Hemeroteca Diagonal
La guerra larvada de Ucrania

Desde Járkov hasta Lugansk, crónica desde el interior de dos provincias azotadas por el alzamiento de la ultraderecha ucraniana.
Hemeroteca Diagonal
24 ene 2015 14:31

No hace falta hablar ruso o ucraniano, no hace falta ni ser periodista ni preguntar nada. Tan pronto como el informativo radiofónico que escucha el taxista comienza a repetir la palabra “terrorista” infinidad de veces, el chófer se indigna, realiza aspavientos y farfulla palabras que dan a entender su punto de vista. Para él, terroristas son los militares ucranianos que bombardean a los civiles del Este del país. No hay más. En la calle, bajo el frío y los copos de nieve, el clima es otro. Reina la falsa indiferencia y la autocensura, porque aun siendo la población rusófona mayoría en Járkov, la gente se siente coartada por la presencia de los numerosos policías y militares venidos del Oeste para custodiar el paso con Rusia, cualquier conato de insurrección y, sobre todo, sus grandes recursos industriales. En esta ciudad, la segunda en tamaño después de Kiev, se opina en casa, o dentro del coche como el taxista, pero no en plena calle; especialmente en jornadas como la de hoy, en la que se manifiesta Pravy Sektor.

Manifestación neonazi

Quemando antorchas, luciendo capuchas y cachiporras, los jóvenes neonazis avanzan dando gritos por la Avenida Sumska, obligando a peatones y vehículos a detener su camino. Van en busca de algo. “La estatua del jodido Lenin”, han dicho. La policía antidisturbios que a marchas forzadas trata de seguir su ritmo deja de acompañarlos al alcanzar la Plaza de la Libertad, que junto a Tiananmen y la Plaza Roja es una de las más grandes del mundo. Allí, al fondo, los neonazis tienen su objetivo simbólico, pues ya de la estatua queda poco. La derribaron el pasado mes de septiembre en una noche de idéntico fervor patriótico. Con bengalas, subidos a contenedores con ruedas de los que harán fuego, los encapuchados avanzan impunes tomándose ese inmenso espacio público. Algunos de los militares presentes, que con el uniforme oficial les acompañan, les hablan a la oreja, aconsejando o controlando, difícil decirlo. Un pequeño grupo ha sido el primero en llegar a la peana donde estaba el Lenin de granito y comienza a prender fuego al mobiliario urbano. Al rato, otros gritan eslóganes racistas mientras despliegan pancartas. Cuando parece que se están calmando ofrecen un brevísimo discurso y se marchan desfilando.

“Los que tenemos delante son del batallón Aidar. Son ultras del fútbol, delincuentes de grupos neonazis...”

Casi a la misma hora, los ascensores del céntrico Hotel Kharkov permanecen ocupados de forma ininterrumpida. Los huéspedes del hotel, aun siendo pocos, tienen que esperar en la recepción un tiempo inusual. Cuando su inquietud se hace notable, el jefe de seguridad del hotel se acerca, abre las puertas de las escaleras de incendios y les invita a subir por éstas a las habitaciones, pero en ese mismo instante las puertas del ascensor se abren inesperadamente, y tras ellas aparecen fugazmente varios militares con sus fusiles, sus chalecos antibalas y todo el imaginario bélico capaz de ser encajado en cuatro metros cuadrados. Seguidamente, del segundo ascensor, salen dos jóvenes reclutas con pesadas cajas de munición. Las típicos arcones de madera pintados de verde oliva que sirven para guardar balas, granadas y ese tipo de provisiones que las fuerzas armadas llevan al terreno cuando participan en alguna operación.

Desconcertado, el jefe de seguridad susurra algo a los militares, que asienten con la cabeza y continúan su ascenso hacia algún piso superior. Los soldados provienen del garaje y, según la expresión de sus rostros, se diría que no deseaban ser vistos, o sea, que lo de parar en la recepción habría sido un imprevisto. Unas horas más tarde, a tenor de la indisciplina según sugiere el recepcionista, los militares dejan de ocultar su presencia, y se dedican a deambular bulliciosamente de una habitación a otra, llevando botellas de licor, con la toalla en la cintura tras la ducha o con el fusil colgado a la espalda. ¿Qué hacían esos militares de diferente graduación fuertemente armados en un lugar de vida civil? ¿Qué necesidad habría de meter docenas de cajas de munición en las habitaciones más altas del Hotel Khrakov? “Ucrania es hoy un país de intrigas, es mejor no hacer preguntas”, asegura con recato un miembro de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) alojado allí por unos días.

