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Culturas
El apagón de los macrofestivales reaviva la cultura de proximidad
La cancelación de eventos multitudinarios ha paralizado la actividad de un sector con fuerte presencia en el País Valencià. El coronavirus ha puesto de relieve la necesidad de repensar los puntos de encuentro culturales de una manera laboral, económica y medioambientalmente más sostenible.
Amparo Javier es una de las miles de personas que forma parte del engranaje de macroeventos musicales en el País Valencià. Empezó hace seis años en el Rototom como cajera, pero ahora trabaja como organizadora de barras. El verano pasado compaginaba esta actividad con otro empleo de administrativa, donde en febrero rescindieron de su contrato. Poco después empezaron a llegar los anuncios, a cuentagotas, de cancelaciones de eventos multitudinarios en los que ella se ganaba la otra parte del jornal. Primero fueron las Fallas: “Entonces quise pensar que los festivales más metidos en verano seguirían en pie”, reconoce. Pero el tiempo se fue llevando su optimismo, igual que retiró la previsión de ingresos estivales a quienes complementan sus ganancias anuales con este tipo de eventos o directamente viven de ellos. Sea encima o debajo de los escenarios.
El comienzo
El primero de los escenarios en apagarse fue el del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), que el 18 de mayo anunciaba su cancelación. Semanas después, también el Rototom Sunsplash bajaba el telón y posponía la celebración para 2021. “Nos espera un año difícil”, reconocía la organización a principios de junio. Los aplazamientos o suspensiones se propagaban tanto como lo había hecho el virus, y el apagón afectaba a la mayoría de los grandes eventos culturales del País Valencià.
Con el fin del estado de alarma, el sector recibía una pequeña dosis de aire al reanudarse algunos conciertos y eventos a pequeña escala. Pero el varapalo de las cancelaciones dejaba un futuro lleno de incertidumbre, especialmente para artistas emergentes y de ámbito local que encontraban en los festivales de verano un escaparate para proyectarse. “Ha sido un golpe fuerte. Hace justo un año que nos habíamos constituido como empresa y teníamos una proyección buenísima, con un verano lleno de conciertos”, explica Flora Sempere, integrante del grupo valenciano El Diluvi, que vio canceladas sus actuaciones en los meses de mayor actividad. Algo similar le ocurría Innerlands, un grupo recientemente creado de folk con base en València, que tenía previsto dar un salto cualitativo este verano. “Fue como encontrarte de repente con un muro”, ilustra Paloma Grueso, vocalista del grupo.
La incertidumbre se mantiene. Algunos se resistieron a la ola de cancelaciones y decidieron solo posponer los eventos. El Pirata Rock, previsto para julio, se retrasó a la primera semana de septiembre, pero su celebración sigue en la cuerda floja por la situación sanitaria: “Es cierto que los rebrotes no favorecen que se pueda realizar en la nueva fecha, pero de momento sigue fijada; si no se pudiera, la idea es llevarlo a 2021”, adelanta Duke Abengozar, director del festival. Otros optaron por adaptar sus espectáculos: la celebración del Feslloc los pasados 9, 10 y 11 de julio en Benlloc (Castelló) se hizo reformulando el formato, con un aforo muy reducido y presupuesto más limitado —que llevó a reducir el número de grupos que actuaban “para poder pagarles dignamente”— y un cambio sustancial en el modelo de la organización y de las entradas, donde se priorizó su función como dinamizador de la cultura valenciana y de artistas locales.
No solo ocio
Cuando los organizadores del Feslloc anunciaron, en abril, que no se cancelaría el festival, la crisis sanitaria todavía estaba en un punto álgido. “Por parte de los actores de música en valencià la noticia fue muy bien recibida, pero hubo reacciones de todo tipo por parte del público, y algunos nos tacharon de inconscientes”, reconoce Laia Gordi, cofundadora de la cooperativa Neu al Carrer que, entre otras, gestiona la comunicación del Feslloc. “Pero hago autocrítica y pienso que fue porque no expresé demasiado bien la idea”, matiza.
¿Qué les hizo seguir adelante con el festival en un contexto de incertidumbre sobre la evolución de la pandemia o posibles rebrotes? “Se iba a cancelar, pero en una reunión pocos días antes de comunicarlo, se reflexionó sobre que la música en valencià tiene muy pocos espacios y escaso apoyo. El Feslloc es uno de estos huecos y se consideró que debía celebrarse”, explica la comunicadora.
