Pensamiento
Carta al colectivo de arquitectas y arquitectos

Las viviendas existentes fueron diseñadas para unas unidades de convivencia más grandes y con estilos de vida diferentes de las actuales

17 jun 2020 16:47

Con motivo del documento remitido por el CSCAE al Gobierno de España con propuestas para la reactivación del sector de la construcción, quería compartir con todas y todos algunas reflexiones sobre el mismo.

En primer lugar, querría agradecer la labor de quienes han dedicado tiempo a analizar la situación actual y ofrecer una síntesis del diagnóstico y propuestas alcanzadas. También, por haber apuntado algunos de los principales retos urbanos de la actualidad en los que la arquitectura y el urbanismo como disciplinas, junto con otras con las cuales se habrá de trabajar en equipo, han de jugar un papel muy importante de cara a su resolución. Por ello, me ha resultado muy sugerente la idea de una hipotética agenda para afrontar la situación que la pandemia mundial que a día de hoy vivimos ha intensificado –que no provocado–. Que se haya colocado en un lugar prioritario de la misma medidas considerablemente concretas sobre cuestiones como el acceso a una vivienda asequible, la adecuación del parque heredado a las necesidades actuales, o la rehabilitación y renovación urbanas, consolida el esfuerzo de diversos sectores y agentes que durante años vienen señalando la vigencia y urgencia de estas cuestiones. Desde la búsqueda del aporte constructivo, pero crítico, para que podamos avanzar hacia tan importantes objetivos, me gustaría lanzar algunas ideas.

Me parece primero necesario apuntar, para apoyar los siguientes puntos, que la crisis actual general –no solo del sector– no ha sido provocada ni causada por la expansión del virus Sars Cov-2 y la enfermedad que este puede generar, la Covid-19, como últimamente se está afirmando de manera frecuente. Estos han sido más bien detonantes de una situación de aparente equilibrio inestable en la que vivimos, a la que cualquier golpe – interno o externo– más fuerte del habitual encajado desde diferentes ámbitos hace sacar a la luz su fragilidad, desigualdad, e insostenibilidad. Si el anterior golpe vino del mundo financiero, este lo ha hecho desde el sanitario. Pero los efectos no se deben solo a la virulencia de los detonantes, si no a las deficiencias que como sociedad tenemos y parecen ya poco discutibles: precariedad de las condiciones de trabajo y empleo; altos precios de la vivienda; creciente desigualdad social y geográfica; un entorno urbano por renovar; un modelo, ritmo y nivel de consumo desfasados; una movilidad contaminante; un clima que hemos alterado;... todo esto y mucho más forma parte de nuestro sistema de organización social, aparentemente siempre al borde de la crisis. Con lo que cualquier ‘empujón’ intensifica, agudiza y pone en primera línea del debate los retos que ya existían.

Con esto como base, quería apuntar cuatro ideas:

#1_Sobre la insostenibilidad de los sistemas urbanos

Acertadamente se indica en el documento que la construcción tiene «la capacidad de responder a uno de los mayores retos que se ha manifestado durante esta crisis: la mejora de la calidad de vida de las personas a la vez que mejora la salud del planeta». Aunque plantear que esto se deba exclusivamente por «apostar por la transición energética» me parece que no abarca todo el potencial real. Ya que en el proceso constructivo, y en lo referente a estos dos retos, además de la energía entran en juego otras muchas cuestiones como por ejemplo la extracción y consumo de otros recursos, la generación de residuos, el sellado y artificialización de suelos, la pérdida de biodiversidad, la expulsión de contaminantes a la atmósfera, o las condiciones de trabajo de aquellas personas que participan en todo el proceso. En este sentido, mucho hay por mejorar, pues el sector está lejos de otros en los que el conocimiento de los ciclos de vida de los materiales, su reutilización, su certificación ecológica, o no digamos ya la certificación de un comercio justo entre todas las partes implicadas, están implantados.

