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Opinión
Propuestas para habitar la representación estudiantil universitaria
Nos encontramos en la recta final del proceso electoral a Delegación del Consejo de Alumnos de la Universidad de Sevilla (CADUS). Este proceso electoral supone un momento liminal en el que se plantean alternativas de gestión y, por tanto, abre el cuestionamiento a lo que se ha venido haciendo. Aprovecho este momento para reflexionar acerca del papel de la representación estudiantil a partir de un breve comentario sobre los I Premios CADUS, una iniciativa de la actual delegación y aprobada por el Pleno, destinados a aquellos delegados con “valores sobresalientes de compromiso social y ético” en sus funciones de representación.
La autorreferencialidad de esta convocatoria alimenta una fetichización del poder: haciendo uso del espacio institucional, un grupo de representantes crea esta distinción que finalmente va a repercutir sobre ellas mismas. Las postulantes son juzgadas desde esos mismos valores que van a premiar y desde una misma manera de entender la representación estudiantil. Se trata de un dispositivo de reproducción de un discurso y unas prácticas de lo que se supone que es válido y loable al ejercer la política universitaria. En consecuencia, se personaliza en la figura de unas pocas premiadas la actividad de todas aquellas personas que han trabajado anónimamente en el movimiento estudiantil sevillano, tanto a nivel institucional como en las calles y asambleas. Contribuye, así, a la creación de una narrativa mítica sobre determinadas personas y sus formas de estar y hacer en la institución, al mismo tiempo que normaliza la dotación de distinciones unipersonales y competitivas en movimientos que se suponen colectivos. Constituye, en definitiva, un mecanismo de reproducción social del individualismo y el personalismo en la dimensión de gestión y actividad política dentro de la universidad.
Es momento de abandonar los ejercicios narcisistas y autorreferenciales para construir una universidad polifónica, alineada políticamente para la construcción de sociedades más justas
No busco centrar el debate en los premios o señalar culpables ya que impediría profundizar el análisis hacia el sistema político universitario, que es mucho mayor y del cual el caso de los premios es solo un síntoma. Por tanto, mi objetivo no es otro que evidenciar unas lógicas que se dan de manera sistemática en la institución, así como lanzar tres referencias a modo de brújula de cara al nuevo periodo de representación que está por comenzar.
La universidad es una institución clave en la producción de trabajadoras para un modelo capitalista cognitivo, para el que generar conocimientos y prácticas rentabilizables en el mercado. Las estudiantes somos producto, pero también consumidoras de una educación cada vez más mercantilizada al servicio de los intereses neoliberales. La progresiva transformación de la universidad en una empresa, tanto en aquellos contenidos que se imparten o sobre los que se investiga como en la propia estructura organizacional, evidencia el desmantelamiento del sistema educativo como un servicio estatal que supone una oportunidad de reducir las desigualdades sociales.
Frente a esto, como primera propuesta, la subjetivación política del estudiantado es un proceso fundamental en la regeneración de un movimiento estudiantil fuerte en esta época de desmovilización tras la pandemia. Y es aquí donde la representación en la institución puede jugar un importante papel. Habitar lugares desde donde acceder a información y desplegar herramientas institucionales para la transformación social no es asunto baladí. Supone una responsabilidad enorme, no por la falsa máxima de una “representación imparcial de todo el estudiantado” sino porque es un espacio de poder, que abre la oportunidad a producir grietas en las estructuras materiales y simbólicas que configuran a la sociedad sevillana.
Esto último lo enlazo con la segunda propuesta, que mira hacia un horizonte de una universidad polifónica, en la que podamos sentarnos a conversar voces diversas procedentes de ámbitos extraacadémicos y desarrollar modelos de gestión que superen el intrincado laberinto burocrático en el que cada vez nos vemos más sumidas. En este sentido, es necesario transversalizar las luchas que se están haciendo desde las asambleas de los movimientos con las oportunidades que ofrece la institución. Existen cuestiones tan acuciantes como el problema de la vivienda, el desmantelamiento del sistema educativo y sanitario, la crisis ecológica, la violencia machista y colonial institucionalizada, el capacitismo o el antigitanismo, entre otras. ¿De qué manera se pueden generar sinergias y colaboraciones horizontales con los movimientos sociales desde el ámbito de la representación estudiantil? Es un interrogante abierto al que iremos dando respuestas desde las distintas creatividades sociales y las experiencias.
En tercer y último lugar, esto es una invitación a detenernos, a repensar desde dónde estamos en la institución. Como en cualquier proceso de investigación, es muy relevante preguntarnos por qué, para qué, para quién vamos a hacer lo que nos planteamos hacer. Desechar la mítica de la representación como actividad “apolítica, universal y neutral”, así como de la universidad como una aquella burbuja de ingenuidad donde pasar “los mejores años de vida” antes de ser lanzada al mercado laboral. Es una invitación a aceptar las contradicciones, a no ocultarlas y profundizar en ellas, pues son signos evidentes de este sistema político institucional cada vez más alejado de los procesos de la calle. Es una llamada a habitar las líneas de fuga que surjan, a generar nuevos agenciamientos para construir otras universidades (pluriversidades) posibles.
Es momento de abandonar los ejercicios narcisistas y autorreferenciales para construir una universidad polifónica, alineada políticamente para la construcción de sociedades más justas y reconstruyendo junto a los movimientos sociales la vida que el patriarcado, el capitalismo y el colonialismo destruyen a su paso. En definitiva, cuestionarnos sobre nuestras acciones y posiciones; escuchar, conversar y colaborar con movimientos sociales para abrir la universidad a la diversidad de formas de hacer, saber, estar en el mundo; y propiciar desde el espacio privilegiado que es una delegación de estudiantes procesos de subjetivación política y movilización del estudiantado.