En el margen
Guillem Balboa: “Lo del retorno es un mito porque nunca vuelves a la realidad que perdiste al emigrar”

Guillem Balboa, primer alcalde negro de Països Catalans con Més per Mallorca, nació en Malabo y se exilió con su familia a inicios de los 70. Es también coordinador de CNAAE (Comunidad Negra Africana y Afrodescedendiente en España) en Mallorca.
Guillem Balboa
Guillem Balboa. Foto Carme Coll
6 nov 2021 07:58

Nacido en Malabo y exiliado con su familia en Mallorca desde comienzos de los años 70, Guillem Balboa se convirtió en el primer alcalde negro de Els Països Catalans en 2017, cuando ostentó la alcaldía de Alaró (Mallorca) por Més per Mallorca, “partido ecologista, feminista y soberanista, que defiende el derecho a la autodeterminación” y del que, además de haber sido candidato a las Elecciones Generales, es actualmente Portavoz en el Consell de Mallorca.

Funcionario de carrera, técnico del servicio de comunicación y prensa de la Universidad de las Illes Balears, en excedencia desde 2017 por su militancia política, es también coordinador de CNAAE Mallorca (Comunidad Negra Africana y Afrodescedendiente en España).

Naciste en Malabo, pero creciste en España, ¿cómo se vive el exilio?
Nací en Malabo y vinimos aquí cuando tenía cuatro años. Toda mi vida he crecido y me he socializado en una sociedad blanca, pero al mismo tiempo venía de una familia guineana bubi. Esa contraposición era evidente, cosa que creo que le ha pasado a mucha otra gente. Una cuestión era la realidad familiar, el entorno familiar, y otra distinta era lo que vivía cuando salía de casa, ese otro entorno.

¿Cómo fue tu llegada?
Primero vino mi padre a estudiar Peritaje Industrial, había estudiado Maestro en Guinea Ecuatorial, que era lo máximo a lo que podía aspirar un indígena en la concepción de la educación de la escuela franquista en Guinea en ese momento. Después vinimos mi madre, mi hermana Yoyó y yo, a caballo entre 1.969 y 1.970.

El apellido Balboa ha estado siempre vinculado a cuestiones políticas en Guinea Ecuatorial, especialmente en el contexto del proceso de independencia y el periodo inmediatamente posterior. La posición desde la que hablo tiene mucho que ver con esa generación y es algo sobre lo que he meditado mucho. A diferencia de gente más joven o de gente que ha nacido aquí, yo soy muy consciente de esa generación. Los jóvenes de ecuatoguineanos de esa década vivieron lo que hoy llamaríamos una primavera política, esa gran efervescencia de reivindicación de las independencias africanas, de emancipación.

Y en paralelo, la propia reivindicación de la comunidad bubi respecto a su situación política. Por poner un ejemplo, mi madre era una orgullosa militante de la Unión Bubi.

Cuando llega la Independencia, familia de mi padre como Armando Balboa o Abilio Balboa, fueron purgados por el régimen de Macias; era evidente que teníamos que salir. Lo hicimos en un barco de mercancías

Cuando llega la Independencia y esos momentos convulsos, familia de mi padre como Armando Balboa o Abilio Balboa, fueron purgados por el régimen de Macias; era evidente que teníamos que salir. Lo hicimos en un barco de mercancías, no de pasajeros, en un viaje que duró aproximadamente 15 días.

Para mí esa generación es clave. Porque es una generación de jóvenes idealistas, comprometidos, que se supone que tenían que ser el futuro de ese nuevo país independiente africano, en el contexto de una África hiper-politizada, con los padres del panafricanismo, etc. Pero todo eso se va a la mierda de una manera dramática y a ellos les quedó la sensación de que se había producido un quiebro de la historia que les arrancó del momento y del lugar al que pertenecían, de su lugar simbólico y biográfico, del destino que tenían marcado y se quedaron desplazados, habitando un mundo al que no pertenecían. De repente, estaban fuera.

Es como si en una novela los personajes se cayesen del libro y no encontrasen la manera de volver a entrar en él.

Recuerdo especialmente esa sensación de eterna provisionalidad de nuestra vida, porque mis padres estaban como desplazados, a la espera de que eso que se alteró volviese a la normalidad para poder retornar a ese “punto cero” que dejaron cuando se fueron.