Hacia Lugansk

Al amanecer, aquellos civiles que se quieren arriesgar a cruzar desde la provincia de Járkov a la vecina Lugansk hacen cola esperando un autobús, el único medio activo en días de combates intermitentes como el de hoy. También el más barato, lento e inseguro. Desvencijado, éste llega a la parada, donde ancianos, niños, jóvenes y mujeres esperan portando paquetes y cajas en una atmósfera enrarecida que se vive por debajo de los cero grados. La marcha, de pueblo en pueblo, es larga y penosa. Una, dos, cuatro, ocho, doce horas; una anciana dice que ya ni siente la espalda. Llegado un punto, los varones se inquietan y cuchichean. Alguien los ha mandado bajar, y así lo hacen con el pasaporte en la mano. Desde abajo y señalando con el dedo, encapuchados de un batallón del Ejército ucraniano separan a los hombres de las mujeres. Todo aquel mayor de dieciséis años ha de ir a la cuneta de la carretera, pasar un interrogatorio y ser identificado. Parece que dos no lo han superado y se quedan allí apesadumbrados. El bus sigue rodando por rutas oscuras, casi desiertas, entre controles y vehículos calcinados a los lados de la carretera. Cae la noche cerrada, y siguen pasando las horas. De pronto alguien armado sube al autobús y, al igual que los anteriores soldados, está encapuchado. Dicen que es la milicia de Lugansk. Ya hemos cruzado.

Lóbrega y fría, Lugansk de noche es un gran apagón, no solo de luz, sino de vida

Lóbrega y fría, Lugansk de noche es un gran apagón, no sólo de luz, sino de vida. Las calles están desiertas y en ellas no se va más allá de un palmo, sea en el centro urbano o en sus zonas residenciales. Debido a la falta de agua corriente y luz eléctrica, la práctica totalidad de los hoteles permanecen cerrados, así como los restaurantes, las tiendas, los bancos y sus cajeros automáticos. Una buena parte de la población se ha marchado desde que comenzaron a sufrir los bombardeos el verano pasado, pero otros muchos se han quedado, lo que le da un tono de dignidad a esta ciudad de edificios ruinosos, supermercados vacíos y colas de ancianos que aun a riesgo de un resbalón sobre el hielo salen a por agua, velas y comida. La estación de autobuses fue bombardeada por el Ejército ucraniano, como varias escuelas, centros de salud, apartamentos y guarderías. Nada ha escapado al fuego de los batallones y brigadas llegados del Oeste, pues, tal y como asegura el profesor de universidad Alexander Novikov, “quieren arrasarlo todo. Evidentemente es gente de fuera, pues nadie que fuese de aquí bombardearía la cola del pan y el colegio donde podría estar su hija o abuelo”.

Del edificio de la administración regional, lugar en el que se gestiona la nueva “República Popular de Lugansk,” entran y salen funcionarios, cosacos armados y voluntarios rusos. En la sala de prensa, donde despachan una penosa acreditación de prensa y nadie habla inglés, nunca se ven periodistas occidentales. Según Oksana, su responsable de prensa, “para ellos, esta guerra, más que olvidada, está ya contada. Los que nos bombardean son los buenos, y los bombardeados somos los malos”. Los pocos periodistas extranjeros interesados en contar lo que pasa son rusos, “aunque a su trabajo en Europa Occidental lo llaman siempre propaganda”, asegura. Para el reportero Alan Bulkaty, de la agencia ITAR-TASS, “yo creo que a los europeos y americanos les gusta Donetsk por su importancia futbolística y su cómodo acceso desde Kiev, pero casi nadie se planta en Lugansk, donde la situación es tanto o más compleja”. La pequeña república tiene la guerra larvada en su interior. A muy pocos kilómetros del centro de la ciudad existen varios frentes, así como varios batallones de la temida Guardia Nacional (irregulares de grupos neonazis), enquistados por varios rincones de su interior.

Como afirma el veterano Sergei, un miembro de la escuela de oficiales soviética formado en Leningrado, “esto no es como la gente se piensa, con líneas del frente claras en el perímetro del área rebelde, sino que además de eso, hay grandes grupos de ucranianos activos dentro del territorio liberado, y muchos días no se sabe bien qué ruta es segura o cuando y por donde puedes ser atacado”. Uno de esos lugares es la carretera que lleva a la planta energética que abastece Lugansk, en Shchastya. Morteros y fuego cruzado a escasos kilómetros del centro urbano. Llegar hasta allí requiere tomar una carretera en la que no conviene parar. A la derecha de ésta, las posiciones de las fuerzas ucranianas, y al otro lado, no por muchos kilómetros, las de los milicianos de la república popular. El camino es un tortuoso rosario de trincheras abandonadas, cráteres de todo tamaño y puestos de control calcinados. En una cuneta hay minas que asoman amenazantes el percutor sobre el asfalto, por eso todavía quedan cajas de artillería sin detonar ni ser requisadas por los milicianos. De fondo, se escuchan con regularidad las detonaciones de los misiles GRAD. Cuando se perciben más cerca, a los escasos transeúntes que por aquí circulan les toca decidirse. O parar y tomar refugio o acelerar hasta sobrepasar la zona de peligro.

