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Culturas
Ocho peones para tumbar al rey jugando
Dos libros de reciente aparición abordan el ajedrez como tablero para la recuperación de jugadas olvidadas, las de los peones que nunca ganaron, y como advertencia de lo que puede estar por venir. La potencia metafórica y creativa de este juego lo convierte en una herramienta educativa de primer orden.
Año 1962. A un lado del tablero, los Estados Unidos de JFK; al otro, la España de la dictadura franquista. En medio, un montón de peones que jugaban sus propias partidas. Y que las perdían.
El encarcelamiento del comunista Julián Grimau y su posterior fusilamiento como último muerto de la Guerra Civil. La trastienda emocional de Francis Gary Powers, el espía estadounidense atrapado por la URSS. La huida de los maquis Pedro Antonio Sánchez y Caracremada en una noche pirenaica. Robert F. Williams y el poder negro armado. El falangista Román Alonso Urdiales y la resaca de su “bomba” lanzada contra Franco en el Valle de los Caídos. Los mineros de Asturias con Amador Menéndez García. Blanche Posner y la lucha de las mujeres pacifistas del Women Strike for Peace. La salida de prisión de Marcos Ana. El universitario negro James Meredith, que rompió la segregación en el campus de Misisipi. La primera asamblea secreta de ETA. La melancolía enquistada de Diego Martínez Barrio, un cuarto de siglo en el exilio como presidente interino de la II República Española. Las revueltas estudiantiles y el esperpéntico robo de un cuadro de Franco en la Facultad de Medicina de Barcelona. El grito de los nativos americanos contra el genocidio cultural del país del dinero. El golpe policial contra el PSUC y Pere Ardiaca. La infiltración del FBI en el seno del Partido Comunista de Estados Unidos de la mano del agente especial Herbert K. Stallings. El luto de una viuda anónima de la posguerra española. Jugadoras, jugadores. Esclavas y patrones.
En un lado de la mesa, Bobby Fischer, joven estadounidense que se convertirá en campeón mundial de ajedrez y protagonizará una vida dislocada. En el otro, Arturo Pomar, juguete roto del franquismo y trabajador de Correos tras haber sido niño prodigio del ajedrez. Es 10 de febrero de 1962 y en Estocolmo está a punto de comenzar la partida.
El periodista Paco Cerdà firma en El peón (Pepitas de calabaza, 2020) un extraordinario trabajo de recuperación de la memoria olvidada, de las historias fracasadas de peones que en 1962 jugaron un doble papel: ser marionetas del destino y, a la vez, hacer que el destino dependiera de ellos. Entonces, recuerda, se vivió una gran agitación política y social en España. “Pero, al mismo tiempo —contrapone—, hay numerosas historias de aquel año desconocidas por completo y que merece la pena rescatar desde el prisma de esas personas que se sacrificaron en nombre de una lucha colectiva”.
Peones, como los que Fischer y Pomar enfrentaron en los 77 movimientos de la partida que vertebra el libro, que “sacrificaron su vida, la historia en minúsculas, en nombre de un bando: el comunismo, el anarquismo, el maquis, el obrerismo, el socialismo, el terrorismo etarra, el cristianismo social, la República en el exilio, el movimiento estudiantil o el falangismo de moribunda estirpe joseantoniana. En el lado americano, esos peones adoptaron formas bien distintas: la lucha antirracista del black power, el movimiento pacifista antinuclear, la nueva izquierda universitaria, la defensa de los pueblos indígenas o la guerra anticomunista al servicio del Ejército en Cuba o la URSS”, comenta el autor.
“Sospecho que en la victoria todo es laurel y colorín; es en la derrota donde laten la poesía y la complejidad”, apunta el escritor Paco Cerdà
En su condición de periodista, Cerdà reconoce que nada le resulta tan interesante como aquellos sujetos en apariencia menores, desvalidos, desprotegidos. En las páginas de El peón abundan los secundarios de las grandes historias haciendo la suya propia, a la intemperie de los acontecimientos memorables. “Sospecho que en la victoria todo es laurel y colorín; es en la derrota donde laten la poesía y la complejidad”, apunta.
Preguntado por quiénes serían hoy esos peones que retrata con trazo preciso y abundante trabajo documental, lo tiene claro: “No hay más que mirar la pandemia que estamos viviendo y reflexionar sobre la legión de trabajadores esenciales a los que se ha pedido el sacrificio colectivo de sacar a nuestras sociedades adelante, sea en China o en España”.
