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Gritos
Con los límites marcados por el horizonte
una bandada de pequeños humanos, alegres,
juguetones y curiosos, entró en la caverna,
antigua, misteriosa y llena de historias.
Iban infantiles portando felices sus pieles
con más colores que el arco iris, del rosado
al azul profundo y del oliva al amarillo.
Les llamaba una lengua extraña y un llanto.
Desde la oscuridad de la cueva un troglodita,
temblando de miedo, gritó que él es la Voz,
que acalla todas las demás voces, sonidos,
risas y el dulce sonido de la fuente y las ideas.
El rugido cubrió las cantarinas voces inocentes.
Y ante el asombro del cavernícola surgió,
desconcertado, el murmullo imparable de:
– ¿Por qué callas a los otros? ¿A qué le temes?
– ¡No temo a nada porque tengo toda la razón!
– Puede ser. ¿Pero entonces por qué bramas?
– ¡Porque no soporto que me contradigan!
– Nos gusta como bufas y opinas pero…
– ¡A callar! ¡O me vuelvo a la gruta!
Y así diciendo desapareció en su agujero
el portador del garrote y el alarido, dejando
en la vega un montón de gritones que acaban
así sus razones: “¡Te lo digo yo y basta, coño!”
Ramón Haniotis