¿En qué momento crees que se dieron cuenta de que se habían salido definitivamente del libro, que esa espera ya no era una espera?
Esa es una muy buena pregunta. El darse cuenta de eso no fue inmediato, eso es algo sobre lo que he reflexionado de adulto, porque para ellos debió ser muy duro. Tuvieron durante mucho tiempo la actitud de “no nos comprometamos a nada aquí porque vamos a volver”, ya que “esto que nos ha pasado ha sido una cosa momentánea”. Habían tenido que salir accidentalmente, pero volverían porque “se iba a tener que arreglar”. Lo que pasa es que esa espera se iba haciendo cada vez más larga, todo iba a peor, nada parecía que pudiese resolver esa brecha y eso les fue sumiendo en una especie de depresión y de tristeza. Eran seres disociados, con el cuerpo en un lado y la mente y el alma en otro. Y no me refiero solo a un lugar físico.

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¿Pero esto es una reflexión tuya o crees que tus padres llegaron a darse cuenta?
Sí, claro, ellos se dieron cuenta con el paso del tiempo, obviamente. Probablemente se dio cuenta antes mi madre. Mi madre asumió la realidad de que necesitaba desenvolverse en el lugar en el que estaba. Tenía hijos y tenía que gestionar el día a día. Mi padre, de alguna manera, deambulaba. Es decir, trabajaba, pero no tenía la mente puesta aquí en nada. Su mente estaba más allá. Vivía intensamente todo lo que era la contestación a la dictadura de Macías desde aquí, vinculado con el exilio político en España. De hecho, cuando se produjo el golpe de Obiang, el mal llamado “Golpe de la Libertad” que al principio era algo esperanzador, mi padre decidió volver para vincularse y llegó a ser ministro de Cultura. Estuvo algunos años y finalmente tuvo que volver a marcharse. Fue para él un segundo exilio y un segundo fracaso personal.

¿Tus padres nunca volvieron a Guinea?
Muchos años después, pero cuando vuelves, ya no vuelves a ese lugar que has perdido. Por eso lo del retorno es un mito porque, desde el momento en que emigras, ya nunca vuelves a la realidad que perdiste al emigrar.

¿Recuerdas la muerte de Franco?

¡Claro que la recuerdo, sí, sí!

¿Cómo era esa España franquista a la que tú llegas? Y, sobre todo, ¿cómo era Mallorca para una familia negra?
Yo la recuerdo gris, húmeda y muy religiosa. Del primer lugar al que fuimos a vivir tengo el recuerdo en blanco y negro. ¡Fíjate, qué tontería! Es todo una construcción mental.

Eran los valores de la España de la época, especialmente en un lugar pequeño y socialmente homogéneo como era Mallorca. Nosotros éramos como un elemento anecdótico. Éramos de los primeros negros que nos paseábamos por las calles de Palma. Todavía no existía el concepto de “inmigración” tal y como se entiende ahora, pero sí había una especie de mirada paternalista y condescendiente que yo ejemplifico con esas antiguas huchas del Domund. Mi educación escolar empezó cuando aún no se había muerto Franco, con la bandera por las mañanas.

¿Y cómo es todo ese proceso identitario?
En ese momento el sentimiento en casa era de que éramos bubis, guineanos, negros. No había ningún sentimiento de españolidad.

Mis padres, además, tuvieron que vivir todo ese proceso de decepción de lo que creían que era la madre patria, esa idea que la mentalidad colonial les había transmitido pero que, cuando llegaron aquí, se dieron cuenta de que era mentira.

Mi padre flipaba porque decía: “A nosotros nos han obligado a sabernos todos los ríos, cordilleras de España y la lista de los Reyes Godos. Llegamos aquí y esta gente no tiene ni idea de quiénes somos ni de dónde venimos”

Una de las cosas que más les sorprendió fue el desconocimiento absoluto que tenía la sociedad española sobre lo que era Guinea Ecuatorial y sobre lo que era el pueblo bubi. Mi padre flipaba porque decía: “A nosotros nos han obligado a sabernos todos los ríos, cordilleras de España y la lista de los Reyes Godos. Llegamos aquí y esta gente no tiene ni idea de quiénes somos ni de dónde venimos y encima van y preguntan que por qué hablamos español”.

Lo cual, muchos años después, reflexionando y leyendo, me lleva a la conclusión de que, en realidad, la colonia española en Guinea Ecuatorial fue más el disfrute de una parte determinada del régimen franquista que realmente una colonia para el conjunto de España.

Quisiera saber cómo ha ido cambiando España desde tus ojos, los ojos de un niño negro, de un adolescente negro, de un hombre negro. Y también cómo ha ido transformándose en España la concepción de las personas negro-africanas y afrodescendientes.
El gran cambio que he percibido, y ha sido bestial, ha sido la transformación de la mirada de lo que éramos y representábamos.

