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Fútbol a este lado
Dormirse en los laureles y otras historias de verano
Se lo leí a Santiago Gerchunoff: “¿Para qué querría alguien laureles si no es para dormirse en ellos?”. Imposible no pensar en ello escuchando los audios de Florentino Pérez ciscándose en todo tolili, zoquete, loco, enfermo o subnormal, que a Las Tablas o Jorge Juan y los sitios donde las cucharas pesan no ha debido de llegar el debate sobre los insultos capacitistas. Sin la gracia de Sergio Algora pronunciando la palabra “subnormal”, quien mejor lo hacía de todo el pop nacional como una vez me dijo Aloma Rodríguez. Su Florentineza convertido este verano en Calamardo rodeado de idiotas. Qué desaprovechamiento de riqueza y poder. Si me imagino ser rico, lo que imagino entre otras ventajas es no tener que volver a decir un taco en la vida.
Si tres Copas de Europa no te garantizan una media pensión de cariño, qué chance le vas a pedir tú a tu jefe cuando pases por una racha de ligero despiste, cómo de perfecto no tendrá que salirte tu próximo proyecto
Como el compañero de piso que anoche no salió, Florentino ha despertado de los laureles donde dormían los que sí. Los que salieron y además triunfaron, qué noche, qué iba a saber él y qué va a saber ahora, ese compañero, con ese ruido atroz de aspiradora. Florentino está recordando algo quizá chocante en el aislado mundo laboral del fútbol, pero bien conocido para cualquiera que estemos al otro lado. Que hacerlo bien caduca cada vez más pronto. Que si tres Copas de Europa no te garantizan una media pensión de cariño, qué chance le vas a pedir tú a tu jefe cuando pases por una racha de ligero despiste, cómo de perfecto no tendrá que salirte tu próximo proyecto. La estrategia de la tensión. Ese rasgo también tan culturalmente masculino de que se nos dé mejor desechar que agradecer. Si nadie está a salvo, como apuntaba Pablo Elorduy, imagínate cómo estas tú.
El sistema que glorifica la competición de sacar codos hablaba por boca del presidente cuando este rebajaba a los Casillas, Raúl, Míchel, Butragueño, Figo, Cristiano, Mourinho, incluso a una figura de consenso nacional, y no solo madridista, como Vicente del Bosque y a Ramos y su salida por la puerta de atrás este verano, prácticamente a meros autónomos intercambiables. Riders del mito.
Afortunadamente, no todo en julio es el caso Florentino o la resaca de la Euro. De hecho, esta última ha dado paso a una de las mayores satisfacciones que los trabajadores aficionados a este deporte experimentamos. Una de esas que no acaban de verbalizarse tanto, pero que ahí están. Los futbolistas ya están currando. Con sesiones poco intensas, apartados en alguna montaña, las sábanas siempre frescas y todo lo que queramos, pero se acabó el chip vacacional. A los curritos que todavía guardan esa bala en la recámara les da un gustito tan tonto como bienvenido. Algo que sentimos desde críos cuando con un poco de suerte empezaba la liga y todavía quedaba un mes de siesta y bañador. Cuando entre ruido de radiales, chicharras y crujir de Comtessa los adultos te felicitaban por aprobar todas como si fueras a ser alguien de provecho y tú lo que más querías era disfrutar de tres meses de poder dormirte en los laureles, que para eso y para cualquier plato a fuego lento están.
Ha habido veranos que lo han cambiado todo, hasta el fútbol. El estío que cumple ahora 85 años el Athletic de Bilbao era campeón de Liga. El otro Athletic, como se llamaba en la época, el de Madrid, había bajado a Segunda junto a Osasuna
Ha habido veranos que lo han cambiado todo, hasta el fútbol. El estío que cumple ahora 85 años el Athletic de Bilbao era campeón de Liga. El otro Athletic, como se llamaba en la época, el de Madrid, había bajado a Segunda junto a Osasuna. El Oviedo había terminado tercero por segundo año consecutivo, y su delantero Isidro Lángara como máximo goleador por tercera vez seguida. Cuando la Liga se reanudó bajo una dictadura tres años y medio más tarde —solo un golpe fascista precedió como motivo de parón a la actual pandemia—, ese palmarés era a duras penas reconocible.
Al Athletic le quedaban disponibles solo siete jugadores, aunque supo rehacerse en los años 40 formando su segunda delantera histórica: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Aquel Oviedo de vuelos altos perdió la categoría porque le faltaba lo imprescindible, un estadio que solo tenía un lustro y los combates dejaron en ruinas. A Lángara lo mandó el lehendakari Aguirre y el gobierno de la II República a girar internacionalmente con una selección vasca triunfadora. Tanto que acabó aquel equipo, bajo el nombre de Euzkadi, siendo subcampeón de toda una liga mexicana. Él y algunos de sus compañeros no volvieron. Curiosamente, el franquismo acabó con la oportunidad que tenía una buena selección española —Regueiro, Muguerza, Ventolrá, Cilaurren, Campanal o Herrerita— de cara al Mundial de 1938.
A partir de la victoria golpista, España jugaría con el águila bicéfala de los Reyes Católicos en la camiseta. Su himno ad hoc, expresamente compuesto en clave futbolística para destensar la nacionalista, nunca volvió a ser interpretado antes de un partido de la selección. Se llamaba “Leones rojos”, tenía un año de vida y puede que algo de Memoria Democrática tenga volver a escucharlo. La fobia al comunismo se extendió a la paleta cromática y España no volvería a vestir de rojo, por decisión del general Moscardó, presidente del Comité Olímpico, hasta casi una década de acabada la guerra. ¿Cuántas de nuestras abuelas no decían “rojo”, sino “encarnado” o “colorado”?
El partido que precedió a la temporada 1939-40 fue entre el ya Atlético de Aviación y el Osasuna, a fin de ver quién descendía. Para la entidad rojilla había sido particularmente duro aquel verano del 36. “Hay que sembrar el terror”, había recetado el hombre fuerte del levantamiento fascista en la zona, el general Mola. Así fue: la represión, tal y como ha documentado Mikel Huarte en su libro Rojos, se cebó con directivos y jugadores de Osasuna. Los restos de uno de ellos, Andrés Jaso, siguen sin aparecer.
Deportes
Osasuna, memoria y represión en un club centenario
Hace cuatro años se recuperó el nombre de Eladio Zilbeti, uno de los fundadores de Osasuna. Más tarde aparecería el de otro asesinado: Natalio Cayuela, presidente del club durante nueve años. Surgió así la idea de iniciar un estudio sobre la represión en el equipo rojillo.
Un poco antes de aquel terrible verano, no debía de haberse quedado muy satisfecho Federico García Lorca con el final de la Liga 1935-36 y el descenso colchonero. La relación del poeta con el club la rescató no hace mucho José Antonio Martín, ‘Petón’. Lorca había frecuentado a mecenas de este deporte y algunos de sus estadios desde años antes de ponerse en marcha La Barraca. Secretario de aquel enorme proyecto cultural fue Rafael Rodríguez Rapún. A Lorca lo mataron un verano como este. De Rodríguez Rapún, María Teresa León escribió “Rapún se marchó a morir al Frente del Norte. Estoy segura que después de disparar su fusil rabiosamente se dejó matar. Fue su manera de recuperar a Federico”. Fue justo el mismo día de la muerte de Lorca, pero del año siguiente. Le encontraron un carnet de socio del Athletic de Madrid. Allí había jugado como juvenil. A él había dedicado el poeta los Sonetos del amor oscuro.