Uno de estos tristes lugares en los que la gente ha adaptado sus rutinas al penoso devenir de la guerra es Metalist, un deteriorado conjunto de viviendas con centro de salud, cultura y escuela de la era soviética. Situado en primera línea de fuego, varias plantas de sus edificios de apartamentos han sido arrasadas, aunque aún vive gente dentro. Anastasia es profesora allí, aunque la escuela fue destrozada y ahora dan clases en unos garajes. “Los que tenemos delante son del batallón Aidar. Van de profesionales, pero son ultras del fútbol, delincuentes de grupos neonazis, expresidiarios; lo peor de lo peor nos ha tocado”. El batallón Aidar es uno de esos grupos que, como el Azov y otros grupos de irregulares, lucen sin rubor simbología nazi junto a banderas de la UE o la OTAN. Concretamente los de Aidar aquí presentes tienen multitud de investigaciones abiertas por parte de la OSCE y Amnistía Internacional, quienes les acusan de crímenes de guerra, como ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas, torturas y el asesinato de dos periodistas.

Con Ígor Plótnitski

“La propaganda es un elemento fundamental de toda guerra, y la nuestra no iba a ser la excepción”. En una discreta base de las milicias a la que nos han traído en un minibus, el presidente electo, Ígor Plótnitski, un exmilitar de la era soviética metido a hombre de negocios, ha convocado a dos agencias de noticias rusas y a Diagonal para dar su versión de los hechos y, como dice él mismo, “mostrar su disposición a resistir pueblo por pueblo y calle por calle”. Tras haber pasado lista a la tropa y realizar un recuento de armamento y munición, el presidente y su comitiva se dirigen al último lugar donde los cohetes del Ejército ucraniano han hecho sus más recientes estragos. Al llegar, las familias víctimas del ataque se muestran impotentes, pues aseguran que “es imposible protegerse de los bombardeos. Lanzan cohetes y morteros a cualquier hora y lugar. Además, sin trabajo y dinero no podemos reconstruir lo destruido”. El presidente, que posa para las fotografías pero elude responder a preguntas directas sobre el tipo de ideología que predominará en sus políticas, asegura que “el nombre de República Popular no es por casualidad. El apego a las necesidades de la gente es nuestra prioridad”.

Tras un breve almuerzo, Plótnitski acude a una manifestación “contra el fascismo” que han organizado los estudiantes en el centro de la ciudad. De entre las muchas banderas rusas, se distinguen una docena del partido comunista. Yuri, un hombre de mediana edad vestido de camuflaje y miembro del partido se ríe al ser preguntado si en conjunto, el proyecto liderado por Ígor Plótnitski tiene algunos de los elementos propios de la lucha de clases. “No, apenas los tiene, aunque sí una gran sensibilidad por el mundo obrero, pues es lo que somos”. Yuri remarca que “lo que es seguro es que aquí casi todos tenemos cierta sensibilidad socialista y buenos recuerdos de la era soviética”. Para él, además existe un factor que los cohesiona en un bloque decidido a resistir. “Todos tenemos claro que tenemos frente a nosotros a fascistas de corte abiertamente neonazi que no están solos, sino con el capitalismo occidental de la UE y la OTAN”. Al fondo, tras él, dos uniformados de una milicia rusa tienen cosida una calavera blanca sobre un fondo negro. Por lo que se comenta, en Luhansk hay algunos elementos del nacionalismo “identitario” ruso, aunque el comunista Yuri asegura que “son muy pocos y no son del estilo nazi que sí existe entre los ucranianos del Este. De otro modo no estarían aquí, luchando codo a codo con comunistas como yo”. La manifestación termina y todos recogen sus banderas. Los camaradas de Yuri, las diferentes milicias populares y los estudiantes. Toca regresar a las casas, cuarteles y trincheras. Con la tarde cae el frío y la creciente sensación de que esta guerra se congela.

Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra en tu cuenta.

