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El compromiso irrenunciable de la filosofía de Theodor W. Adorno con lo negativo ha sido siempre una poderosa fuente de atracción para las perspectivas antiautoritarias. Lo confesaba Fernando Balius en una reseña sobre una novela de Octavia Butler en El Salto. Lo muestra también el personaje de Fabien, interpretado por Roman Kolinka, en la película El porvenir (Mia Hansen-Løve, 2016). Lo vivió el propio Adorno con aquellos de sus estudiantes que lideraban el movimiento antiautoritario alemán a finales de los años sesenta y que partían de su teoría crítica para exigir una acción política que iba más allá de las posiciones que él mismo estaba dispuesto a asumir. En un sentido quizá no tan lejano a lo ocurrido con la filosofía hegeliana en los círculos intelectuales prusianos tras la muerte de Hegel, y probablemente aún hoy, la filosofía de Adorno contiene un principio crítico que la impulsa más allá de sí misma no solo en términos de potencial de radicalización, sino también de vigencia.
Por eso puede publicarse en 2020 una conferencia impartida en 1967 en la Universidad de Austria, por invitación de la Asociación de Estudiantes Socialistas, y que parezca un texto confeccionado para explicar el auge de la extrema derecha en la última década. Aunque nunca constituyó una corriente que ejerciera una influencia comparable a la de Louis Althusser, por ejemplo, su interpretación y actualización de la obra de Marx late reconocible en buena parte de la crítica de la economía política contemporánea más valiosa. Una cuyos orígenes hay que situar precisamente entre sus propios discípulos en Alemania en los años sesenta. Probablemente es también por eso por lo que hoy Adorno es una figura destacada entre los intereses de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, donde se organizan seminarios autogestionados por el propio estudiantado para leer y discutir colectivamente Dialéctica negativa. A cualquiera que se haya asomado a las densas, y en ocasiones oscuras, páginas de esta obra es difícil que esto no le cause admiración. La docencia de Jordi Maiso, autor del libro que se reseña aquí, tiene una importante parte de responsabilidad en ello y no es de extrañar que convoque un número inusual de alumnos y alumnas de grado a sus ponencias en los seminarios de doctorado que se organizan en la facultad.
La condición necesaria para comprender la obra de Adorno pasa por reconocer la distancia histórica que nos separa de él y situar esos posicionamientos en unas coordenadas epocales que ya no son las nuestras
Desde la vida dañada. La teoría crítica de Theodor W. Adorno (Madrid, Siglo XXI, 2022) es una monografía que condensa gran parte de la minuciosa y amplísima investigación de Maiso, desde su tesis doctoral hasta convertirse en uno de los especialistas en la obra de Adorno más destacados, no solamente en España. Para ello primero ha tenido que desbrozar el terreno de la recepción de su pensamiento en nuestro país y liberar la filosofía de Adorno de algunas de las etiquetas que las sucesivas generaciones de lo que se ha dado en llamar la Escuela de Frankfurt habían ido colocando sobre ella. Durante mucho tiempo fue común asociar a Adorno con una defensa esteticista de la alta cultura frente a la cultura de masas, o interpretar sus críticas al carácter capitalista de la modernidad como una suerte de pesimismo, no solo con respecto al potencial de la razón en abstracto, sino también de su impulso político emancipador. Lo cual implicaba también una condena al particular ostracismo que se reserva a las figuras canonizadas como un perro muerto. Algo que describió con precisión el propio Adorno hablando de Hegel: «pese al reconocimiento de que puedan ser objeto, se enfrentan sus ideas desde la dudosa fortuna de vivir después y con la pretensión de señalar soberanamente al muerto su puesto y así colocarse en cierto sentido por encima de él». El problema de los entierros prematuros es, como dice Maiso, que la realidad es tozuda y la obra de Adorno parece resistir el paso del tiempo mejor que los planteamientos de alguno de sus enterradores.
