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Aprender ¿cuándo?: Los ritmos
En este más o menos largo camino educativo, cabe otro estigma, que son los tiempos. ¿De dónde sale esa prisa por que acabemos la ESO, la FP, el bachillerato, la carrera o lo que sea en unos plazos determinados? ¿A qué responden esos ritmos?Tal como está el panorama, la mayoría no podemos estar eternamente estudiando, necesitamos currar para vivir. Nuestros padres, con mayor o menor esfuerzo, pueden mantenernos unos años más . O no. Podemos intentar currar para financiarnos los estudios pero, como decíamos, cada vez es más difícil estudiar y trabajar a la vez.
Por otra parte, desde arriba entienden la educación como formación de mano de obra, como una inversión en la que el beneficio será para las empresas para las que curremos después. Una inversión que hace cada empresa por su cuenta o el Estado en función de intereses empresariales más generales, como contábamos en la primera parte.
Hay normativas de permanencia que impiden que prolonguemos los estudios (en caso de que podamos): en la universidad establecen un número mínimo de créditos matriculados por año, puedes repetir una asignatura que suspendas solo un determinado numero de veces (y cada vez son más caras), etc. Lo mismo a la hora de repetir curso en secundaria y bachillerato. También hay trabas, tanto burocráticas como sociales, para reengancharse a los estudios cuando se han dejado, o si no se consigue terminar la ESO por los cauces habituales: la educación para adultos, bachilleratos nocturnos o a distancia y demás son algo bastante escaso, y muchas veces desconocido ya que se publicita poco.
Las normativas sirven para quitarse de en medio a aquellos estudiantes con los que esa inversión en formación no parece que vaya a ser rentable. Porque total, para currar de camarero o teleoperador vale cualquiera, y para eso no hace falta malgastar tiempo y recursos
Todo esto difícilmente se puede justificar con criterios pedagógicos. Más bien lo que indica es que hay prisa por que adquiramos los conocimientos básicos, en una u otra área, para ponernos a trabajar lo antes posible. O para quitarse de en medio a aquellos con los que esa inversión en formación no parece que vaya a ser rentable: es más cómodo decir “tú no vales” que adaptarse a los diferentes ritmos y circunstancias de vida de las personas, es más rentable excluir de la educación a los “rezagados” que invertir recursos en hacer de la educación algo adaptado a las distintas necesidades e inquietudes. Porque total, para currar de camarero o teleoperador vale cualquiera, y para eso no hace falta malgastar tiempo y recursos.
Además, hace ya años que se acabó eso de poder ponerte a currar a los 16 en la construcción o en un taller y tener un coche nuevo al poco tiempo, mientras los pringaos que seguían estudiando dependían de la paga de sus papis (“¿qué puede salir mal?”, es lo que les vendían entonces).
Si antes el estudiar o trabajar se podía camuflar más fácilmente como una elección personal, cada vez es más evidente que es un filtro, un filtro que por cierto no funciona al azar: los estudiantes en la universidad son por lo general de piel más clara y menos pobres que los de un instituto público cualquiera. Ese filtro no es siempre explícito, no siempre hay alguien que diga “tu sí” y “tu no” como al hacer la selectividad, pero el sistema educativo ya se encargará de quitarle las ganas y las expectativas de estudiar a quien no se adapte al modelo y a las formas.
Hace ya años que se acabó eso de poder ponerte a currar a los 16 en la construcción o en un taller y tener un coche nuevo al poco tiempo, mientras los pringaos que seguían estudiando dependían de la paga de sus papisPor otro lado, el tiempo es el Gran Medidor del Rendimiento (habitualmente del rendimiento de los demás), e indica lo que valemos las personas en este sistema (y nos causa una ansiedad descontrolada). De paso se aseguran de que pasemos el menor tiempo posible entre una clase y otra para que no nos descarriemos. Visto así, no es solo que necesitemos trabajar, es que ellos necesitan que nos pongamos a trabajar. Y cuanto antes mejor, no vaya a ser que nos de tiempo a pensárnoslo demasiado y busquemos otras opciones de vida más allá de trabajar para algún capullo...
