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Frontera sur
Las balsas de la muerte inundan el Mediterráneo
30 años han pasado desde que la ausencia de vías seguras comenzara a ser sinónimo de personas fallecidas por intentar atravesar el Estrecho de Gibraltar. Tres décadas después, la tragedia ha aumentado su dimensión y contabiliza casi 7.000 muertes.
Allá donde se juntan la línea negra del cielo y del mar, entre las olas, que esa noche baten fuerte por la tormenta, navega una barca de madera, frágil, insegura. Hay 23 cuerpos a la deriva: uno morirá, dieciocho desaparecerán y cuatro serán detenidos. 46 ojos que depositaron sus expectativas y esperanzas en una tierra que no verán. 23 corazones que guardaban secretos, recuerdos, ilusiones, tristezas. 23 familias que esperaban noticias, que deseaban que fueran buenas noticias. 19 voces ahogadas en la oscuridad del mar que, a veces, devora naves. El camposanto de Tarifa acogió estos 19 cuerpos sin vida –y sin identidad– en una fosa común. Hoy, un monolito y una misa anual los recuerdan.
El naufragio ocurrió el 1 de noviembre de 1988, el Día de los difuntos. Conocimos la primera muerte en el Estrecho a través de la cámara del periodista Ildefonso Sena: el cadáver pertenecía a un joven migrante de 23 años de Nador –su nombre no lo sabemos–. Fue encontrado en la playa gaditana de los Lances, a tan sólo 15 kilómetros de Tánger. Desde entonces se estima que han perdido la vida 6.774 personas en el Estrecho, según el informe Recorrido Migratorio: 30 años de muertes en el Estrecho elaborado por la Fundación porCausa y Andalucía Acoge.
Si trazamos una línea del tiempo entre esta primera imagen y la del pasado jueves 29 de noviembre, día en que una embarcación neumática con 12 migrantes a bordo fue rescatada por el pesquero español Nuestra Madre Loreto y que el gobierno español quiso devolver a Libia, ¿qué ha cambiado? Los naufragios de pateras, cayucos, barcos pesqueros o toys se han retransmitido hasta la saciedad, hemos leído las crónicas del drama del Mediterráneo hasta inmunizarnos. La narración de esta tragedia que se repite se basa en cifras confusas, con los sin nombre como protagonistas. Los cuerpos de muchos de ellos están enterrados en lápidas de mármol que rezan “inmigrante marroquí” junto a una fecha o un número de diligencia judicial. Otros muchos, ni eso.
La terrible historia del Mediterráneo ha generado distintas reacciones: por una parte, está el olvido, la apatía y la indiferencia de un sector de la población –que parece que se encuentra en estado de shock–. Pero al tiempo, surgen iniciativas y movilizaciones que se activan a partir de la ineficacia de los 28 gobiernos de la UE unidas a un preocupante auge del discurso antiinmigratorio en una creciente parte de la sociedad. Las demandas de este último sector se han visto recientemente trasladadas al espacio público en la voz de líderes políticos como Pablo Casado, presidente del PP, o Santiago Abascal, dirigente de VOX, formación de ultraderecha, que ganó 12 escaños en las elecciones de Andalucía el pasado 2 de diciembre.
Frontera sur
Se triplican las llegadas por mar en la Frontera Sur
249 personas han fallecido durante el año 2017 en el intento de llegar a las costas a través de la ruta occidental del Mediterráneo. Es lo que refleja el ‘Balance Migratorio Frontera Sur 2017’, presentado por APDHA.
Desde los años noventa, la migración clandestina comenzó a crecer y el discurso se plagó de los términos que, aún hoy, se utilizan en referencia a las personas que tratan de cruzar la frontera: “ilegales”, “clandestinos”, “sin papeles”, “espaldas mojadas”, “mojaítos”, “atunes”. En la narrativa de la tragedia, estos apelativos han ido seguidos de términos bélicos o propios de catástrofes climáticas: “invasión”, “asalto”, “oleada masiva” o “avalancha”. Así se conforma una de las claves del discurso antiinmigratorio: la asociación entre migración-amenaza-delincuencia. Encontrar un chivo expiatorio al que culpar es una estrategia política que, a lo largo de la historia, ha servido para ocultar los problemas reales que los gobiernos no son capaces de resolver. La fórmula es sencilla: se presenta un fenómeno como peligroso, se crea un clima de emergencia y sensación de alarma con un discurso demagógico y se señala a un determinado grupo como enemigo. De este modo, se legitiman las medidas de intensificación de control social y de securitización.
La década de los 2000 se abrió con un estallido de violencia racista y xenófoba en el Ejido como venganza por el asesinato de una mujer española a manos de un hombre marroquí. Hubo apedreamientos, linchamientos y persecuciones indiscriminadas a personas inmigrantes, cortes de carretera, incendios, destrozos en comercios marroquíes, en la mezquita, locutorios y vehículos. La violencia fue brutal y muchas personas tuvieron que huir del pueblo –no hubo detenidos–. Mientras, los cruces de personas a través del Estrecho aumentaron, el año 2000 se cerró con un saldo fatal: 780 pateras detectadas, 54 naufragios, 60 cadáveres de personas recuperados, 47 personas desaparecidas y más cuerpos de los que nada sabemos. La alcaldía de Algeciras tuvo que pedir fondos para enterrar a las personas inmigrantes ahogadas. 18 años más tarde, en el lugar que fuera el escenario de la ola de disturbios racistas, VOX alcanza un 29,5% del voto, todo un récord.
