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España no es (solo) blanca
Luis Alberto Alarcón y el panafricanismo en España
A Luis Alberto Alarcón Valencia le cambió la vida leer el libro Cimarrones a los 13 años. Consciente de sus contradicciones, es un participante clave en el panafricanismo en España.
Aunque el panafricanismo histórico en España ha sido siempre deudo de las divisiones étnicas y tribales derivadas de la amplia presencia ecuatoguineana, desde los pioneros de la transición como Remei Sipi o el líder juvenil de Maleva, Marcelino Bondjale, hasta la ominipresencia de Abuy Nfubea con los Panteras Negras y su división juvenil FOJA con Ras Babiker en Barcelona o el influyente historiador AntumiToasijé; los hitos del panafricanismo español desde los 80 hasta la década pasada parecen haber quedado olvidados por la energía de las nuevas generaciones audiovisuales.
Sin embargo, merece la pena detenerse en este testigo clave de aquellos días.
Luis Alberto Alarcón Valencia no es afrocolombiano por educación, sino por lealtad genética al quilombo. Durante 20 años ha estado en primera fila de los acontecimientos, se ha sentado en el Parlamento Europeo y el Congreso español de la mano de José María Mendiluce y Los Verdes sin tener siquiera papeles, conoce de los entresijos de los partidos políticos y de la historia mil veces negada de la negritud en España. Recibe a El Salto en la sede sindical de Autónomos con Derechos (UATAE), donde coordina y gestiona orgulloso más de 250 locales gerenciados por inmigrantes en Madrid Sur principalmente.
¿Cómo un ingeniero negro colombiano llega a convertirse en referente histórico de la identidad panafricana en España, en lugar de volverse criollo negro?
Mi padre era del campo en el Chocó y a mí me eligieron entre todos mis hermanos como el único hijo que podía estudiar Agronomía en la universidad. Mi mamá trabajaba como servicio doméstico de una familia blanca, que fue la que me permitió los estudios universitarios privados. Pero con 13 años descubrí un libro llamado Cimarrones, escrito por Juan de Dios Mosquera, y eso me llevó a tomar conciencia de mi realidad. Reconocerme en ese libro me llevó a implicarme. Pero, al mismo tiempo, la familia que me ayudó era una familia blanca. Son esas contradicciones que se dan para tirar para adelante y que te obligan a descubrir quién eres, pero también en manos de quién estás.
Ese libro me hizo ver la necesidad de superar las propias situaciones de marginalidad que el negro vive en Buenaventura, de donde viene mi familia, pero donde no es consciente de su propia opresión, porque es el puerto más importante de la economía de Colombia, pero es el pueblo donde no hay colegios, escuelas, las casas están abandonadas a su suerte, la insalubridad, bueno, la falta de todo en medio de todo. Pero la cuestión era si mi condición de negro privilegiado solo serviría para convertirme en otro cómplice del sistema.
Aunque el hecho de que me haya criado en un entorno de familia blanca no me negó asimismo mi condición de negro, porque muchísimas personas como yo podíamos ir a las iglesias de los blancos, pero se convertían en otro negro asimilado del sistema. De hecho, el propio escritor Juan de Dios Mosquera se siente meritorio de haber ido a México a estudiar de manos de los sacerdotes blancos, pero luego cuando ese negro regresa no se siente corresponsable de reivindicar a su colectivo, porque ya venía permeado por ese blanqueamiento de conciencia. Habla de su colectivo al margen de su propio colectivo.
¿Y cómo acabas llegando a España?
Bueno, dentro de ese proceso mío que contaba, entré en contacto con el movimiento cimarrón, empezamos a trabajar con colectivos más marginados, y esa lucha de estar atribuyéndole a los colectivos más marginados ese poder de enfrentarse al Estado que te tiene relegado, pues me llevó a un conflicto con el propio Estado, porque nosotros estábamos hablando con los recicladores urbanos —también conocidos en toda América como cartoneros, gente pobre que recoge basuras de las calles a cambio de unas monedas—, que pasaban por ser la población más criminalizada, asesinados selectivamente, y en Colombia se había normalizado como por decir “este es desechable”, se habían otorgado el derecho de eliminar al otro meramente por su condición social.
Y pasaba desapercibido que el 90% de la población desplazada en Colombia fueran negros, pero eran los negros de los basureros, los negros recogiendo basura, pero también los negros elegidos para matarlos.
