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Ecologismo
Los mundos que sucedemos

Siempre me ha gustado pensar en todo lo que podía haber sido. Cada decisión que tomamos, las grandes y las pequeñas, generan un devenir en nuestra narrativa particular que, por su propio avance, impide que se generen otros caminos. Caminos que se bifurcan en los que cada elección supone decir adiós a un recorrido al que nos podremos acercar en el futuro, sí, pero que no podremos recorrer de la misma manera. Siempre me ha gustado pensar en esos otros caminos que no recorrimos. Y era un ejercicio bonito de mi imaginación, aunque últimamente se ha convertido en algo más.
Me gustaba pensar qué hubiera pasado si hubieras decidido mudarte a Madrid. No te confundas, no es que critique tu decisión, de hecho entiendo que estar en contra del centralismo y venirte a Madrid a tener que hablar en castellano todo el día resultaba un choque cultural demasiado potente. Pero la posibilidad estuvo allí, fue real durante unos instantes, y cada posibilidad genera un sendero nuevo, que no ocurre pero que existe, indudablemente existe.
Creo que hubiéramos sido buenos compañeres de piso. Con nuestras cabezonerías incluídas, alguna bronca absurda por cortar de más el pico de la zanahoria, pero que se compensaría con la ternura de los abrazos y las conversaciones de madrugada. El auge desproporcionado del precio del alquiler nos lo hubiera puesto difícil para vivir en un sitio digno, pero creo que habríamos conseguido hacer de él un hogar.
¿No nos imaginas a les dos, posiblemente a les tres; ella, por supuesto, también estaría invitada, en la pequeña terracita una noche de verano, después de cenar una ensalada de tomate del huerto del barrio? La luna y los coches, los dos mundos enfrentados y conviviendo por el momento, mientras forjábamos los cimientos para lo que iba a venir.
También me imagino qué hubiera sucedido si me hubiera ido contigo. Se que me lo ofreciste de corazón. Nunca he sido un hombre de agua: ni de mar, ni de lluvia, pero en alguno de estos infinitos universos paralelos posiblemente lo hubiera dejado todo para marchar. Me gustaba pensar que tendríamos allí en las costas de Coruña una pequeña comunidad de cuidados, un pequeño huerto y quizá una camada de moces correteando por las calles, quién sabe si compartiendo nuestros genes, y unas noches de foliada, y berzas en invierno y paseos por la playa. Creo que hubiera sido bonito y lo hubiéramos pasado muy bien.
Dice la física cuántica que el mundo no está determinado, que en cada realidad tenemos varias opciones conviviendo a la vez, varios mundos simultáneos. Siempre me ha parecido que los físicos tenían un puntito de poetas, que proponían una forma bonita de ver el mundo que era simplemente una descripción poética de la realidad. Pero desde que murió mi abuela creo que es algo más.
Ya sabes que ella fue mi razón para quedarme en Vallekas. No podía moverse y mi tía ya estaba demasiado mayor como para quedarse a cuidarla sola en una ciudad que empezaba a transformarse. Trasladarla al pueblo con mis padres era prácticamente imposible y decidimos quedarnos juntes en casa de mi tía. En aquel momento pudimos generar una red para hacer frente a la escasez, y conseguir a duras penas los medicamentos que necesitaba mi abuela. Por suerte Vallekas contaba ya con un tejido migrante que habíaasentado el apoyo mutuo como la base sobre la que construir y que permitió que al contrario que en la mayoría de Madrid, Vallekas pudiera conservar una comunidad grande y diversa.
Otros barrios no tuvieron tanta suerte, y su población acabó yendo al campo. Ahora solo quedan asentamientos estables en Vallekas, Carabanchel y, por algún motivo que aún desconozco, otra en lo que era Pozuelo. También hay una pequeña comunidad en el parque del retiro que se dedica a rebuscar entre las ruinas comerciando con cobre y otros metales.
Mi abuela falleció hace ya dos ciclos. Alcanzó los 98, casi un siglo a sus espaldas. La enterramos en la que había sido su casa, esa casa bajita que te enseñé la última vez que viniste, ¿te acuerdas? El abandono había hecho que el techo se cayera y por fin entraba la luz en esa cocina en la que había pasado tanto tiempo. En el centro del que fue su patio cavamos una pequeña fosa y sobre ella plantamos una parra. Ha crecido muchísimo desde entonces, y ya casi toca el techo. Si ha nacido de los restos de mi abuela seguro que esa parra tendrá una larga vida.
Ese día, el del funeral, vestidos de blanco y adornades con flores te vi por primera vez. Allí estabas, de espaldas, jugando con unes niñes que gritaban alegremente mientras correteaban por el patio. Mis ojos, llorosos, te acabaron perdiendo de vista cuando me fui a acercar.
