We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Despoblación
“Arraigo no es el hecho de vivir en un lugar, sino de morir ahí”
Virginia Mendoza es la autora de "Quién te cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural". Un libro que nos conduce a conocer personas que habitan en aldeas y pueblos recónditos.
Ella es “perioantropodista”. No se considera escritora, pero en poco tiempo ha publicado dos libros. Para el primero, "Heridas del viento: Crónicas armenias con manchas de jugo de granada", buscó a los últimos supervivientes del genocidio armenio y escribió historias que muestran “lo que ha conformado la idiosincrasia del armenio de hoy”. El siguiente, publicado este año, se titula "Quién te cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural". Un libro que nos conduce a conocer personas que habitan en aldeas y pueblos recónditos, son los últimos o los únicos, y en sus vidas está la desaparición o permanencia de estos lugares. La despoblación es un tema de actualidad que otros escritores han abordado, pero ella lo hace desde una visión diferente: “No es un libro sobre la despoblación, es un libro sobre la soledad y el arraigo, pero estas se han retroalimentado por una despoblación extrema”.
Este es tu segundo libro, Virginia, ¿cuándo decides empezar tu carrera como escritora?
Yo no decidí ser escritora [risas de timidez]. Me dijeron que desde los ocho años siempre iba con una libreta debajo del brazo. Empecé a estudiar periodismo porque quería escribir. Un fallo que cometemos muchos. Luego, la carrera está muy enfocada a la empresa, a la “redacción”, que es algo que a día de hoy es bastante difícil de conseguir. Terminé la carrera y no quería ejercer. Empecé en antropología, porque pensé que así adquiriría la visión para hacer el periodismo que quería realmente. Por entonces, me fascinaba lo que hacía Ander Izagirre. Contar esas historias de personas anónimas. Me inspiró, en cuanto a qué encontré qué podía hacer dentro del periodismo.
No te lo pusiste nada fácil para escribir tu primer libro. Armenia...
Mi abuelo murió y no me dio tiempo a despedirme. Estaba en Auschwitz, me avisaron y emprendí el viaje de vuelta. Por una hora no llegué para despedirme de él. Es algo que se me quedó muy clavado y tuve un duelo muy duro. Un día, hablando con Ander Izarrige me dijo: “Armenia tiene un punto que te gustaría”. Decidí irme con el Servicio de Voluntariado Europeo. La noche que envié mi solicitud soñé con mi abuelo y me decía que había nacido en la Calle de los Armenios, yo le decía que no, que había nacido en la Calle del Aire. Me desperté sabiendo que me habían seleccionado y me iba. Quizá suena un poco loco, pero escribí este libro porque pensé que tenía que hacerlo por él.
Tus dos libros recopilan testimonios, por el idioma te habrá sido más fácil escribir el segundo...
En cierto modo, aunque suene raro, agradecía que no compartiésemos idioma porque me permitía, que mientras la traductora me estaba diciendo lo que la persona contaba, yo podía ir anotando, sin poner una grabadora. Esto a la gente le relaja. También, me daba más tiempo, mientras me traducían a observar a las personas, la descripción de la casa, la vestimenta, otros detalles. Sin embargo, valoro también haber compartido el mismo idioma, en este caso por la riqueza lingüística. No sabía que podía a ver tantísimos dialectos, lo descubrí al conocer a un hombre de Huesca, que habla un dialecto del aragonés, el belsetán.
“No es un libro sobre la despoblación, es un libro sobre la soledad y el arraigo, pero estas se han retroalimentado por una despoblación extrema”.
¿Para quién escribes, Virginia?
Para mi abuelo. No lo sé, creo que los escribo para gente que pueda empatizar con los protagonistas y que pueda reír y llorar con ellos a la vez. Es lo mejor que me han dicho nunca: “Virginia con esta historia me has hecho reír y llorar a la vez”.
El título de tu segundo libro pertenece a una canción de J.A. Labordeta. ¿Qué significa para ti?
Habla de la despoblación, dice: “Quien cerrara los ojos tierra cuando estés callada”. Se me ocurrieron otros, pero sabía que no eran definitivos, Hasta que un día dije, el verso de Labordeta tiene que aparecer aquí, además, hay varias historias aragonesas en el libro, y Labordeta ha sido muy querido en Aragón. Lo llaman “el abuelo”, porque ha sido una de las personas que más ha trabajado por la cultura aragonesa. El verso habla exactamente de lo que yo buscaba, la última persona.
Terrinches, tu pueblo familiar, ¿se dirige a la despoblación?
No, en mi pueblo queda mucha gente. Lo que me ha marcado era el arraigo de mi abuelo. No buscaba escribir sobre despoblación, quería entender por qué hay gente que se queda, aunque sea el último. Cuando me puse a escribir, empecé a vincular todo con historias mías que tenía muy vivas, como la de ver a mi abuelo cavando su propia tumba. He entendido que lo importante para ellos, cuando hablamos de arraigo, ya no es sólo el hecho de seguir ahí, sino de morir ahí. Es un vínculo con la tierra nuestra generación ha perdido.Cómo antropóloga, la soledad en el campo o en la ciudad no es igual. En esto, llama la atención Sinforosa, una de las personajes, cuando dice: “Aislada en de la rueda del capitalismo ha aprendido a no necesitar”.No tiene nada que ver, si hay ausencia de personas en todo caso, pero no es lo mismo que estés ahí sólo porque no haya nadie más, a que no haya nadie más a ti te esté repercutiendo de alguna manera. Es muy distinto.
