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Cine
‘Sin fin’
[Crítica] María León y Javier Rey protagonizan un viaje de desesperación parco en palabras.
El amor trasciende cualquier dimensión. O incluso es una dimensión en sí misma, como se intuye en Interstellar (2014). Es una premisa áspera a simple vista, pero que enmarca la evolución humana. Sin lazos afectivos que vayan más allá, tan solo revolotearíamos sin rumbo sobre la faz de la Tierra. De ahí que muchas religiones, incluso las políticas, apelen al amor hacia el prójimo como recurso de bienestar efímero.
Paradójico que se busque el bienestar propio en la alegría ajena; el egoísmo sembrando altruismo, así es la sinrazón del amor. Y así se resume Sin fin, ópera prima de los hermanos José y César Esteban Alenda. Una película directa y taciturna, en la que viajar en el tiempo es la guinda de un pastel que muy pocos querrían comerse.
Javier (Javier Rey) viene del futuro para recuperar el amor perdido de María (María León) y juntos reviven la magia del día que se conocieron, el primer día de su vida de verdad. Repiten el viaje que les llevó de un amanecer en Madrid a un atardecer en la costa andaluza. Todo para conseguir que ella vuelva a ser aquella mujer plena de entusiasmo y de la que él se enamoró bajo su flequillo.
Este filme plasma la desesperación de quien se esfuerza y habla aunque enfrente los demás se rindan y prefieran el silencio. Las reminiscencias de Javier son puñales, lo alejan de recuperar a su novia en su empeño de comparar el pasado prometedor con el presente comprometido. María ha sufrido y habrá sufrido, un escenario en futuro perfecto que él no admite.
Sin fin fue una de las cintas triunfadoras en la 21ª edición del Festival de Málaga, con la Biznaga de Plata al mejor actor para Javier Rey y también con el premio de la Asociación de Escritoras y Escritores de Cine de Andalucía (ASECAN), en palabras del jurado "por su eficacia para transmitir la emoción de unos personajes contorneados por el paso del tiempo, a través de un guion escrito con virtuosismo y verdad".
A todo ello se añade la precisión de María León, que sigue con su buena rutina de desmarcarse de lo banal. De vis cómica, la actriz sevillana ahonda aquí en una faceta opuesta y que tan bien domina. Su personaje desgarra con miradas en lugar de verborrea, para una historia de sencilla trama y profundo trauma. Los dos descubren que amar lleva su tiempo.