Cerdà, que en 2017 publicó Los últimos, otro título muy recomendable, también señala las propiedades retóricas que propicia un juego como el ajedrez: “Con su poesía, su historia milenaria y su carga simbólica —un tablero acotado, unas normas férreas, unas piezas que son movidas por una mano ajena, el tiempo que lo constriñe todo, la dicotomía entre el blanco y el negro— permite piruetas metafóricas verdaderamente sugerentes”.
La computadora que nos derrotó
Las biografías de Bobby Fischer y Arturo Pomar también tienen cabida en Nieve negra (Libros del K.O., 2020), un delicioso vademécum ajedrecístico escrito por Jorge Benítez. Con el subtítulo “Dioses, héroes y bastardos del ajedrez”, el libro recoge las andanzas de grandes nombres de este juego —de Capablanca a Kárpov, pasando por Ziryab o Alekhine—, trufadas por anécdotas históricas. A Pomar, en concreto, lo califica como “españolada” y lo relaciona con el landismo y los actores de esa época, que define como la mejor generación de intérpretes europeos del momento. Sin embargo, puntualiza, “se vieron obligados a hacer películas muy malas para sobrevivir, del tipo destape, y no fue hasta que se les dio la oportunidad de hacer otro tipo de cine cuando enseñaron al mundo su verdadero talento. Basta ver películas como Los santos inocentes o Mi querida señorita”.
Benítez compara a Pomar con esos actores porque el franquismo no supo entender su talento y plantea la revisión de su figura: “No sabemos hasta dónde podría haber llegado pero sí que su carrera ajedrecística habría sido mucho más interesante. Pudo haber hecho más de lo que hizo, pero no creo que fuera por su culpa. El régimen franquista desconocía cómo potenciar ese diamante en bruto que tuvo en el ajedrez. Desde hacía siglos, el ajedrez de alto nivel español era un solar. Si Pomar hubiera nacido en la URSS, por ejemplo, habría destacado más, de eso no tengo duda. Aun así, es un personaje extraordinario que no ha sido tratado como merece en este país, se le asocia a una época gris y eso le ha perjudicado. Como sucedió con el boxeo, en el que España tenía una notable tradición, Pomar ha sido visto durante el período democrático como un invento del franquismo, algo casposo, un Joselito del ajedrez, y no lo fue. Sufre una injusticia histórica que merece redención”.
“Cualquiera puede jugar. Sus virtudes son muchas: es barato, pedagógico y las reglas básicas se aprenden en 15 minutos. ¡Nada es tan fácil de aprender de inicio y tan complejo de perfeccionar!”, sostiene Jorge Benítez, autor de Nieve negra
Hablando sobre el juego del ajedrez, Benítez considera que aporta una “enseñanza de vida incomparable”, que es la humildad de saber que “si hoy ganas, mañana vas a perder, sin excepción, seas un mal jugador, mediano o un gran maestro”. También destaca que es el tercer deporte del mundo con mayor número de federados y su entrada en los planes educativos de numerosos países. “Cualquiera puede jugar. Sus virtudes son muchas: es barato, pedagógico y las reglas básicas se aprenden en 15 minutos. ¡Nada es tan fácil de aprender de inicio y tan complejo de perfeccionar!”.
Tomando como referencia la derrota de Gary Kaspárov el 11 de mayo de 1997 a manos de Deep Blue, un programa informático, Benítez ofrece en Nieve negra una serie de interesantes conclusiones acerca de las consecuencias de la implantación de la inteligencia artificial, más allá del tablero de ajedrez. “Un rico siempre jugará mejor al ajedrez que un pobre. Porque vendrá fabricado de serie” es una de las frases con las que resume el riesgo de agravar las desigualdades que puede traer el desarrollo tecnológico.
El autor desentraña esta idea con lógica preocupación: “En la historia hay campeones de clases muy acomodadas, por ejemplo Paul Morphy, pero también jugadores que han conocido la pobreza. Esa reflexión que citas la hago respecto al futuro, no solo del ajedrez, sino de la humanidad. Nadie duda ya, desde científicos hasta economistas —hablo de gente seria, no de gurús new age a los que les gusta vender humo—, de que en las próximas décadas la biotecnología, la inteligencia artificial y el procesamiento de datos van a dar un salto brutal. Semejante impulso tiene cosas muy positivas —viviremos más y mejor— pero tiene un halo inquietante si no se logra mantener una cierta equidad ciudadana. Podría suceder que, por ejemplo, la biotecnología tuviera solo un acceso para los que tengan más dinero. Imagina que ellos dispusieran en x años —tarde o temprano llegarán— de dispositivos para estimular el aprendizaje cerebral, pero que sus costes solo los pudieran sufragar las élites. Esto generaría un inquietante sistema de castas, mucho más salvaje que la brecha económica que hay hoy entre ricos y pobres. Los más privilegiados contarían con ventajas intelectuales y físicas ‘de serie’ sobre los ‘parias’. Desaparecerían la competencia y la meritocracia. También en el ajedrez”.
