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Incendios Forestales
La Vall d'Ebo no se ha recuperado aún del gran incendio
Hace un año el paraje frondoso y verde de la Vall d'Ebo, en la provincia de Alicante, se vio oscurecido y comido por unas llamas que alcanzaron más de 100 km de perímetro. Dicho de modo más visceral, 12.150 hectáreas de vegetación que han dado de comer tantos años con sus frutos y han hecho disfrutar a miles de personas con el conjunto paisajístico que formaba, no es el mismo que en el verano pasado. Lo que dejan las llamas tras de sí, inmediatamente, no es nada más que negrura.
El 12 de agosto, la zona del «Frigalet» del Valle, zona conocida por tener muchos pinos y bastante follaje, fue el núcleo de la tragedia a causa del azar, al caer un rayo en una zona desatendida por las autoridades. A pesar de que ya había un foco activo, el incendio no se declaró hasta el sábado por la noche, cuando ya había quemado 3.500 hectáreas y obligado a desalojar 1.000 vecinos de la Vall d'Ebo, Benirrama, Pego y Benialí.
Andreu, habitante de Benirrama, todavía recuerda lo rápido que fue el desalojo: “De repente la Guardia Civil estaba tocándonos la puerta y la gente estaba muy triste porque todos los que vivimos aquí queremos y cuidamos mucho la sierra”. Como Andreu, muchos vecinos también estaban enfadados porque la sierra ya se quemó el 2015 y la mayoría afirman que, teniendo estos antecedentes, se hubiera podido actuar mejor con el cuidado de bancales y cercas en la zona que fue el foco.
A pesar de ser el origen del suceso, la Vall d'Ebo no fue desalojada y muchos durmieron bajo las llamas que se extendían como la pólvora por la conocida Serra Foradada. Su alcaldesa Leonor, conocida por el cariñoso apelativo “Noryd”, recuerda a la perfección esta sensación de desconcierto: “Primero que nada el incendio era extraño, a los 10 minutos de empezar, el pueblo ya estaba envuelto por las llamas. Los técnicos me dijeron que nunca habían visto nada así”. Coincide con ella María Oltra, alcaldesa de l'Atzúbia, que, mientras acompañaba los bomberos, tuvo la sensación que “el incendio sería infinito”.
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No fue hasta el martes 23 de agosto, once días después del rayo fatídico, que los equipos de extinción apagaron todas las lenguas de fuego que quedaban en la zona. Por suerte, en este suceso nadie murió o resultó herido, pero el pulmón verde de la Marina, como se lo conoce en la zona, dejó de respirar para dar paso a una etapa de incertidumbre en zonas que se nutren del turismo rural y con una despoblación extrema: “La mayoría de las localidades afectadas no poseen ni de una escuela infantil y si la tienen, está en unas condiciones pésimas”, relataba la alcaldesa.
Además, los datos ofrecidos por la Consellería de Agricultura, Mediombiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural prueban que el de la Vall d'Ebo se posiciona como el cuarto incendio más devastador en la década de la Comunidad Valenciana. Así, los incendios de Cortes de Pallás (28 de junio del 2012) y Andilla (29 de junio del 2012) ocupan el primero y segundo lugar respectivamente, seguidos muy de cerca por el incendio de Bejís (14 de agosto del 2022).
Los recuerdos de una pesadilla real
Volviendo al lugar de los hechos, el pueblo hoy parece más vivo por la temporada veraniega, se ven más ciclistas que los cerca de 200 vecinos que residen en la población al lado de la Sierra Foradada, como se conoce popularmente. En el restaurante Foc i Brasa, regentado por una pareja de jóvenes, Olga y Javi, estuvieron suministrando comida durante los días infernales que se prolongó el incendio.
“Yo no soy religiosa ni nada, pero es que era como el infierno y tampoco acabas durmiendo, porque era subir a la azotea y ver como estaba rodeado todo de fuego”. Estas son las palabras de Olga al recordar aquellos días de angustia absoluta. Esas voces escondidas, atacadas de la despoblación, empezaban a gritar por sus casetas, tierras, animales, todo lo que había costado una vida conseguir: “Está mal decirlo, pero cogimos cubos con los tractores y fuimos a ayudar a los bomberos, al menos había brasas que si podíamos apagar”, confiesa Olga.
Andando por el pueblo, las casas son el objeto principal de atención. Bajo el cielo medio nublado, la mayoría están con el cartel fluorescente de ‘SE VENDE’. A casi todas les falta remodelación, pintura y una familia que las acoja. Hablando con unas vecinas, sus cuerpos y mentes vuelven a aquellos fatídicos instantes que, por desgracia, se hicieron muy largos.
La despoblación y el abandono del campo se sitúan como las principales dificultades para que lugares como estos, con parajes preciosos, pero sin nada más que esto, puedan prosperar
“Viviendo angustiadas una noche detrás de otra, porque fue una semana entera. Cada día sin saber que pasaba. Un infierno. A partir de esa noche fue todo en contra. Se veía una luz toda roja y al cabo de una hora el fuego ya estaba rodeándonos”. Por suerte, la “lluvia bendita” vino como una salvación: “Yo no soy católica ni nada de esto, pero nos hizo ver que esto podía acabar”, relata una vecina que había entrado al horno a comprar pan.