Es bastante normal que en las ciudades nos sintamos muy solos, aun rodeados de gente. Las relaciones y vínculos no son iguales. Cuando hablo de soledad en el campo, me refiero simplemente a la ausencia de vecinos, se trata de una soledad voluntaria en muchos casos.
En el quinto capítulo- Mi vecino es un oso- haces un diálogo sobre un personaje de tus viajes, Pepe y otro, del libro de La Lluvia Amarilla, de Julio Llamazares, Andrés. Tiene un trasfondo filosófico sobre la paradoja del ser. La soledad ligada a la existencia.No tenía una intención filosófica cuando lo escribí, pero es verdad que lleno de este tipo de detalles el libro, por ejemplo, con la reflexión sobre qué sentido tiene que el gato tenga nombre si no lo tengo que distinguir de los otros, incluso, si ni siquiera yo necesito un nombre, también puedo dejar de existir. Estas dos personas, no necesitarían tener un nombre.
¿Alguna anécdota que te haya marcado en tu último viaje por la España rural?
Una que me ayudó mucho a entender el aislamiento y un poco el miedo de estas personas. Estábamos en una aldea de Teruel muy pequeña y aislada, en un barranco. Mi familia se pensó que iría a hacer una entrevista y volvería, pero se les olvidó que yo no hago entrevistas, voy a ver lo que pasa. No podía avisar, no había cobertura. En casa se preocuparon. Apareció la Guardia Civil buscándome, yo me asusté. Me imagine lo peor. Iba con Maysun, la fotógrafa zaragozana, de origen palestino. Ella venía de cubrir la guerra en Siria y para una historia que tiene tranquila en un lugar silencioso, sin disparos, viene la guardia civil a buscarnos. Mi madre investigó sobre la aldea, para imaginar que estaría haciendo ahí, empezó a encontrarse reportajes en los que el periodista era un héroe que se había metido en un lugar imposible y que daba miedo. En el fondo, esta anécdota me sirvió para reflexionar sobre la responsabilidad del periodista y sobre la inmediatez. Estamos obsesionados pidiendo respuestas inmediatas y nos lleva a cosas así.
En el libro se siente una añoranza por una forma de vida idílica y que estamos perdiendo...
Idealizamos lo que no conocemos, y quizá tendría más sentido que aflorase mi melancolía si fuese de ciudad. Pero, yo lo que veía era mi infancia, y por eso aparecen mis abuelos de vez en cuando. Estaba sintiendo que volvía a ser pequeña esos días.
“El peso de la vergüenza de quienes viven el campo”. En el libro aparece la idea de que la gente de pueblo, piensa que “es tonta”. ¿Has sentido esto durante las entrevistas?
Es curioso, porque en teoría es una idea creada desde la ciudad, pero tan interiorizada por la gente de los pueblos... En España somos proclives al complejo de inferioridad, y en el mundo rural esto se nota mucho más. El despoblamiento ha influido. Todas estas personas que viven solas o han vivido solas son la mayoría mayores. Y, han estado soportando al que viene de la ciudad durante décadas a cuestionarles por qué siguen ahí, quieren sacarles de su vida y les hacen creer no pueden valerse por si mismos antes de tiempo.
"Es triste saber que en muchos de estos pueblos sólo se recurre al turismo, puede ser una buena fuente de ingresos, pero no es la única, me da pena que se conviertan en puro atrezo para divertir al que viene de fuera.
Entrelineas tocas muchos temas, que son políticos....
Hay mucho de denuncia en las historias, de desidia política no sólo actual, sino desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, el discurso que tenía Franco, contradictorio, de que supuestamente casi todo lo que hacía era por el campesinado, pero luego se le metió en la cabeza convertir a España en un jardín y expropiaba pueblos enteros para plantar pinos, quitándole a la gente ese terreno del que realmente vivía.
En tu tour por las aldeas más despobladas de España, ¿has encontrado iniciativas con visión de futuro e intención de fijar de nuevo una población rural en esas zonas?
He encontrado sobre todo proyectos a nivel personal, de gente muy idealista que ha querido reconstruir con sus manos, sin saber nada de construcción, el pueblo donde su madre ha aprendido a leer y a escribir. Son proyectos personales, que a menudo parten de una melancolía personal. A veces, es triste saber que en muchos de estos pueblos sólo se recurre al turismo, puede ser una buena fuente de ingresos, pero no es la única, me da pena que se conviertan en puro atrezo para divertir al que viene de fuera. Hay otras historias de pueblos que he visitado, te podría contar sobre muchas más y muy bonitas y curiosas, como Alma Natura, en Huelva, o el Arca de Noa, en Ourense.
¿Contar historias reales es la parte de escribir que te hace sentir unida al periodismo?
Sí [Se muerde los labios para que no se le escape nada, pero habla.]. Contar vidas es la excusa para hablar de algo más antropológico.
Las ilustraciones que acompañan este artículo son de Buba Viedma