En su momento pensé que había sido un hecho aislado. Que la emotividad del momento le había jugado una mala pasada a mi memoria, y lo olvidé. Pero meses después volvías a aparecer, apenas unos instantes, breve, por el rabillo del ojo. Algunos días te veía cruzar por la puerta de la cantina, donde paso la mayor parte del día sirviendo la comida y cocinando para la comunidad. Otros días te sentía a mi lado mientras cocinaba en el horno solar. Cuando me giraba nunca estabas allí pero sabía que me observabas. Los martes, sobre todo, cuando hacemos potaje de garbanzos, tu comida favorita, los pájaros cantaban más, hay más insectos y, de alguna manera, todo tiene una presencia diferente. Tu presencia, imagino.
Incluso abajo, en las alcantarillas. Alguna vez nos toca bajar a desatascar los desagües. Es lo malo de las lluvias torrenciales. Por mucho que hayamos quitado asfalto, los desagües no dan abasto para parar tanta agua. Pues incluso allí abajo, en las profundidades de la tierra, te veo pasar. Al resto no le pasa, es solo cosa mía. Alguna vez lo preguntaba, luego entendí que estabas ahí porque eras la Irene de una de esas bifurcaciones que no tomamos, y que, por tanto, solo podías estar en mi percepción. En mi parte de la realidad.
Te hiciste una habitual en las noches que pasamos alrededor de la hoguera en el verano, y luego del hornillo en invierno. Apareces y te sientas a mi lado, sin decir nada, a escuchar las historias del día. A veces acompañas la música con tu pandero o bailas canciones que ya te sabes de memoria y soy yo el que te observa con cariño desde un rincón.
Ya no somos capaces de generar la energía suficiente como para poner en marcha un colisionador de hadrones, un acelerador lineal que nos permita conocer con certeza los entresijos físicos del mundo, pero durante el tiempo en que se usaron se escribieron muchos libros sobre la física cuántica, sobre esos universos que ocurren a la vez. He leídoalguno, por curiosidad, que hablan de átomos que hacen dos cosas al mismo tiempo, que son lo mismo en lugares distintos o distintos en el mismo lugar. Átomos que viven todas sus probabilidades.
Sabes bien que siempre he sido una persona racional, de vida aséptica y sin misticismos, pero creo que tu y yo somos como esos átomos, viviendo todo a la vez en la multiplicidad de los sentidos. Yo veo a la Irene que se vino a Vallekas, a las Irenes que se vinieron y que luego tomaron distintos senderos. Y sé que probablemente yo también esté allí, que mis yos estén allí, pues hay días en que cuando salgo a la calle bajo un sol abrasador me acabo notando mojado, como si una fina lluvia cayera sobre mis hombros y siento que quizá allí, al otro lado, esté caminando contigo a arreglar la noria o a coger navajas en la playa. Y el olor a mar es tan real que no dudo que tú debes oler el potaje de los martes.
No creo que haga falta mandarte esta carta. Probablemente la estés leyendo conmigo. Creo además, que la realidad que me ha tocado vivir, que nos ha tocado vivir, es una en la que tomamos la decisión de mantenernos separados y estoy a gusto con ello, y creo que tú también lo estás. Los momentos breves en que me acompañas en mi día a día son suficientes para alegrarme de los nosotres que siguieron un camino juntes, aquí o allá, o quizá en alguna otra parte.
De jóvenes hablábamos mucho de la dificultad de tomar decisiones. Sin querer desmerecer la dificultad de otros momentos en la vida de los seres humanos, creo que nuestra generación ha vivido las épocas con mayor incertidumbre, primero en un mundo donde todo cambiaba tan rápido que era imposible adaptarse a él, y luego con un mundo donde todo estaba cambiando para deshacerse precisamente de esa velocidad de vértigo mientras resolvía, o al menos soslayaba, retos inmensos.
Nos agobiaba mucho esa incapacidad de volver atrás, la incapacidad de arrepentirse y de la imposibilidad de considerar todas las variables antes de elegir. Ahora, que puedo observar las posibilidades que pudieron ser, sin embargo, me doy cuenta de una cosa. En todas ellas, si me fijo en tí, y en mí, y en el mundo que les rodea, en todas ellas, absolutamente todas, las decisiones que tomamos consiguieron generar un mundo mejor, más justo y más alegre.
Ya no se puede volver a poner en marcha un colisionador de hadrones, pero no sé si con él seríamos capaces de descubrir algo que he aprendido con el tiempo, y es que, aunque los átomos necesariamente necesiten discurrir en un número diverso de posibilidades, está en nuestra mano decirles en cuales de ellas queremos existir.