Aprender ¿cuándo?: El reloj
Hemos hablado del “cuándo” en relación a los ritmos, como a vista de pájaro: lo que tardamos en terminar la ESO, el bachillerato, la carrera… Pero hay otro “cuándo” más cotidiano: el del día a día, el de los horarios.
Por un lado, ya comentamos en el anterior artículo las molestias que supone la asistencia obligatoria a clase desde el plan Bolonia y como nos van moldeando metiéndonos ese “currículum oculto”. Levantar la mano en clase cuando leen tu nombre o firmar la hoja de asistencia en clase es muy similar a fichar en el trabajo, y es lo que muchas veces se busca que aprendamos con ese simple gesto inconsciente: a cumplir con el horario impuesto o a asumir consecuencias en caso de no cumplirlo. La disciplina será menos rígida según el profe, y lo que puedes perder es como mucho una asignatura (y no el sueldo con el que vives), pero la idea es que vayas cogiendo la dinámica, que te vayas acostumbrando.
Firmar la hoja de asistencia en clase es muy similar a fichar en el trabajo, y es lo que muchas veces se busca que aprendamos con ese simple gesto inconsciente: a cumplir con un horario impuestoHay algo bastante curioso, y es que los estudiantes no tenemos una jornada “laboral” definida. Tenemos un horario para las clases, pero eso no cubre el total del tiempo que tenemos que dedicar a los estudios. Deberes para casa primero, trabajos y prácticas cuando somos más mayores (¿acaso no es lo mismo?), estudiar para exámenes siempre, siempre…
Y por supuesto cada vez más, sobre todo en la universidad, la necesidad de estar siempre atento, siempre conectado, a ver qué apuntes nuevos han subido a no se qué plataforma o han enviado por correo electrónico. Esto al menos no era tan así antes de que existiera el jodido campus virtual y sus “entregas antes de las 23:59”. Como quien tiene que estar 24 horas, 7 días a la semana pendiente de su móvil de empresa o como aquel al que su jefe le sugiere amistosamente que se lleve el trabajo que no ha terminado a casa o se quede unas horitas más que ya veremos luego si se pagan.
Estas cosas, que se dan por obvias en primaria y secundaria son más explicitas en la universidad. Los créditos ECT de las carreras indican un determinado volumen de trabajo, del que las horas de asistencia a clase son solo una pequeña parte (obligatoria, sin embargo). No queremos decir que todo tengan que ser clases magistrales (¡socorro!) y nos lo den mascado. En todo aprendizaje hay mucho de esfuerzo personal y de práctica, también de debate y actividad colectiva. Y hasta podemos disfrutar haciendo algún trabajo cuando se nos deja margen para desarrollar nuestras inquietudes a través de ellos, o incluso con algunas lecturas obligatorias (qué queréis que os diga, a mí El Árbol de la Ciencia de Baroja me flipó).
Algunas de nosotras metemos mucho menos tiempo del que se supone (seremos más listas o simplemente más vagas), otras metemos más (seremos más responsables, más perfeccionistas o más lentas). Siempre con distintos resultados, claro. La mayoría tenemos nuestras formas de lidiar con ello: buscamos resúmenes, algunos nos saltamos clases, compartimos apuntes, nos repartimos el trabajo, nos ayudamos… Y no es que no queramos aprender (a lo mejor hay quién no, habría que ver quién le quitó las ganas).
A veces hasta podemos disfrutar haciendo algún trabajo (cuando se nos deja margen para desarrollar nuestras inquietudes a través de ellos) o incluso con algunas lecturas obligatoriasLa cuestión es hasta qué punto estamos dispuestos a que nuestra vida estudiantil colonice la mayor parte de nuestro tiempo y acapare nuestra energía y atención, cuando tenemos también otras responsabilidades (familiares, laborales, etc) y otros deseos, vaya: aficiones y amigos, militancia estudiantil o en cualquier movimiento social… Cosas que, por cierto, nos aportan muchas veces aprendizajes que jamás se podrían dar dentro de un aula. Ivan Illich decía que el aprendizaje en la escuela se pervierte cuando la escuela decide que solo se puede aprender a través de ella, a su manera.