El período más sangrante en el Estrecho es el que transcurre entre 1998 y 2008: se produjeron numerosos naufragios, los cuerpos –sin nombre– hallados y desaparecidos suman 3.761, según la OIM. Como mecanismo de control de los flujos migratorios, en el año 2004 nació Frontex, la agencia de control de fronteras exteriores de la UE. Los intentos de cruzar por vía marítima descendieron, debido al despliegue de los dispositivos de la agencia, al control de las patrullas marítimas hispano-marroquíes y al Sistema de vigilancia SIVE, entre otras medidas. Por el contrario, los intentos de atravesar la frontera por Ceuta y Melilla se multiplicaron y se reprimieron con más efectivos policiales y el refuerzo de las vallas. Recordemos que una de las medidas más contradictorias y criticadas del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero fue añadir a las vallas el alambre de cuchillas o concertinas en el 2005. “La crisis de las vallas” dio lugar a “la crisis de los cayucos” en 2006, en la que más de 31.000 personas llegaron al archipiélago canario, año en el que murieron o desaparecieron 1.167 personas en el mar.
No tan lejos del Estrecho, despierta la Primavera Árabe en 2010 –las revueltas se extienden por Túnez, Egipto, Libia, Marruecos, Yemen y Siria– y, en el 2011, estalla la guerra civil en este país. El éxodo de personas que huyen del conflicto bélico comienza a ser un tema recurrente en la agenda mediática, social y política europea. La crisis de los refugiados, a la que expertos, dirigentes políticos, ONG y medios de comunicación hacen referencia como “la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial” surge en un periodo de gran recesión económica y de austeridad, que igual que pasó durante la Gran Depresión, tiene como consecuencia el auge de la derecha más radical en Europa. Es pertinente tener en cuenta que toda crisis económica tiene fuertes implicaciones políticas y que toda crisis lleva aparejada una redefinición de las reglas del juego. La respuesta de la UE: concebir la llegada de los refugiados como una amenaza para el orden público y la seguridad interior.
Migración
El Parlamento Europeo da luz verde al visado humanitario
Gracias a esta medida se abre una vía legal para que los demandantes de asilo puedan acceder a Europa de forma segura.
Durante estos años, en nuestra zona del Mediterráneo los intentos de entrada disminuyeron un 80%, según el Ministerio de Interior. Sin embargo, la necesidad de miles de personas de huir del conflicto provocó que la isla de Lampedusa, en Italia, atrajera la mayor parte de los flujos migratorios. Es preciso que recordemos el trágico suceso del 3 de octubre de 2013 cuando se hundió un barco con al menos 518 inmigrantes procedentes de Somalia y Eritrea. El naufragio dejó 366 muertos, 155 supervivientes y un número indeterminado de desaparecidos frente a esta isla. Dos años más tarde, el 19 de abril de 2015 se produjo en el canal de Sicilia el naufragio más grave desde el 2013: un barco pesquero procedente de Libia volcó con cerca de 700 personas, de las que tan sólo rescataron a 28 supervivientes y recuperaron 24 cuerpos.
El 2 de septiembre de ese mismo año, se tomó otra fotografía que causó una gran conmoción en Europa y que alertó de la grave crisis humanitaria que estábamos atravesando. El cuerpo sin vida hallado en la playa de Bodrun (Turquía) pertenecía a Aylan Kurdi, un niño sirio de 3 años. Junto a él fallecieron su hermano de cinco años, Galip, su madre, Rehan y, al menos, doce sirios más que intentaron llegar en dos botes de Turquía a Grecia. El único miembro de la familia Kurdi que se embarcó y sobrevivió fue el padre, Abdullah. Aylan Kurdi, su madre y hermano fueron enterrados en Kobane por su padre en una triste ceremonia el 4 de septiembre de 2015.
Tres décadas después de la primera fotografía del joven de Nador, el Mediterráneo se ha convertido en una gran fosa común que rodea nuestras costas. Es una realidad que se compone de imágenes de playas de arena blanca cubiertas por chalecos salvavidas, embarcaciones precarias abarrotadas de personas flotando a la deriva, muerte y desesperación. Los más afortunados son los que llegan a un 'Eldorado' idealizado que no existe. Aquí, se encuentran cara a cara con la nueva Europa, la que los repudia y los expulsa, una Europa forjada por una serie de muros insalvables: un sistema de acogida que no hay quien entienda, procesos legales interminables, falta de recursos económicos, incertidumbre, una vida en los márgenes, desconfianza, racismo e incomprensión. Mientras, los sin nombre siguen embarcándose en las balsas de la muerte porque alguien les dijo que el mar estaba en calma, que podían partir y que tendrían un futuro posible.
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tu Mediterraneo, en medio
del esqueleto seco
que cruza el Sahel
Miles de craneos
adoquinan el Estrecho
rumbo a un infierno
disfrazado de paraiso
donde millones de solitarios
entretienen su barriga
con jingles navideños
que recuerdan a ese
emigrante que sacrificó
su vida en pos de un sueño