Contigo empezó todo
Lucy Parsons, el último dinosaurio de Chicago

Opacada por la muerte de su marido, la vida de esta sindicalista revolucionaria abarcó los mejores años de la izquierda en Estados Unidos.
29 jun 2024 06:00

Carter Harrison, alcalde de Chicago, observa la multitud desde una distancia prudente, sentado cómodamente en el asiento trasero de su vehículo. Desde el incidente de Haymarket, esta fecha siempre le causa dolor de cabeza. Primero de mayo, problemas seguros. En esta ocasión, 1893, Harrison es moderadamente optimista. En lo que en su opinión es un alarde de magnanimidad, ha permitido a Lucy Parsons, ese demonio hecha mujer, que tome la palabra. Ella, en una muestra de moderación que —debe reconocerlo— le sorprende favorablemente, ha cedido en la única condición establecida por el alcalde: él no debe ser mencionado en su discurso. Las ideas de Lucy Parsons traen de cabeza a buena parte de las autoridades de Estados Unidos. Según una cita ampliamente atribuida al Departamento de Policía de Chicago, este la considera “más peligrosa que mil insurrectos”. Harrison espera haberla domado, al menos hoy.

Unos minutos después de la hora anunciada, una mujer aparece en el estrado. Todo es oscuro en ella: pelo, ojos, piel, vestido. Está tan delgada que parece como si una fría brisa pudiera llevársela. Ojalá fuera así, piensa Harrison. La voz de Parsons, en cambio, es poderosa desde su primera frase. “¡El alcalde de Chicago es peor que un zar!”, atrona. La gente vitorea. “Fuck!”, se lamenta Harrison antes de ordenar al chófer que emprenda la retirada.

Los primeros 20 años de Lucy Parsons son un acertijo envuelto en una incógnita cubierta por un enigma. Ella nunca aclararía del todo sus orígenes. Nace en 1851, o quizá en 1849. Siempre negaría tener ascendencia africana. Afirmaría que su sangre era mexicana y nativa americana. Después usaría varios apellidos, pero el inicial más plausible es Gathings, apellido de su propietario. Porque, parece ser, Lucy nace esclava en Virginia y posteriormente es vendida y trasladada a Texas. Tras la emancipación de los esclavos, ya adolescente, vive en Waco con otro exesclavo 20 años mayor que ella. Allí se produce el acontecimiento que marcará su vida, llevando a la joven hasta una dimensión desconocida y, a la vez, manteniéndola hasta el presente, como a tantas otras mujeres, a la sombra de una presencia masculina.

Se trata de su encuentro con Albert Parsons, un joven blanco que, después de luchar en el bando perdedor de la Guerra Civil, se ha convertido en periodista y republicano radical, es decir, el sector del partido que defiende con más vehemencia la igualdad racial. Viven juntos, ella toma su apellido y, según su versión, se casan, aunque esto es dudoso dada la vigencia de leyes que prohibían los matrimonios interraciales. Alrededor de 1873 se mudan a Chicago, gran ciudad industrial en plena expansión tras el terrible incendio de 1871. Los Parsons van evolucionando políticamente hacia la izquierda, participando en los primeros partidos socialistas y en la gran huelga, finalizada con derrota obrera, de 1877. En un momento en el que el socialismo es considerado una gran familia con diferentes tácticas y fronteras internas a veces difusas, Lucy y Albert van tendiendo progresivamente hacia el sector anarquista, que considera que no hay que participar en las instituciones de gobierno ya que el gobierno mismo debe ser abolido. Albert funda la sección local de la Asociación Internacional del Pueblo Trabajador y el periódico The Alarm.

Lucy Parsons va demostrando que ella no es solo ‘la compañera de’. No es un apéndice de su marido, sino una militante y pensadora por derecho propio

En esta época, Lucy Parsons va demostrando que ella no es solo ‘la compañera de’. No es un apéndice de su marido, sino una militante y pensadora por derecho propio. Junto con otras grandes personalidades del sindicalismo de la época, como su amiga Lizzie Holmes, organiza el Sindicato de Mujeres Trabajadoras de Chicago, y se acostumbra a dirigirse a las masas en grandes mítines dominicales en la orilla del Lago Michigan. Será como articulista en prensa donde más destaque, describiendo las penosas condiciones de vida de los trabajadores, atacando a las clases propietarias y animando a la organización de clase a través de los sindicatos. Mientras que en Europa existe una división entre los revolucionarios que defendían la acción pública y colectiva y quienes optaban por la acción violenta individual o en pequeños grupos, a Parsons le parecen bien ambas vías. De hecho, uno de sus artículos más famosos, que llega a vender 100.000 copias de The Alarm, anima a los vagabundos a aprender a usar la dinamita.

1886 sería un año fundamental en la vida de nuestra protagonista, amarrada desde entonces al destino de su marido. En un contexto de grandes huelgas para conseguir la jornada de ocho horas, el 4 de mayo una bomba estalla en la Plaza Haymarket de Chicago tras un mitin en el que han hablado Albert Parsons y otros dirigentes. Pese a que no se demuestra que ninguno de los ocho acusados (todos hombres, Lucy y Holmes se han librado porque es demasiado escandaloso ejecutar a una mujer) haya participado en el atentado, todos son condenados y cuatro de ellos, incluido Albert, son ejecutados en la horca. Serán para la posteridad “los mártires de Chicago”.

Parsons, ya viuda, multiplica su actividad propagandística tanto en prensa como en eventos públicos que muy de vez en cuando acaban con ella detenida, particularmente en Chicago

Parsons, ya viuda, multiplica su actividad propagandística tanto en prensa como en eventos públicos que muy de vez en cuando acaban con ella detenida, particularmente en Chicago. Participa también en acontecimientos fundamentales en la historia social de Estados Unidos, como la fundación del sindicato Trabajadores Industriales del Mundo (IWW, por sus siglas en inglés). Ya nonagenaria, un incendio doméstico acaba con su vida. El médico Ben Reitman, otro héroe de los pobres, habla en su entierro, denominándola “el último de los dinosaurios, aquel valiente grupo de anarquistas de Chicago”. Desde entonces, su cuerpo descansa en el Cementerio Alemán de Waldheim, lugar de reposo de los mártires de Haymarket y de otros grandes rebeldes.

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