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Historia
Dos mujeres, dos clases sociales y dos mundos enfrentados
La millonaria Rafaela Torrents y la sindicalista Teresa Claramunt comparten protagonismo en un ensayo firmado por la historiadora Laura Vicente. Es lo único en común entre dos mujeres a las que el orden social de finales del siglo XIX —no tan distinto al imperante hoy— situó en polos opuestos.
Las protagonistas de esta historia son cuatro y tienen nombres femeninos: Rafaela, Teresa, Barcelona y la desigualdad. Su autora es Laura Vicente, quien en Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente (Comuniter, 2018) ha creado un relato híbrido entre el ensayo documental y la recreación histórica que pretende fotografiar las vidas de dos mujeres absolutamente opuestas en el marco de la Barcelona finisecular que pasaba la página del XIX al XX. Con sus retratos, Vicente busca “una visión global desde dos miradas de mujeres comunes, reales y desconocidas para la historia”, comenta a El Salto esta doctora en Historia por la Universidad de Zaragoza y especialista en historia de la mujer.
Rafaela Torrents (1838-1909) y Teresa Claramunt (1862-1931) nunca se cruzaron y sus comportamientos y condiciones no podrían haber sido más diferentes. Vicente parte del atentado en el Liceo el 7 de noviembre de 1893, un suceso que le sirve para entrelazar las vidas de Torrents y Claramunt: la primera asistía desde la platea a la representación del Guillermo Tell de Rossini, la obra que esa noche inauguraba la temporada de la Ópera en Barcelona, y la segunda sería detenida en la posterior oleada de arrestos —que ascendieron a más de 500 al finalizar el año—, pese a no guardar relación con el ataque, dos bombas lanzadas sobre el patio de butacas cuya explosión provocó una veintena de muertos. Según algunas interpretaciones, el atentado ejemplificaría el choque sangriento de los dos mundos —el burgués y el obrero, de los que Torrents y Claramunt son exponentes muy claros— que compartían la misma ciudad.
“Desde la abundancia de Rafaela Torrents se pueden apreciar mejor las carencias de las mujeres trabajadoras —explica Vicente—. Ella estaba protegida por el dinero y por las influencias políticas que tenía. Aunque intenta transgredir algunos límites, no necesita arriesgar todo como tiene que arriesgar Teresa Claramunt, incluso su salud, que se va deteriorando progresivamente por la falta de recursos”. La historiadora ya había publicado en 2006 otro trabajo, centrado en la figura de Claramunt, pero se quedó con la impresión de que le faltaba la otra parte de la sociedad, las clases altas, “que aparecían casi como una sombra proyectada en la pared”.
Mujer (rica) contra mujer (pobre)
Marquesa una, trabajadora textil desde los diez años la otra, la desigualdad entre ambas se ilustra plenamente con un dato: a los 18 años, el hijo de Rafaela Torrents era el segundo mayor contribuyente al fisco en Barcelona; mientras, Teresa Claramunt sufrió la muerte de cinco de sus retoños a edad muy temprana, apenas unos pocos meses de vida.
De Claramunt llegó a afirmar Federica Montseny —anarcosindicalista que se convirtió en la primera mujer ministra durante la II República— que carecía de cultura y no usaba frases floridas pero que tenía el instinto certero del pueblo. Participante activa en la huelga de las siete semanas en 1883, con el objetivo de reducir la jornada laboral a 10 horas, Claramunt tejió redes con sus compañeras y un año después crearon la sección varia de trabajadoras anarcosindicalistas de Sabadell en la que ella propuso compartir, en las jornadas festivas, los conocimientos de cada una relativos a administración de la casa, lectura o escritura. Después publicaría folletos, organizaría huelgas y secundaría protestas que en numerosas ocasiones dieron con sus huesos en la cárcel. La represión institucional hizo mella en el cuerpo y la salud de Teresa Claramunt.
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Rafaela Torrents, por su parte, enviudó muy joven, quedando a cargo de administrar la fortuna legada a su único hijo por parte de su marido, un terrateniente cuya familia había amasado un tesoro en el mercado de los esclavos en Cuba. Esa situación desahogada le permitió disponer de palacete y participar en los rituales de la clase alta en Barcelona, también moverse en los ambientes en los que lo hacían quienes regían el destino de la ciudad. Su mentalidad era conservadora, al igual que sus ideas políticas.
