Fronteras
Historia de una expulsión

Más de 5.500 personas, incluyendo niños y niñas, se encuentran actualmente atrapadas en Bosnia-Herzegovina, muy cerca de la frontera con Croacia. El relato de Ali, que vivió seis años en Alemania y quiere volver junto a su hijo, es una más en una suma de vidas rotas por las fronteras. 

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Los pies de un migrante que ha intentado, sin éxito, llegar a la UE. Sofía Caamaño
5 may 2019 05:13

La violación del principio de no devolución en las fronteras de Europa es ya un hecho bien documentado por diversas fuentes. Un reciente informe de Amnistía Internacional admite que los gobiernos europeos no solo expulsan sistemáticamente a miles de solicitantes de asilo, sino que también ignoran conscientemente los abusos de la policía croata [país central en la conocida como Balkan Route, tras el cierre de las fronteras húngaras, N. del T.].

Más de 5.500 personas, incluyendo niños y niñas, se encuentran actualmente atrapadas, en condiciones inhumanas, en los pueblos de Velika Kladuša y Bihać, en Bosnia-Herzegovina, muy cerca de la frontera con Croacia. La mayor parte intenta seguir hacia Europa atravesando cientos de kilómetros de bosques, ríos, nieve y campos minados. Recientemente una mujer embarazada tuvo un encontronazo con un oso en medio de un bosque y, probablemente como consecuencia del shock, poco después dio a luz a un bebé ya muerto.

En los primeros 10 meses de 2018, al menos 12 personas, sobre todo chicos jóvenes, se ahogaron mientras intentaban cruzar la frontera entre Croacia y Eslovenia [gran parte de la cual sigue el trazado de distintos ríos, N. del T.]. Una de las técnicas de disuasión que suele utilizar la policía croata consiste en desnudar a los migrantes detenidos y tirarlos a las aguas gélidas de algún río, obligándoles así a caminar descalzos durante kilómetros, normalmente de noche y en áreas remotas, lejos de los pasos fronterizos oficiales. A Alí lo capturaron en un bosque de Croacia el pasado febrero. Después de que le impidieran violentamente proseguir su camino hacia el norte, se perdió en la noche y vagó confuso durante mucho tiempo. Alí es la representación viva del salvajismo y de la violencia que generan las fronteras, materializándose como muros, concertinas, drones y cazadores de personas.

Le quitan los zapatos, la ropa de abrigo, le rompen el teléfono móvil, le queman la mochila, le pegan y lo dejan tirado en la nieve, en medio de montañas habitadas por lobos y osos

La historia de su push back [literalmente, hacer retroceder] empieza en Trieste [ciudad italiana a escasos kilómetros de la frontera con Eslovenia y primer nodo occidental de la Balkan Route, N. del T.], donde consiguió llegar tras haber recorrido 350 kilómetros a pie. Viajaba en un tren sin haber pagado el billete. La policía italiana lo detiene y se lo entrega a la policía eslovena. En Eslovenia lo expulsan a Croacia que, a su vez, lo manda a un infierno personal. Le quitan los zapatos, la ropa de abrigo, le rompen el teléfono móvil, le queman la mochila, le pegan y lo dejan tirado en la nieve, en medio de montañas habitadas por lobos y osos. Al poco tiempo, se le empiezan a congelar los dedos. Cuando consigue llegar al campo de refugiados de Bira, en el pueblo de Bihać, están ya totalmente negros.

Alí tenía una vida, una historia, relaciones afectivas. Ahora, incluso si se salva, no tendrá pies para volver a ellas

Es sábado, 9 de febrero de 2019. Tras haber hecho el viaje de la esperanza hacia el norte, ahora rechaza incluso los cuidados médicos más básicos. Quizás desea morirse. Quizás el dolor por no volver a ver a su hijo, con el que vivió en Alemania durante seis años, antes de ser deportado, le resulta insoportable. Quizás no desea morir realmente, pero tendrán que amputarle los pies y se siente un subhumano. Para defenderse, se agarra a la única posibilidad que le protege del sufrimiento: negar la realidad y entregarse a la muerte.

Ahora se esconde tras una manta de la Medialuna Roja Turca, que lo envuelve como si de un útero se tratara. Una manta roja que lo absorbe desde dentro, pero que deja al descubierto los dedos de los pies, tan negros que parecen pintados. Tan negros que parecen querer que el mundo entero los vea, que el mundo entero entienda qué significa sufrir una devolución en caliente en la Balkan Route. Hasta ese momento, Alí había vivido deseando, pero ahora es prisionero de un bloqueo traumático que su mente no puede soportar. Alí tenía una vida, una historia, relaciones afectivas. Ahora, incluso si se salva, no tendrá pies para volver a ellas. Por el momento se encuentra en un container, escuchando los cantos de la muerte a la que se está entregando.

Es la imagen vívida de un alma atormentada que no sabe enloquecer. Su vida está sellada dentro de los márgenes del container A3 del campo de refugiados Bira. Lo rodea un olor nauseabundo que quita la respiración. Sus pensamientos lo llevan a alucinaciones en las que está en Alemania, en las que recorre verdes prados bajo el cielo azul, utilizando sus pies sanos y en dirección a su sueño. Sin esas alucinaciones, solo le queda el túnel final. El rechazo de los cuidados médicos forma parte de ese mecanismo: imaginar el deseo para no morir, dejarse morir para evitar la realidad.

La burocracia bosnia es una absurda hipérbole kafkiana. El procedimiento para nombrar a un tutor que pueda tomar la decisión de llevar a Alí a un hospital se encuentra bloqueado en el Ministerio de Salud, donde será suficiente el voto negativo de uno solo de los representantes de los diez cantones para anular el trámite al completo. Por el momento, de Alí se percibe solo el olor de la muerte al acecho. Su rostro es el del trauma de un chaval capturado en los bosques de Croacia, que ahora apenas si vive en un container hecho con planchas de metal y olvidado por cualquier dios que pudiera existir.

il manifesto
Artículo traducido del italiano por Pedro Castrillo y publicado con permiso de su autora por El Salto.

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