Sobresaliente en jaque mate
El 11 de febrero de 2015, la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados aprobó por unanimidad “instar al Gobierno a implantar el programa Ajedrez en la escuela en el sistema educativo español, de acuerdo con las recomendaciones del Parlamento Europeo”. Tres años antes, en marzo de 2012, la Eurocámara, con 415 votos a favor, había solicitado la introducción de ese programa en los sistemas educativos de los Estados miembro, por su contribución a “la integración social, la lucha contra la discriminación, la reducción de las tasas de delincuencia e incluso la lucha contra diferentes adicciones”. La resolución aprobada también indicaba que el ajedrez “puede mejorar la concentración, paciencia y persistencia, y puede ayudar a desarrollar el sentido de la creatividad, la intuición, la memoria y las competencias, tanto analíticas como de toma de decisiones”. Pero en España los 64 escaques no han terminado de entrar en las clases.
La profesora Alejandra Mozos asegura que la proyección educativa que ofrece el ajedrez es “infinita”, ya que “al ser un juego donde no existe margen de azar, todo se basa en el desarrollo del pensamiento lógico”
Alejandra Mozos es profesora de Educación Infantil en el colegio público Trabenco en Leganés (Madrid), y en sus clases aplica el ajedrez. Empezó a trabajarlo como actividad extraescolar en 1997 y lo ha ido introduciendo como un método de aprendizaje divertido. Ella asegura que la proyección educativa que ofrece el ajedrez es “infinita”, ya que “al ser un juego donde no existe margen de azar, todo se basa en el desarrollo del pensamiento lógico”.
Por su experiencia, Mozos destaca que es importante empezar “cuando son muy pequeñitos”, aunque también explica que hay resistencias por parte del profesorado porque “parece que es un juego muy difícil y aburrido para estas edades, pero hemos comprobado que eligiendo un método motivador y presentándolo desde una perspectiva mágica, al hilo de un cuento, enganchan y se familiarizan con el material para poder seguir avanzando en peldaños del pensamiento lógico”. Ella entiende que no hay mejor recurso para captar la atención en Educación Infantil que el hechizo de un relato: “Cuando conviertes el ajedrez en una historia, ahí conectan”.
Según su método, el primer encuentro de niñas y niños con el juego es decisivo y se ha de hacer recurriendo a la fantasía para que sea más atractivo: “Les presentamos a los peones como parte de una historia mágica, la de una familia en la que cada cual tiene sus cualidades y los peones son los pequeños, los más valientes porque nunca retroceden. Al principio del juego dan dos pasitos porque empiezan con mucha energía, pero luego se van cansando y van de uno en uno. Al presentarlos desde esta perspectiva, se apropian del juego y lo hacen suyo. A partir de ahí se pueden presentar propuestas de lógica, de clasificación, para seriar, en función de los atributos de las piezas…”.
Mozos señala que la recepción del ajedrez en las aulas a esas edades es muy llamativa, con mucha emoción y motivación. “Hay niños muy pequeños que elaboran procesos sorprendentes”, cuenta. En Educación Primaria ya introducen conceptos como el jaque mate, pero sin olvidar la ilusión y destacando que el ajedrez también puede jugarse entre varias personas: “Presentamos los conceptos en corro, con el material en el centro. Son propuestas grupales, por ejemplo un tablero en el que en cuatro jugadas hay un jaque mate. Probamos con grupos de tres o cuatro para que hablen entre ellos las distintas estrategias que se les ocurren, para que lo hagan de manera colectiva. Son procesos potentes de trabajo en grupo para llegar a un consenso y elegir la mejor opción. El ajedrez tiene muchas posibilidades más allá del enfrentamiento entre dos personas”.
Esta profesora es partidaria de que el ajedrez se incluya como materia curricular por su potencial matemático y porque “hay muchísimo trabajo social detrás, que tiene que ver con la frustración, la autoestima, el desarrollo reflexivo. Es magia y es ciencia”. Pero conoce de primera mano las dificultades para que eso suceda, y lo lamenta: “Hay una rigidez absoluta a la hora de presentar contenidos, no hay margen para que niños y niñas desarrollen creativamente cualquier materia. Y el ajedrez rompe todo eso, da una flexibilidad al pensamiento que sería muy útil para chicos de Primaria”.