En ese momento no sabían si sería posible que hubiera público o si tendría que optar por streaming, pero vieron importante “pedir a los músicos que actuaran y hacer llegar esas actuaciones a la gente”. Pusieron en marcha una campaña para recaudar bonos activistas de ayuda a la cultura de proximidad —”con los que se contratará a más músicos en valencià a lo largo del año”—, ofrecieron la posibilidad de conservar las entradas para la próxima edición, habilitaron la opción de donarla y realizaron un sorteo entre quienes la habían adquirido para asistir presencialmente al evento, al que finalmente acudieron 160 personas de público y aproximadamente la misma cifra de trabajadores de la cultura. “Consideramos que la respuesta fue muy positiva: el 50% de quienes tenían entrada se la ha guardado para el año que viene, el 40% ha pedido la devolución del importe y el 10% la ha donado a la causa”.
El 10% de personas que tenía la entrada para el Feslloc la ha donado a la causa, el 50% se la ha guardado para el año que viene y el 40% ha pedido la devolución del importe
Lo que tiene de particular el Feslloc, reflexiona la organizadora, es su carácter activista y enfocado a lo local y a la normalización del valencià, algo que “en un mundo normal no debería existir”. Para ella, todos los festivales del País Valencià deberían programar música en valencià y la cultura y la lengua deberían estar normalizadas en todo el territorio. “Desgraciadamente no es así, llevamos 13 ediciones y, aunque se ha avanzado, seguimos reivindicando que cantar en valencià no debería contemplarse como un acto de activismo”.
Carteles de macrofestivales como el FIB, Rototom o Arenal Sound no cuentan con apenas presencia de artistas locales. En el Pirata Rock, Duke Abengozar calcula que entre un 10 y un 15% de los artistas son originarios del País Valencià. Pero no necesariamente cantan en valenciano. “Creo que la normalización se hace cuando artistas valencianos cantan en su lengua fuera del ambiente propiamente valenciano”, apunta Francesc Burgos, director artístico de la Casa Calba, un proyecto cultural ubicado en Gandia. Lo ejemplifica con el caso de ZOO, que antes de su parón agotaba entradas en ciudades españolas no catalanoparlantes y que ha actuado en diversos países: “Cuando les preguntan si no es raro cantar en valencià en Europa, ellos contestan, irónica y muy adecuadamente, que es igual de raro que cantar en castellano”.
“El sistema de música en valencià también está en quiebra. Si no lo estuviese, ninguno de los grupos que estaban en el top —como Obrint Pas, La Gossa Sorda o Aspencat— se habría retirado”, sostiene Francesc Burgos
A la falta de espacio se suma, defiende Burgos, el reducido número de actores: “El sistema de música en valencià también está en quiebra. Si no lo estuviese, ninguno de los grupos que estaban en el top —como Obrint Pas, La Gossa Sorda o Aspencat— se habría retirado”. Burgos considera que las propias dinámicas explican esta ausencia en el escenario: “En un sistema cultural sano, estos artistas no se retirarían. ¿Por qué lo hacen? Pues porque, más allá de posibles problemas internos, pasan tres o cuatro meses al año tocando [en conciertos] hasta altas horas de la madrugada, y cuando eres un poco mayor esa forma de vida ya cansa”, razona. “Si en los últimos cinco años se han retirado todos, quizás es que ese no es el modelo”.
Quedan otros activos, como Smoking Souls, La Fúmiga o El Diluvi. La vocalista del último piensa que sí se estaba creando “un circuito potente por la lengua”, pero que la pandemia “lo ha dejado en stand by”. “Sobrevivirá, porque la música en valencià ha pasado momentos políticos mucho peores, pero ha sido un golpe tremendo y estamos en el limbo”, opina Sempere. Este año, la banda pensaba homenajear el 25 aniversario de la muerte de Ovidi Montllor —figura central en la cultura valenciana y muy ligada a los orígenes de El Diluvi—, y tenían cerrados 17 conciertos en julio y 14 en agosto: “Ahora tenemos como máximo tres o cuatro, y ya es, porque durante el confinamiento no hemos podido hacer nada”, lamenta, más allá de algunos directos en redes sociales que servían al grupo para mantenerse activo, pero de los cuales no generaban ningún ingreso.
más precariedad
No solo los artistas han salido mal parados por el aluvión de cancelaciones y el contexto precariedad. En el Rototom, el año pasado había más de 90 personas contratadas solo en barras. “Ahí sí se controla que una persona no haga más de ocho horas seguidas”, comenta Amparo Javier, quien reconoce que en otros festivales que ha trabajado los derechos laborales brillaban por su ausencia. “Yo he llegado a hacer hasta 20 horas en algún festival, con una hora para comer y media para cenar”. Lo normal en estos eventos, reseña, es trabajar unas doce horas: “Es duro, son muchas horas, hace calor, sufres bajadas de tensión, se cotiza muy mal…”, enumera.
