Cuidados
Isabel Otxoa: “No todo el cuidado es reivindicable”

Isabel Otxoa, profesora de Derecho del Trabajo en la UPV/EHU y activista de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkaia (ATH-ELE), apuesta por prohibir que los cuidados sean un negocio, por repensar qué es cuidar y por replantear las redes de solidaridad.

Isabel Otxoa
Isabel Otxoa en su despacho de la UPV. Christian García
6 mar 2019 08:20

Isabel Otxoa es profesora de Derecho del Trabajo en la UPV/EHU, forma parte de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkaia (ATH-ELE) y considera importante que haya “tanta feminista vieja” como ella para pensar en que las mujeres, además de ser cuidadoras, tienen que ver cómo quieren que las cuiden el día de mañana. “En el 77 decíamos que había que terminar con el trabajo doméstico, socializarlo poniendo lavanderías, comedores y guarderías. Los viejos no existían, porque teníamos 20 años”. Apuesta por prohibir que los cuidados sean un negocio, por repensar qué es cuidar y por replantear las redes de solidaridad: “Hay personas que no tienen redes de apoyo. Es una pena que esas redes compuestas por gente voluntaria estén casi siempre en manos de la Iglesia. Espero que montemos algo nosotras. Hay una solidaridad que es pagar impuestos, y otra que es la dación de tu persona”.

¿Cómo quieres que te cuiden?
Depende del grado de dependencia pero, probablemente, me parecería bien una residencia. Lo que pasa es no es una buena perspectiva hoy en día, tal y como están.

¿De qué hablamos cuando hablamos de cuidados que sostienen la vida?
Es una aportación feminista, hemos proclamado mil veces que el cuidado existe y es necesario. Dicho así, no es suficiente. No todo el cuidado que se ha hecho y se hace es reivindicable como aportación de las mujeres al sostenimiento de la vida. Terminar con el modelo de atención a la familia, en el que marido, hijos e hijas no asumen su cuota de autocuidado, tiene que ser un objetivo feminista de primera línea. Repensar el cuidado es entender que se ha hecho en condiciones de opresión. Si me lavo el pelo, me estoy cuidando, pero no es algo que la sociedad me tenga que reconocer, tampoco recoger la toalla que mi marido tira al salir de la ducha. Con las trabajadoras del hogar, en cambio, estamos muy firmes en que, mientras el trabajo interno siga existiendo, se paguen todas las horas trabajadas.

¿Cuál es el modelo por el que apuesta la asociación?
La Administración pública tiene que gestionar los servicios de cuidados. Pero no por ser públicos son buenos. Aquí, con la lucha de las trabajadoras de las residencias de ancianos, ha surgido una organización de familiares de residentes, Babestu. Es interesante porque a partir de la lucha sindical se ha hablado también de bajar los ratios para que las trabajadoras puedan atender mejor. Esa manera de lucha, de plantearse el objeto del trabajo, no se suele ver, por ejemplo, en una fábrica de armas. Debería estar prohibido que el cuidado fuera un negocio. Aunque en el movimiento feminista hay un debate sobre si monetarizarlo o no y creo que tiene una connotación negativa fuera de lugar. Si hablamos de explotación, claro que no, pero si se hace con unas reglas que nos gusten, me parece bien que esté en el mercado laboral.

Quienes cuidan a gente en situación de dependencia suelen ser mujeres familiares no asalariadas. Aun así estás en contra de poner un salario al trabajo doméstico.
Lo que hay que hacer es repartir los cuidados y también externalizarlos, que acudan a casa los servicios externos. Cuidar a personas en situación de dependencia es un trabajo que puede ser muy esclavo. Si el reparto es muy difícil de hacer ahora que no se remunera, si estuviera pagado, el resto del entorno está más legitimado para no hacerlo. Es una de las pegas que tiene la prestación de cuidados en el entorno familiar de la Ley de Dependencia. E igual tengo una idea un poco anticuada, pero creo que a las mujeres el trabajo fuera de casa nos viene de maravilla, favorece que no vivamos la vida a través de los hombres.

Repensar el cuidado es entender que se ha hecho en condiciones de opresión. Terminar con el modelo de atención a la familia tiene que ser un objetivo feminista de primera línea

Si reducimos la carga dentro de casa, ¿no? Si no, hablamos de doble jornada.
Hacer doble jornada no es bueno si es larga y no hay un reparto justo. Pero hacer un poco de cada cosa está bien y sería el ideal para mujeres y hombres, aunque entiendo que hay empleos indeseables. La doble jornada puede suponer participar de los dos mundos y no especializarse en ninguno. Sin embargo, cuando veo mujeres a quienes no les da la gana de cuidar, por una parte me gusta, demuestra que no es algo esencial nuestro, es cultural. Y eso que pienso que, siendo todas las personas solidarias, deberíamos atendernos unas a otras.

Hablando de reparto justo, las trabajadoras del hogar solo pueden cotizar un máximo de 900 euros, aunque ganen más.
Este año ha cambiado y pueden cotizar por salarios reales desde los 1294 euros. El problema es que el Gobierno de Sánchez cambió la ley, pero no va a hacer nada para que se cumpla. Lo ha advertido gente que sabe cómo funciona la Tesorería de la Seguridad Social. Muchas mujeres han empezado a mirar por cuánto les estaban cotizando y estaban por debajo de lo que ganaban. Y no se puede culpar a las familias sino a la Administración que no ha movido un dedo para informar de que cuando te suben el sueldo hay que avisar a la Seguridad Social.

Con lo que supone eso para la brecha de las pensiones.
Sí, pero cuando se habla de las pensiones se habla solo de esa brecha. Y la diferencia no está en el dinero en metálico, que también. Una mujer promedio va a vivir cerca de 90 años, un hombre, 80. Y la mujer vivirá más años con mala salud. Lo importante es cómo se te va a cuidar y atender en los achaques, y 1080 euros no son suficientes. Si lo miras desde el punto de vista de las mujeres, hay partidas del bienestar social que no son dinero en metálico, son buenos servicios de salud y de atención personal. Las feministas hemos dicho que del salario no se vive, que a eso se le suma el trabajo doméstico no remunerado y el de cuidados. Esto hay que aplicarlo a las pensiones. Hablar solo desde la brecha económica es limitarse a hablar desde la perspectiva masculina.

Para las trabajadoras del hogar migradas, conseguir un contrato, un salario digno y papeles es esencial. ¿Son ellas las que están organizando la lucha de este sector?
Sí. Las organizaciones que están en cabeza del movimiento por derechos tienen mayoría de mujeres migrantes, para las que este empleo es su medio de vida y el de sus familias. En el trabajo interno, que es muy duro y no debería existir, casi todas las mujeres son migrantes. Pero todo el sector laboral de hogar no es así. Un estudio de 2011 del Gobierno Vasco decía que dos de cada tres externas son autóctonas. Muchas están fuera de la Seguridad Social porque su salario es de ayuda familiar. No están por pelearse el tema. Aunque luego se jubilan y viene el disgusto, porque no tienen pensión, dependen de la de su marido y luego de la de viudedad.

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