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Estados Unidos
Un viaje por la pesadilla americana
Los años han madurado el sueño americano en pesadilla. Así, a las puertas de las elecciones norteamericanas del 3 de noviembre, éste es un breve paseo a través de ocho fotos y ocho relatos del American Nightmare.
Quizás, hubo un tiempo en el que el American Dream fue algo más que una aspiración o un mito fundacional. Puede que ese unicornio del capitalismo llamado movilidad social, la base de este sueño, se materializase entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX en puntos concretos. Que parte de los migrantes que llegaron por aquel entonces a Nueva York, a Boston, a San Francisco, o a Philadelphia lo llegasen a tocar con sus manos.
Pero ese tiempo no es hoy, y los años han madurado el sueño en pesadilla. Así, a las puertas de las elecciones norteamericanas del 3 de noviembre, éste es un breve paseo a través de ocho fotos y ocho relatos del American Nightmare. Ésa que unos no han sido quién de atajar y otros, como el candidato republicano Donald J. Trump, rentabilizan para rascar millones de votos.
Springfield, Massachussets
Puestos a hablar de mitos fundacionales en los EEUU, hay que hablar del de la city-upon-a-hill, que llegó a la actual Massachussets en 1620. Creían los puritanos ingleses que fundaron Nueva Inglaterra en aquel año que su sociedad utópica, cristiana y basada en el bien común podía cambiar el mundo. Eran la ciudad sobre la colina, y todo el planeta tenía fija su vista en ella para seguir sus pasos. Si ellos predicaban con su vida, el mundo seguiría su ejemplo.
El mundo siguió otro camino, claro, pero a ellos la cosa les funcionó. Al menos durante un tiempo. Nueva Inglaterra se convirtió en un referente ético en los incipientes EEUU. También, en líder de la ola industrializadora del noreste del país, la que lo convirtió en una potencia mundial. Pero fue que llegó la segunda mitad del siglo XX y con ella la gradual decadencia. Hoy, las viviendas abandonadas de ciudades como Springfield, algún día la cuna de la innovación, muestran el derrumbe de aquella utopía. Sus cimientos, como pasa con las casas, no fueron quién de soportarla.
Flint, Míchigan
El Rust Belt es el nombre que se le da a toda esa región que va desde Massachussets hasta Chicago, tierra del músculo industrial estadounidense hasta la segunda mitad del siglo XX. Nada representa su drama como Flint, ciudad en su día de 200.000 habitantes que ahora cuenta unos 100.000, urbe que lo tuvo todo y se quedó sin nada. La ciudad con la renta per cápita media más alta entre los jóvenes en 1980, donde negros emigrados del sur y obreros emigrantes vivieron con dignidad, fue arrasada. Los trabajos de Buick City, la fábrica de General Motors que daba trabajo a todos, se fue a lares más baratos. Y poco a poco, la ciudad murió.
Apareció la misera. La violencia. Luego la crisis del suministro de agua, provocada por un ayuntamiento en quiebra que ya no tenía a quién cobrarle impuestos. Y para refugiarse, Flint acudió al baloncesto. De ahí que la ciudad guarde una proporción de jugadores profesionales de básket difícil de ver en cualquier otro lugar. La mayoría, incluso en los veranos de treinta y tantos grados, se juntan en el Berston Fieldhouse cada tarde. En la foto, Kevin Tiggs y Arlesia Morse, ambos profesionales de la canasta con carrera a ambos lados del Atlántico y nativos de Flint, echando una de esas pachangas veraniegas.
Hamtramck, Míchigan
Una ciudad dentro de la ciudad de Detroit, Hamtramck es desde su fundación una ciudad de emigrantes. La poblaron alemanes a finales del siglo XIX, luego miles de polacos que llegaron en las primeras décadas del siglo XX, y su puesto ha sido tomado ahora las comunidades bosnias, yemenís y bangladeshís. Es por ellas que, según se dice, Hamtramck es el primer ayuntamiento de la historia de EEUU con una mayoría musulmana entre los concejales el ayuntamiento.
Hamtramck es la excepción en un Rust Belt de fábricas abandonadas y multinacionales ausentes, donde Donald Trump sacó un gran rédito en 2016 redirigiendo la frustración de los obreros sin trabajo hacia el emigrante. Las diferentes comunidades de la ciudad viven en una respetable armonía y la alcaldesa, Karen Majewsky, de ascendencia polaca y doctorada en migraciones, lo resume todo en una frase: “Cada comunidad tiene sus propias luchas y guerras, pero todos nos respetamos”.
Es en este ayuntamiento donde juega sus partidos el Detroit City FC, equipo de soccer que basó su filosofía e imagen en la de clubs europeos como el St. Pauli o el Rayo Vallecano. En cada partido, sus aficionados invitan a algunos de los niños yemenís que juegan junto al estadio y no pueden costearse la entrada. Los que, como el de la imagen, no fueron escogidos, se quedan fuera jugando su propio partido. Esperando a que algún día les toque su turno.
