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Contigo empezó todo
Los obreros sevillanos que lograron trabajar seis horas al día
La condesa de Lebrija sale de la piscina y se tumba, dispuesta a disfrutar del sol primaveral sevillano mientras repasa el listado de nuevas incorporaciones a su colección artística personal.
—Señora condesa, preguntan por usted.
La condesa suspira y se lamenta de la eficacia de su servicio en arruinarle los mejores momentos del día.
—Dice ser un representante de los trabajadores de la obra de la calle Enladrillada.
La aristócrata se alegra. Para atender a un par de obreros bastará con envolver su traje de baño en la toalla y despacharles lo más rápido posible para regresar a su rato de asueto. La breve satisfacción da paso a cierta extrañeza. Está enterada de todos los trabajos en sus propiedades y no recuerda ninguno reciente en ese edificio. “Enseguida voy”, comunica a su mayordomo.
Cuando ve al “representante de los trabajadores”, casi se le cae la toalla al suelo. La condesa cuenta más de 80 años, pero sabe valorar la belleza. Y este chico de veintipocos, con su constitución robusta, mandíbula marcada y melena ondulada, es una obra de arte.
“Buenos días, señora condesa. Mi nombre es Miguel Arcas y vengo en representación del Sindicato Único de la Construcción. Hemos arreglado los desperfectos de la casa de la calle Enladrillada y vengo a entregarle la información sobre los costes. Por favor, a la mayor brevedad comuníquenos cuándo podremos recibir el pago”.
La condesa no entiende nada, quizá porque está más pendiente de la encantadora sonrisa del tal Miguel que de las palabras que salen de esa boca.
—Discúlpeme, señor Arcas, pero no he encargado ninguna obra en esa propiedad.
Vuelve la sonrisa. “Lo sé. La obra ha sido ejecutada según las directrices del sindicato para paliar la situación de paro forzoso en Sevilla, que como usted sabrá es extremadamente grave. No se preocupe, usted misma puede comprobar que el resultado es muy satisfactorio y que los costes están ajustados a los salarios y al coste de los materiales. Quedamos a la espera”. Miguel inclina la cabeza y se marcha, dejando a la condesa debatiéndose entre la confusión por la desfachatez del obrero y el lamento por no haber nacido unas décadas después.
Miguel es, junto a sus hermanos mayores Juan y Julián, un trabajador de la construcción del barrio de San Julián. Los tres son, asimismo, algunos de los más destacados militantes del Sindicato Único de la Construcción (SUC), que ha asumido como uno de sus retos la lucha contra el paro galopante en el sector. La capital andaluza casi alcanza el cuarto de millón de habitantes en 1936, 100.000 más que a principios de siglo, debido al constante flujo migratorio procedente de municipios cercanos. Muchos son antiguos jornaleros que ocupan empleos sin cualificar. La inmigración aumentó de cara a las obras de la Exposición Iberoamericana de 1929, cuya resaca dejó un reguero de contratistas contando los beneficios del pelotazo y una masa enorme de desempleados. En la provincia de Sevilla, la mitad de sus parados vive en la capital.
En ese contexto se entienden las tácticas del SUC, una de las cuales consiste en realizar por su cuenta obras para grandes propietarios y pasar a cobrárselas a posteriori. Algunos pagan, otros no, y lo que sí suele ocurrir es que los sindicalistas son detenidos. Se trata, en todo caso, de uno de los métodos que tiene el sindicato para integrar a los desempleados en la lucha colectiva. En 1936, la CNT cuenta con unos 86.000 afiliados en la construcción, frente a los 73.000 de UGT. En algunas ciudades el dominio es casi total, como Sevilla, donde solo dos pequeños grupos de la Unión Local de Sindicatos (vinculada al PCE) y de la UGT intentan competir sin éxito. Tras la proclamación de la República, más del 40% de los afiliados a la Federación Local forman parte del SUC. La CNT también controla el espacio sindical de la construcción en la mayoría de capitales andaluzas y en ciudades importantes como Barcelona o Zaragoza.
A su vez, los sindicatos de la construcción están liderados por hombres jóvenes, como los hermanos Arcas, generalmente vinculados a los sectores más insurreccionales tanto de la Confederación como de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Como indica el historiador José Luis Gutiérrez Molina, la clase obrera militante intenta obtener las mejoras prometidas al llegar la República, pero el gobierno republicano-socialista responde con una dura represión que en Sevilla se salda con una semana sangrienta a finales de julio de 1931. A pesar del permanente ciclo de violencia y persecución, el SUC no perderá su liderazgo en la construcción. Como ejemplo, la inauguración de la nueva cárcel en octubre de 1932 tendrá que ser suspendida porque en su tejado los obreros han escrito con tejas unas siglas de enorme tamaño en las que se lee “CNT-FAI”.
Tras las elecciones de 1936, los sindicatos rehúyen el enfrentamiento directo con el Estado y se dedican a recuperar fuerzas, con el trasfondo del permanente rumor golpista. Es en este momento cuando el SUC pone sobre la mesa la jornada de 36 horas semanales, su medida estrella para reducir radicalmente el desempleo. No es la primera vez, pues ya lo reivindicaron en las huelgas de 1931 y es un tema recurrente en los congresos confederales. En mayo comienzan a elaborarse, con múltiples reuniones internas, las bases del nuevo contrato (convenio, en términos actuales). En él aparecen muchos aspectos que hoy nos resultan familiares, como medidas de protección social en caso por ejemplo de enfermedad, pero otras son mucho más avanzadas, como el alto grado de control del sindicato sobre los lugares de trabajo. Y, por supuesto, las seis horas diarias, o 36 semanales.
Según narra Gutiérrez Molina, la patronal recibe la propuesta el 16 de junio. El SUC da de plazo 11 días. Si no se acepta, hay huelga. El 25 de junio, patronal y sindicalistas se reúnen y dan por finalizada la negociación, aceptando las 36 horas y el grueso de las propuestas. Tres días después, una asamblea enorme de obreros de la construcción ratifican el pacto, efectivo al día siguiente, por amplia mayoría. El SUC sevillano, con sus albañiles, areneros, ladrilleros, carpinteros, pintores, tan perseguidos como testarudos, ha conseguido un acuerdo que en el futuro será difícil igualar.