Aprendamos otras cosas
Si decimos todo esto, no es por desmoralizar. Es porque ante algo que no nos gusta, no somos de quedarnos de brazos cruzados sino de lanzar preguntas: ¿por qué esto es así? ¿qué hacemos para cambiarlo?El movimiento estudiantil se ha centrado en pedir educación gratuita (aunque ya no se oye tanto). Desde luego hay que seguir por ese camino. Pero también puede estar bien además pensar cual sería el siguiente paso, o replantearnos algunas de las cosas que se han dicho hasta ahora. Todos conocemos esas quejas de que “somos la generación más preparada de la historia” o “con dos másters y trabajando en el Burger King”. Porque si no mereces currar en un Burger King es porque nadie se merece esas condiciones de trabajo ni ese suelto de miseria. No porque tengas (o tengamos) dos másters, no porque seas mejor que el resto.
Porque replantearnos el tipo de “privilegio” que supone estudiar no nos tiene que hacer fingir que no existen diferencias sociales entre quien no tiene ni la ESO y quien tiene dos carreras, sino tratar de juntarnos contra los verdaderos privilegiados, aquellos que se lucran del trabajo de ambos y deciden qué se estudia y cómo. Y de qué trabajaremos, cómo será, cuanto cobraremos, etc.
La cuestión es hasta qué punto estamos dispuestos a que nuestra vida estudiantil colonice la mayor parte de nuestro tiempo y acapare nuestra energía y atención, cuando tenemos también otras responsabilidades (familiares, laborales, etc) y otros deseos, vaya
Además, es obvio que la educación gratuita y el acceso universal sería solo uno de los muchos pasos que habría que dar si queremos una transformación integral. No es nuestra intención sacar una conclusión ahora, ni es nuestra labor hacerlo solos, pero si podemos lanzar algunas ideas.
Viendo que los estudios absorben gran parte de nuestro tiempo y son a menudo incompatibles con otras obligaciones y deseos, ¿por qué no reducimos la jornada estudiantil para permitir otros ritmos? Un día menos a la semana, por ejemplo. O menos horas cada día si hay que seguir estudiando en casa. Esto quizás supondría alargar un año las carreras, y habría que poner los medios para que eso no supusiera que solo puedan seguir estudiando quienes puedan ser mantenidos por sus padres.
Yendo más allá ¿por qué no, directamente, que paguen por estudiar a los que lo necesitan? ¿o a todos? Quizás suena un poco loco, pero en otros países se hace, y las becas, cada vez más difíciles de obtener, son en cierto sentido algo así, aunque sin duda insuficiente (si calculas los €/hora habría que hablar más bien de céntimos por hora). Una medida así rompería la barrera del acceso. Pero habría que ver cómo se lleva en la práctica sin que nos salga el tiro por la culata: que suponga precisamente imponer más aun la lógica del trabajo asalariado a los estudios, añadiéndoles un extra de disciplina, de control, de exigencia en cuanto a ritmos y resultados...
La otra opción, mejor quizás, sería que la universidad fuera totalmente gratis. ¿Imposible, eh? Pues en Andalucía lo es. Asignatura que apruebas, asignatura gratis (VOX ha votado en contra de que siga siendo así).
¿Por qué no reducimos la jornada estudiantil para permitir otros ritmos? Un día menos a la semana, por ejemplo. O menos horas cada día si hay que seguir estudiando en casaPor supuesto, también está la cuestión de los contenidos. Desde pequeños (y cada vez desde más pequeños), el contenido que se nos transmite está más orientado al mercado, tenemos el caso de la educación financiera que quieren meter en los colegios o el hecho de que primen las carreras e investigaciones que tienen una rentabilidad clara e inmediata frente a otras cuya utilidad es menos monetizable (pero cuyo valor es igual de alto). ¿Cómo abordamos esto?