Nuestro país tiene un alto índice de criminalidad connotado en los prejuicios raciales, y los barrios donde viven los negros, es como que todos los días aparezcan 10, 12 jóvenes muertos. Pero también dentro del propio sistema que se ha acostumbrado a normalizarlo todo. Yo empecé a hacer denuncias de esos procesos y eso fue lo que me hizo salir de Colombia. No como refugiado político, sino para tener también mi propia experiencia de qué es ser emigrante, salir de tu país, enfrentar otra realidad.
¿Qué panorama te encuentras de reivindicación de la negritud frente a la blanquitud al llegar a España?
Bueno, para ser corresponsable con lo que se dejaba en Colombia y lo que llegaba aquí, no era desvincularme del propio proceso. Sigo vinculado al proceso negro de Colombia y de América, y el estar en España, circunstancialmente, me ha dado un escenario donde yo puedo transvasar lo que yo pienso respecto a la propia situación de los negros ganando en libertad de expresión, porque nuestro país es un país opresivo, represivo y sistemáticamente instaurado en la eliminación de la persona negra, y ahí el negro que alce la mano es un negro al que aniquilan si no es corresponsable con lo que el sistema tiene instaurado.
Yo cuando llego aquí a España a finales de 1999, coincido con determinadas personas españolas que me entienden en mi catarsis de hablar de los derechos humanos para los pueblos afrodescendientes, en homologación con los pueblos indígenas, porque en Europa era entonces todo proclive a los pueblos indígenas, y en España lo que me encuentro es movimientos sociales muy vinculados a las reivindicaciones propias del colectivo inmigrante. Todos nos catapultamos por ser inmigrantes.
Yo no me siento inmigrante en un país donde considero que el 80% de mi identidad es española y el 20% se corresponde con el color de mi piel. Tengo nombres y apellidos de españoles, hablo el castellano, practico una religión llevada por los españoles, y una identidad española dentro del cuerpo de un negro. Entonces lo primero que hice fue desmarcarme de los procesos reivindicativos que meramente hablaban de la inmigración, donde el negro es uno más dentro del proceso reivindicativo de la inmigración, y empecé a trabajar por lo que yo visionaba que era hablar aquí de las poblaciones afrodescendientes. Y a las personas que me estaban apoyando les interesó, como era el Partido Verde, me escribía con Mendiluce, con su amigo Paco (Francisco Garrido) de la UGT, que siempre me estaba apoyando para conseguir posicionar las reivindicaciones de los afrodescendientes tanto en España como en Europa…
Tú estableciste casi nada más llegar una conexión con el mundo de los partidos políticos, de la política institucional, con la afrodescendencia.
Claro, esa ha sido mi corresponsabilidad con el proceso. No desvincularme de la propia idea que en Colombia llevaba, al estar aquí en España. O sea, el que hoy se hable de afrodescendencia en España y en Europa es producto de esa llegada nuestra aquí. Digo nuestra, porque muchísimas otras personas se vinieron conmigo pertenecientes a nuestra organización cimarrona y empezamos a dinamizar lo que sería la divulgación del proceso de la afrodescendencia que se conoce hoy en Europa producto de ese trabajo que nosotros instauramos y que tendría que ser análogo al reconocimiento de los pueblos indígenas.
¿Cuáles son los logros más reseñables de ese trabajo que has llevado a cabo desde España?
Lo primero fue conseguir en España las políticas de cooperación internacional con los pueblos afrodescendientes. España demostró su voluntad, que se reflejó en el 2005 con Zapatero en el Gobierno, de citar por primera vez en sus políticas de cooperación internacional a los afrodescendientes. Aunque fueron cuatro líneas de un solo párrafo y citar una sola vez la palabra afrodescendiente, eso fue trascendental.
Conseguir desmontar todo un proceso donde por primera vez España asumía que tenía unos vínculos históricos con una población a la que venía negando su derecho a existir. Cuando en España solo se hablaba de pueblos indígenas.
Y había que hacer una diferenciación y tipificar específicamente que, a parte de los derechos de los indígenas, había otro colectivo étnico cohabitando allí que quizás eran la gente más abandonada dentro de esas políticas de cooperación internacional. Y eso conllevó a que hoy por hoy se sepa que en América viven más de 350 millones de afrodescendientes que no pueden ser significados solamente por el color de la piel. Que ha habido un intenso mestizaje de pueblos de negros, blancos, indígenas y mestizos que hoy por hoy podamos cuantificar a la población afrodescendiente y podamos decir que todos tenemos sangre de negros.
