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En el margen
Giovanni Collazos: “Dentro del colectivo migrante hay personas que también tenemos privilegios”
Nacido en Lima (Perú) y crecido en el barrio de La Victoria, Giovanni Collazos lleva ya más de la mitad de su vida en España, a donde vino siguiendo a su padre cuando todavía era casi un adolescente. Lector empedernido y admirador incansable del poeta peruano César Vallejo, a quién leyó por primera vez con nueve años, se adentró más de lleno en la escritura cuando encontró la publicidad de un taller literario a principios de los 2000. Desde entonces ha escrito cinco libros y participado en recitales y jams de poesía por todo el Estado. Siendo también en 2015 invitado a La Habana a un encuentro de escritores.
Militante antirracista, perteneciente a la Asamblea Antirracista de Madrid, cree importante bajarse de la atalaya y practicar el lenguaje sencillo dentro de los colectivos antirracistas. Se reivindica como marxista y trabajador de la clase obrera sin formación universitaria. Toca también el cajón afroperuano mientras intenta en su literatura romper con el lenguaje colonizador.
¿Dónde naciste?
Yo nací en Lima hace ya 45 años y crecí en un barrio popular, La Victoria. Allí viví hasta los 14 años, con mis amigos del barrio, que es muy diverso racialmente. Mis amigos eran negros, mestizos, de origen indígena, incluso tenía un amigo de origen asiático, porque hay población China en Perú desde hace más de cien años.
Es bastante desconocida la presencia en Abya Yala de comunidades asiáticas desde tanto tiempo atrás.
La primera comunidad asiática que emigró a Perú fue la China en 1849. Los chinos a Perú fueron a trabajar en el campo. Cuando el país se constituyó en república, las élites blancas criollas se dieron cuenta de que uno de los recursos que podían explotar era el guano. Se necesitaba mano de obra barata porque se exportaba a Europa como combustible o como fertilizante para el campo y la que había no era suficiente porque ya se había abolido la esclavitud. Por eso llegó tanta población china. Igualmente, los chinos, trabajaban en semi-esclavitud para las élites criollas que gobernaban el país.
¿Y dónde fuiste después de los 14 años?
Me fui a vivir a otro distrito limítrofe, San Borja, que es de clase media y media alta. Mi padre era un abogado marxista de izquierda y formó una cooperativa de vivienda en su ámbito laboral. Eso era algo que en Lima en los años 80 se hizo muy popular para poder tener vivienda propia. Mis viejos nos sacaron también del barrio porque era un barrio complicado y mucha gente recurría a la venta de droga, aunque yo siempre bajaba a mi barrio de La Victoria. Aquel barrio de mi niñez ahora sólo existe en mi memoria.
¿En qué momento decides emprender el proceso migratorio?
Mi padre vivía ya en Madrid desde el año 92 y yo me vine en octubre del 99. Terminando el siglo pasado. En esos momentos tenía casi 22 años y mi padre me consiguió un contrato de trabajo para poder venir.
En realidad, yo no quería salir de mi país e irme a uno desconocido, aunque mi padre estuviese aquí. No era consciente, por otro lado, de que en Lima no iba a hacer nada, no había muchas oportunidades para los jóvenes porque era el final de la época fujimorista. Además, yo no había hecho la universidad. No me quedó más remedio. Mi abuelo, mi madre y mis hermanas me terminaron convenciendo.
Recuerdo cuando era pequeña oír hablar mucho de la figura de Fujimori, estaba todo el tiempo en las noticias.
Eso es porque en Europa fue un fenómeno casi exótico porque se veía como raro que una persona de origen japonés fuese presidente de un país sudamericano. Y también hay un motivo económico, Fujimori privatizó la compañía de teléfonos y se la vendió a Telefónica a un precio de risa. Ahí hubo una corrupción tremenda. El Estado español estaba muy contento con Fujimori porque vendió casi todas las empresas estatales a empresas españolas. La mayor “inversión” en Perú en los 90 fue por parte de empresas españolas.
Llevas en España más de la mitad de tu vida. ¿Cómo trata Madrid a las personas migrantes que provienen del sur global? ¿Crees que ese trato se ha visto modificado en estos años?
