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Filosofía
¿A qué llamamos “crisis”? Una mirada desde el ecofeminismo
Los medios de comunicación hegemónicos tratan de centrar nuestra atención en una “crisis” que viene mientras ocultan e invisibilizan la crisis multidimensional (ecológica, social y de cuidados) en la que de facto ya nos encontramos.
Un rumor suena cada vez con más fuerza en la prensa en los últimos meses: se avecina una nueva crisis. En las noticias de diversos medios de comunicación nos advierten de las consecuencias fatales que se seguirán de la reciente ruptura del orden económico pretérito, que abogaba por una política librecambista. Según nos cuentan los denominados expertos en materia económica, el incremento del proteccionismo y la desaceleración del producto interior bruto (PIB) de las grandes potencias occidentales acabarán con la supuesta recuperación económica de estos últimos años.
Estas predicciones suelen olvidar (o negar) que hay muchas personas que no han experimentado una mejora en su situación vital en la última década y no han abandonado su situación de crisis. Tampoco ha gozado de esa pretendida “recuperación” el equilibrio biofísico del planeta, como atestigua el creciente calentamiento global. Además, mientras se incrementaba el producto interior bruto de las primeras potencias internacionales, se hacía evidente la depredación de recursos naturales a una velocidad incompatible con la requerida por la naturaleza para poder regenerarlos. Un caso paradigmático, aunque no el único, es el de los combustibles fósiles, de los que depende de manera inexorable un modelo de producción, distribución y consumo como el actual, sumamente energívoro.
En este modelo de civilización, la creciente extracción de recursos no se traduce en mayor nivel de vida de toda la población porque los objetivos socioeconómicos están subordinados en última instancia a un objetivo principal: la acumulación de capital.
Desde la perspectiva de los medios generalistas, la crisis es algo que está por venir. Pero quizá la crisis es, más bien, inherente al modelo de civilización en el que vivimos. Y es que el modelo socioeconómico capitalista, a pesar de esquilmar los recursos naturales de muchos territorios y producir un profundo deterioro ecológico, no es capaz de proveer a la humanidad en su conjunto de los bienes básicos para su supervivencia. Mientras los sectores más privilegiados sobreconsumen recursos a costa del espolio del sur global, condenando a comunidades enteras al infraconsumo o a la migración, la desigualdad ocasiona también en el norte global la exclusión de la población más desfavorecida, privándola de bienes básicos.
En este modelo de civilización, la creciente extracción de recursos no se traduce en mayor nivel de vida de toda la población porque los objetivos socioeconómicos están subordinados en última instancia a un objetivo principal: la acumulación de capital. Es común escuchar argumentos que justifican esta centralidad de la acumulación como el principal proceso que ha de ser socialmente garantizado, aludiendo a dos presuntos beneficios que le acompañan: el desarrollo tecnológico y el incremento productivo. El problema de estas justificaciones es que obvian los enormes problemas ecológicos que se derivan del desarrollo o el incremento de algunos sectores productivos y, al mismo tiempo, no cuestiona que estén puestos al servicio de la obtención de beneficio económico.
Los pretendidos avances tecnológicos, al promover por encima de todo la ganancia de corporaciones empresariales, supeditan el objetivo de lograr el bienestar de la población a la lógica de la acumulación. Un claro ejemplo lo constituyen los avances en la industria alimentaria o sanitaria. Potencialmente, estos avances podrían llevar a un abastecimiento de alimentos fundamentales para toda la humanidad o a sanar muchas de las enfermedades existentes. No obstante, sabemos que este ideal no se realiza y en la práctica los avances de ambas industrias no están dirigidos a estos objetivos. Es más, al estar primordialmente enfocados al incremento de ganancias, los avances de estas industrias pueden poner en riesgo la salud cuando ello implica un aumento de beneficios o una reducción de gastos, como sucede por ejemplo con la utilización de determinados plaguicidas en las plantaciones o en el abandono de la investigación de aquellas enfermedades poco rentables.
Filosofía
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Frente a este modelo que pone en el centro la acumulación de capital y erige un modelo de vida buena que depende de la explotación y del mal vivir de otras personas, las propuestas ecofeministas proponen un cambio de paradigma de civilización que ponga en el centro la sostenibilidad de la vida. Este cambio debe ir acompañado de una aceptación de los límites de la naturaleza en general y del propio cuerpo humano en particular, asumiendo su finitud y vulnerabilidad. El cuerpo humano es vulnerable por múltiples razones, entre ellas porque depende de otras vidas (humanas y no humanas) para su mantenimiento.
Al priorizar la acumulación ilimitada de capital sobre la sostenibilidad ecológica o el bienestar de las poblaciones, el sistema socioeconómico entra en conflicto con la vida y las posibilidades de su reproducción; conflicto que se ha venido llamando desde posturas ecofeministas el conflicto Capital-Vida.
El haber invisibilizado nuestra interdependencia ha provocado lo que Yayo Herrero ha denominado “crisis de cuidados”. Negar nuestra necesidad de cuidado y apoyo por parte de otras personas no la hace desaparecer por arte de magia sino, más bien, provoca que nuestra interdependencia se resuelva en términos de explotación y desigualdad en ámbitos privados de la luz pública. El modelo de autosuficiencia a través del mercado resulta una fantasía porque se apoya en la falta de reconocimiento de una ingente cantidad de trabajos de cuidados que son desigualmente repartidos y están frecuentemente feminizados o racializados. Esto provoca que algunas vidas, las que más se aproximan —siempre de manera ilusoria— al modelo de autosuficiencia, sean más reconocidas y cuidadas mientras que otras vidas se exponen de forma más extrema a la precariedad.
Además de las posibles injusticias que podríamos localizar en este modelo civilizador, uno de los principales problemas que plantea es que nos impide repensar en común cómo hacer más habitable nuestra ineludible interdependencia y ecodependencia. Solamente cuestionando el modelo de autosuficiencia, reconociendo su crisis inherente, podremos reconocer y visibilizar la vulnerabilidad de la vida, que si carece de apoyos y cuidados que la sostengan se convierte en inviable e invivible. En definitiva, para hacer frente a la creciente precariedad de nuestro tiempo es necesario pensar nuevas subjetividades y concepciones de vida digna.
Los medios de comunicación hegemónicos tratan de centrar nuestra atención en una “crisis” que viene mientras ocultan e invisibilizan la crisis multidimensional (ecológica, social y de cuidados) en la que de facto ya nos encontramos. El reto que nos pone sobre la mesa el ecofeminismo consiste en reconocer que lo que está en crisis es el modelo mismo de civilización y nuestra concepción de vida buena. Este cambio de perspectiva nos invita a imaginar y construir en común alternativas que nos doten de un horizonte utópico que nos sirva para caminar en otra dirección.
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