Luego conseguimos la Proposición no de Ley por la Reparación Africana. España, en cierta medida, ha tenido mucha negación en su propia historia. Lo que nosotros hacemos ahora no es nuevo ni novedoso, porque uno lee a Emilio Castelar y ya en el siglo XIX venía trabajando mucho porque España reconociera sus vínculos culturales con la población negra. Luego sabemos que aquí los ecuato-guineanos han vivido desde siempre en España.
Pero sistemáticamente España entra en la Unión Europea y parece que esa historia con el mundo negro se borra, para adoptar un nuevo modelo de sociedad española negando que en algún momento de su propia historia han tenido que ver con los negros.
Y quizás, aunque le guste o no le guste a la gente, ese es el pasado histórico de la esclavitud, la colonización en la que España también ha participado y ha estado activa en el apartheid y en todos esos modelos segregacionistas que se han dado. Pero luego nos ven a los negros y nos hacen como… ser fenómenos, como algo excepcional e inesperado, de una situación de la que España se ha olvidado. Pero luego España se encuentra en Durban en 2001 aceptando haber sido la promotora de la esclavitud y se compromete a que se tiene que trabajar intensamente por la afrodescendencia.
Entonces, esa Proposición no de Ley de 2010 de la que te hablo, permite que en un contexto político se nos reconozca como comunidad negra, porque inclusive constituirnos como comunidades está prohibido dentro de la cultura hispana, somos una minoría, un colectivo aparte de lo políticamente establecido. Sabemos que existimos, pero no estamos, porque en ningún lugar nos representamos, en ningún lugar somos visibles.
Y en tal caso si se habla del negro, es el negro que toca tambores, salta, o el folclórico, el que baila la salsa, la negra que cocina bien la comida, y todos somos amigos del negro a tanto el negro no signifique nada dentro del propio proceso político, social del propio país. Por eso no pintamos nada en ninguna parte. Y con ese establecimiento del proceso afrodescendiente se ha llegado a una toma de conciencia a nivel transnacional de que la población negra ha estado y está presente dentro de la identidad hispana, en las Américas y en todas partes donde los negros fueron diseminados por la esclavitud.
Y, desde luego, en España, a la que tenemos que agradecer que nos ha permitido promover este reconocimiento de identidad.
¿Y con qué personas o instituciones se logra ese reconocimiento político de la identidad negra?
Primero con el Partido Verde que estaba en coalición con el PSOE, donde estaba Francisco Garrido que me dijo que el partido sirviera para algo. Si no hubieran estado ellos, hubiera sido imposible. Habíamos tocado la puerta del PSOE y hasta dentro del PP.
Lo primero que me propuse cuando llegué a España fue ponerme a estudiar y lo conseguí, me vinculé a la Complutense, conocía a Paloma Villota, la decana de Ciencias Políticas, y a través de ella fui contactando a determinadas personas que veían la temática, hablar de la población negra, como un tema tabú. Había muchísima prevención, cierta resistencia de los políticos a poder hablar de la cuestión negra. La única persona coherente que conocí entonces fue Francisco Garrido y el me llevó a Mónica Frassoni, a David Hammerstein.
Y a través de estas personas conseguimos llegar al Parlamento Europeo y que se hable en toda Europa de la afrodescendencia fue gracias a que estuviese el Partido Verde, posteriormente se unió el Partido Popular, y los últimos desgraciadamente en ser afectos a la causa negra, terminaron siendo los del Partido Socialista, donde veíamos que deberían ser más proclives a ese reconocimiento.
De hecho, la Propuesta no de Ley tarda más de lo necesario en aprobarse porque los que se resisten a participar son los socialistas. Tanto es así que cuando se presenta la historia de los negros en España en el Congreso, los menos informados son ellos.
Después de la Conferencia Mundial contra el Racismo de Durban en 2001, donde España reconoce por primera vez oficialmente haber sido origen, con Portugal, del tráfico negrero en Europa, se sucede un vertiginoso movimiento institucional panafricanista del que fuiste testigo y partícipe destacado tanto ante la ONU como ante la UE. ¿Por qué se termina rompiendo con enfrentamientos irreconciliables justo cuando se aprueba la Propuesta No de Ley de Reparación africanista en el Congreso español en 2010?