Esa es una pregunta que puede tener muchas respuestas, o sea, depende. Hay ciertas categorías dependiendo del lugar donde uno provenga, no es lo mismo venir desde América Latina, que habla el mismo idioma, que desde un país africano o asiático que no lo habla originalmente. La primera barrera para vivir en un país es esa. Una de las facilidades cuando uno migra es poder hablar el idioma de origen.
Lo segundo es el color de la piel. No importa de dónde vengas, si tu color de piel es más oscuro de lo normativo vas a ser víctima de un racismo totalmente nítido. Eso en cuanto a la sociedad. En cuanto a la policía da igual, porque le pide los papeles a los negros, también a los afro-españoles, a las personas de origen magrebí, a los gitanos y a los sudamericanos indistintamente. Paran por el perfil racial y para pedir los papeles a quien ellos crean que es una persona migrante, solamente por su aspecto y sus facciones.
Con el resurgimiento de la ultra derecha, se nota claramente que la gente no se calla lo que ya antes pensaba porque ve en ese discurso neo-fascista la validación de su odio hacia las personas migrantes y racializadas
Además, ante las instituciones las personas migrantes que estamos sometidas por la Ley de extranjería tenemos otra dificultad más, esa Ley que en vez de darnos derechos nos los quita. También hay diferencias para obtener la nacionalidad, desde dos hasta diez años si no provienes de un país que haya sido colonia de España. La clase también entra en juego, no es lo mismo una persona que ha venido a buscarse la vida a alguien que ha venido a estudiar y tiene recursos económicos.
Por eso, dentro del colectivo migrante hay personas que también tenemos privilegios, el idioma, el color de la piel o la procedencia, que hacen que unos tengamos menos problemas que otros. Es importante tener eso clarísimo: no para todos es de la misma manera.
¿Y a ti cómo te ha tratado Madrid y cómo la has visto cambiar en estos más de 20 años?
Es una pregunta complicada. El racismo es algo que siempre ha existido, pero antes era más disimulado, menos evidente. Había gente que intentaba convivir. De un tiempo a esta parte, con el resurgimiento de la ultra derecha, se nota claramente que la gente no se calla lo que ya antes pensaba porque ve en ese discurso neo-fascista la validación de su odio hacia las personas migrantes y racializadas.
Este sistema ha permitido que entre en las instituciones la ultra derecha fascista y eso ha envalentonado a las personas que ya pensaban de esta manera, pero eso no es válido, no se puede tolerar la intolerancia. Hay cosas que no se pueden discutir en el Congreso porque eso no es hacer política ni nada parecido, que se haya permitido que ese discurso entre en las instituciones es algo gravísimo.
Como la manifestación de nazis que se permitió por el centro de Madrid…
Esos nazis siempre han estado en Moncloa, pero ahora pasean por las calles a sus anchas.
Lo peor de todo es que la justicia les avala, por ejemplo, con aquel cartel que pusieron en el metro contra los menores no acompañados con un argumento que era una mentira. Es muy fácil que la gente caiga en eso porque, como el racismo es una cuestión estructural, en las escuelas también se ve. A ti desde que eres pequeño te están enseñando que vestirse de indio o que te pinten la cara de negro es un disfraz. El problema es estructural.
Espero que eso vaya cambiando porque ya están naciendo muchos hijos de migrantes aquí que son españoles. Los profesores tendrán que cambiar el chip porque ya no están educando niños blancos españoles. La educación tiene que empezar a cambiar, te encuentras gente joven llena de estereotipos porque la han educado así. Yo mismo, para poder ser activista, he tenido que hacer un gran trabajo personal y corregirme muchas cosas. Es importante re-educarse y depende también de la voluntad de cada uno. Tengo muchos amigos españoles blancos y les explico cosas si están interesados realmente en conocer y saber, pero uno no puede estar a cada rato hablándole y explicándole a toda la gente que conoce y encima que te discutan, porque el racismo no es un tema que se tenga que debatir.