Prolijo en detalles relativos a la vida cotidiana de ambas, el libro de Laura Vicente se inscribe en una corriente historiógrafica denominada contrahistoria, que renuncia conscientemente al gran relato para centrarse en la letra pequeña, según la autora. Un propósito que emparenta su trabajo con el de Carlo Ginzburg (autor de El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI) o el de María Rosón, en su investigación sobre cultura visual e identidades de género en los primeros años del franquismo.
Vicente reconoce que en su búsqueda topó con complicaciones derivadas de la falta de documentación sobre dos personas comunes, aunque una de ellas fuese de clase alta: “De hecho, se sabe menos de Rafaela Torrents que de Teresa Claramunt. Acercarte a su historia es complicado porque hay poco rastro. Claramunt tiene tres coordenadas que hacen muy complicada su biografía: es mujer, viene de clase humilde y desarrolla una ideología política revolucionaria. En el caso de Torrents, el hecho de ser una mujer observada como una persona banal y carente de interés por su condición de clase en esta época lo hace difícil”.
Barcelona, la tercera en discordia
Aunque ninguna de las dos era oriunda de Barcelona, la capital catalana es la tercera protagonista del relato escrito por Laura Vicente a partir de las vidas de Rafaela Torrents y Teresa Claramunt en la segunda mitad del siglo XIX. En ese periodo, la población barcelonesa creció hasta un 300%, debido a la anexión de localidades como Gracia, San Martín o Sants. En 1930 la ciudad alcanzó el millón de habitantes, en un proceso también definido por la baja natalidad, lo que propició el fomento —por parte de las patronales, necesitadas de mano de obra— de la inmigración desde zonas rurales de Cataluña y de fuera.
En esa Barcelona dual creció una febril actividad sindical y obrera, recuerda Vicente: “Cuando se habla de la Cataluña insurgente, se habla de la Cataluña de las clases trabajadoras que eran las que habían construido espacios de resistencia y rebeldía en los barrios, encauzados por el sindicalismo y especialmente por el anarquismo. Pero esto es extensible a cualquier otro lugar de España y de Europa. Lo que queda de eso ahora mismo en la ciudad de Barcelona son barrios en los que hay espacios que emergen en momentos determinados que podrían enlazar con este planteamiento de posiciones de resistencia y rebeldía. Se manifestaron muy claramente en el 15M, por ejemplo. No con la fuerza de entonces, pero siguen muy vinculados al mundo libertario, ya lo muestren explícitamente o por las prácticas que desarrollan”.
La historiadora señala también que en Barcelona “sigue habiendo una distancia enorme entre los barrios de clase alta y de clase trabajadora: no es poca cosa, por ejemplo, que exista una diferencia media de ocho años en esperanza de vida entre unos y otros”.
Regreso al futuro
Es inevitable preguntar a Vicente si encuentra algún denominador común entre aquella efervescencia vivida en Cataluña a finales del siglo XIX y la que se ha disparado en el último lustro. Para ella, se trata de realidades difíciles de comparar pero señala algo que las diferencia de manera “abismal”. En su opinión, “lo de ahora es una insurgencia que viene desde dentro del Estado, desde dentro del poder político, en un proceso de enfrentamiento respecto a otra parte del Estado. La fuerza que, en gran parte, han adquirido las movilizaciones ha sido porque han venido incentivadas y potenciadas desde el poder político. En aquel entonces, vino radicalmente desde fuera del Estado y del poder, en un proceso de autoorganización”.
Abundando en la idea, la historiadora considera que los Comités de Defensa de la República parten de un planteamiento que viene desde arriba: “No he visto un desafío claro por parte de esos comités a la parte del Estado que se controla en Cataluña por parte de la transformada CiU, que es la que ha estado al frente de este proceso”.
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Horizontales y descentralizados, los Comités de Defensa de la República tratan de mantener a la ciudadanía movilizada en el clima de crispación y judicialización del conflicto político que se vive en Catalunya.
En otro hipotético juego de espejos entre el pasado y el presente, ¿podría considerarse a Inés Arrimadas, de Ciudadanos, y Anna Gabriel, de las CUP, como reflejos de Rafaela Torrents y Teresa Claramunt? Vicente sonríe ante la pregunta y comenta que “desde sus posiciones políticas se podría intentar ver los estratos sociales que hay ahora mismo en Cataluña. Pero hay una cosa que llama la atención: Arrimadas recibe muchos votos en los barrios obreros, gana de hecho, y en cambio el partido de Anna Gabriel, que viene de planteamientos anticapitalistas, tiene muchos votos en los barrios altos de Barcelona. Ahí tendríamos que entrar en otra cosa muy compleja que está ocurriendo hoy en Cataluña”.