Este es el punto de partida del libro. No obstante, con un estilo fiel al propio proceder de Adorno, al mismo tiempo que reivindica la vigencia de su pensamiento, Maiso introduce un importante aviso a navegantes. Por más que su lucidez y su extraordinaria capacidad para detectar e interpretar lógicas subyacentes a la realidad social tengan como resultado esa fuerza con la que aún nos interpelan sus planteamientos, cincuenta años después de su muerte, la condición necesaria para comprender la obra de Adorno pasa por reconocer la distancia histórica que nos separa de él y situar esos posicionamientos en unas coordenadas epocales que ya no son las nuestras. Solo así puede captarse adecuadamente el potencial crítico de su diagnóstico y evitar algunos de los malentendidos que han pesado sobre él. Y esto tanto por quienes han interpretado su máxima de no participar [nicht mitmachen] como una suerte de corolario práctico de una filosofía esencialmente aporética y resignada, como por quienes, atraídos por la fuerza de esa afirmación de la resistencia y ese rechazo a cualquier compromiso con una realidad no emancipada, pueden verse llevados a trasladar abstractamente sus ideas a la actualidad.
Por eso la primera parte del libro está dedicada a reconstruir el sentido de la reflexión adorniana a partir del hecho decisivo de su experiencia histórica: la clausura del horizonte que dibujaban las promesas emancipadoras implícitas en los grandes conceptos de la filosofía burguesa y la derrota del movimiento obrero de masas que trató de realizarlas. El objetivo fundamental de Maiso es mostrar por qué las acusaciones de pesimismo y resignación atribuyen al autor aquello de lo que quiere dar cuenta. Ello le lleva a desgranar, en el segundo capítulo, el modo en que afectan Auschwitz y la integración del proletariado en aquella sociedad que debía transformar de manera radical sus consideraciones sobre la tarea del intelectual crítico, el papel que debe jugar en la emancipación el arte político o cuál debe ser la relación de la teoría con la acción política transformadora. Si el topónimo del campo de concentración supone la culminación de una barbarie que ya no permite ningún tipo de confianza sobre el carácter progresista de la historia, la nueva situación de la clase trabajadora exige plantearse nuevamente, sin comodidades épicas o nostálgicas, la pregunta por el sujeto revolucionario.
Asimismo, Maiso dedica un importante tercer capítulo a aclarar el sentido de un libro de Adorno particularmente complejo de interpretar. Dialéctica de la Ilustración, escrito a cuatro manos con Max Horkheimer, ha sido leído durante mucho tiempo como una filosofía negativa de la historia que acaba por asociar razón y dominación. También se ha interpretado como un alejamiento de la crítica del capitalismo en favor de otras más filosóficas, como la crítica a la dominación de la naturaleza o a la razón instrumental. Maiso pone de relieve cómo el esfuerzo de Adorno y Horkheimer está encaminado más bien a revisar y ampliar el diagnóstico marxiano que a renunciar a las aportaciones de la crítica de la economía política. El triunfo de la barbarie no solo reclamaba revisar ese optimismo asociado a la idea de modernización y al desarrollo de las fuerzas productivas, también exigía estudiar en detalle los efectos que tiene para la subjetividad asumir la lógica sacrificial vinculada a la reproducción social de los individuos en condiciones capitalistas. Explicar la manera en la que la interiorización de la violencia estructural que exige sobrevivir en esta sociedad, así como la sublimación del propio sufrimiento que ello comporta, se convierten en indiferencia hacia el sufrimiento de los demás, incluso aquel que podemos provocar nosotros mismos, es seguramente una de las aportaciones de Adorno más fructíferas a la hora de abordar psicosocialmente el fascismo.
La segunda parte de Desde la vida dañada está dedicada precisamente a exponer las contribuciones de Adorno como crítico de la sociedad capitalista, particularmente en su forma posliberal. Esto significa atender a las transformaciones sociales que aún constituyen en buena medida la base del mundo en el cual nos ha tocado luchar. También en este caso una de las virtudes del esfuerzo de Adorno consiste en la capacidad de conectar las tendencias estructurales de la sociedad y los efectos que ello tiene en la constitución de los sujetos. Maiso pone esto de relieve al ordenar el análisis adorniano en torno a dos conceptos fundamentales: el proceso de integración social capitalista y la aniquilación del individuo.
