We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Enfoques
Ladrillo visto, toldo verde
Si tuviésemos que pensar en lo más característico de un barrio español seguro que muchos coincidiríamos en dos materiales básicos: el ladrillo visto y el toldo verde. Tiene que haber pocos elementos tan comunes y tan repetitivos en todo el territorio. Ese paisaje infinito de barrio periférico; de terrazas de aluminio, atestado de coches, con algunas peluquerías y muchos bares. Ese paisaje, que tenemos tan normalizado, es el producto inequívoco de la historia socioeconómica de este país. Y, en ese aspecto, los suburbios de las grandes ciudades son el fiel reflejo de la historia de la segunda mitad del siglo XX: del éxodo rural a la explosión demográfica, de la vivienda social a la liberalización del suelo, de la casa baja al complejo urbanístico. Las ciudades en las que vivimos son la mayor demostración de lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. Mirarnos nos permite comprendernos y entender los retos a los que nos tocará enfrentarnos. Pero, a su vez, nos ayuda a darnos cuenta que lo que vemos todos los días nos marca en lo que somos y en nuestra forma de entender el mundo.
Los suburbios de las grandes ciudades son el fiel reflejo de la historia de la segunda mitad del siglo XX: del éxodo rural a la explosión demográfica, de la vivienda social a la liberalización del suelo, de la casa baja al complejo urbanístico
El ladrillo caravista es un material de construcción resistente al tiempo, de fácil ensamblaje y de muy bajo mantenimiento ya que no necesita recubrimiento. Fue la solución más extendida para hacer frente a la construcción masiva de viviendas a partir de los años 50. En la posguerra, todavía 800.000 madrileños vivían en infraviviendas, chabolas en los descampados de los arrabales. El Instituto Nacional de Vivienda se creó en 1939 por Falange para dinamizar la construcción de vivienda social en contra de la especulación urbanística burguesa; pero la realidad tras la frase “queremos un país de propietarios, no de proletarios”, pronunciada por el exministro falangista de Vivienda José Luis Arrese, fueron unas cifras de construcción irrisorias por la falta de recursos y por la falta de coordinación de los diferentes estamentos gubernamentales.
Temporeros
Asentamientos en Níjar: entre la supervivencia y la desesperanza
En los años 50, con el éxodo rural, la llegada masiva de población campesina a las grandes ciudades y la caída del mando único, demasiado ideológico para la ayuda exterior estadounidense, los nuevos asesores del régimen, los tecnócratas del Opus Dei, liberalizaron el suelo y el gran capital decidió apostar por el negocio de la vivienda. Se priorizó la compra sobre el alquiler, y entonces se lanzaron a la construcción de los grandes barrios periféricos apostando por las torres de viviendas frente a la política de poblados y de viviendas unifamiliares. Eran barrios obreros de colmenas, con negocios a pie de calle, talleres y mercados, con movimientos vecinales, con familias con hijos, con hipotecas y trabajos fijos, tragaperras y alcoholismo, y así se mantuvieron hasta bien entrada la democracia.
Una vida familiar organizada en torno a los centros comerciales y las franquicias de alimentación. El sistema económico impuso su ordenación del espacio y decidió delimitar los lugares de socialización
Progresivamente, estos barrios fueron envejeciendo, llegó la heroína, la delincuencia y, tras la crisis del 92, con la llegada de inmigrantes y el boom del ladrillo, las nuevas familias, con mejores estudios que sus padres, decidieron marcharse a las ciudades dormitorio —barrios exclusivamente residenciales sin puestos de trabajo ni servicios— seducidos por el sueño familiar de bloque con piscina y desplazamientos en coche. Una vida familiar organizada en torno a los centros comerciales y las franquicias de alimentación. El sistema económico impuso su ordenación del espacio y decidió delimitar los lugares de socialización.
El fenómeno del toldo verde arranca en la década de los 60, con la fase de liberalización del suelo y la construcción masiva de bloques de vivienda. La escasa gama de colores era determinante, solo existían el verde, el naranja y el azul; y, supuestamente, el verde era el que menos deslumbraba y el que mayor sensación de serenidad daba. Las eternas horas de sol y el mantener la casa fresca en verano hicieron que el toldo se convirtiera en un elemento esencial antes de la era de los aires acondicionados.
Pero también hay algo de moda y de apariencia, y también algo de ocultarse para que los vecinos no nos vean. Existe un sesgo social, relacionado con un nuevo conformismo urbanita: la gente recién llegada del campo no quería llamar la atención, quería demostrar su nuevo nivel social, sentirse arraigada, imitando los hábitos de sus vecinos, sabiendo en lo más profundo que destacar es sinónimo de conflictos en una sociedad que quería olvidar los horrores de la guerra. El famoso toldo verde se impuso gradualmente por toda la geografía nacional y se ha mantenido hasta nuestros días, convirtiéndose en el símbolo identitario de nuestro paisaje urbano.
Las ciudades, tras 60 años de expansión urbanística, han originado un nuevo tipo de paisaje. Es un horizonte de bloques geométricos, de ventanas pequeñas, de calles infinitas sin identidad
Desde el éxodo rural, nuestras grandes urbes han sido el foco de una migración humana sin precedentes. En menos de un siglo, Madrid ha pasado de 700.000 habitantes a 3,2 millones. Las ciudades han seguido expandiéndose, se han seguido construyendo enormes parques de viviendas y ensanches. El gran capital de nuestro país ha mantenido su poder ligado a la promoción inmobiliaria. Ha tomado las decisiones sobre cómo y dónde teníamos que vivir. Ha generado una dependencia a los créditos y las hipotecas, menospreciando la vivienda social y estimulando la idea de ascensión social mediante la creación de urbanizaciones cerradas y endogámicas a detrimento de los antiguos barrios obreros, ahora sobre todo poblados por ancianos e inmigrantes. Las grandes superficies y los centros comerciales han destruido lo poco que quedaba de comercio de barrio, convirtiendo esos centros de consumo masivo en las auténticas zonas de cohesión social.
Las ciudades, tras 60 años de expansión urbanística, han originado un nuevo tipo de paisaje. Es un horizonte de bloques geométricos, de ventanas pequeñas, de calles infinitas sin identidad. El espacio social tomado por los coches, donde lo funcional prima sobre lo estético. El sentimiento de homogeneización y de uniformidad construye individuos cuya visión de lo colectivo se basa en la colmena. Una visión que ha vaciado de todo contenido social a nuestros barrios en detrimento de una libertad individual basada en el poder económico y los intereses del mercado inmobiliario. La sensación de soledad y aislamiento, de periferia sin personalidad, anclada todavía a un centro que mantiene todas las funciones comerciales, administrativas y financieras, generan un desarraigo social, una sensación de ansiedad de no lugar, inmutable en el tiempo y el espacio, cuyos muros y paredes parecen delimitar las posibilidades y las ilusiones de sus habitantes.