El caso es que, ya paguemos, sea gratis o nos paguen, gran parte de los contenidos de ahora (y los que van metiendo) nunca servirán a las necesidades sociales. Paulo Freire decía que la clase dominante sabe de la importancia de la educación y no van a permitir en ella las herramientas críticas para que pongamos en cuestión su posición de privilegio o nos volvamos conscientes de nuestra realidad (pero tampoco es todo malo en la educación actual, es una pelea constante entre intereses contrarios). Este es un punto de inflexión ¿de verdad podemos cambiar la educación pública? De momento quizás necesitamos alguna forma de influir en ella. Y en nuestros compañeros.
Los cambios no nos lloverán del cielo, y debemos empezar a luchar colectivamente por ellos desde ya. El movimiento estudiantil está dormido. Pero precisamente porque no tenemos la amenaza inmediata de una nueva reforma mercantilizadora como fue la LOMCE o el 3+2 sobrevolando nuestras cabezas como negras tormentas, podemos plantearnos debates más allá de lo inmediato. Sentarnos entre todas a hablar de qué queremos, de qué podemos hacer para conseguirlo. Quizás luchar por otra educación nos enseñe a luchar por otro tipo de trabajo (y por otro mundo). Quizás poner en marcha otra forma de aprender (y enseñar) entre nosotras mismas, al margen de la oficial, nos lleve a imaginar otra forma de trabajo, que no pase porque nadie tenga que contratarnos para sobrevivir.
Quizás poner en marcha otra forma de aprender (y enseñar) entre nosotras mismas, al margen de la oficial, nos lleve a imaginar otra forma de trabajo, que no pase porque nadie tenga que contratarnos para sobrevivir
Además de la presión a través de la movilización y de acciones como las huelgas estudiantiles para conseguir cosas concretas, es necesario tener un plan, una propuesta amplia, estructurada, más allá de decir “no” a la mierda que nos cae encima. En este sentido, no está de más hablar con algunos profes y el resto de trabajadoras de nuestros institutos y universidades.
Si ha parecido que aquí los pintamos como los malos de la película, no era la intención. Aunque muchos están cómodos con su situación, otros tantos no. Igual que a nosotras, a ellas el sistema les impone cumplir una función, les adjudica un papel. Pero todas podemos salirnos de la línea y apoyarnos. Sus reivindicaciones muchas veces son solo laborales, o llaman de forma abstracta a defender la educación pública. Pero ¿acaso no son iguales la mayoría de las reivindicaciones del movimientos estudiantil? En un caso y en otro, tiene que ver con el momento que nos han impuesto. Hace unas décadas no se luchaba por un sueldo mejor, sino por el fin del trabajo asalariado.
Desde luego, debemos apoyar su lucha, pero en la distancia corta, en el día a día, tenemos también que buscar alianzas más concretas y otros objetivos. Que la posición de poder que tienen en el aula no nos haga creer que esa posición es natural o que no puede cambiar (pues eso es lo que quiere el sistema que pensemos), que no nos impida el encuentro y tener un proyecto de transformación compartido. Que sea el encuentro y la lucha común lo que les anime a renegar de su posición de poder y de su papel, a reinventarse y a ser cómplices.
Nos vemos pronto (la próxima seremos más breves).
Dadle chance: @el__sacapuntas
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El concepto de la exclusión, como herramienta de calificación, se gestó en las últimas décadas del siglo XX, aunque se haya trabajado dicho termino a través de la década de los 50,60 y 70, no se acuñaría el termino como tal hasta su aparición en 1975, en la obra “Les exclus: un Francais sur dix” (1975) del, por aquel entonces, secretario de acción social en el gobierno de Chirac, Rene Lenoir. En dicha obra, se estimaba que uno de cada diez franceses (Tezanos 1999:52) se encontraba en términos de exclusión social, creando una nueva forma de clasificación social que después se desarrollaría en las siguientes décadas por toda Europa. Así pues, su desarrollo a nivel Europeo, la implantación de dicha jerarquía que permitía acompañar al concepto de “ciudadanía” como garante de derechos, es una simbiosis que permite entender el desarrollo diferenciador de la sociedad Europea a través de las últimas décadas.
