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El laberinto en ruinas
La ciudad desmadejada (II/IV). Previendo y recreando los sucesos de la madrugá
En junio de 1999 el PSOE llega a la alcaldía de Sevilla, con Alfredo Sánchez Monteseirín a la cabeza. En contaste con el PP, lastrado por su monomanía contra las formas de sociabilidad juvenil, el PSOE hacía gala de un espíritu diferente. Este nuevo talante era más formal que otra cosa, por la falta de determinación, la inconsistencia de su gobierno, por la encarnizada oposición de la entente fraguada contra “la movida” o bien porque en última instancia estamos ante algo que únicamente puede ser tratado como problema. En la primavera de 2000, “la movida” estaba como nunca en el candelero y, a tenor del tono, el panorama debía ser terrorífico. Entonces llegó la Semana Santa. Como cada año se esperaba el pulso entre “la movida” y las tradiciones. Pero esta vez fue diferente.
Como cada año se esperaba el pulso entre “la movida” y las tradiciones. Pero esta vez fue diferente. El caos al fin se encarnó.
La nueva corporación municipal había asumido en exclusiva la gestión de la Semana Santa sustituyendo al Plan Trabajadera, encargado los últimos 18 años de velar por la fiesta. Un Centro de Coordinación Operativa (CECOP) movilizaba las delegaciones y servicios municipales necesarios. El Viernes de Dolores Ayuntamiento y los sindicatos de policías y de bomberos habían llegado a un acuerdo in extremis, dando término a un conflicto laboral que amenazaba la fiesta (tales presiones no son inusuales en estas fechas). Y ya en continua “Fase de Preemergencia”, la normalidad era celebrada pues todo iba marchando sin otra novedad que el mal tiempo. ABC de Sevilla y Diario de Sevilla dedicaban a la fiesta una veintena de páginas diarias, siguiendo al detalle cualquier incidencia. El único imprevisto fue la caída de una rama. 1750 agentes policiales en colaboración con las hermandades vigilaban lo que fuera; 681 policías locales se encargaban de la Carrera Oficial, los edificios públicos, la venta ambulante y el control del tráfico; 906 policías nacionales reforzaban los puntos especialmente conflictivos; luego estaban los bomberos y Protección Civil, todos bien visibles salvo los agentes infiltrados (unos 80) algunos vestidos como nazarenos. Pese a lo cual la fiesta se trocó en una pesadilla en cuestión de minutos.
Desde el lugar de los hechos, sumido en un monumental pifostio, el delegado municipal de Seguridad Ciudadana se dirigió a sus conciudadanos por radio sólo para decir que no sabía qué pasaba, pero que podría tratarse de “la explosión de una conducción de gas o agua”. Estaba al frente del operativo de seguridad, atrapado y tan desorientado como el que más. Dijo lo que dijo, como tuvo que aclarar el día después, para intentar “calmar a la población”.
El laberinto en ruinas
La ciudad desmadejada (I/IV). En la bulla
¿Un otro culpable o un nosotros alucinado?
Con el nuevo día, la delegación del Gobierno presentaba como único culpable de los sucesos a un “joven en estado de embriaguez con antecedentes delictivos” que fue blandiendo un cuchillo hasta ser detenido. Tal detonante dio lugar a un estado de “psicosis colectiva” que se extendió por el “efecto dominó” de los rumores, el boca a boca, los teléfonos móviles y las retransmisiones en directo. El Ayuntamiento no adoptó medidas preventivas y no supo qué hacer. Se defendió ofreciendo una causa alternativa: la acción simultánea de un centenar de gamberros en ocho puntos de la ciudad, desde fuera de la Carrera Oficial hacia dentro, cuando las cofradías estaban más próximas entre sí y que los servicios de información del Estado no descubrieron. No pudo deberse a un detonante aislado, pues según la Policía Local hubo distintos focos. Disponen también de dos testimonios, incluyendo el de un invidente que habría escuchado en la sala de estudios de una Facultad a un grupo de universitarios preparar un juego de rol a realizar durante la Semana Santa.
