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Literatura
Nuria Sánchez Madrid y la escucha del pensamiento
Nuria Sánchez Madrid nos ofrece un libro sobre el pensamiento social en la Edad de Plata de la cultura española. La obra se titula La música callada y la alusión al Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz convoca dos significados que considero importantes para comprender el libro.
El primer significado responde a la experiencia poetizada por el de Fontiveros. Leámosla en la estrofa en que se refiere a la música callada y acompañémosla de la que le antecede.
Mi amado, las montañas, / Los valles solitarios nemorosos, / las ínsulas extrañas, / los ríos sonorosos, / el silbo de los aires amorosos, / la noche sosegada, / en par de los levantes de la aurora, / la música callada, / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora.
La obra La música callada nos explica, con afectos, conceptos y perceptos, la experiencia que una filósofa tiene ante un pensamiento que ya existe, pero que no impregna nuestra tradición, porque no nos habla como tal pensamiento y por tanto no podemos escucharlo. O, mejor dicho, no sabemos escuchar lo que nos dice en cuanto pensamiento. Primer movimiento de este libro: nos enseña a atender mejor.
'La música callada' nos explica, con afectos, conceptos y perceptos, la experiencia que una filósofa tiene ante un pensamiento que ya existe, pero que no impregna nuestra tradición
Y aquí entra el segundo significado, el cual está implicado en el lenguaje con el que San Juan de la Cruz dialoga con la geografía, cuyo sentido rescata en su poema. El pensamiento se encuentra encarnado en la prosa del mundo, en acciones y palabras que no merecen la consideración de filosofía, pero que articulan principios filosóficos fundamentales, los mismos que intelectualmente la autora se encuentra persiguiendo en la aparente banalidad de la noche sosegada de la Edad de Plata. Como escribía Merleau-Ponty, “la gran prosa es el arte de captar un sentido que hasta entonces no había sido objetivado y volverlo accesible a todos aquellos que hablan una misma lengua”.
Sánchez Madrid alterna en este libro entre esos dos significados absolutamente implicados: resarce un pensamiento; y tiene la aptitud de salir a buscarlo en lo aparentemente modesto de significado teórico.
Nuria localiza este referente donde bastantes, al menos en los departamentos de filosofía, no lo esperan: en discusiones sobre qué es ser español, qué es una crisis, qué es ser un pueblo, cómo dirigirlo y cómo entender la voz de las mujeres.
Quiero señalar dos elementos de cómo cumple la prosa de Nuria esa tarea.
El primer elemento es el cuidado con el que la obra describe las ínsulas extrañas y el intento por escuchar con paciencia a quienes hablan en ellas, evitando proyectar en esas lenguas la gramática de la profesora Sánchez Madrid, la gramática de Nuria, la nuestra. Lo cual supone recoger las voces conocidas, pero también convocar a otras, muy a menudo ignoradas: Unamuno y Concepción Arenal acerca de la crisis del 98, Ortega pero también Valentín Amarall y Joaquín Costa; por supuesto, María Zambrano pero sin olvidar a Luisa Carnés y su fabulosa descripción de las subjetividades femeninas y proletarias.
Esta restitución de la polifonía del coro de la época, convocando al proscenio a voces inesperadas, tiene un efecto subversivo. Para quien se ha educado en el Canon se diría que casi de aplanamiento, porque se encuentra convencido de que ha elegido escuchar únicamente a los grandes tenores y a las grandes sopranos: los grandes filósofos, los novelistas consagrados, nuestro filósofo-poeta Machado, María Zambrano… desde esa convicción se puede fruncir el ceño ante la apertura propuesta por Nuria.
Pero no hay aplanamiento, por ejemplo, cuando leemos al Ortega de España invertebrada en diálogo con el historiador Pere Bosch i Gimpera; más bien comprendemos lo caprichoso que es un Canon que prioriza la forma filosófica y se deja deslumbrar por el carisma de esta, ignorando toda la ideología, la mala ideología, con la que trabaja Ortega en su laboratorio filosófico. Y el resultado es sorprendente porque Ortega acaba apareciendo como alguien que no se encuentra a la altura de su mejor yo filosófico: Ortega no está a la altura de Ortega.