El término de la exclusión social permite diferenciar claramente el concepto de pobreza, y se atañe a unos factores, que más adelante trabajaremos, que son difícilmente, sino imposibles, de cuantificar de una forma objetiva. Esto permite crear una confusión social donde los individuos no se identifican en una supuesta diversidad de libre elección. Donde la estabilidad la conceden términos como ciudadanía o clase media. Para esto, y para diferenciar y alejar la exclusión social del termino histórico de pobreza, cuantificable y objetiva, se desarrolla en 1989 en el Programa Europeo de Lucha contra la Pobreza (Tezanos, 1999) una primera incursión del termino en las instituciones Europeas, impulsando un debate que se prolongaría a través de la década de los 90. Dicho debate terminaría construyendo todo un aparato efectivo de inconcreción estructural, donde la exclusión social se torna en “proceso”( Proceso entendido como un conjunto de hechos relacionados entre sí a través del tiempo, pero sin contextualización histórica ni análisis de la responsabilidad del mismo proceso, descifrándolo como una cuestión espontánea y sin solución.) , analizando los rasgos de la exclusión social, pero no las razones.
“la exclusión se define considerando las condiciones de vida recogidos en un conjunto de derechos sociales, políticos, laborales y económicos, característicos del marco del Estado de Bienestar y sancionados en las Constituciones” (Tezanos 1999)
El libro verde y el libro blanco consolidan este trabajo, enfatizando el carácter estructural del “proceso” de exclusión social, argumentando su condición multidimensional, destacando su conexión con la pobreza económica, pero también los niveles y oportunidades educativas, la salud, la discriminación, la ciudadanía y la integración (Hernandez ,2008:23) (Moreno, 2000:52). A su vez, y paralelamente, se desarrolla el concepto de Ciudadanía Europea en el tratado de Maastricht en 1992, que se vincularía en los años próximos con la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, donde los mal llamados excluidos sociales, evidencian el fracaso de la garantía de derechos y del Estado del Bienestar en la Unión Europea. Este proceso binario se desarrolla a través de la historia sistémicamente a todas las sociedades conocidas. Karl Marx decía que el materialismo histórico se fomenta en la lucha de clases (Marx, Engels, 1847:4) y podemos observar que este esquema se repite de una forma cada vez más difuminada en el siglo XXI. El carácter confuso de las políticas neoliberales ejercidas en las últimas décadas en la UE ha favorecido la disolución de la conciencia de clase, permitiendo la proliferación de políticas cada vez más reaccionarias. Estas políticas permiten ocultar el deseo de los individuos a pertenecer a ese amplio abanico jurídico y administrativo que garantiza ser ciudadano, el estar integrado en la sociedad moderna y progresiva, mientras que todo el espectro que contempla la exclusión, solo desea salir de ella.
Esta aceptación condiciona la vida en el dualismo social en el que desarrollamos la participación social, un funcionamiento binario que te permite ser o no ser. Exclusión/inclusión-fracaso/éxito.
“En los países centrales de la actual Unión Europea(…) la crisis de los 70 anuncia allí el fin del orden fordista-keynesiano del pleno empleo y del crecimiento paulatino del Estado del Bienestar, la crisis de ese orden nacional de inclusión pactada en la sociedad neocapitalista” (Jiménez, Luengo, Taberner, 2009)
El concepto de la exclusión social se comienza a referir a esta sociedades postindustriales, donde la marginación realizada por los grupos de dominación, que permiten sugerir hegemónicamente que son procesos estructurales, con carácter multidimensional que abarcan todos los ámbitos de la vida. De cómo se relaciona el individuo con el entorno y con el tejido social. La exclusión social afectaría a los aspectos más fundamentales del individuo: aspecto laboral, económico, social, cultural, político y de salud.
Todo este carácter, se podría resumir en el reconocimiento de la ciudadanía que anhelan los individuos de las sociedades postindustriales. En este propósito analítico de reflexionar en base a que se incluye en la sociedad o se excluye de ella, Subirats (2004;16) determina tres ejes sobre los que basar la integración del individuo. El mercado y/o la utilidad social, la redistribución y las relaciones de reciprocidad. En el marco Europeo todos estos ejes se despliegan en un contexto de mercado liberalizado y a la orden de las transnacionales y los grandes grupos financieros, por lo tanto el eje principal, el mercado, fagocita tanto la redistribución (al menos a nivel institucional) y las relaciones de reciprocidad, marcando los procesos de integración y exclusión. La ciudadanía social que quiere proyectar el marco Europeo solo funciona a nivel retorico y nos conduce hacia la desintegración del tejido social y el crecimiento de la brecha de la desigualdad.