Explicar la manera en la que la interiorización de la violencia estructural que exige sobrevivir en esta sociedad se convierte en indiferencia hacia el sufrimiento de los demás es seguramente una de las aportaciones de Adorno más fructíferas a la hora de abordar psicosocialmente el fascismo
El primer concepto permite explicar en detalle cómo el periodo de los llamados milagros económicos de posguerra, al que Maiso apunta con lucidez que tras décadas de neoliberalismo quizá se mira con demasiada benevolencia, supuso lógicas de centralización y estandarización que sometían cada vez más la organización de la sociedad a los requisitos que imponía la reproducción ampliada de capital, generando así una suerte de inercia sistémica cada vez más autonomizada de los propios individuos. Cuanto más depende la propia vida de los mecanismos que han sido dispuestos para sostener la producción y apropiación constante y creciente de beneficio, más difícil resulta transformar la estructura de relaciones sociales que la sostiene. Para entender este proceso resulta también clave comprender que un concepto tan extendido como el de industria cultural no remite únicamente a una crítica de la cultura de masas y las formas de entretenimiento que se han desarrollado a lo largo del siglo XX. Mediante este concepto, Adorno buscaba explicar cómo ese proceso de integración supone la armonización de los ámbitos de la producción y el consumo, y la creciente configuración del llamado tiempo libre como la contracara del tiempo de trabajo. No un tiempo liberado del trabajo, sino un tiempo cada vez más sometido también a las exigencias del modelo productivo. La creciente centralidad de lo que Maiso denomina la inclusión social a través del consumo tiene efectos determinantes en la constitución de los sujetos, en la medida en que los somete a un proceso de homologación y funcionalización restringido a las figuras del empleado y el cliente, el productor y el consumidor, adaptando cada vez más sus propias disposiciones vitales a las necesidades de la economía.
Esto es lo que está detrás del ocaso de la figura del individuo burgués como modelo de sujeto autónomo. En un entramado social donde las personas se ven cada vez más reducidas a un engranaje del sistema de producción de mercancías, difícilmente puede seguir sosteniéndose la aspiración del individuo libre con capacidad para desarrollar su propia trayectoria vital. Esto no quiere decir que con ello desaparezcan algunos de sus rasgos más negativos. Como plantea Maiso, a partir de los análisis de Adorno, esta creciente dependencia de los imperativos del aparato social recrudece las tendencias a la frialdad y la indiferencia hacia los demás, generalizando formas de conducta cada vez más más crudas y brutales en la lucha por preservar la propia posición social y garantizar la supervivencia. Pero también implica sujetos cada vez más vulnerables a la manipulación ideológica. Las formas de malestar y angustia que esa adaptación produce exigen mecanismos psíquicos de sublimación que conectan los propios anhelos y miedos con las respuestas que se ofrecen como compensación a la impotencia social. Esto es decisivo para comprender la fuerza de determinadas posiciones ideológicas que parecen cada vez más impermeables a la evidencia científica y al desmentido racional. Por eso el libro de Maiso finaliza con un importante y lúcido apartado dedicado a mostrar el rendimiento que se puede extraer todavía hoy de los estudios de Adorno sobre el autoritarismo o el antisemitismo. Sin comprender sobre qué disposiciones subjetivas arraigan los ataques a la democracia por parte de las diferentes formas de extrema derecha que avanzan posiciones en todo el mundo, difícilmente se les podrá hacer frente de forma adecuada.
La importancia de este libro para los estudios académicos sobre Adorno no puede ser soslayada y ha sido destacada en algunas de las presentaciones que se han hecho en los últimos meses. Pero Maiso despliega también a través de Adorno un diagnóstico de ese siglo XX del cual somos herederos y ofrece así una herramienta crítica para la comprensión de la situación a la cual debe enfrentarse hoy la voluntad emancipadora. Si en algo resulta con ello fiel al espíritu de Adorno, además de por la precisión y la minuciosidad con la que expone sus planteamientos, es justamente por defender que en eso consiste la filosofía.
Filosofía
La política como salvamento
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Me ha encantado. Muy buen artículo y un ejercicio muy necesario en nuestros tiempos —lo fue en otros pasados también, pero ya no lo podemos arreglar— el de revisar a pensadores como Adorno.