El “joven borracho” fue puesto en libertad sin fianza a los tres días tras declarar que llevaba un cuchillo por estar amenazado de muerte. Denunció a la policía por torturas y fue el único juzgado y condenado por “alterar el orden”. Si los sucesos no fueron organizados, no había nada que investigar, ni delito ni delincuente, nadie había atentado contra la fiesta. La renuncia a la búsqueda de un culpable resultaba desconcertante para la ciudadanía, y la hipótesis de la conspiración caló hondo, espoleando la imaginación. El Alcalde la respaldó por tener más lógica que la del Gobierno: “Decir eso, es no conocer Sevilla ni los sevillanos”. La sospecha cayó sobre los aficionados a los juegos de rol debido a las similitudes de los sucesos con los relatados en la novela y la película Nadie conoce a nadie. En las universidades se colocaron carteles llamando a la delación bajo la cabecera “Alguien conoce a alguien”. La policía indagó sin éxito la existencia de grupos organizados que podrían ser de la ciudad o bien de fuera. No apareció ni uno del centenar de gamberros.
Los incidentes propiciaron un cruce de acusaciones entre partidos y administraciones que se prolongó meses bajo una cobertura mediática intensa. Todo el que quisiera decir algo tuvo su oportunidad para especular con la incógnita.
El Domingo de Resurrección, la polémica está servida en todos los medios. El País apoya la hipótesis municipal, pero no dará al caso una cobertura privilegiada. El ABC de Sevilla está trufado de referencias a los sucesos y con la editorial “Caos en la madrugá” concede mayor solvencia a la versión gubernamental, pero sus lectores y buena parte de la plantilla de articulistas desarrollan la hipótesis de la acción organizada, menos lesiva para el amor propio hispalense. Las mismas intuiciones se repiten apuntalando la sospecha: “la movida” ha tenido algo que ver. ABC no supera en intensidad al Diario de Sevilla. La cobertura dada bate ampliamente a los restantes medios, todo para resolver el asunto de un plumazo: entre nosotros hay desviados que obstruyen el normal fluir de la fiesta y están tras los desórdenes vividos. Los tertulianos han dado con un filón que les durará hasta el presente. Destaquemos a Carlos Colón: “ convierten todo el centro en una gigantesca movida, en una botellona de desmesuradas proporciones que celebran hasta la puerta misma del Ayuntamiento. Lo que pasó en la madrugá no está desconectado de todo esto. La fiesta convertida en bárbara encontró su bárbara orgía de maldad y de pánico. Los gamberros sabían que eran impunes. Ahora saben además que la Semana Santa es tentadoramente frágil”. Uno de los artículos más jugosos vino de manos del catedrático de Filosofía José Luis López López. Estaríamos ante un antes y después que “nos va a obligar a plantearnos qué sucede en los pliegues profundos y escondidos de nuestro tejido vital y social (...) Nuestra sociedad, comenzando por la sociedad urbana de Sevilla, se está comenzando a desmoronar, a desvertebrarse”. Los síntomas serían la “masificación cualitativa” y las “aglomeraciones caóticas”, de las cuales “la movida” es el paradigma. Menudearán las menciones a los que rechazan la fiesta o participan de modo distinto y que merecerían por ello ser objetivo de la policía. La vulnerabilidad de la Semana Santa es un tópico plenamente asentado, y lo vulnerable exige protección. Debería vigilarse al forastero pero, en especial, a los sevillanos de barrios periféricos, sin cultura cofrade, que provocarían la masificación de la fiesta y estarían detrás de los comportamientos impropios y de los incidentes.
Debería vigilarse al forastero pero, en especial, a los sevillanos de barrios periféricos que provocarían la masificación de la fiesta y estarían detrás de los comportamientos impropios y de los incidentes.
