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Hay otro Estado, otra Europa, otro mundo dentro de este: tiene sus mitos y sus creencias, sus miedos y sus utopías, sus héroes y sus villanos. Cuando asomas en él la nariz, a lomos de un insultante trending topic, sumergida en la tribuna de un opinador sin escrúpulos, en algún conversación entreoída en un bar o una parada de autobús, te entra un escalofrío. Te incomodas tanto que decides no verles más, no leerles más, no escucharles más, no exponerte más a su relato.
Relato es una palabra que lleva acompañándonos años. A ratos quizás tuvimos la ilusión de que disponer de herramientas diagnósticas bien sonantes como relato, narrativa, antagonista, o significante vacío (oh significante vacío, cómo retumba en tus paredes el eco del espanto) nos ayudaría a encontrar la fórmula mágica que mueve voluntades y disputa urnas. Ahora, con la teoría volteada por el miedo, miramos al relato con otros ojos. Con los ojos de un lector, o una espectadora, angustiado por qué pasara en la siguiente página, aterrada por la deriva que traerá el próximo episodio.
Da vértigo admitir que hay tanta gente que vive en un país donde sales al supermercado con miedo a que te ocupen la casa, mientras tus otras propiedades (reales o aspiracionales) son expropiadas por bolivarianos que no se duchan
Pues si de algo deja constancia ese mundo que se entreteje por debajo de nuestras rutinas, de nuestro ir y venir al trabajo, de nuestro llamar angustiadas al SEPE, de nuestro leer escandalizados las noticias, es que hay un relato de los otros, narrativas coherentes que ubican perfectamente al enemigo y al prohombre, que describen con detalle un escenario que evitar y proponen con su brocha gorda melancólica un mundo al que aspirar.
Da vértigo admitir que hay tanta gente que vive en un país donde sales al supermercado con miedo a que te ocupen la casa, mientras tus otras propiedades (reales o aspiracionales) son expropiadas por bolivarianos que no se duchan. Gente que cree que a sus hijas les violaran magrebíes y a sus nietas las obligarán a llevar burka. Que si entran en determinados barrios, se verán protagonizando su propio videojuego en el que hordas de bandas latinas intentarán robarles todo lo que tienen. Gente imaginándose a golpes contra extranjeros y oponentes políticos.
Su gesta, se dicen, es noble: quieren evitar que de aquí a unos años los hijos se hagan hijes, brigadas de feminazis feas obliguen a los hombres de bien a hablar con lenguaje inclusivo, o se meta en la trena a todo aquel que ose discutirle a su esposa (y es que ya sabes cómo pueden ser las mujeres). Con su gallardía están prestos a evitar que se prohiban hasta los chistes, o que el país se empobrezca destinando todos sus recursos a “ilegales” que recibirían cuantiosas pagas. Lucharán porque no se pierdan las mejores costumbres de un pueblo que fue imperio por culpa de veganes, nadie les hará rendir pleitesía a intelectuales latinoamericanos que aún te afean que celebres un genocidio.
Son miedos pintorescos que afilan odios nada exóticos, odios afilados que pueden hacer mucho daño, ya lo hacen. No llevamos poco tiempo cocinando este guiso. No hay pocos espacios donde unos y otros se jaleen y retroalimenten, espacios donde macerar la adversión hacia el otro, hasta que pida más que virulentos tuits y estremecedores comentarios.
En este relato, en esta épica agónica, no faltarán quienes se sientan legitimados para ir más allá de la fanfarronería del discurso, del deporte identitario del insulto. Un grado más en esta ofensiva desprovista de humanidad y empatía, masticada con la frialdad del psicópata, es accionar todo lo que se rumia. Por esto es que hay motivos para el miedo, no solo para el espanto.
Los nuestros son los chavales antifascistas que se revuelven cuando van a su barrio a provocarles. Los nuestros son quienes afean en el grupo de wassap el enésimo meme racista. Los nuestros son los que dicen hasta aquí hemos llegado, los que entienden que al espanto se le combate con algo más que aspavientos
Y en este escenario hay que saber cuidar de los nuestros. Y los nuestros son desde los líderes políticos que pudieron desesperarnos o frustrarnos, a la gente conservadora que comparte contigo el espanto. Los nuestros son los menores migrantes sobre los que se pone el punto de mira, y las señoras que salen con un cartel contra el fascismo. Los nuestros son los chavales antifascistas que se revuelven cuando van a su barrio a provocarles. Los nuestros son quienes afean en el grupo de wassap el enésimo meme racista. Los nuestros son los que dicen hasta aquí hemos llegado, los que entienden que al espanto se le combate con algo más que aspavientos.