El último también es un problema crónico encima de los escenarios: “La realidad más usual de cualquier músico local es que a lo largo de su vida profesional haya cotizado muy pocos días, y tampoco tendrá derecho a la jubilación”, explica Ángela Prieto, abogada colaboradora del Sindicat de la Música Valenciana (SIMUV). “Ahora se han quedado sin trabajo y sin ninguna certeza”, añade. No solo los artistas se han visto afectados; también los profesionales que forman parte del equipo de los grupos, como técnicos o encargados de merchandising. “Los trabajadores de la cultura han sido un colectivo terriblemente afectado por la pandemia al que, además, no se le considera esencial”, apoya Laia Gordi. “Y en una sociedad democrática, la cultura crítica y libre debería serlo”.
Abandono institucional
Los días 10 y 11 de abril, la población española despertaba con un apagón cultural convocado por la Unión de Actores para protestar por la falta de medidas gubernamentales dirigidas al sector. Más tarde el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, anunciaba una serie de políticas y ayudas que, sin embargo, dejaban fuera a muchas de las personas que trabajan por y para la cultura. “Creo que las administraciones han de espabilarse y generar un circuito cultural en esta nueva normalidad. Se están adaptando en todos los sentidos y ahí parece que esté costando el doble”, lamenta Sempere.
A nivel autonómico el apoyo también ha tardado en llegar. El 17 de junio se publicaron las bases de una convocatoria de ayudas del Institut Valencià de Cultura cuyo plazo de solicitudes se inició un mes más tarde. “Son las mismas subvenciones de todos los años, pero han flexibilizado los criterios y han ampliado la financiación”, acerca Prieto. “El problema es que exige que los solicitantes sean una SL, o una entidad, pero no una persona física; las ayudas a la producción discográfica son para discográficas, no para un músico que se quiera editar un disco; la de reposición de instrumentos, para asociaciones. Ayudas directas a los músicos por parte de la Conselleria, a día de hoy, no existen”, lamenta.
El anuncio del Institut Valencià de Cultura corrobora el análisis de Prieto: la convocatoria de 2019 contemplaba un presupuesto máximo de 650.000 euros, mientras que este año la financiación asciende a 1.463.500 euros y se han incluido dos nuevas líneas: una modalidad para salas de exhibición y otra para “la organización y mantenimiento de estructuras administrativas”. Pero mientras Vicent Marzà —conseller de Educación, Investigación, Cultura y Deportes— anunciaba con estas medidas su satisfacción por “adaptarnos a la singularidad del sector musical valenciano tras haber compartido sus necesidades reales”, el testimonio de Francesc Burgos se aleja de este enfoque: “Mucha gente no sabe si va a poder puntuar el mínimo para acogerse a alguna de las ayudas, y el sector se siente defraudado porque, tras tantas reuniones y mesas sectoriales, no se ha incluido prácticamente ninguna de sus peticiones y la administración ha puesto sus reglas otra vez”.
A ellos les ha salvado los ERTE: si no fuera por esta medida, dice, “hasta las empresas culturales más grandes habría desaparecido”. La que organiza el Pirata Rock también tuvo que hacer uno durante los meses más fuertes del apagón cultural: “De vender una media de unas 40 entradas al día pasamos a vender dos”, señala Abengozar desde la dirección del Pirata Rock. Pero no todo el mundo implicado en la celebración de festivales ha podido optar a los expedientes, por las propias relaciones laborales en estos eventos.
Insostenibilidades y alternativas
A la insostenibilidad laboral y financiera se suma la medioambiental. “En la Casa Calba no nos interesan las grandes aglomeraciones, ni los festivales grandilocuentes o con un montaje desmedido, porque conducen a un impacto negativo en el entorno”, expresa Burgos. Laia Gordi hace referencia al protocolo medioambiental del Feslloc que, sin embargo, este año no se ha podido cumplir a rajatabla por las medidas higiénico-sanitarias, del mismo modo que tuvieron que trasladar parte del festival a un área más alejada del lugar habitual: Benlloc es un municipio con una población envejecida que no había registrado ningún caso de covid-19, y querían “evitar exponerles al venir gente de fuera”, explica Gordi.
