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Fútbol a este lado
No sabéis lo que os habéis perdido
Eso que le pasa a Paolo Sorrentino es vulgar. Lo sabe cualquier aficionado al fútbol. Este es una excusa para hablar de todo lo demás, de la vida. Es lo que, a años luz de distancia en talento, se intenta desde otros espacios, uno de ellos el que alberga textos como este. El fútbol, la ópera popular sin libreto. Pero tras ese punto de partida nada es vulgar para el director napolitano, que ha estrenado una película que trasciende su mero título futbolero. Esa imagen funciona, pero Fue la mano de Dios es mucho más.
Cuando Tío Alfredo te coge de la solapa y te suelta “si Maradona no viene a jugar al Napoli me mato”, es que el dinero de Ferlaino puede evitarte tener que vestirte de negro cualquier mañana
Sorrentino es capaz de poner a reír a una sala de cine entera, soy testigo, a media mañana. La divertida escena de la comida familiar ya quisiera haberla escrito Rafael Azcona y rodado Mario Monicelli. El cinismo es destrozado gracias a la literalidad. Justo cuando “literalmente”se ha afianzado como algo más que palabra de moda. Adverbio paradójico en una época en la que no paramos de insistirnos entre todos en que no hay que tomar las cosas, las palabras, las emociones, al pie de la letra. Bueno, pues eso para quien quiera tragárselo. Contra ese vivir con el freno de mano, aquí cuando Tío Alfredo te coge de la solapa y te suelta “si Maradona no viene a jugar al Napoli me mato”, es que el dinero de Ferlaino puede evitarte tener que vestirte de negro cualquier mañana.
Si la proyección hubiera tenido lugar hace cien años no sería raro que alguien se levantase del asiento y gritase “¡y cómo no enamorarnos de Tía Patrizia!” seguido de un jolgorio. Tía Patrizia es sin embargo un personaje que transgrede el arquetipo de las llamadas maggiorate en el cine italiano. Las “maggioratas” —término acuñado por Vittorio de Sica— eran esas mujeres voluptuosas y de armas tomar, las Lollobrigida, Loren y Mangano, la Ekberg de La dolce vita siempre susceptibles de ser “enderezadas” y “adecentadas” a través del amor. Patrizia no, Patrizia es irreductible en su propia verdad. La suya es una verdad que somos invitados a creer y que tiene que ver, más que con Amarcord, con el balcón de Tristana y el corto Una dedicatoria a lo bestia. En este se repasa la vida de las mujeres recluidas a la fuerza en el Patronato de Protección a la Mujer —creado fundamentalmente contra disidencias sexuales durante el franquismo pero activo hasta 1985— a través de sus objetos. Entre los de Begoña, una de las internas, permanecían los cromos de Liceranzu en el Athletic y Zamora en la Real como Patrizia podría haber tenido uno de Maradona, Ferrara o Carnevale.
Entre el cliché de la pizza, música y sol, por un lado, y el del ruido, caos y delito por otro, emerge la realidad de Nápoles. Una ciudad cuyo principal lema no está pensado desde la dicha o el miedo, sino más bien desde la melancolía. Vedi Napoli e poi muori, la frase de un extasiado turista Goethe, ilustra lo que inundaba los corazones de los migrantes que la abandonaban en barco y veían en todo su esplendor aquel golfo. Una tierra que hasta entonces habían vivido pero nunca visto de esa manera. No es un paisaje. Es un momento que la memoria inmortaliza, además de en ella, en esos cuadros presentes hoy en los restaurantes que la diáspora italiana, especialmente la del sur empobrecido, puso en pie con tanto esfuerzo en todo el planeta.
Cuando el Nápoles ganó su primera liga, solo tres equipos que no eran del norte —Roma, Cagliari y Lazio— habían levantado una en 89 años de fútbol italiano
La palabra exacta para esa añoranza es napolitudine. Mezcla el nombre de la tierra con la solitudine, la soledad. Diferenciar estar solo de haber sido abandonado es otra de las ideas importantes en la película de Sorrentino. Cuando el Nápoles ganó su primera liga, solo tres equipos que no eran del norte —Roma, Cagliari y Lazio— habían levantado una en 89 años de fútbol italiano. Con Buitoni en la camiseta justo meses antes de que la marca fuera vendida a Nestlé. Fue tiempo después de que Pasolini advirtiera que los napolitanos son una tribu que ha escogido serlo hasta el final, irreducible como Tía Patrizia. Una colectividad algo visionaria: solo así se entiende que en Nápoles alguien se anticipase al muy actual Fear Of Missing Out (FOMO) que describe la angustia de quedarte al margen, el miedo al olvido incluso, que genera toda desconexión. Fue cuando en plena celebración del scudetto alguien colgó en el cementerio una pancarta: “No sabéis lo que os habéis perdido”.