El que hoy se hable de afrodescendencia en España y en Europa es producto de esa llegada nuestra aquí. Digo nuestra porque muchísimas otras personas se vinieron conmigo pertenecientes a nuestra organización cimarrona desde Latinoamérica. Yo envíe miles de cartas a políticos e instituciones, y él único que me contestó fue Mendiluce, que puso a disposición de nuestra lucha su organización. Pero una de nuestras máximas contradicciones es cuando nos dedicamos a criticar “al blanco”, hablar de su perversidad, pero los sujetos que participamos en el movimiento social no hacemos ninguna contribución sin el blanco. Eso me llevó a conocer a personas negras que viven muy bien aquí, que cuando ibas y les decías: “Lo que no podemos hacer es ir de negros criticones a pedirle al blanco que nos dé las piedras para tirarlas a su tejado. Ustedes que están bien, ¿por qué no aportan para que este movimiento no sea precario ni limosnero?”, pues claro, eso les tocaba la fibra personal y se volvían intangibles, se ponían de lado al proceso, lo que me parecía muy perverso entre el Chojín y su familia y los otros negros bien instalados. A nosotros nos han dejado la tarea de luchar contra el racismo, pero ellos, que tienen los medios económicos y los contactos con los blancos para tirar el proceso hacia adelante, no lo hacen.
Para yo poder tirar para adelante el movimiento no conté ni con los intelectuales negros ni con los ricos negros de España. Conté con blancos socialmente sensibilizados con la causa que estábamos reivindicando. Y eso era extremadamente contradictorio, estar lanzando flechas contra los blancos pidiéndole al blanco que nos apoyara económicamente hasta para comprar un ticket para vernos representados en los escenarios desde donde pudiéramos denunciar. Y esa retrospectiva le ha molestado mucho a los “actores” negros que viven en este país. Nosotros hemos movido el árbol y otros recogen las aceitunas, gracias a que mantienen ese discurso en beneplácito del opresor. No, yo soy el mejor negro, el que mejor hablo, el que sé estar. Y los otros son los tirapiedras.
Yo conozco muchísima gente que en este momento está cobrando subvenciones en España producto del proceso reivindicativo de la lucha de las razas. En Fundación Carolina se están destinando más de tres millones de euros cada año al proceso asociativo, en el que los que hemos sido gestores de crear esas políticas de cooperación no hemos recibido un céntimo del sistema. Pero yo te puedo dar la lista de los que están cobrando al sistema español por hacer de negro bueno.
España tiene que responder con unas políticas de igualdad de trato, y entonces pone allí al negro más dúctil, el más favorable a sus intenciones. Mientras los que estamos en la calle reivindicando y buscando ese espacio de igualdad no lo tenemos, e inclusive ni en corresponsabilidad con los propios portavoces negros, porque van de intelectuales a verbo o desgracia de estar desacreditando a los negros que estamos poniendo el dedo en la llaga.
Visto lo cooptada que parece estar la acción directa y reivindicativa negra en el mundo institucional, ¿qué te parecen las nuevas aportaciones afro-conscientes desde el mundo social y de la cultura? ¿Tienen un recorrido real de transformación de la historia o se quedan en mera visibilización y marketing al servicio de un espejo interesado del “nuevo negro” al servicio del consumo masivo, pero con un déficit real de representatividad?
Nosotros somos un proceso social y político de reivindicación, porque la reivindicación cultural siempre ha estado en la calle. De hecho, al negro se le conoce como el mejor bailador de salsa, el mejor titiritero, y aunque no tenemos payasos negros, culturalmente siempre se nos ha socializado. Y eso también coincide con la insistencia del propio negro en enclavarse en ese espacio delimitado. De hecho, todos coincidimos en que, al negro en sí, le gusta ser folklorizado. Le gusta contribuir a esa propia folklorización de la identidad negra construida por el blanco. Es esa mentira en la que nos hemos mantenido, y en el que nosotros los propios negros también queremos que el otro nos mantenga.
Así que, estamos en el siglo XXI contándole al otro que los negros existen. La pobación negra es el resultado de una identidad construida, y lo que nos permite reconocernos a nosotros mismos, es lo que el otro nos ha metido en la cabeza que somos. Y todo lo que hacemos socialmente siempre estará destinado a correspondernos con el interés del que nos mira y nosotros buscamos ser mirados como ellos quieren mirarnos. Es la consecuencia de no tener una identidad propia, sino construida.
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Una entrevista muy interesante por lo que cuenta y lo que denuncia. Como negro africano, crecimos en una España totalmente ciega a nuestra presencia e historia. No recuerdo nunca haber hablado de esclavitud en clase, ni de los afrodescendientes.