Quisiera saber si hay algo bueno que rescatarías de Madrid
Sí, las amistades. Una de las cosas buenas de Madrid son los migrantes que lo que hacen es revalorizar el sentido humano de la ciudad. Cultural y humanamente la enriquece el hecho de que haya migrantes de diversos orígenes. Y las amistades aliadas que saben escuchar.
Llegaste justo antes del cambio de siglo, en el boom inmobiliario, y viviste la tremenda crisis del 2007. ¿Cómo fue ese momento para ti?
Antes había mucho más trabajo, eso es verdad. A mí nunca me han gustado los jefes explotadores, mi conciencia de clase ha estado siempre clarísima y he tenido mis diferencias con los jefes. En aquella época era más sencillo irse y buscarse otro trabajo al día siguiente. Ahora ya no se puede hacer eso, obviamente.
¿Crees que esos momentos de crisis sistémica sirvieron para unificarnos como una misma sociedad?
No sirvió para unificarnos porque volvió otra vez ese discurso de que el inmigrante te quitaba tu trabajo. De hecho, muchos migrantes se volvieron precisamente por eso, porque llegó un momento en que había prioridad por contratar a un nacional que a un migrante. Yo antes me iba de los trabajos porque me hartaba que explotaran y me era muy fácil buscar otro, pero la primera vez que me despidieron y me quedé en paro fue en 2012. Llevaba 12 ó 13 años aquí y estuve más de un año parado, me costó muchísimo encontrar otro trabajo en ese tiempo.
El mejor activismo que podemos hacer es el del día a día, hablando con las personas de los ámbitos en los que te muevas de las actitudes que no sean correctas. Hay que reeducar a la gente, porque está educada de una manera racista
¿Cómo se van desarrollando tu compromiso, tu activismo y tu militancia antirracistas?
Yo empiezo a nivel individual, en el día a día. Creo que el mejor activismo que podemos hacer es el del día a día, hablando con las personas de los ámbitos en los que te muevas de las actitudes que no sean correctas. Hay que reeducar a la gente, porque está educada de una manera racista. Yo me he dado cuenta de que lo que falla es la estructura y, dentro de esa estructura, la educación.
Antes de meterme en el activismo de lleno, había entrado en el mundillo literario y pude comprobar que también había racismo. Primero, había un nacionalismo protector, porque los escritores y poetas latinoamericanos teníamos el doble o triple dificultad para que nos publicaran un libro o para que nos invitaran a leer. Así, se fue desarrollando también mi conciencia antirracista de que no estamos pidiendo piedad, sino exigiendo justicia, que es distinto.
Más tarde y a pesar de mi falta de tiempo por los horarios de la hostelería, empecé a contactar con activistas porque quería conocer gente que pensara lo mismo que yo. Una de las primeras personas que empecé a seguir fue a Daniela Ortiz, de la que posteriormente me hice amigo. También empecé a seguir a Desirée Bela y a gente de otros lugares de España. Y también a leer mucho sobre pensamiento decolonial y feminismo anticolonial, leí a Yuderkys Espinosa y a Ochy Curiel.
Mi paso a la acción fue paralelo a la lectura que hice de estas y otros muchos autores. Yo no provengo del mundo académico, sino de la clase trabajadora, pero soy una persona curiosa y me gusta leer mucho porque para escribir hay que leer. Siempre me ha gustado leer filosofía y pensamiento. Había leído ya a gran parte de los pensadores europeos y empiezo a buscar pensadores latinoamericanos para reeducarme con ellos. Increíblemente uno de los primeros libros que leí cuando llegué aquí, por consejo de mi padre, fue a Galeno en “Las venas abiertas de América Latina”. Es ya desde el año 2000, cuando yo leo este libro, que tengo una explicación a todo lo que ya veía que pasaba.
