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PRIMERA IMAGEN: la violencia divina
1921. Walter Benjamin publicó su Hacia una crítica de la violencia y nadie le hizo mucho caso. Sólo a partir de la década de los 50 y con una generación desembocando en Mayo del 68, su pensamiento volvería a recorrer los caminos de la historia de la filosofía. Desde entonces: el estrellato mediático y académico; las derivas culturalistas de las interpretaciones de su obra y el rechazo a considerarle un pensador político de primer orden. Esto sucedió, en parte, por una virtud de su filosofía: no hay público que no encuentre actualidad en sus reflexiones. Es decir, motiva y provoca –aún si una no comprende exactamente qué quiere decir. Por otro lado, ha sido relegado a un segundo plano en el ámbito de la filosofía política. Esta marginación tiene como causa una acusación cuanto menos injusta: ser más teólogo que filósofo. Puede decirse que, hasta hoy, nadie ha encontrado ni una sola prueba concluyente de que Benjamin fuera creyente (1). En cambio, su interés por la cuestión de la religión ha sido manipulado para reducir la importancia de sus aportaciones filosóficas y políticas.
Desde 1917, Benjamin ya no fue la misma persona que estudiaba el romanticismo alemán. Siguió siendo tímido e introvertido, pero de 1917 a 1920 residió en Berna (Suiza), mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial. De tomar armas se había librado gracias a sus problemas de salud y, sea todo dicho, muchas argucias en las consultas médicas donde otorgaban la invalidez para el servicio militar. En esa época –que no podemos relatar aquí, pero que es muy interesante (2)– Benjamin comienza a indagar en el problema de la acción política, la justicia y la crítica de la razón instrumental. En este sentido, en su texto de 1921, Benjamin expone algunas ideas de nuestro interés: primera, toda “crítica” ha de vincularse con la idea de destrucción; segunda, los ordenamientos jurídicos de los regímenes democráticos –es decir, el Derecho y el Estado-, están regidos por una violencia instrumental; y tercera, hay que repensar las ideas de violencia y acción política, para hacer frente al poder existente. Benjamin, más que protestar contra el orden político de su época, quería discutir con Trotsky y Kautsky; con el bolchevismo y la socialdemocracia; con los dos movimientos en pugna por la hegemonía de la izquierda.
Walter, poco amigo de la ideología del progreso, tampoco se esforzó en explicitar su propuesta. Su ensayo, provocativo y turbio, dedica más del 80% de sus páginas a la crítica del Derecho y el Estado, y apenas un puñado de párrafos para lo que denomina la «violencia divina». La idea de progreso, terminada la Gran Guerra, quedó en poco más que un eco aplastado por las máquinas, sus hijas. Las estructuras políticas de Europa se tambaleaban, y el tiempo cristiano en el que habían crecido parecía agotarse. El Juicio Final ya había sucedido. Para Benjamin, el progreso se convertía en tragedia: una especie de ciclos históricos donde cada poder histórico cumple su función en la rueda, para ser depuesto posteriormente, pase lo que pase. La historia del progreso es una falacia: el tiempo se repite, no avanza. Es la historia de los Estados fallidos.
Para Benjamin, el progreso se convertía en tragedia: una especie de ciclos históricos donde cada poder histórico cumple su función en la rueda, para ser depuesto posteriormente, pase lo que paseLa «violencia divina» tiene dos características importantes: su protagonista es la vida y evitar caer en una lógica instrumental, progresiva. En el análisis de Benjamin, la violencia del Estado o las acciones violentas de la oposición, siempre se rigen bajo los criterios de los “medios-fines”: la primera usa la violencia para conservar el poder; y la segunda, reclama la violencia para conquistar el poder. Esa manera de entender la acción está podrida para Benjamin. Una acción política –es decir, juzgada bajo criterios de justicia, no de utilidad– se produce sin finalidad. Y reclama: si somos capaces de pensar una acción que no siga los patrones utilitaristas, entonces podremos discutir la posibilidad de una acción revolucionaria (3). En la lógica del poder moderno, la vida delega en la ley y el Estado: valora más sobrevivir que asumir el riesgo de “poner la cara”. Muy al contrario, la vida, en acción revolucionaria, se convierte en verdadera vida, ya que pone la justicia por encima de la propia supervivencia. La vida que afirma su capacidad para actuar: sin rédito, sin porcentaje, sin reparto de pastel. Nadie le hizo caso, como era obvio.