Relacionadas

Energía nuclear
Chernóbil Los perros de Chernóbil
La investigación del ADN de los perros de Chernóbil podría dar respuestas sobre los efectos de vivir en un entorno radiactivo
Guerra en Ucrania
Dos años de la invasión rusa Volodymyr Ishchenko: “Zelensky ya no es el dirigente más popular en Ucrania”
Entrevista con el sociólogo ucraniano Volodymyr Ishchenko sobre la situación política y social en Ucrania, dos años después del estallido de la guerra
Análisis
Análisis Navalny, Avdivka, Munich, apunten, fuego
La reciente Conferencia de Seguridad de Múnich ha multiplicado los tambores de guerra y la alarma sobre lo que ya era una evidencia desde hace tiempo: el rearme europeo y la expansión acelerada de la industria de guerra.
Movimiento BDS
Palestina La Universidad Autónoma de Barcelona y la ciencia europea al servicio de Israel
Una investigación destapa los lazos entre la universidad catalana y el entramado universitario israelí, así como sus vínculos con tecnologías armamentísticas.
Migración
Migraciones Patera vacía: navegando en la necropolítica migratoria
Seguimos a un grupo de gente que se resiste a aceptar el designio de la suerte y del azar que hace que haya víctimas o supervivientes de manera injustamente aleatoria.
Periodismo
Jesús Cintora “Nunca había estado tanto tiempo fuera de la televisión o la radio... no sé por qué será”
El expresentador de Las mañanas de Cuatro publica ‘El precio de la verdad’ (Editorial B, 2024), un ensayo sobre el estado actual del periodismo español.
Contigo empezó todo
El Salto libros El Salto lanza su propia línea editorial con un libro sobre la otra historia de España
El Salto Libros se estrena con el volumen ‘Contigo empezó todo’, del periodista Eduardo Pérez, otra visión de la historia de España a través de 30 episodios olvidados. Suscríbete y te lo enviamos gratis.
Que no te lo cuenten
Que no te lo cuenten De infiltrados y organizaciones humanitarias
VV.AA.
Destacamos un nuevo caso de agentes policiales infiltrados en movimientos sociales y recordamos que Israel ya lleva 8 ataques a entidades de ayuda humanitaria
La vida y ya
La vida y ya Acampadas
Alguien anuncia el comienzo del taller y se acerca un montón de gente. Practican cómo resistir de forma activa y no violenta ante la policía.

Últimas

Deportes
Deportes Ilegales de Vallecas: rugby de barrio y deporte feminista
Este sábado 18 de mayo tuvo lugar el I Torneo Ilegales en Vallecas, una propuesta para fomentar el tejido social y los lazos entre mujeres de diversas generaciones.
Gobierno de coalición
Gobierno de coalición Sumar pisa el acelerador y se anima al choque con Sánchez
En el grupo parlamentario están decididos a aprovechar la crisis de los “días de reflexión” para marcar perfil propio y recobrar iniciativa con medidas de agenda “social y democratizadora”.
Más noticias
Cómic
Cómic ‘Grandville’, de ucronías antropomórficas y viñetas ‘steampunk’ victorianas
‘Grandville’, el cómic creado por Bryan Talbot, situó París en una realidad alternativa donde es la ciudad más grande de un mundo poblado por animales, y advirtió del riesgo de creer que los horrores pasados no se repetirán.
Formación El Salto
Formación El Salto Fotoperiodismo y movimientos sociales: una mirada a las luchas desde abajo a través de un objetivo
La Escuela de Periodismo Crítico de El Salto ofrece su primer curso presencial, en el que abordaremos, de la mano de nuestros fotógrafos, cómo plasmar a través de la imagen movilizaciones y resistencias.
Que no te lo cuenten
Que no te lo cuenten De infiltrados y organizaciones humanitarias
VV.AA.
Destacamos un nuevo caso de agentes policiales infiltrados en movimientos sociales y recordamos que Israel ya lleva 8 ataques a entidades de ayuda humanitaria
Opinión
Geopolítica El efecto mariposa en la geopolítica de nuestro tiempo
El planeta se encuentra inmerso en cuatro encrucijadas, cada una de las cuales por sí misma, tiene la potencia para dislocar el mundo que conocimos.
LGTBIfobia
Lesbicidio Cientos de personas en vigilia ante la embajada argentina: “Fue lesbicidio”
Una vigilia en el centro de Madrid señala la responsabilidad del gobierno de Milei en el asesinato de tres mujeres lesbianas en Buenos Aires que fueron quemadas vivas el pasado 6 de mayo: “Es el responsable”.

Recomendadas

Migración
Migración y Asilo La Europa Fortaleza ya está en marcha en Líbano
Líbano devuelve 200 refugiados a Siria en el primer retorno supuestamente voluntario desde que Von der Leyen anunciara el pacto anti-inmigración con Beirut.
Entrevista La Poderío
Cristina Consuegra “La cultura es aquello que te posiciona contra la barbarie”
A Cristina Consuegra es difícil encajarla en una cosa. Consuegra es un torbellino de colores que lo lleva to' palante. Lo mismo organiza un festival de cine de índole nacional en los barrios, que la escuchas en la radio, por citar algo. Consuegra es mucha Cristina y Cristina es demasiada Consuegra.
LGTBIAQ+
Lesbofobia El triple lesbicidio en Argentina evidencia el impacto de los discursos de odio
La escasa repercusión mediática de un brutal feminicidio de tres mujeres lesbianas en una pensión de Buenos Aires alerta sobre la normalización de los discursos estigmatizantes.