Es decir, si bien se ha avanzado mucho en la eficiencia de los sistemas urbanos, y «la capacidad» de estos por mejorar la situación global es alta, el modelo actual todavía afecta negativamente en muchos casos a «la calidad de vida de las personas» y a «la salud del planeta». Por ello, echo en falta cierta autocrítica en el documento, porque a día de hoy la construcción en su conjunto no puede catalogarse como una actividad que precisamente favorezca la sostenibilidad del planeta. Lo cual no quiere decir que no se hayan dado pasos para que sus efectos sean menos desfavorables, que no se puedan dar más, ni que no se haya de reivindicar la arquitectura como fundamental para ello. Pero creo que no estamos en situación de ser una actividad que predique con el ejemplo, si no de asumir nuestro papel –pasado y futuro– y modificarlo en función de sus consecuencias. Para lo cual se habrán de alterar sustancialmente los sistemas constructivos, o los objetivos de la producción. Algo que se viene dando desde hace mucho tiempo, de manera minoritaria aunque ejemplar, desde determinados agentes de este sector. Es decir, si vamos a ofrecer la construcción como herramienta de transformación social, y creo que se puede, habremos primero de adaptar y actualizar esa herramienta para que sea útil, y no alimente un modelo frágil y vulnerable a posibles crisis.

#2_Sobre la calidad del entorno construido

El documento señala que esta situación que vivimos está «ayudando a poner en valor la calidad de nuestras viviendas, de sus espacios, y del entorno construido en general»; así mismo, apunta la importancia del papel de la arquitectura en «el impacto del entorno construido en la salud y el bienestar de las personas». Es decir, en un sector «donde la primacía del valor de inversión sobre el de uso ha limitado la orientación hacia la calidad y la innovación», la arquitectura se constituye como una de las disciplinas clave para reducir los posibles efectos negativos y posibilitar los beneficiosos. Igual que en el punto anterior, me parece una lectura acertada y necesaria. Pero de la misma manera, se habrá de analizar críticamente cuál ha sido el papel –parcial, pero fundamental– de este colectivo en el desarrollo de ese entorno construido que hemos heredado y que produce ese impacto. No podemos solo esperar a «una demanda que empiece a asignar valor a la calidad», pues parte de nuestra labor es comunicar, difundir y luchar por esa calidad; trabajo no siempre fácil ni exitoso. Debemos reflexionar sobre si desde la adopción extendida de una posición aparentemente ‘técnica' y ‘apolítica’ nos hemos alejado de la función social de la arquitectura, participando en el desarrollo y expansión de una ciudad y un parque residencial que ahora vemos que no es adecuada para la totalidad de la sociedad que la habita. Pero nuestro conocimiento de lo que se ha hecho, y cómo se ha hecho, nos sitúa en una posición estratégica clave para asumir y corregir errores y dinámicas perjudiciales incrustadas en la profesión, poner en valor aciertos y fortalezas, y mejorar el entorno construido desde la responsabilidad social.

#3_Sobre la necesidad de decrecer

El crecimiento constante y aparentemente ilimitado es inseparable del modelo inmobiliario español, del que depende para su supervivencia. Esto ha venido señalándose frecuentemente por quienes lo analizan y estudian, e incluso se ha recogido así en algunas de las exposiciones de motivos del marco normativo más reciente. Asumido, en apariencia, este error de base, la realidad del sector de la construcción es que muestra una enorme reacción a modificar este principio. Se pueden observar diversas muestras de ello, desde la presión de colectivos de empresas de la construcción para aumentar el número de viviendas a construir, al desarrollo y aprobación de planes urbanísticos expansivos, o el propio documento que aquí comento. Por supuesto, no es una cuestión exclusiva de esta actividad, pues forma parte de un marco superior: la necesidad que tiene el sistema capitalista de un crecimiento permanente para su supervivencia. En este contexto, la situación actual y sus regulaciones tras el decreto del estado de alarma en España están sirviendo, sin buscarlo, como experimento para valorar lo que sería una sociedad en decrecimiento. Han traído al orden del día los debates y reflexiones de los movimientos decrecentistas, y una de sus ideas fundamentales: las perspectivas de futuro indican con cada vez más claridad que, se quiera o no, el futuro pasa por decrecer. La clave reside en si se hace de manera buscada, anticipándose en la medida de lo posible a los dramáticos efectos que conlleva pasar de una sociedad consumista y expansiva a una más austera y equilibrada, o si se mira hacia otro lado hasta que la concatenación de diversas crisis nos haga decrecer a la fuerza, de manera desigual y violenta.