SEGUNDA IMAGEN: la política como operación de salvamento
2017. Pensamos que en cualquier momento puede llegar el final. Tenemos el botón rojo, cada año hace más calor, las aves ya no vuelven, los mosquitos duran más, 30 grados hasta pleno diciembre. Nuestras fronteras son más fronteras que nunca. De hecho, todo se perdió hace tiempo. Somos, para Marina Garcés, las póstumas, las que piensan que su momento ya pasó, que no queda margen para mejorar, para cambiar el rumbo de la sociedad. Pensamos el final de nuestra vida, antes que el final del capitalismo. Acaban de ahogarse 45 migrantes más en el mar. La razón digital: corazón que no siente, ojos que no ven. La vida consiste en contar los días para que todo termine. Todo es útil ya, porque todo puedo usarlo para ganar tiempo. Todo está en venta, hasta los astros. Vida simplemente siendo eso, vida y nada más. Por eso, cuando no sirve: muerte. Nuestra época es una paulatina muerte política, porque la muerte ya no es sorprendente. La muerte es algo normal y necesario.
Marina Garcés, en Nueva Ilustración radical, trata de enfrentar la cosmovisión apocalíptica que nos han impuesto. Al principio como farsa, y después como realidad. Antropoceno is here. ¿Quién se plantea, hoy día, la acción colectiva, la acción política? Pues bien, la filósofa catalana escribe así: «Amb aquest horitzó, l’acció col·lectiva (…) ja no s’entén des de l’experimentació sinó des de l’emergència, com a operació de salvació, com a reparació o com a rescat. Els herois més emblemàtics del nostre temps són els socorristes del Mediterrani. Ells, amb el cos sempre a punt de saltar a l’aigua i rescatar una vida sense rumb que deixa enrere un passat sense futur, expressen l’acció més radical dels nostres dies. Salvar la vida, encara que aquesta no tingui altre horitzó de sentit que afirmar-se a si mateixa. El rescat com a única recompensa» (4).
Y nótese que requiere de un especial afecto: la condición rigurosa de que son los cuerpos los que salvan a los cuerpos. No las firmas de Change.orgLa acción política actual debe tener como contenido «salvar la vida» –un planteamiento que recoge el cabo suelto de la propuesta de Walter Benjamin casi 100 años después–. Salvar vidas no otorga premios ni está pagado, no ofrece consuelo ni poder al final del trayecto. En cambio, no es simplemente un acto de voluntarismo activista, como si esto fuera una apología de las ONGs. Ni mucho menos: entender que en nuestra actualidad hay un gesto revolucionario en las acciones que tienen como objeto salvaguardar la dignidad de la vida, frente a la deriva civilizatoria en la que nos movemos; esa sería la motivación. Es desistir del orden, no amansarlo. Desde la óptica de las autoras que hemos mencionado, la única política que aspira a ser justa es la que tiene en consideración esta clave, a cualquier nivel, ámbito o institución. Y nótese que requiere de un especial afecto: la condición rigurosa de que son los cuerpos los que salvan a los cuerpos. No las firmas de Change.org. Esto es, los proyectos organizados para que ninguna muerte sea normalizada; como un acto de recuperación, pero sobre todo, como un acto de rebeldía frente a los garantes del sistema; y, por último, como un acto de advertencia y una guía para las fuerzas que se dicen emancipadoras. Ejemplos de vida justa, vivida.
Esta política como «operación de salvamento» contiene, en definitiva, una idea «destructiva» que despoja de legitimidad a las instituciones actuales: no nos servís. En ocasiones, es difícil darse cuenta de que los códigos de otra forma de habitar el mundo ya se están poniendo en práctica. Es la vida salvando la vida. Le hagan caso o no.
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(1) De hecho, el sionista Scholem –amigo de Benjamin- así lo atestigua. Muy curioso, por cierto, y como también recuerda Scholem, que nuestro autor declinara en hasta tres ocasiones emigrar a Palestina, donde el sionismo comenzaba a ganar terreno a la población local con asentamientos violentos, privados e ilegales desde finales de S.XIX. Si la fe de Benjamin hubiera sido firme, como la de su colega, pocas cosas le hubieran retenido para no dejar Weimar y volver al “Paraíso”.
(2) Básicamente, mientras desarrollaba su tesis en Berna, entabló relación con personajes del surrealismo, el republicanismo y la izquierda.