Entre los ciudadanos, cuando son requeridos para dar opinión, existe unanimidad. No hay uno sólo que no apoye la hipótesis de la conjura. La idea de la cotidianidad del conflicto dentro de la Semana Santa no puede ni por asomo contemplarse como explicación de los sucesos. De ahí que se busque una acción organizada. Los periódicos contribuyeron a las pesquisas. El Diario de Sevilla crea una dirección de correo específica para informantes. Las hermandades llevarán sus investigaciones paralelas, darán testimonio, valorarán sucesos y medidas a adoptar. Los seis hermanos mayores de la madrugá comparecen ante los medios de comunicación dando pábulo a las teorías de la conspiración. El Consejo de Hermandades y Cofradías solicitará a las autoridades una explicación, se ofrecerá a colaborar aportando los informes de cada una de las hermandades y reclamará más dispositivos contra “la movida”.
No aceptaban que todo se desmoronara por una minucia: ¿no era mejor un otro culpable que un nosotros alucinado?
De los titubeos fruto del desconcierto inicial, los cofrades pasarán a la defensa encendida de la idea de la conjura a medida que las investigaciones se cierren. No aceptaban que todo se desmoronara por una minucia: ¿no era mejor un otro culpable que un nosotros alucinado? Y siempre quedaba “la movida”. Ya venían clamando al cielo por su presencia a las puertas de los templos cada fin de semana, Semana Santa tras Semana Santa, y ahora veían confirmados sus negros augurios.
Balances y carpetazos
A mediados de mayo de 2000, tras un mes desasosegante (en el que además se dieron nuevos incidentes no esclarecidos durante la Feria de Abril), el Gobierno Municipal, antaño partidario de la tesis conspirativa, ve la conveniencia de no alarmar a la sociedad sobredimensionando los hechos y cuidar la imagen, por aquello del turismo.
Los mentideros públicos estaban ya en otros asuntos cuando el Gobierno central retoma el caso con el anticipo del resultado de las investigaciones policiales. El delegado del Gobierno sermonea a los responsables del Ayuntamiento por su inexperiencia y su precipitación, anunciando “un informe esclarecedor” del que suelta algunas pinceladas (ABC de Sevilla, 20/05/2000):
“Todo pudo deberse a pequeños hechos que provocan una situación de histeria y miedo que se trasmite rápidamente entre los ciudadanos (...) pequeños hechos, como tirar un petardo por ejemplo, ocurren todos los años en la Madrugá (…) y que en éste, por lo que sea, han provocado la histeria".
En el origen estarían las nimiedades de todos los años: participaciones diferenciadas, muestras de rechazo o faltas de decoro siempre presentes que ahora irrumpen en el relato de la fiesta como si de algo extraño se tratase.
En el origen estarían las nimiedades de todos los años, esto es, participaciones diferenciadas, muestras de rechazo o faltas de decoro siempre presentes que ahora irrumpen en el relato de la fiesta como si de algo extraño se tratase.
A fines de mayo, en la respuesta parlamentaria solicitada por IU, el Gobierno rechaza que tuvieran causa organizada. Y a finales de junio son archivadas las diligencias abiertas. Dos días después el fiscal jefe de la Audiencia de Sevilla, presentando el Informe de la Semana Santa del 2000, deja claro que no hay más que hacer, y opina como un ciudadano cualquiera (ABC de Sevilla, 1/07/2000):
"No se ha constatado la realización de ningún acto delictivo atentatorio contra el discurrir de las cofradías sus imágenes e insignias (...) Hay un movimiento extraño, cuyo origen no se ha podido constatar (...) Estas cosas ocurren, porque en la Semana Santa conviven la Sevilla cofradiera, la del espectáculo, que participa de la fiesta y una tercera a la que le trae al fresco todo“.
El descontento se propaga entre los partidarios de la hipótesis conspirativa. El fin de las pesquisas policiales fue muy contestado por el mundo cofrade. La Hermandad del Silencio presenta su propio informe, pródigo en explosiones y armas de fuego. El recién electo presidente del Consejo General de Cofradías declara que “un grupo de personas ha intentado acabar con una de las tradiciones más arraigadas de la ciudad”. Según el delegado del Consejo de Hermandades y Cofradías para la madrugá, “todo ha sido promovido y preparado”. Pero cuando el fiscal advierte que ocultar información es punible penalmente, dejan de armar revuelo y el término de la investigación cofrade no llegará a ser hecho público.