Y no existe un proceso analítico a nivel Europeo que pretenda esclarecer el porqué de esta dinámica excluyente. No existe una práctica social institucional a gran escala que pretenda atajar esta crisis social, esta creación y cronificacion de los grupos subalternos, de los excluidos, de los que no valen o los que están fuera.
Referido a este pensamiento y esta línea de análisis, la tensión teórica es evidente. La pobreza, según las instituciones Europeas, se da en una única dimensión si la perspectiva es unidimensional y focalizada en la pertenencia de riqueza o capacidad acumulativa de capital, y en base a esta reflexión, podremos desarrollar la idea contrapuesta que la exclusión es un concepto complejo que es difícil de acotar en términos teóricos y prácticos. En las sociedades Occidentales y sus colonias, la pobreza es sinónimo de exclusión. Ni más ni menos. Dimensionar a estructuras complejas la crisis social, en capas inconcretas de realidades excluyentes, son mecanismos del capitalismo para enmascarar una realidad que se lleva dando desde la creación de las sociedades modernas y complejas. La pobreza excluye de la participación social, excluye de la comunidad, excluye del bienestar y de los derechos básicos. El mismo sistema capitalista, per se, es excluyente, que se nutre de este ejercito de excluidos para mantener su sistema opresor/productivo afianzado en el resto de la ciudadanía de pleno derecho jurídico, administrativo y sociocultural.
“En este nuevo contexto social, la exclusión no solo implica la reproducción de las desigualdades tradicionales (arriba/abajo) sino que implica “una relación de encontrarse dentro o fuera del sistema social o ámbito en el que ejercen los diversos ámbitos de ciudadanía) (Jiménez, Luengo, Taberner, 2009)
¿Un único individuo es capaz de colocarse fuera de la sociedad? Cuál es el proceso que pueda seguir un individuo para llegar a este punto de ostracismo.
Durante todo este proceso de análisis de la exclusión social por parte de las ciencias sociales, y de muchos analistas (Renes, Tezanos, Gomá…) se ha sugerido que la exclusión social transciende a la pobreza como proceso económico y estanco. Así pues, podemos observar como el imaginario social se va transformando con un carácter diverso totalmente opuesto a lo que pretende la sociedad intercultural. Desde la perspectiva intercultural, el uso de las ciencias sociales como instrumento clasificador y crear grupos de pertenencia bajo criterios socioeconómicos, culminan en procesos de ruptura social, creando diferencias entre estos grupos y desapego entre iguales. Sean pobres, excluidos, parias, esclavos… La pobreza es cuantitativa, objetiva en cada contexto. La exclusión es construcción social de las clases dominantes para continuar rentabilizando sus posiciones privilegiadas. Un elemento necesario para el funcionamiento pleno de las sociedades capitalistas liberales. La perspectiva intercultural, en base a una visión marxista del análisis de la realidad y las condiciones objetivas históricas, se desarrolla para romper esa dinámica y permitir la ruptura de esa máquina diferenciadora y confusa que permite la opresión de los colectivos desfavorecidos
El aprendizaje de los estudios marxistas, es obligatorio para desenmascarar toda la configuración de elementos que pretenden ocultar la reasignación de las clases sociales a través de entes por encima del estado y transnacionales que obligan a reflexionar el uso indiscriminado del excluido como nueva clase social. Como veremos más adelante, esta nueva clase social, dentro de las naciones occidentales, donde la desigualdad cada vez es más evidente y permite la proliferación de la pobreza entre las capas proletarias, permite vislumbrar a todo un grupo, cada vez más mayoritario, de pobres o pobres relativos.