Cuando nosotros llegamos, éramos la anécdota, esos negritos del África a los que hay que ayudar, desvalidos, desgraciaditos. Pero el trato era individualizado. Éramos una familia o una persona en tal lugar. La mirada era beatífica y condescendiente, que no deja de ser una forma de supremacismo y racismo pero muy maquillada.

El gran cambio se empieza a producir cuando tengo entre 15-19 años. A partir de ahí empieza a llegar un mayor número de población africana en general, especialmente de Senegal. Momento que coincide además con el nacimiento de la Ley de Extranjería. Es decir, se produce ahí una especie de shock y algo cambia. Recuerdo perfectamente cuándo se empezó a popularizar hablar de “inmigrantes”, cosa que yo no había oído antes. A nosotros no nos habían llamado nunca “inmigrantes”, como mucho decían: “unos refugiados de la Guinea española”. Pero el concepto inmigrante, con la connotación bestial que tiene ahora, recuerdo cuándo empieza y cómo se convierte en un látigo que se lanza de un lado a otro y que tenías que agacharte para que no te impactase.

¿Y a qué ideas se traduce ese concepto? Pasas de ser una cosa a ser otra, ¿qué eras antes y qué eres ahora?
Pasas a ser una amenaza. Eso de que dábamos pena y nos podían dar sus sobras porque: “¡Pobrecitos! Así hacemos una buena acción para Dios” pasa automáticamente a ser “una turba de salvajes que vienen a alterar nuestro modo de vida, nuestra convivencia y bienestar y a los que hay que controlar”.

Eso me pilla en esa edad en la que sales de marcha y vas con amigos. Empiezo a vivir situaciones en las que se me señala, se me para por la calle por parte de la policía, se me asocia a actividades como vender marihuana o no sé qué.

Ese fue el gran cambio y desde ahí todo ha ido a peor hasta llegar a nuestros días, en los que ya es demencial. Se han desarrollado un montón de normativas y disposiciones que mantienen y amparan situaciones de excepcionalidad por el simple hecho de tu origen o color de piel.

Estábamos hablando antes de tu identidad cuando eras niño, ¿cómo ha ido desarrollándose ese proceso a medida que te hacías adulto?
Yo me he sentido bubi siempre, eso siempre lo he tenido claro. En mi caso, el sentimiento de españolidad ha sido problemático, lo vinculo más bien a una cuestión estrictamente administrativa.

Afromallorquín sí, pero mi mallorquinidad también es algo en disputa, porque no se construye igual que la de cualquier otro mallorquín y eso quiero reivindicarlo. Porque se convierte en una mallorquinidad conflictiva, lo cual no tiene por qué ser necesariamente negativo.

De lo que ahora mismo estoy más orgulloso, y esto me ha llevado años de aceptación, es de mi condición de diáspora en Europa, lo cual implica llevar siempre asociado el prefijo “afro”.

Te diré lo que más me identifica: yo soy hijo de los indígenas de las colonias. Y cuando digo yo, en realidad, quiero decir nosotros. Es fundamental que mantengamos esta condición diaspórica porque nos da un marco de referencia identitario, el concepto afro, que va más allá de las limitaciones temporales o geográficas. Además, nos da una capacidad de trascendencia que otros procesos colectivos no tienen, diferente de la de aquellos que siempre han vivido una condición hegemónica. Y tiene otra ventaja: nos previene de caer en las trampas del sistema inmunitario de la blanquitud. Una de las herramientas del sistema inmunitario de la blanquitud es la desmemoria, el no sentirse interpelados por las consecuencias de ninguno de los procesos históricos que han protagonizado.

“Yo soy hijo de los indígenas de las colonias. Y cuando digo yo, en realidad, quiero decir nosotros. Es fundamental que mantengamos esta condición diaspórica porque nos da un marco de referencia identitario, el concepto afro, que va más allá de las limitaciones temporales o geográficas”

Fuiste el primer alcalde negro de Els Països Catalans. Ser alcalde da una autoridad y una visibilidad pública pero también conlleva una responsabilidad, ¿cómo viviste tú eso?
Fue difícil. Fueron años muy intensos, de mucho desgaste a nivel personal. La política local es muy personalizada y los filtros de aceptación por parte de la ciudadanía son particulares. Es difícil hacer política local, sobre todo el tipo de política que implica introducir cambios y transformaciones en el modo de vida que las personas han seguido durante décadas, si no dispones de un entorno propio muy sólido. Eso conlleva muchas tensiones y desgaste personal.