Defiendo mucho el tema de la clase porque, lamentablemente, en los colectivos antirracistas hay mucha académica y mucho académico y nos tenemos que bajar a la tierra. Soy de clase trabajadora y no creo que haya que mirar por encima del hombro a la clase trabajadora, que no tiene por qué saber cosas. Me parece que están bien los estudios académicos, pero no hay que sobrevalorarlos. He leído muchos libros, pero no hablo con ese lenguaje cuando hablo de antirracismo o de política. No podemos reproducir en las cuestiones académicas y de clase los mismos errores que los blancos, tenemos que entender a quién queremos que llegue ese mensaje que queremos transmitir. Las ideas sencillas a veces se transmiten mejor con palabras sencillas. Tenemos que llegar a la gente y para eso es necesario hacer autocrítica sobre cómo queremos que llegue el mensaje y a qué personas se lo queremos hacer llegar. Esto tiene que ser totalmente horizontal. Por ejemplo, dar talleres gratuitos. Intentemos educar a los nuestros, pero que sea gratuito.
Para sumar a más gente a esta lucha tenemos que aportar humildad y horizontalidad.
¿Y cómo empezaste con la escritura?
Antes de ser escritor, he sido lector. Cuando estaba en la secundaria no leía mucho, básicamente los libros que te decían en el colegio, pero lo que me marcó fue cuando leí por primera vez al poeta peruano César Vallejo cuando tenía 9 ó 10 años.
Mi papá tenía libros en casa y yo quería saber qué leía mi papá. Cogí Los heraldos negros, el primero de sus libros de poesía y me impactó muchísimo. Vallejo trabajó mucho el lenguaje, empezó siendo modernista y luego fue vanguardista. Rompía las sintaxis, creaba neologismos. Era un poeta muy humano, era marxista y humanista.
Defiendo mucho el tema de la clase porque, lamentablemente, en los colectivos antirracistas hay mucha académica y mucho académico y nos tenemos que bajar a la tierra. Para sumar a más gente a esta lucha tenemos que aportar humildad y horizontalidad
Pero no es hasta que llego a Madrid que empiezo a escribir de forma más continuada. Me habían premiado en una clase del colegio con 13 ó 14 años y eso me gustó mucho, pero no volví a escribir hasta tiempo después. Pasaban muchas cosas en Perú en esos momentos, me interesaba más la política. Cuando vine empecé a escribir y lo primero que me salió fue escribir en verso. También escribía cuentos, pero la poesía era lo que más practicaba.
Pasó el tiempo y me metí en un taller de escritura. Estaba trabajando en un Burger King y nos dejaron una publicidad. Era octubre de 2003 y justo andaba pensando acudir a un taller. Llamé y me apunté.
¿Cómo te introduces en el mundillo literario?
Tenía un blog de poesía, en torno a 2007, en el que colgaba lo que escribía. Había una comunidad de poetas por aquel entonces que nos leíamos los unos a los otros en los blogs. Así conocí a Batania y a otros poetas urbanos. Me empiezo a foguear en mi blog y en las jams de poesía, a la vez que leía todo lo que pasaba por mis manos. Empecé a participar en lecturas aquí en Madrid y también en Barcelona y Valencia y a conocer a muchos poetas latinoamericanos en Lavapiés, en bares donde se hacían lecturas de poesía. Había dos bares míticos para esto, el Bukowski Club y Los diablos azules. Te hablo ya del 2008.
Después, una editora que leía mi blog de poesía, se pone en contacto conmigo porque le gustaba lo que yo hacía. Ahí publiqué Contra la niebla, mi primer libro, en diciembre de 2013. El segundo se llama El tísico bolchevique y lo publiqué en 2016. En esos dos primeros libros yo ya tenía la inquietud de escribir sobre la temática que me atraviesa, que es la migración, pero no terminaba de abordarla plenamente. Contra la niebla pertenece más a una corriente existencialista, aunque también metía mi peruanidad y mi origen. Había poemas de desamor, pero con tratamiento de aceptación. Esto también en parte debido a la influencia vallejiana que ha sido y es para mí muy importante.
El segundo es un poemario más de corte político. En todos mis libros hay prosa poética, pero en este segundo uso versos de largo aliento, más extensos. Ese libro es muy intenso, incluso mi verbo se excede, hay un desborde. Una amiga me dijo que era como una selva en la que hay abundancia por todos lados. No había escrito así antes y tampoco he vuelto a hacerlo. El verso de largo aliento me servía para contar cosas de forma no tan críptica como en el primero, que es el más vallejano de todos. Se llama así porque es muy difícil ser bolchevique, en el sentido de comunista, en esta sociedad de consumo capitalista. Por eso somos comunistas débiles, tísicos bolcheviques. Todo el mundo habla del Che Guevara, pero nadie es capaz de hacer lo que hizo él hoy.