El Ayuntamiento se mantiene del lado de los sevillanos suspicaces que se sienten abandonados por la justicia, con un delegado de Seguridad Ciudadana que “respeta pero no comparte” (Diario de Sevilla, 4/07/200):
”No fue algo casual, fue premeditado y el informe no nos desmiente, aunque no se haya encontrado ningún hecho delictivo y no se hayan producido detenciones (...) No soy un experto, pero el sentido común me dice que todo estuvo preparado. La gente que vivió los acontecimientos en las calles asegura que fue organizado porque Sevilla está acostumbrada a la bulla y no se siembra el pánico por una reyerta o el robo de un bolso“.
Protección Civil señala como responsable al Alcalde por rechazar el plan tradicional de seguridad y asumir en exclusiva el dispositivo. El consistorio decide abandonar la refriega y entierra la hipótesis de la acción del grupo organizado reduciéndola a “convicción personal” del delegado de Seguridad Ciudadana. Aunque el Alcalde unos días atrás seguía pensando “que hubo grupos organizados”.
Quedarán los ecos de las digresiones del mundo cofrade y el malestar general por no tener un culpable. Pese a la relevancia atribuida a los sucesos y a la profusión de cronistas en la ciudad, sólo José Luis Garrido Bustamante se aventuró a ahondar en la hipótesis conspiranoica (hubo trama organizada, él sabe quiénes son, pero no puede decirlo). Y como no podía ser de otro modo, la culpa recae en el lugar común de la degradación de la fiesta y en la dañina presencia de “la movida”.
En otoño de 2000 el Diario de Sevilla publica un Informe sobre incidentes acaecidos en la madrugada del día 21 de abril, reavivando el caso fugazmente. Se elaboró en los días primeros de la investigación policial a solicitud del Defensor del Pueblo, tiene sello de la Delegación del Gobierno, estuvo alimentando discursos durante meses y cuando sale a la luz y es filtrado a los medios de comunicación, nadie quiere asumir su paternidad. El fiscal jefe reconoció, tras una semana de renovada polémica, que se trataba de un borrador de las hipótesis barajadas al principio y luego abandonadas. Pero tenemos las líneas discursivas básicas planteadas en el día después de los sucesos o en posteriores declaraciones. La misma hora, lugar de origen y la misma incógnita como detonante de un efecto dominó, con la masa que se dejó llevar a un estado de alarma, inquietud y nerviosismo a otro de psicosis colectiva. Un elemento desencadenante pudo ser la actuación de la Policía Local. Durante el momento de caos, los agentes se desplegaron siguiendo rumores o arrastrados por la masa, y algunos contribuyeron a aumentar la incertidumbre blandiendo sus armas sin llevar los chalecos reflectantes reglamentarios. Garrido Bustamante fue más lejos y apuntó un posible atentado de bandera falsa por parte de miembros de la policía, recreándolo literariamente sin abandonar a la “movida” como trasfondo cómplice. Otras claves en la reconstrucción de los hechos resultan anodinas, no causan polémica alguna y son repetidas como parte del relato compartido sobre la fiesta (Diario de Sevilla, 6/10/2000):
”Como cada año, las quejas de los fieles de Los Gitanos por la larga espera se mezclan con las molestias que la masificación del entorno produce en cuántos esperan (...) A la misma hora, en los jardines de la misma Plaza del Duque se encontraban los jóvenes más molestos de la madrugada de cada Viernes Santo, aquellos que ocupaban la Plaza de la Concordia hasta hace tres años, y que provocaban la ira de los sevillanos cuando, alrededor de las 7 de la mañana, rompían en gritos, rompían botellas y ponían sus transistores a todo volumen al paso de la Cofradía de Jesús del Gran Poder".