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Editorial
El Gobernismo era esto
Hay una bifurcación en curso. De un lado, unos aparatos de los partidos del cambio que cada vez se sienten más cómodos en la formulación estratégica de la conservación del poder. De otro, una calle crecientemente movilizada al margen de las correas de transmisión de la izquierda abertzale y de las figuras patricias que surgieron de la combustión social precursora de Podemos.
En este tramo final de legislatura —y antes de que el bazar de la campaña preelectoral ya iniciada lo enmascare todo— es necesario evaluar la dinámica institucional en los pueblos y ciudades de Euskal Herria a los que el asalto institucional, con distintas combinaciones y mayorías, abrió las puertas de Palacio.
Desde el punto de vista que nos interesa, esto es, entendiendo que era una gran oportunidad para romper los límites de 1978, los resultados son escasos. En términos generales, no se ha desanudado el reparto desigual de la riqueza, no se han desmontado redes clientelares, no se ha puesto coto a las operaciones urbanísticas especulativas, y no se ha tocado el grueso de los privilegios que había en 2015.
¿Cómo envejecerá toda esa hermenéutica (cambio tranquilo, luces largas, responsabilidad histórica, sentido de país), cuando los objetivos a los que los equipos de los ayuntamientos del cambio renunciaron a toda velocidad, sean ampliamente rebasados por la política estatal? ¿En cuántos consistorios de Euskal Herria sigue, por ejemplo, la educación 0-3 sin ser gratuita, con una oferta por debajo de la demanda real, excluyendo a los sectores menos favorecidos e, indirectamente, empobreciendo y limitando la autonomía de mujeres —que tienen que reducirse la jornada laboral o renunciar a su puesto de trabajo—? En Iruñea, sin ir más lejos, y tres presupuestos anuales después. Entre tanto, el mes pasado, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hicieron público un pacto para universalizar la gratuidad de ese ciclo educativo.
Hay una bifurcación en curso. De un lado, unos aparatos de los partidos del cambio que —abertzales o confederales— cada vez se sienten más cómodos en la formulación estratégica de la conservación del poder. De otro, una calle crecientemente movilizada al margen de las correas de transmisión habituales de la izquierda abertzale y de las figuras patricias que surgieron de la combustión social precursora de Podemos. En términos históricos, se está produciendo un doble proceso acelerado y transversal de recambio de élites y de autonomía de lo político. Lo primero, a través de la construcción de aparatos institucionales con las generaciones más jóvenes, excluidas de los cuadros de mando en las décadas anteriores. Lo segundo, por la vía de subordinar, de facto, la democracia de base a los poderes del Partido y del Estado.
En este contexto, no será fácil volver a motivar a los segmentos abstencionistas de las clases populares y precarias que posibilitaron el vuelco electoral en 2015. Está por analizar la envergadura de su desenganche al ciclo institucional. Por mucha participación inclusiva y transparente que se preconice, por mucha elaboración colectiva de programa que se oferte, o por muchas primarias más o menos abiertas y proporcionales que se convoquen, será difícil cambiar la inercia.
Esencialmente, porque el ciclo que inauguró la impugnación destituyente del 15M no ha cambiado gran cosa sus condiciones de vida.