Me parece importante esta cuestión, pues la construcción no se libra de la necesidad de decrecer y adaptarse. Ante un contexto de reducción, estabilidad o muy bajo crecimiento poblacional, con un nivel de infraestructuras y dotaciones alto, el ritmo y volumen de obras parece razonable que deban ajustarse a las necesidades espaciales de la sociedad y a la mejora y mantenimiento de lo ya construido, y no exclusivamente a la búsqueda de beneficios económicos, sean públicos o privados. Esto supone la necesidad de reorientar y ajustar la arquitectura y el urbanismo, como tantas otras disciplinas. Lo cual abarca el reparto y distribución del trabajo, y sobre todo, el desarrollo profesional en ámbitos no necesariamente constructivos en los que podemos aportar, como venimos haciendo buena parte del colectivo. Reducir el volumen de la construcción no implica reducir el trabajo propio de estas disciplinas, si no adaptar estas a los tiempos presentes y futuros; hay mucho por hacer, analizar, gestionar y transformar.

En el caso concreto de este documento, pueden observarse al menos dos pruebas de esta reacción al decrecimiento, y de esta búsqueda del crecimiento constante como sistémico de la actividad. Una, al plantear que la producción de menos viviendas de los últimos años es una «anomalía estructural, muy por debajo de producciones medias “normales”, e incluso por debajo del mínimo de cualquier otra situación de crisis de los últimos 50 años», contemplando la vivienda como un bien económico y no como un derecho humano; relacionando de manera exclusiva la bajada en la producción con una situación de crisis económica; sin leer esas bajadas desde otras perspectivas, como posibles ajustes de un mercado inflado, necesarios e inevitables por contar con un parque heredado en muchos casos  sobredimensionado –que no accesible económicamente–. Otra, y estrechamente relacionada con la anterior, al caer una vez más en el argumento tantas veces probado como erróneo de que la respuesta ante el aumento de precio de la vivienda es «la necesidad de recuperar un ritmo de producción mayor», cuando en múltiples ocasiones se ha comprobado que el mercado inmobiliario no responde a las leyes económicas básicas de equilibrio entre la oferta y la demanda, pues se ve afectado por otras y más complejas variables.

#4_Sobre el papel de la planificación e intervención residencial

Por último, quiero volver a agradecer y poner el énfasis en todo ese contenido del documento que se sitúa en la responsabilidad y acertadamente, en mi opinión, señala posibles e interesantes medidas para abordar importantes retos como la necesidad de renovación del parque residencial, la falta de vivienda accesible, su necesaria adecuación –a nuevas formas de vida, trabajo y ocio, así como al envejecimiento de la población y a factores de salud–, la apuesta por aumentar la oferta de alquiler público y privado, o la búsqueda de ampliar la escala de las rehabilitaciones para que estas sean más integrales. Como decía al inicio, el espíritu de esta carta es hablar desde la crítica transformadora para favorecer el debate y la reflexión dentro del colectivo. Así, enlazando mucho de lo hasta aquí planteado, me gustaría lanzar una última reflexión para apuntar posibles alternativas.

La construcción de nuevas viviendas suele ser el planteamiento habitual desde sectores públicos y privados a la escasez de vivienda accesible.Pero los números globales de viviendas y unidades de convivencia existentes no presentan un desfase tal como para justificar en muchos casos dicha producción (muchos son los planeamientos municipales que están empezando a reducir la previsión de nuevas viviendas, o calificar lo que era suelo urbanizable como suelo no urbanizable). Frecuentemente, dicho argumento se apoya en la reducción del tamaño medio de hogar, afirmando que a pesar de que la población total no crezca, a más hogares, hacen falta más viviendas. En el documento desarrollado por el CSCAE, se plantea una argumentación similar: el aumento de precios, los desplazamientos internos de población, el desplazamiento de viviendas al sector turístico (que no «pérdida», pues no desaparecen para siempre), o el incremento de la demanda de alquiler, se muestran como razones para aumentar el ritmo de producción de viviendas.