Negro, político y catalanoparlante, supongo que esto para muchos españoles blancos es ya demasiado. A más de uno le debe explotar la cabeza, ¿no?
Bueno, me han llovido hostias por todos lados. Ciertamente, es una combinación de elementos explosiva. Te hablo de mil situaciones vividas…

Primero, soy un puto negro, esa es la base. Un negro que se atreve a ir por la vida hablando en catalán y diciendo que, desde su punto de vista, toda comunidad autorreferenciada debería tener derecho a autodeterminarse. Y claro, eso no sale gratis. Entre articulistas, opinadores e internautas de la derecha y la derecha extrema me han puesto de vuelta y media.

Sobre lo que sí he reflexionado mucho es sobre qué ha aportado mi condición de negro y mi militancia política a mi entorno. A mí individualmente, como experiencia, me ha servido para crecer y aprender. Pero no sé si ha aportado tanto a nuestra comunidad, más allá de lo que puedan ser la representación y la visibilidad, que están bien pero no bastan. Creo que, ya que nos estamos repensando comunitariamente, construyendo y conformando entre todas la “comunidad negra”, y en esos habéis ayudado mucho las nuevas generaciones, es fundamental que dispongamos de una agenda política propia para evitar la instrumentalización de nuestros objetivos, reivindicaciones y luchas, especialmente por parte de los partidos de izquierda.

Estás inmerso en CNAAE, eres coordinador en Mallorca, ¿te ha rejuvenecido encontrarte con tantos hermanos, hermanas y hermanes tan diversos y de tantos territorios distintos del Estado?
Lo que me ha hecho, y creo que también a mucha otra gente, es impulsar, amplificar, aumentar la vitalidad, el optimismo y la esperanza. Por primera vez en mi vida tengo una sensación muy potente de pertenencia a algo en construcción, que es una comunidad. Ese es el mejor legado que le podemos hacer a las generaciones que suben, saber que forman parte de una comunidad.

¿Qué reivindicaciones son ahora mismo fundamentales desde CNAAE, cuáles los puntos innegociables?
Una cosa interesante es que distingamos dos ámbitos de actuación: el del empoderamiento y la mejora de las condiciones materiales y de vida de nuestra comunidad (Ley de Extranjería, empadronamientos, etc.) y la conciliación con un marco más amplio como es la africanidad. Estas cosas estaría bien tenerlas identificadas porque tenemos que operar en ambos ejes.

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Eres aliado feminista, algo que no es fácil encontrar entre los hombres y menos aún entre los hombres negros. ¿Qué es para ti el feminismo de las mujeres negras y cómo te encuentras tú ahí?
Creo que esa historia tenemos que volver a trenzarla. Yo diría, en todo caso, “la voz de emancipación de las mujeres negras” y creo que es una de las voces fundadoras de nuestra realidad como colectivo reivindicante. No podemos renunciar ni dar la espalda a ese torrente generador tan potente como es la voz, la lucha y la exigencia emancipatoria de las mujeres negras, porque es nuestra. Es nuestra de principio a fin, nos fundamenta. Nacemos también de ahí como movimiento, en todos lados. Me siento profundamente comprometido con eso.

Pero es verdad que es un aprendizaje. El tío Justo Bolekia dijo en la Mesa “Herencia y Legado” del Encuentro de octubre de 2020 de CNAAE que “tenemos que aprender a ser negros” y a mí eso se me quedó clavado. Es verdad, necesitamos reaprender a conectar con esas voces y ese conocimiento que se nos ha cortocircuitado y creo que muchas veces cierta incomprensión que puede haber de los hombres negros hacia la voz de las mujeres tiene que ver con ese cortocircuito por el que hemos olvidado ciertas cosas que merecen ser recuperadas y reapropiadas. Eso es fundamental.

Eres una persona bastante activa en redes, ¿crees que el activismo en redes sirve?
Sirve bien utilizado, pero no puede ser solo en redes. Las redes tienen que ser un apoyo. Sirven para amplificar el mensaje, movilizar y demás, pero no puede ser la base de la acción.

Una de las cosas que me preocupa especialmente con nuestro movimiento afro en general es que caigamos en un exceso de esteticismo de redes, pero sin base política, porque eso nos debilita.

También me preocupa eso de que “lo afro se esté poniendo de moda”. El mercado es muy hábil y lo coloniza todo rápidamente, también es parte del sistema inmunitario de la blanquitud. Hay un cierto peligro de que nuestras reivindicaciones acaben convertidas en un producto más de consumo, sin capacidad de incidencia ni de transformación, pasando a ser simplemente una tendencia más.

Poder distinguir esas trampas será fundamental.

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