había anunciado en un discurso televisado la fundación de su partido Forza Italia: “Lo que queremos ofrecer a los italianos es una fuerza política formada por hombres totalmente nuevos”. El empresario se presenta como un “hombre nuevo” pero fue durante años el principal patrocinador del primer ministro socialista Craxi, que le recompensó en 1990 aprobando una ley para poner su grupo mediático al amparo de varios procesos judiciales. Berlusconi una vez en el Gobierno sigue en la misma trayectoria, y durante más de 20 años se compromete a tutelar sus empresas y sus intereses a través de leyes que le evitan problemas judiciales.

El empresario personifica el pecado original de la política italiana de los últimos 25 años: anunciar una renovación cada vez más radical en tonos y cada vez más inconsistente en los hechos. Si queremos utilizar un cliché que siempre viene bien para explicar Italia, hay que recordar la frase más celebre del Gatopardo, la obra maestra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Todo tiene que cambiar para que nada cambie”. La novela cuenta como en el siglo XIX la aristocracia borbónica se aclimata en la Sicilia conquistada por las tropas de Giuseppe Garibaldi y sigue representando bien la actitud transformista de las élites políticas transalpinas.

Berlusconi personifica el pecado original de la política italiana de los últimos 25 años: anunciar una renovación cada vez más radical en tonos y cada vez más inconsistente en los hechos

De hecho mucho ha cambiado en la forma de las instituciones italianas en este tiempo bajo el empuje de una renovación de fachada. Desde 1948 hasta 1993 Italia tuvo el mismo sistema electoral, de tipo proporcional. En 1993 el escándalo de Tangentopoli impone una nueva ley electoral mayoritaria que marca el comienzo de la llamada “segunda República”, protagonizada por una alternancia en el Gobierno entre coaliciones de centroizquierda y centroderecha. Pero en 2005 el Gobierno de Berlusconi (con el objetivo de evitar una derrota electoral) aprueba una nueva norma que su mismo ideador, el ministro de Reformas Roberto Calderoli define “una cochinada”: el nuevo sistema genera inestabilidad en un país que ha tenido 66 Gobiernos en 73 años de democracia y reduce la posibilidad de formar Ejecutivos estables.

En 2015 el primer ministro Matteo Renzi intenta cambiar otra vez la ley electoral, en el marco de una reforma constitucional pensada para dar más poder al Gobierno. En 2017, cuando el Tribunal Constitucional suspende la norma, el Parlamento se ve obligado a aprobar una nueva ley.

Ahora el nuevo Ejecutivo apoyado por M5E-PD piensa parar la carrera de la Liga de Salvini, (que según las encuestas roza el 40 por ciento y podría hacerse con el Gobierno en elecciones anticipadas) aprobando una ley de tipo proporcional, muy parecida a la de la posguerra. Todo un regreso al futuro para la “Tercera República” italiana.

La mutación del sistema electoral implica también un cambio continuo de partidos. Mientras los líderes seguían siendo más o menos lo mismos (Silvio Berlusconi es el ejemplo más emblemático) las formaciones cambiaban de marca. El resultado es que ahora el partido más antiguo del Parlamento transalpino es la Liga, fundada en 1992, aunque en los últimos dos años su nombre ha perdido la palabra “norte” sellando así la conversión hacia una ultraderecha estatal desvinculada de las reivindicaciones autonomistas.

¿Populismo o liberalismo económico?

En este incesante intento de escenificar el “cambio”, las élites políticas italianas han intentado innovar su lenguaje para demostrar la ruptura con el pasado. El pionero es Silvio Berlusconi, uno de los primeros políticos italianos de la historia reciente en verse tratado de populista. En los últimos años, con el termino “populista” se indica cualquier cosa y también lo contrario. Sin embargo la definición ofrecida por el inventor de esta palabra, el politólogo Pierre-André Taguieff encaja bien con el personaje de Berlusconi: una “solución autoritaria” basada en el carisma de un jefe y caracterizada por la llamada al pueblo contra las élites oligárquicas. En esta llamada a los italianos, el magnate llega a fundar un partido bajo el nombre de un cántico de fútbol: Forza Italia. En 2008 el empresario se supera y refunda su partido —juntándose con la derecha post-fascista de Alianza Nacional— bajo el nombre de Pueblo de la Libertad. 