Para Abengozar hay un error por parte de las instituciones al no ver “que el mundo del festival es una nueva forma de turismo” pues, defiende, sobre todo la gente joven “elige sus vacaciones también por la oferta de ocio”. Así, el director del Pirata Rock hace mención “al dinero que recae sobre la ciudad” fruto de un festival de estas dimensiones y lamenta que el gobierno no lo ponga en valor: “Las ayudas son casi inexistentes y las informaciones para saber cómo tenemos que actuar han sido las últimas en salir”, expresa.
“Que un macrofestival deja rendimiento económico a todo el pueblo no es del todo cierto, porque la mayoría solo da rédito económico a los promotores, a los grandes supermercados y a algunos bares. Normalmente el sector popular de la zona no recibe ningún beneficio”, defiende Burgos
La perspectiva de Francesc Burgos es otra: “Que un macrofestival deja rendimiento económico a todo el pueblo no es del todo cierto, porque la mayoría solo da rédito económico a los promotores, a los grandes supermercados y a algunos bares. Normalmente el sector popular de la zona no recibe ningún beneficio”, defiende. “Se está polarizando el tema de la cultura de una manera enfermiza y en este territorio se está cambiando el modelo de ‘sol y playa’ por el de ‘sol y festival’, pero en definitiva la perspectiva es la misma”, añade, al tiempo que considera que se trata de un modelo “totalmente desfasado” si lo que se busca es asegurar la supervivencia del planeta. Burgos, desde su formación como ingeniero ambiental y promotor de la cultura de proximidad, aboga por alternativas más pequeñas, hechas desde el barrio, aunque Amparo Javier introduce el factor de encuentro social que suponen los macrofestivales, sobre todo entre gente joven.
Más allá de los efectos en la población y el territorio, Prieto añade que, aunque estos macroeventos muevan mucho dinero, no tiene claro “que sea la mejor plataforma” para que los músicos expongan su trabajo. Para los artistas, apoya Grueso, sería mejor que los festivales estuvieran “más repartidos” geográfica y temporalmente, con aforo más acotado, de forma que se garantizara un movimiento continuo para los músicos y no se concentrara la mayoría de la actividad en un lugar o un periodo.
Burgos, por su parte, aboga por un modelo que no solo sea sostenible ambiental y laboralmente, sino que también esté trabajado “desde una escala más humana” que permita “mirarse a los ojos”. Algo en lo que coincide La Cris, organizadora del PaRedes, un encuentro gandiense que este verano se ha tenido que cancelar y en el que, “precisamente por haber nacido de un accidente —rememora la artista— se prioriza el cuidado de las personas”. Sobre si habrá un cambio o si las adaptaciones a la “nueva normalidad” pueden ser la solución, existen opiniones diversas. El Pirata Rock, por ejemplo, ve “inviable” reducir el aforo a 800 personas en un evento en el que el año pasado atrajo casi a 15.000.
“A los músicos lo que nos ha faltado es agruparnos y escuchar las necesidades de unos y otros, que en realidad son las mismas, tanto si actuamos en sitios grandes como pequeños”, introduce Grueso
“A los músicos lo que nos ha faltado es agruparnos y escuchar las necesidades de unos y otros, que en realidad son las mismas, tanto si actuamos en sitios grandes como pequeños”, introduce Grueso. Sempere coincide en el análisis cuando busca soluciones: “Hay cuestiones que son presupuestarias, pero también tenemos que darnos cuenta de que nos debemos unir. Somos un sector precarizado históricamente pero no nos movemos, y eso hace que no nos tomen tan en serio”. Desde el SIMUV, Prieto opina que la pandemia ha impulsado un movimiento organizativo: el sindicato es uno de los integrantes de la iniciativa ‘Tu encens la cultura’, promovida por Intersindical Valenciana y apoyada por colectivos del País Valencià que, creada para defender la cultura de proximidad y visibilizar las necesidades del sector, ha derivado en un mapa digital donde se recogen espacios, entidades y personas que integran la cultura. “Fue el primer sector que se vio afectado por el covid-19, pero será de los últimos en recuperarse”, vaticina la abogada, que lamenta que todavía no haya una consolidada cultura de asociación. “Es lo que hay que superar para salir adelante”, concluye.
En la parte menos visible de la cadena de los macroeventos, personas como Amparo Javier también tendrán que hacer frente a un verano incierto. Ella pudo acceder al paro, pero su prestación acaba este mes y no oculta su preocupación por compañeros y compañeras que han salido peor paradas, ni por su propio futuro inmediato en un contexto en el que los rebrotes recuerdan que el virus no ha desaparecido y el sector cultural avisa de que, ni por asomo, se está recuperando.