La exclusión social, esta insertada en las sociedades capitalistas, en los medios hegemónicos, en la academia burguesa y en la vida cotidiana. Por lo tanto, hablar de exclusión social, nos acerca a preguntarnos, ¿estar excluido de qué? ¿Del uso de recursos? ¿De las oportunidades? Del trabajo asalariado? Esto permite crear un ilusionario en las masas que permiten excluir o incluir de forma involuntaria. Castel (2014; 24) recalca que los estados capitalista neoliberales repiten a través de sus poderes facticos que hay que trabajar, porque si no, se es un miserable asistido que vive a expensas de los que tienen trabajos remunerados o funcionarios con trabajos estables. Añade que se insinúa en el hecho que los que no disponen de trabajo podrían ser unos “gandules” y no necesitar buscar trabajo nunca. Esto implica, continua, que no se debe ser especialmente exigente con el trabajo en términos de condiciones, retribución laboral y protecciones asociadas al trabajo. Así pues, se desarrolla un pensamiento y un léxico que permite pensar que es mejor un trabajador pobre o empobrecido (de los países del primer mundo) que un “asistido”.
“Estamos confrontados con determinados actores sociales que se apropian y, eventualmente, monopolizan recursos y excluyen otros actores que son por aquellos expropiados y excluidos”( Silva, 2010;110)
Estos “actores sociales” (burguesía) que monopolizan los bienes de producción y conforman la telaraña de dominación y opresión sobre el proletariado, que a través de conceptos neoliberales como ciudadanía, permiten crear una ilusión de participación en las clases populares y permiten una lucha cainita que se ejecuta perfectamente en la dicotomía de la inclusión/exclusión.
El marxismo y el postmarxismo dilucidan que todos los procesos de exclusión se cimientan en la lucha de clases y la sucesiva lucha por controlar los modos de producción de todas las sociedades a lo largo de la historia (Es preciso anotar que la hegemonía capitalista ha sido tal durante toda las fases de acumulación de la historia, dominación feudal, colonial o imperial. Solo la ruptura hegemonica de la irrupción del poder soviético y el modelo socialista pudo cuestionar dicha hegemonía a través de la revolución de Octubre de 1917.) Esto implica, que una vez terminada la guerra fría, donde los modelos socialista-capitalistas pugnaron por la hegemonía económica mundial, el modelo capitalista y su modelo de producción desaforado, determinaron las estructuras de los estados-nación modernas, e incluso superaron estas formas de control y trazaron fases superiores de supestructuras globalizadoras, denominado por Lenin como “Imperialismo”. El imperialismo permite controlar toda la organización político-estatal, jurídica, religiosa, cultura…
Esta lucha confluye históricamente en torno al control de los medios de producción, permitiendo erigir a la clase dominante actual, la burguesía, como clase dominante que ejecutan todo el entramado sistémico de control. Quien domina los medios de producción, domina la vida política y social. Domina la ideología y el discurso. Financia el discurso académico, vanguardia del pensamiento crítico, alejándolo del causante de la exclusión social. Domina las ideas, las doctrinas e incluso el discurso crítico, acaparando tantos los espacios como los lugares, para no permitir la crispación en la idea hegemónica de las sociedades progresistas. Y esta dominación se sustenta en la explotación sistematizada del proletariado, eliminando la conciencia de clase mediante discursos capacitistas, el american dream, la cultura del esfuerzo o los “privilegios” de pertenecer a una ciudadanía concreta.
Por lo tanto, la línea divisoria que discernirá el grupo incluido del grupo excluido, del individuo, residirá en la contradicción entre “miembros de las clases que detienen el control de los medios de producción y miembros de las clases, que desposeídas, tan solo disponen de su fuerza de trabajo para vender en función de su subsistencia” (Silva, 2010; 125)
Y esta línea divisoria es la que permite la relación antagónica entre las distintas clases sociales, y todos los procesos relacionales derivados de las relaciones sociales que se ejecutan diariamente en el proceso productivo capitalista.
Durkheim y Marx acercan posturas en la visión holística del conflicto sistémico y social, pero difieren en la estructura del conflicto.