Yo te conocí cuando estabas a punto de sacar Migrante.
Sí, el tercero es Migrante. Lo hubiera querido escribir hace años, pero no estaba preparado aún para hacerlo. Quería escribir de una forma que aunara forma y fondo. Conocía mucha gente del mundillo poético madrileño que me decían que solo se podía escribir poesía política y social si era sencilla, clara y el mensaje llegaba directo al lector. Pero yo no estaba de acuerdo con eso, siempre volvía a Vallejo y ponía el ejemplo de su libro “España, aparta de mi ese cáliz” donde habla de un país que no es el suyo y demuestra cómo llega a dolerle la Guerra Civil española, en tanto que marxista y defensor de las libertades, como si fuera suya propia. Y es un poemario político y social que está escrito trabajando el lenguaje. Creo que todos los españoles deberían leer ese libro, todo el mundo, en realidad.
Yo era muy crítico porque todo el mundo hablaba de desahucios, pero nadie hablaba de racismo y migración y dejé de sentirme apelado y de interesarme por las cosas que se hablaban. ¿Por qué no hablar de los CIE’s, por ejemplo? ¿A ningún poeta español le duelen?
Quería hacer algo político y social pero que tenga poesía, no que sea algo panfletario. Lo empecé a escribir a finales de 2014 estando con una chica portuguesa que vivía en Oporto. Un día me pidió que me quedase con ella a vivir allí y le dije que no podía porque mi permiso de residencia solo me habilita a vivir y trabajar en España. Le dije que se viniese ella a Madrid y no lo entendió. Entonces pensé que, por no tener un pasaporte europeo, no podía hacer la vida que quería hacer. Por eso empiezo a escribir Migrante. Esa vivencia me hizo saber cómo enfocar el tema.
Meses después, en 2015, me invitaron a ir a La Habana a un encuentro de escritores y allí escribí también algunos poemas del libro.
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¿Y después?
En 2020 publiqué Voces de un cuerpo que son diez textos de prosa poética que escribí entre 2017 y 2018 y tenía guardados. A raíz de la pandemia, me quedé sin trabajo, me dejó mi ex novia, pasé un año horrible con mucha ansiedad y para salir un poco de eso lo publiqué. Un amigo me ayudó a editarlo y lo hizo en cartón y, a partir de ahí, empezó con su editorial que se llama “Cartonera del escorpión azul”. Desde entonces ha publicado ya otros ocho libros.
Le has dado suerte entonces. ¿Y el último, Rropas? ¿Me explicas el título con dos “r”?
Sí, lo publiqué el año pasado en febrero. Rropas lo escribí en tres semanas encerrado en un piso de Lavapiés en julio de 2020.
El título tiene que ver con varias cosas. Iba a ponerle otro título, pero era muy parecido al título del de una amiga, así que tuve que cambiarlo. Rropas me lo sugirió mi ex, porque es uno de los poemas del libro. Ella me lo sugirió con una “r”, pero yo decidí ponerle dos por romper el lenguaje. Patricia de Souza dice que hay que “descolonizar el lenguaje para descolonizar el pensamiento”, a partir de Migrante es lo que intento hacer, romper con el lenguaje colonizador, que es el castellano.
El libro versa sobre las identidades a partir de mi propia experiencia y está dividido en cuatro partes. Hablo de la masculinidad, desde una forma revisionista, y de cómo nos asignan roles en esta sociedad. Hablo del amor romántico y de la visión de esa misma masculinidad. Cuestiono la identidad nacional, porque después de tanto tiempo fuera de mi país de origen, ya no me siento tan peruano como antes, pero tampoco español. Y, en la última parte, relacionada con la identidad del trabajo, hablo de la alineación de la clase obrera y trabajadora que tiene asignada por el sistema una identidad determinada que le impide desarrollar otras de sus facetas como seres humanos.