El principal objetivo de Berlusconi es una “revolución liberal”. El empresario de hecho construye una combinación entre tonos “populistas” y liberalismo económico que sigue siendo valida después de más de dos décadas. En la misma senda se encuentra otro político italiano: Matteo Renzi. Renzi viene de los demócratas cristianos que en 2007 se juntaron con la izquierda post-comunista para formar el Partido Demócrata (PD). Como joven alcalde de Florencia intenta introducir en la coalición de centroizquierda el personalismo berlusconiano: se queja de los fracasos a nivel nacional de la coalición progresista y propone su propria idea de cambio: “enviar al desguace” la clase dirigente del PD y sustituirla con políticos jóvenes y motivados. El resultado, como demuestra su experiencia a la Presidencia de Gobierno (2014-2016) es un desplazamiento del partido, de la socialdemocracia a la liberaldemocracia, con medidas inspiradas claramente en el liberalismo económico. Hoy Renzi acaba de dejar al PD para fundar su proprio movimiento, bajo el nombre de Italia Viva muy parecido al del berlusconiano Forza Italia. De hecho el antiguo primer ministro pretende proponerse como nuevo líder de centro, atrayendo a diputados y senadores de centroderecha preocupados por el ocaso del anciano Berlusconi o por el extremismo de Matteo Salvini.
Salvini vive en las redes sociales y allí forja una retórica que convierte a los militantes en seguidores y a él en el “Capitán”

El líder de la ultraderechista Liga se contrapone a Renzi llevando el personalismo mediático “berlusconiano” al siglo XXI. Salvini vive en las redes sociales y allí forja una retórica que convierte a los militantes en seguidores y a él en el “Capitán”. Se presenta como un “hombre del pueblo” que avanza propuestas basadas en el “sentido común”. En realidad su agenda destaca por las políticas xenófobas así como por un discurso económico ultraliberal: su propuesta estrella es la introducción de una “tasa plana”, un IRPF del 15 por ciento hasta los 65.000 euros (con un 20 por ciento por encima de esta cifra). Un verdadero regalo para los más ricos.

Grillo y la indignación post-ideologica

Otro personaje italiano que conquista en muy poco tiempo el sello de “populista” es el humorista Beppe Grillo. Cuando Grillo se presenta a las primarias del Partido Demócrata en 2009, el líder de la formación Piero Fassino rechaza su candidatura: “Si Grillo quiere hacer politica que se haga un partido. Construya una organización, se presente a las elecciones. A ver cuántos votos obtiene”, dijo Fassino.

Nueve años más tarde el Movimiento 5 Estrellas (M5E) fundado por el humorista se convierte en el primer partido italiano, cosechando más del 32 por ciento en las generales de 2018. El M5E nace de la indignación hacia la corrupción del sistema político, a través de mítines organizados por Grillo bajo el nombre de Vaffa Day, un día para “mandar a la mierda” a la clase política. Sin embargo es erróneo el paralelo que en 2011 se empieza a hacer entre el M5E y los movimientos del 15-M. El movimiento fundado por Grillo se basa en una plataforma web privada, controlada por la familia del co-fundador y empresario informático Roberto Casaleggio donde la cúpula del movimiento controla el debate interno y propone votaciones. Además, a lo largo de los años, la agenda política del M5E ha ido mezclando propuestas diferentes y no siempre coherentes: las instancias ecologistas y socialdemócratas (que contribuyeron al éxito de la formación en las generales del 2018 en paralelo con el hundimiento de las formaciones de izquierdas) se han juntando con una posición muy dura en materia de inmigración, en línea con la ultraderechista Liga de Salvini.

“Siempre fuimos un movimiento post-ideologico, siempre pensamos que no existen esquemas de derecha o de izquierda, sino sólo soluciones” se defendió Luigi Di Maio, ‘jefe político’ del M5E durante la reciente crisis política. La cúpula del partido justificó así un nuevo cambio, quizás el más grande e imprevisible de los últimos años: un movimiento que hasta hace pocas semanas gobernaba con la ultraderecha acaba de unirse al centroizquierda para evitar elecciones anticipadas.

Durante el discurso de investidura de Conte, la Liga de Matteo Salvini protagonizaba una manifestación con el partido post-fascista Hermanos de Italia, pidiendo elecciones anticipadas. Salvini, al abrir la crisis de Gobierno en agosto, pretendía celebrar nuevos comicios pidiendo a los italianos “plenos poderes”, una referencia a un famoso discurso de Benito Mussolini. Durante la manifestación de la Liga, al sonar del Himno italiano se levantaron un sin fin de brazos en alto.

La cercanía de la Liga —el principal partido transalpino en las encuestas— a los movimientos neofascistas no es una novedad, pero sí una señal alarmante: a pesar de todos los cambios de fachada y los giros inesperados del sistema político italiano, el fascismo, después de casi un siglo, goza todavía de buena salud.

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