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Contigo empezó todo
La revuelta de Palma contra Juan March
En 1918, un motín en la capital balear atacó la especulación de la que nació una de las familias más poderosas del país.
Hay consenso en que la I Guerra Mundial fue un desastre para Europa solo superado por la posterior II Guerra Mundial. Pero no para toda Europa. Hubo sectores directamente beneficiados por los más de cuatro años de masacre continental. El que conforman los capitalistas españoles fue uno de ellos.
En efecto, mientras de 10 a 30 millones de personas perdían la vida en el mayor conflicto bélico hasta entonces vivido por la humanidad, la neutralidad española supuso una edad de oro para la clase empresarial, que aprovechó la oportunidad de suministrar a los necesitados países en lucha. Despegaron la industria textil, la agricultura de cereales, la minería, la siderurgia, la construcción naval, la industria química y, no podía ser de otro modo, la industria de armas ligeras. El industrial Pedro Gual Villalbí recordaría en sus memorias aquel tiempo maravilloso en el que los cadáveres se traducían en billetes: “Fue una época fantástica, un sueño portentoso en el que todos los negocios fueron prósperos y fáciles, consintiendo una verdadera orgía de ganancias”.
Uno de los principales beneficiados del funeral europeo fue Juan March, empresario, comerciante y contrabandista mallorquín que multiplicó su fortuna mediante el envío de cargamentos a los dos bandos. De forma legal o ilegal, los barcos de March y otros capitalistas pasaban por el puerto de Palma de Mallorca (o eran cargados con la producción local) repletos de arroz, harina, carbón o trigo con destino más allá de nuestras fronteras, sin cubrir las necesidades nacionales. No es de extrañar que se conociera a March como “el último pirata del Mediterráneo”.
El desabastecimiento, en consecuencia, era causante también de una inflación galopante. Según datos del Instituto de Reformas Sociales, en 1916 los precios de los productos básicos se habían incrementado entre el 13,8% de la leche hasta el 57,8% del bacalao, pasando por el 24,3% del pan o el 30,9% los huevos. En las islas, por otro lado, el problema era más grave ya que también se daba una sobreexportación a la península.
Rebelión en el puerto
Los altos precios o, directamente, la imposibilidad de conseguir productos de primera necesidad llevaron a motines en diversas localidades españolas, como hemos visto ya en esta sección. El 18 de febrero de 1918 le tocaba el turno a Palma, la isla de March. Como calculaba semanas antes la publicación de la Federación Socialista Balear El obrero balear, una familia obrera con dos hijos e ingresos medios solo podía cerrar su presupuesto diario sin déficit si no consumía “carne, ni pescado, ni manteca, ni patatas, ni embutidos, ni sardinas, ni bacalao, ni café, ni azúcar, ni leche, ni vino, ni calzado, ni vestido, ni gastos de tabaco, ni barbero, ni periódicos, ni teatros, ni escuelas, ni médicos, ni farmacia, ni otros muchos que podríamos enumerar”. A esta precariedad se sumaba ahora, en los días previos al 18, la misión imposible que resultaba conseguir carbón, fundamental para calentar los hogares y para cocinar.
Por ello, el 18 de febrero una multitud espontánea con gran protagonismo de mujeres, sin convocatoria sindical, se juntó en la calle para pedir cuentas al gobernador. Este optó por quitarse el muerto de encima y les remitió al puerto, a ver si allí podían conseguir el fundamental combustible. Al verse rechazadas sus peticiones, los congregados se pusieron manos a la obra para obtener el carbón: saquearon los almacenes. La Guardia Civil intervino para dispersar la revuelta, utilizando balas reales que hirieron a una mujer que observaba desde un balcón y a Miquel Cabotà, de 25 años y miembro de la Sociedad de Carpinteros local.
Cabotà moriría ocho días después, siendo acompañado en su funeral por 5.000 personas. El problema de la especulación con las subsistencias continuaría en la isla, como atestiguan los saqueos ocurridos justo un año después.
Por su parte, March seguirá desarrollando su imperio en los años siguientes. Sus negocios turbios y sus relaciones políticas le llevarán a la cárcel y al exilio (tras fugarse gracias a un soborno a un funcionario) durante la República. March será fundamental en el golpe de Estado de 1936. Tras la guerra, será conocido como “el banquero de Franco”. Más de un siglo después de la revuelta de Palma, la familia March es una de las más poderosas de España, con un peso importante en empresas como Acerinox, Prosegur, Indra o Ebro Foods, entre muchas otras.