Thurmond, West Virginia
Antes que al Rust Belt, la decadencia ya había llegado a los Apalaches, área de poblaciones aisladas, banjos y hillbillies, tal y como la definieron durante años los prejuicios de los EEUU urbanos. Pero lo cierto es que en estas montañas que van de Canadá hasta Florida, la única diferencia es que sus industrias llevan todavía más tiempo en crisis: la madera y el carbón.
Ejemplo de ello es Thurmond, antiguo pueblo minero aislado entre los cañones del New River, en West Virginia, donde el carbón fue bendición y condena. Viven hoy allí cuatro personas según el censo de 2018 en un lugar donde algún día florecieron casinos, tiendas y restaurantes. Y ni siquiera el tren que algún día tenía aquí su parada predilecta para ya más de una vez al día. Como con desdén, prefiere pasar de largo. Y después de que algún turista casual la visite durante el día, a las noches, la Thurmond de las alegrías carboneras cae en su realidad actual: la de un pueblo fantasma.
Chattanooga, Tennessee
Al sur de los Apalaches, en Chattanooga, Debby se había instalado con su coche en el aparcamiento de un supermercado el pasado verano de 2019. Contaba que había una epidemia de meth en su pueblo, que la droga que se ha convertido en un castigo de la América blanca había contaminado hasta el agua municipal, y que había tenido que alejarse. Al menos durante un tiempo.
En el párking, Debby tenía sus rutinas tan marcadas como las rayas blancas que ordenan el espacio. A eso de las 6:00 iba a lavarse con el agua en la pileta de la lavandería, vacía a esas horas. Luego aparcaba su coche a la sombra de un árbol, comía algo del supermercado y se iba a dar un baño a una piscina cercana, donde le dejaban infiltrarse pese a no pagar la habitación del motel. Ya a la noche, vigilaba que no hubiese ningún sobresalto en el aparcamiento. Y como otros muchos por el país adelante, se preparaba para echar otra noche más en los asientos traseros de su coche.
Nueva Orleáns, Luisiana
Quizás es Nueva Orleáns la ciudad más única de EEUU, tan caribeña como norteamericana, casi más europea que anglo. Pero a la vez, NOLA suele ser diana habitual de los golpes a este país, tal y como pasó en 2005 con el Huracán Katrina que marcó su historia. Tanto lo hizo, de hecho, que algunos de los que no se fueron en aquel momento, muertos o exiliados a otras ciudades como Houston, siguen escapándose hoy en día. La gentrificación, que no perdona.
Desde que NOLA recuperó su animado y callejero ritmo de vida tras el Katrina, casi que cualquier noche de la semana veía, antes de la epidemia, cómo su mítico Barrio Francés se llenaba de turistas. La mayoría, emborrachándose a base de música mala, algo que tiene su mérito en esta ciudad. Y solo los domingos a la noche, el Vieux Carré vuelve a su antigua vida de personajes ambiguos, extraños, de esos más propios de La Conjura de los Necios que de la Nueva Orleáns 2020 que se sirve a turistas.
Reserva Hopi, Arizona
Si el sueño americano fue una entelequia para muchos, la palabra se queda corta para definir lo que supone para nativos de estas tierras. Exterminados durante años y cercados ahora en reservas indígenas, donde la ausencia de expectativas vitales es directamente proporcional al alcoholismo o las adicciones, el American Dream siempre fue una pesadilla para los americanos originales.
Hoy, algunas reservas como la Navajo viven en un mundo totalmente anglo, donde se prodigan los KFC o los McDonalds. Otras, quién sabe si más o menos afortunadas, viven en un mundo aislado, caso de la Reserva Hopi. Nixon, miembro de esta tribu, vive en una caravana abandonada, pues por las leyes que allí imperan, al estar soltero no puede ser propietario de vivienda alguna. Vive sin agua o luz, solo con una cama y un horno de leña, labrando unas pequeñas figuras hopies que le dan sus propios ingresos en medio del desierto de Arizona. Y cuando necesita comprar algo, pide un viaje o un bus a Flagstaff, a hora y media, la ciudad más cercana. Allá, en Estados Unidos.
San Francisco, California
Problema común a todas las ciudades del país, en su gran mayoría demócratas, el de los sintecho es una de las grandes fallas de la vida en Norteamérica. Es precisamente en el bastión demócrata de California, en las urbes de San Francisco y Los Ángeles, donde este problema se hace más patente. Pero correlación no significa causalidad, y no es el hecho de que los que gobiernen sean demócratas el que provoca que haya gente en la calle, como siempre proclama Trump. No solo, al menos.
El caso de San Francisco lleva el problema de los homeless al paroxismo pues en la ciudad más rica del país, en lo que hasta antes del Covid-19 era la cima de la evolución tecnológica, 10.000 personas de su menos de millón de habitantes duermen en la calle. Muchas lo hacen en el Tenderloin, el barrio más céntrico y por el que en los primeros días de confinamiento no se veía a nadie, salvo a los miles de homeless que no tenían dónde confinarse. Y cuando el 16 de marzo de marzo se anunciaban medidas para que todo el mundo se quedase en casa, una de estas personas sintecho se preguntaba: “¿Y a nosotros, dónde nos van a meter?”.
Ironic mode on, que se dice. El mismo que hay que aplicar, hoy en día, cuando se habla del sueño americano.