Me explico. Ambos autores, Ortega y Bosch i Gimpera, defienden la complejidad de España, pero Bosch i Gimpera se deja ilustrar por una historia menos imaginada que la de Ortega, lo cual vuelve al meditador del Escorial selectivamente miope ante levantes de la aurora que no sean los propios. La profesora Sánchez Madrid explica que la razón histórica de Ortega es un excelente paradigma filosófico, a condición de que uno se tome en serio las tareas de investigación que nos exige antes de abrir la boca; si Ortega hubiera estado a la altura de su programa teórico, tendríamos una España invertebrada menos atrapada por los mitos de la Castilla noventayochista y más cercana al federalismo de Pi i Margall.
Por tanto, no hay aplanamiento, sino escucha atenta. Y esta advierte silbos que pasaban inadvertidos. Ampliar la escucha tiene ya un efecto político en la medida en que es un efecto teóricamente justo: precisamente porque demuestra los principios ocultos con los que jerarquizamos las voces y la espantosa merma de atención que ello supone.
Este primer ordenamiento intelectual no evita los juicios, aunque por sí solo ya supone un vibrante ejercicio de subversión enraizada. Más allá de mostrarnos la importancia de voces silenciadas ―y ya es mucho―, Nuria juzga. Pero tales juicios obedecen a un dispositivo muy específico y que también me resulta ejemplar.
Voy a un pasaje del texto, un momento raro en que se explicitan los afectos de la profesora Sánchez Madrid. Es en la página 56, donde se lee a Nuria lo siguiente: “Una se queda sin palabras”. Se queda sin palabras como efecto de la lectura que Azorín propone de la cervantina La fuerza de la sangre, en la cual la violación se enjuaga mediante el matrimonio con uno de los criminales, debidamente presionado por la familia. Azorín solo recuerda la melancólica noche toledana donde se desarrolla la violación (y su posterior componenda familiar). El escritor se recrea y enamora en el sonido del Tajo, sin dejar que lo alteren los ecos de la humillación cometida y el no menos degradante acuerdo posterior.
En este libro se juzga sin imponer a lo juzgado un pertrecho político, el de Nuria, el nuestro, que en el momento resultaba inaccesible
Cuando dice “una se queda sin palabras”, no es solo la intimidad de Nuria la que se subleva y la deja afónica; también, pero lo interesante es una intimidad que se ha templado en el yunque de la investigación. Es en la propia realidad cervantina donde ya se escuchaban otras voces: por ejemplo, en la pluma de María de Zayas, quien propone otra agencia femenina y convierte a la humillada en vengadora. Se lee en la segunda de sus Novelas amorosas y ejemplares.
Llamo la atención sobre cómo se evita así el moralismo, que es el inevitable resultado de solicitar a los actores reacciones anacrónicas, porque no se encuentran a su disposición. Que Nuria exigiera su sensibilidad feminista a Cervantes/Azorín sería como endilgarle una metralleta al dios Ares. No: leyendo a Zayas se demuestra que existía otra apertura de la realidad y que no consistía en perdonar la violación y en blanquearla dentro de los códigos del linaje feudal. El “canon literario castizo”, propuesto por Unamuno y seguido por Azorín, no queda así refutado completamente ―tiene, se lee en la página 57, “brillantes aciertos”―, pero aparece lastrado por el “eclipse epistémico” de ríos que sonaban con otros acordes importantísimos.
Para acabar con esta breve presentación, dos son así las lecciones de esta lectura de la prosa del mundo de nuestra Edad de Plata. En primer lugar, ampliar el radio de lo que se escucha. En segundo, íntimamente unido al efecto que esa apertura nos propone, permitirnos, pero también exigirnos, juicios circunstanciados y ajustados a lo que era posible ―sobre España, sobre la violencia a las mujeres―. Se juzga sin imponer a lo juzgado un pertrecho político, el de Nuria, el nuestro, que en el momento resultaba inaccesible.
No sabría elogiar lo suficiente ese doble movimiento: discusión del Canon y elaboración filosofía política radicada en lo real. Elogiarlo como referente de la práctica de la filosofía social y como inspiración de cualquier política en la que se especifique mínimamente la reforma intelectual y moral.
La música callada podría recrear otro estilo de filosofar, lo cual supondría cambiar el menú que se sirve en bastante de nuestra filosofía académica.
(Este texto lo leí en la presentación de la obra La música callada. El pensamiento social en la Edad de Plata española (1868-1936), Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2023. En el acto, celebrado en la Librería Meta de Madrid el 16 de enero de este año, participó también, además de la autora, Santiago Alba Rico)