(3) Ya que no nos encontramos en un espacio académico, me permito realizar ciertos trasvases teóricos que en otro contexto habría requerido de un sinfín de justificaciones pseudocientíficas. Lo que quiero decir es que aquí estamos usando los términos de violencia y acción, muy a la ligera. Pero entiendo que la violencia la pensamos todas dentro del orden de la acción humana, y que además supone para ella un límite. Como el extremo de lo que se puede y lo que no se puede hacer. Os aseguro que en un ambiente universitario, explicar este pie de página cuesta demasiado tiempo y párrafos.
(4) «Con este horizonte, la acción colectiva (…) ya no se entiende desde la experimentación sino desde la emergencia, como operación de salvación, como reparación o como rescate. Los héroes más emblemáticos de nuestro tiempo son los socorristas del Mediterráneo. Ellos, con el cuerpo siempre a punto de saltar al agua y rescatar una vida sin rumbo que deja atrás un pasado sin futuro, expresan la acción más radical de nuestros días. Salvar la vida, aunque ésta no tenga otro horizonte de sentido que afirmarse a sí misma. El rescate como única recompensa». GARCÉS, M. Nova il·lustració radical. Anagrama. Barcelona. 2017. Pág 24-25. (Traducción del editor)
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¿Voluntarismo o neopositivismo? ¿Es posible pedirle más a quien ya no le queda nada? Me parece que fue Malraux quien dijo, en plena guerra civil española que el comunismo no era una ideología sino una voluntad. Claro. En esas circunstancias, lo mismo que el que está salvando algunas vidas en el Mediterráneo. Pero la única manera de resolver definitivamente la cuestión es positivándola jurídicamente y eso sólo se puede hacer desde la política. Y la política la hacen unos señores profesionales (me voy a permitir llamarles así) mientras están con el ejercicio que les hemos dotado, para positivar nuestras necesidades, y el resto de ciudadanos con nuestra voluntad para obligarles). Claro, cuando pensábamos que tomar el cielo por asalto era sencillo, resulta que faltaron los votos necesarios y ahora descorazonados y frustrados echamos la culpa al empedrado y algunos medios de comunicación que ingenuamente pensábamos que se habían apuntado a nuestra rebelión. ¡Qué va, ni voluntarismo esteril, por muchos que pueda salvar este hombre en el Mediterráneo no va resolver nada, ni frustración juvenil! El ejemplo lo están dando los jubilados.
Me alegra que hayas intervenido, pues estás señalando un problema muy actual. Yo, en cambio, nunca pensé que la nueva política asaltara los cielos, o sea que el sentimiento de estar defraudado no la guía de este artículo. Ni mucho menos, más bien el artículo intenta señalar todo lo que hay que hacer en serio para que la política (la de los señores profesionales que estás indicando con cierta sorna) tenga algo de sentido. El ejemplo son lxs jubiladxs, lxs manterxs, lxs refugiadxs, lxs feministas, etc... no me siento capaz de dicriminar como tú el hecho de quién nos enseña mejor qué hay que hacer. Ahora bien, lo que es palmariamente evidente es que mucha política institucional -la que pones en el centro de operaciones y soluciones- produce sucesos como los del Mediterráneo. Un papeleo por aquí, un voto mal contado, lobbys presionando políticos y jueces... no sé con qué ganas seguimos aferrándonos a que la ley, mientras dejamos que la gente que tiene que acogerse a esas ventajas europeas no llegue a nuestras costas. Me parece que denostar la labor de lxs socorristas del Mediterráneo, cuando son ellos el faro que debemos seguir para las futuras "positividades jurídicas" (como tú las llamas, que no son más que leyes), deja un poco patente el temor a usar la palabra política fuera de los escenarios normalizados (parlamento, partidos, etc...). Que la democracia corrompida como la actual se haya normalizado hasta tal punto, sólo indica que deberíamos inspirarnos en soluciones de base que ya se están poniendo en práctica. O conviertes en institución las prácticas que ahora menosprecias, o las leyes valdrán de poco. Pregúntale a cada migrante rescatado en el mar si prefiere una ley o una lancha salvavidas. ¿Para cuándo esas leyes tan utópicas?
La izquierda 3.1 resultó ser una estafa. Y eso desanima mucho, que es lo que se pretendía desde un principio. Pero tiene solución. Los currantes a la calle y los pijos a la sexta. Empezando el día ocho.