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Especulación urbanística
El monorraíl y los cosmopaletos
El metro de Donostialdea y la estación del TAV en Iruñea ofrecen un mismo mensaje: la ciudad y su planificación siguen estando, con cambio o sin él, al servicio de la extracción de rentas inmobiliarias a través de megaproyectos de movilidad y de “regeneración urbana”
El Metro de Donostialdea, 200 millones de euros en dos fases para 4,2 kilómetros y dos estaciones, va a liberar 21.000 m2 en el centro de una ciudad en el ojo del huracán turistificador. Cuando el capital inmobiliario internacional está incentivando la regeneración de los centros urbanos como mecanismo de captación de renta, el silencio mediático e institucional en torno a esa superficie resulta estridente. El Metro fue, durante años, “proyecto bandera” del PSE, y el PNV pasó de tacharlo de “obra faraónica” a reimpulsarlo cuando su candidato sentó las posaderas en la alcaldía.
En otras ciudades, el metro ha detraído viajeros del autobús. De hecho, es dudosa la mejora de la movilidad de los barrios periféricos de Donostia, que podrían perder conectividad si la empresa pública que gestiona el transporte colectivo traslada la pérdida de viajeros a las condiciones del servicio actual. Eso sí, está claro que algunas propiedades inmobiliarias se revalorizarían, todavía más, con la consiguiente onda expansiva sobre los alquileres.
En Pamplona, la nueva estación del AVE viene de la mano de un Plan Sectorial de Incidencia Supramunicipal que va a afectar a 2,4 km2 y que incluye 8.000 viviendas en uno de los barrios más humildes de la ciudad y un gasto total de 300 millones de euros. Según Fomento, la sostenibilidad de una línea de alta velocidad necesita seis millones de viajeros al año y a la línea Madrid-Pamplona le asignan 672.000. Mientras, el debate sobre el propio barrio y sus necesidades continúa ausente: con un 15,7% de población en riesgo de pobreza severa, no hay intervenciones integrales a la vista.
Sorprendentemente, parece que las actuales administraciones del cambio tampoco apuestan por alternativas más baratas, como la insonorización o el semisoterramiento de las vías... y asumen la expulsión de la estación de tren de la ciudad compacta. Por otra parte, no es de extrañar que algunos quieran separar el debate del TAV del de la estación, porque la eliminación del actual bucle liberará un espacio urbanizable que, aun no estando incluido en el PSIS de Etxabakoitz, también va a generar plusvalías apetecibles. En cualquier caso, no se conoce ningún plan de regeneración urbana estatal que haya reubicado a más de más de la mitad del vecindario en el propio barrio como se pretende hacer en este caso. ¿Qué pasará con la población migrante, en su mayoría en régimen de alquiler? Será probablemente borrada del mapa y expulsada hacia el siguiente barrio frontera.
Dos proyectos, una sofisticada operación de extracción de plusvalor turístico y un pelotazo urbanístico al uso, cuyo mensaje es el mismo: la ciudad y su planificación siguen estando, con cambio o sin él, al servicio de la extracción de rentas inmobiliarias a través de megaproyectos de movilidad y de “regeneración urbana”. Y, en medio, cosmopaletos hablando de modernidades cuando, en realidad, se refieren a monorraíles trasnochados.
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