Quizás en ese reconocer como los nuestros a tantos, en ese reconocer como los nuestros a casi todos, podamos reivindicar también nuestro relato, uno que no es ciencia ficción ceniza, sino que es la realidad de lo que nos pasa a tantos: las casas que no se pueden pagar aquí y ahora, el miedo a un futuro negado aquí y ahora, la inseguridad económica o sanitaria, aquí y ahora, el temor fundamentado, de que nuestras hijas deban enfrentar machismos que quisimos dejar atrás, homofobias que parecían superadas. Miedo real a que no haya colegio público al que enviar a los niños, ni una vejez digna para nuestros padres, que un sentido común racista se asiente entre nuestras vecinas.
Quizás es tomando conciencia una vez más de lo grande que es el nosotros, pensando en horizontes propios hacia los que avanzar, sientiéndose reconocido y abrazado por los nuestros como se conjura el espanto y se enfrenta el miedo. No hay nada más paralizante que convencerse de que solo se puede perder. Tal vez, mirando de frente al espanto, haciendo memoria de lo que trae y lo que deja, de lo que pasa cuando quienes están acostumbrados al ordeno y mando y sus tristes emuladores pasan de la amenaza a la acción y toman las riendas, quizás mirándole al monstruo a los ojos encontremos la fuerza que nos falta. Es la energía que parte de la constatación de ser tantos, de ser conscientes, de no escurrir el bulto, la que necesitamos para cortales el paso.
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Desengañaos, spain rs un zurullo sustentado por millones de pobres ignorantes sin dignidad.
La izquierda (institucional, se entiende) ha abandonado completamente a los trabajadores. Fijaos que en este mismo artículo no se mete en "los nuestros" a los trabajadores que están sufriendo día a día los desmanes y abusos de unos empresarios que ya van directamente con la chorra por fuera porque saben que nadie les enfrenta. Que los que les han enfrentado históricamente ahora están demasiado ocupados discutiendo sobre el sexo de los ángeles y ellos, ahora ya sí, tienen carta blanca para hacer lo que quieran.
Y el trabajador abandonado es un mercado excelente para el fascismo que les dice al oído: - mira, te acaban de cambiar el horario unilateralmente por la cara y los "tuyos" no se acuerdan de ti.
-mira, tienes ocupado el piso de arriba y los "tuyos" dicen que la ocupación no existe. Claro porque ellos no viven en tus barrios, ellos viven en otros barrios en los que no pasan esas cosas. Los tuyos no hacen nada porque no son tuyos. No hay tuyos, estás solo, estás abandonado. Yo te ofrezco por lo menos bandera y tradición.
Así es como pescan en "nuestros" caladeros y "nosotros" a por uvas.
la gente trabajadora se han abandonada a sí misma, o es que esperas que alguien te salve tu culo, si no lo salvas tú?
Que me salven el culo no pero que aquellos que están pidiéndome el voto no sean completamente ciegos a los problemas de los trabajadores si.
Esta claro que los trabajadores hemos bajado los brazos y que somos nosotros los que tenemos que pelear pero lo que yo estoy diciendo es que el que piense que el fascismo viene desde las élites se equivoca. El fascismo viene y se nutre de la clase trabajadora, desde siempre. Y eso es debido, creo yo, a que los trabajadores nos sentimos traicionados y desamparados.
Realmente hay medios que llevan tiempo metiendo miedo a la ciudadanía, y unas veces es con las ocupaciones ilegales de las viviendas, otras con la llegada de inmigrantes, y muchos sabemos que es una táctica, pero muchos viven con el miedo.
Tanto leer "los nuestros" y "nosotros" puede llegar a confundir la intención del artículo.
Pues fijate"NOSOTROS" "NOSOTROS" a donde vas asi? en que te diferencias?
Nunca más el espanto y el miedo. Nunca más el fascismo. Los “nuestros” somos más y más valientes.
Hasta ahora, los sobres con balas solo se enviaban a empresarios fascistas, periodistas fascistas y políticos fascistas.
No todo es miedo. Hay otras cosas.
En mis expediciones en La Revolución de Mayo por Soria, sentí miedo.
Pero, por encima de todo, sosiego. Aunque haya miedo, hay una respuesta. Siempre hay una respuesta.
Todo ello, enfocado al valor, desemboca en la rebeldía.
Y, la rebeldía, en la insumisión.