La base material del marxismo configura la estructura, el conjunto de las fuerzas productivas y de las relaciones que se dan entre las clases sociales. Todas estas relaciones se incluyen dentro de la lucha de clases histórica, donde el conflicto social entre clases define la exclusión social actual.
La concepción marxista de la exclusión social nos indica que los grupos excluidos son aquellos que son más desfavorecidos y vulnerabilizados a los procesos de modernización. Procesos de modernización que se extrapolan a nuestras sociedades ultramodernas occidentales donde el consumo desaforado marca la pauta a seguir. Donde todos los asalariados, bajo la presión de la obtención de la plusvalía a través de la fuerza de trabajo, están en constante flujo entra la inclusión y la exclusión.
“la esclavitud directa es un pivote alrededor del cual gira nuestro actual industrialismo como lo hacen la maquinaria, el crédito, etc. Sin esclavitud no habría algodón, sin algodón no habría industria moderna “(Marx y Engels, 2012)
Por tanto, hablar de esclavitud, o exclusión social, sigue vigente en nuestra sociedad postindustrial. Y es que la perspectiva marxista tiene una ventaja adquirida. La lucha de clases es constante a través de la historia, por lo tanto permite su análisis 150 años después de su concepción. Si bien es cierto que el marxismo se desarrolló bajo una visión estrictamente europea de la realidad, es una herramienta critica de análisis capaz de ver más allá de la realidad subjetiva que percibe cada individuo y que nos sitúa en el análisis más acertado que pueden incluir líneas de interpretación o perspectiva complementarias como es nuestro caso, donde la perspectiva intercultural puede complementar las condiciones objetivas históricas de nuestra época.
Debería ser imprescindible el criterio marxista de la lectura de la exclusión social para el análisis y la explicación de las desigualdades, desmontando las teorías meritocraticas, Autores marxistas como Bowles y Gintis (1976) Althusser (1970) o Bourdieu (1970) refuerzan el uso excluyente del sistema, y más concretamente de las instituciones de aprendizaje, al hablar del principio de la correspondencia, del sistema educativo como sometimiento a la ideología del estado o la violencia simbólica en los contextos de relación entre iguales.
Gramsci, , a su vez, desarrolló toda una tesis de principios fundamentales para el estudio de la exclusión social antes de que esta se denominara como tal, incluyendo ya en los estudios gramscianos posteriores categorías conceptuales como hegemonía, clases o grupos subalternos, subordinados… dando pie a la perspectiva intercultural actual que bebe de la sociedad intercultural que sugería Gramsci en sus notas de la cárcel (Los 32 Cuadernos de cárcel contienen reflexiones y apuntes elaborados durante su reclusión y se iniciaron el 8 de febrero de 1929. Estos cuadernos están considerados como una de las obras principales del marxismo y fundamental para entender los estudios interculturales posteriores).
Es nuestro trabajo por lo tanto, y siguiendo el criterio gramsciano, cuestionar la homogeneización de las ideas, cuestionar la hipertrofia de las diferencias y la formación de colectivos sociales desfavorecidos, como es el caso de los excluidos/incluidos, en función de su clase. Combatir el clasismo como herramienta ultima de diferenciación social. La comunidad no debe legitimizar procesos excluyentes ni fomentar la desigualdad social, denunciando y analizando esos mecanismos que perpetúan estas inercias excluyentes.
Poner en cuestión los privilegios de los grupos dominantes y las desventajas de los colectivos desfavorecidos, cuestionando la falacia de la igualdad de oportunidades de nuestra sociedad meritocratica y competitiva, idea hegemónica de nuestra sociedad capitalista. El cuestionamiento de lo “natural”, de lo “random”, cambiando el enfoque tradicional de la mirada educativa y social para transformar una sociedad que hace suya las propias ideas de la clase dominante, reflexionando y reimaginando lo ideal.
Finalmente, que la diversidad de individuos y colectivos, sin deformar la idea de la diversidad para permitir la ruptura del tejido social con inconcreciones teóricas y prácticas, permitiendo la cooperación y la colaboración entre los individuos para desenmascarar la exclusión social y señalar las desigualdades sociales, consecuencia directa de la pobreza , tan intrínsecas de la sociedad capitalista.