Pero estos planteamientos olvidan todo lo que se tiene ya asumido, incluso en este mismo documento: que las viviendas existentes fueron diseñadas para unas unidades de convivencia más grandes y con estilos de vida diferentes de las actuales; que la capacidad de pago de buena parte de la población esta lejos de poder asumir los precios habituales, no solo del mercado, si no también de la vivienda pública; que muchas viviendas en el mercado están sin ocupar por su precio y/o sus características espaciales. Es decir, sumar más viviendas bajo el mismo modelo inmobiliario va a seguir dejando fuera del mismo a aquellas personas con menos recursos para acceder a la oferta privada y pública, y va a seguir reproduciendo una oferta tipológica obsoleta. Por lo que a esa lectura cuantitativa se ha de sumar otra cualitativa que profundice en las características del parque y de la población con necesidad de vivienda. No se trata tanto de producir, si no de transformar, con mayúsculas, el parque existente. El papel de la construcción ahí es vital (y como se apunta, su potencial de generar empleo a través de la rehabilitación es alto). Efectivamente, en la construcción «se han puesto las bases e iniciado un proceso de transformación, renovación e incorporación de innovación que debe ser impulsado», y es a la vez «sector industrial y palanca competitiva para la industria». Pero esta ‘reinvención’, esa «modernización del sector inaplazable», no solo ha de limitarse a cuestiones técnicas, industriales y de eficiencia de recursos, si no que ha de abordar también cuestiones estratégicas menos instrumentales que son parte de su función social.

Ante esto, y dentro de las necesarias estrategias de renovación, rehabilitación, aumento de densidad unido al incremento dotacional, adecuación a las necesidades actuales, y logro de un precio asequible que el documento plantea, opino que hay espacio para estrategias de mayor adaptación del entorno construido. Sin pretender generalizar, parece posible plantear que, en buena parte del parque construido, la transformación del mismo rompiendo la estructura de la propiedad actual –es decir, alterando el número de viviendas totales obteniendo más viviendas– puede satisfacer en gran medida la necesidad de vivienda existente. Tanto la necesidad tipológica (al generar nuevas configuraciones espaciales que pueden abarcar desde una sola vivienda, a parte de un edificio o el edificio entero incorporando más y diferentes espacios comunes), como la necesidad económica (distribuyendo el coste entre más unidades de convivencia de las que ahora podrían habitar esos espacios, pues se habrán generado más viviendas). El lema de “a más hogares, más viviendas”, ha de matizarse con que esas viviendas no han de ser de nueva construcción, si no que pueden generarse dentro de un parque tipológicamente obsoleto y económicamente inaccesible.

Esta vía desborda aquellas actuaciones de simple segregación de viviendas que reproducen, a una escala reducida, lo mismo –aunque también puedan jugar este mismo papel–, amplía la escala de actuación, y necesita de un gran trabajo de análisis, planificación, rehabilitación y renovación. Por supuesto, añade complejidad y dificultades que necesitan de una adecuada gestión. Pero supone una razón más para actuar colectivamente entre diversas disciplinas y sectores, aportando cada cual de manera parcial a una estrategia mayor en la que es necesaria la participación de agentes públicos, privados y civiles que regulen, gestionen, acompañen y fomenten este tipo de intervenciones más ambiciosas. Desde consejerías y departamentos de vivienda autonómicos, a cooperativas de vivienda, pasando por agentes de la propiedad inmobiliaria, consultorías urbanas, los propios agentes particulares, grandes tenedores de vivienda, o profesionales de la arquitectura. Espero que estas reflexiones puedan alimentar y enriquecer el debate sobre el futuro de la profesión en general, y su papel en el desarrollo del derecho a la vivienda, en particular.

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