La despoblación y el abandono del campo se sitúan como las principales dificultades para que lugares como estos, con parajes preciosos, pero sin nada más que esto, puedan prosperar. El problema del relevo generacional en el campo, principal actividad después del turismo, y el aumento de los precios tanto en los fertilizantes como en los herbicidas, hacen complicado que pequeños agricultores como Maria Isabel puedan subsistir de los beneficios que los proporcionan sus plantaciones. Concretamente, los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística sobre el aumento de los precios (IPC), indican que el aceite de oliva ha aumentado más de un 94% respecto de la campaña 2020/2021.
Lo que han dejado las llamas
Tanto la agricultura como la ganadería se han visto afectadas por el incendio y han dejado a sus habitantes en una situación de desamparo. “Siempre había querido tener almendros en mi bancal y los planté hace aproximadamente un año. Con el incendio, se me quitó toda la ilusión”, declara un vecino de la Vall d'Ebo mientras hace la compra en el pueblo.
Las ayudas aprobadas por el Consell de la Generalitat para los incendios del último verano lograron la importante cifra de 4,3 millones de euros. Del importe global, que va a cargo del Fondo de Contingencia de la Generalitat, se destinaron 3 millones de euros en los municipios afectados por los incendios forestales de Bejís (Castelló); 866.431 euros para el de la Vall d'Ebo (Alicante); 194.009 euros para el incendio de Useras (Castelló); 132.264 euros para el de Venta del Moro (València); 3.394 euros para el de Calles (València) y 1.689 euros para el fuego de Olocau (València).
Actualmente, algunos habitantes todavía no han recibido ninguna ayuda económica. Los últimos datos ofrecidos por la Generalitat muestran que se tramitaron más de 300 ayudas para la reconstrucción de, sobre todo, caminos y zonas agrarias
Pocos días después de volver a la “normalidad” y, habiendo mantenido reuniones entre los diferentes alcaldes y las autoridades pertinentes (Gobierno de España, Generalitat Valenciana y Diputación de Alicante), se acordó crear una oficina en la Vall d'Ebo para gestionar todas las reparaciones por vía urgente. A finales de octubre, acabado el plazo de un mes, se tramitaron 334 expedientes de ayuda.
Actualmente, algunos habitantes todavía no han recibido ninguna ayuda económica. Los últimos datos ofrecidos por la Generalitat muestran que se tramitaron más de 300 ayudas para la reconstrucción de, sobre todo, caminos y zonas agrarias. Una vecina nos comentaba, unos meses atrás, que pidió la ayuda para restaurar los bancales de olivos, pero todavía no había recibido respuesta: “Hace un año y todavía no se ha hecho nada por nosotros”.
El incendio de la Vall d'Ebo no solo ha comportado devastación, sino que también ha instaurado un reino del silencio, derivado del hecho que las aves y otros animales han migrado o muerto durante la tragedia. Este mutismo exhibe un problema que, desde hace décadas, enfrentan las zonas de montaña de esta provincia alicantina: una despoblación que aumenta año tras año. “Hay dos parejas que vinieron a vivir aquí y en unas casas buenas que ofrece el Ayuntamiento, pero al final se acaban yendo todos, cuando en los pueblos pequeños siempre tenemos la puerta abierta”, comenta otra vecina del Valle.
El incendio de la Vall d'Ebo no solo ha comportado devastación, sino que también ha instaurado un reino del silencio, derivado del hecho que las aves y otros animales han migrado o muerto durante la tragedia
El País Valencià, como otras autonomías de España, no se salva de la despoblación de las zonas rurales. El último informe del Instituto Valenciano de Estadística (IVE) indica que los pueblos en riesgo de despoblación representan el 31,8% de las 542 localidades de la Comunidad. Las cifras ofrecidas por la institución valenciana evidencian la preocupante situación económica que sacude los territorios que se encuentran bajo una amenaza grave de reducción de habitantes. Por supuesto, la Marina Alta no es una excepción.
Los municipios afectados por la despoblación en esta comarca han perdido en las dos últimas décadas poco más de la mitad de sus explotaciones agrícolas. Estas localidades son la Vall d'Ebo, la Vall d'Alcalà, Sagra, Castell de Castells, Vall de Gallinera y la Vall de Laguar. El 1999, estos municipios contabilizaban un total de 1.176 explotaciones agrícolas, mientras que los últimos datos del censo agrario, que datan del 2020, muestran que estas se han reducido en un 53%.
No solo esto, sino la consecuencia más grave es que, estos bancales no cultivados empiezan a acumular maleza que, como indica Pep, antiguo bombero forestal, se trata de una “bomba de relojería” porque “la gente joven ya no trabaja la tierra y antes toda la montaña estaba labrada, reduciendo muchísimo la probabilidad que hubiera ningún incendio”.
La Marina Alta se sabe con detalle la teoría, pero en esta problemática entra en juego la práctica. Para Olga, que regenta el restaurante “Foc i Brasa” en la Vall d'Ebo, la responsabilidad colectiva es un elemento clave en la lucha contra la despoblación de estos municipios: “Desde las instituciones hasta la persona individual. Todos tenemos que aportar nuestro grano de arena. Si se puede limpiar, que se limpie, haya ayudas o no. Porque si después vuelve a quemarse, ¿que haremos?”