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Colombia
Un viaje al nido del Frente Décimo, los disidentes de la paz en Colombia
A través del parabrisas del coche se distingue la camioneta del ejército que acaba de adelantarnos por la izquierda. En la parte de atrás del vehículo, unos uniformados observan el horizonte, empuñando los fusiles. De repente, el conductor que tengo a mi lado reduce su velocidad, dejando que crezca la distancia entre nosotros y los soldados. Con una sonrisa, me explica: “Es que a estos manes les pueden dar plomo, y no quiero estar justo detrás si eso pasa”.
Mi acompañante no exagera. Este tramo de la carretera nacional 66 que une la ciudad de Saravena con la de Arauquita es zona roja. En realidad, casi todo el departamento de Arauca, en el oriente de Colombia, lo es. El territorio pertenece a los Llanos orientales, una zona geográfica que comparten Colombia y Venezuela, cuyo paisaje característico es la sabana y en el cual predomina la ganadería.
El río Arauca, que da su nombre al departamento, separa los dos países hermanos durante 296 kilómetros. Esta región históricamente abandonada por el Estado se ha convertido, a lo largo de los últimos 40 años, en un espacio fuertemente marcado por la presencia de los dos mayores grupos armados insurgentes del país: el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Puerto Nariño, La Esmeralda… A medida que vamos atravesando los pueblos, la presencia de estas dos organizaciones se hace más visible mediante las pintadas sobre las paredes de las casas. “ELN, 55 años de lucha”, “FARC-EP, 57 años, presente”. Y en cada vereda, calor y polvo.
Hay quienes nunca se acogieron al proceso de paz y rápidamente marcaron su diferencia con las decisiones tomadas por el Estado Mayor. La mayoría de estos se reagruparon en torno a dos antiguos mandos medios: Iván Mordisco y Gentil Duarte
“Aquí, la mitad de la gente es elena, la otra fariana”, explica uno de los pasajeros del coche. No sé cuántas horas llevamos ya de viaje. Muchas. El objetivo es reunirnos con uno de los grupos “disidentes” de las FARC. Así se denomina a los que no se acogieron (o se retiraron) del proceso de paz que concluyó en 2016, cuando la guerrilla de las FARC-EP firmó un histórico acuerdo con el gobierno del entonces presidente Juan Manuel Santos. Desde entonces, cerca de 13.000 excombatientes se han involucrado en un proceso de reincorporación a la vida civil y al trabajo político en torno a una nuevo partido nacido desde las entrañas de la organización: Comunes.
A pesar del entusiasmo que provocó dicho evento, las ilusiones rápidamente decayeron tras la llegada al poder del ultraderechista Iván Duque en 2018 quien, con su equipo, llevó a cabo una política neoliberal agresiva al mismo tiempo que se esforzó en sabotear lo acordado durante el gobierno anterior.
Principal causa de desgaste: la falta de garantías a los exguerrilleros. Durante los últimos cinco años de “posconflicto”, más de 270 han sido asesinados. A ello se le suma la amenaza de juicios y extradiciones a Estados Unidos por narcotráfico, como casi sucedió en el caso del guerrillero Jesús Santrich, quien fue detenido en abril de 2018 y liberado poco después por falta de pruebas. Este episodio provocó la huida a la clandestinidad de varios cuadros políticos de la antigua organización armada, entre ellos Iván Márquez, jefe negociador de las FARC durante los años previos a la firma de los Acuerdos.
Pero hay quienes nunca se acogieron al proceso de paz y rápidamente marcaron su diferencia con las decisiones tomadas por el Estado Mayor. La mayoría de estos se reagruparon en torno a dos antiguos mandos medios: Iván Mordisco (Néstor Gregorio Vera Fernández) y Gentil Duarte (Miguel Botache Santillana), quienes hoy coordinan varios “frentes” en el sur y este del país. Entre ellos, el Frente Décimo de las FARC, en Arauca.
“Vamos a pasar del otro lado”, advierte Leticia (nombre modificado por razones de seguridad). El “otro lado” al que la mujer se refiere es la otra orilla del río, en Venezuela. La presencia de los insurgentes en el país vecino ya no es un secreto para nadie aquí. Pequeñas embarcaciones motorizadas transportan, cotidianamente, las personas de un lado al otro de la frontera desde la pequeña localidad colombiana de Arauquita. Leticia es una civil, pero un contacto de confianza de la organización armada. Ha cruzado el río varias veces.
Al desembarcar, nos recibe el comandante “Ernesto”; gafas de sol, un pañuelo palestino alrededor del cuello y una pistola guardada en su funda de pierna. “Bienvenido al Frente Décimo —Martín Villa— de las FARC-EP”, comenta el curtido guerrillero. Nos encontramos en el estado venezolano de Apure, a unos pocos metros de la vereda El Ripial y a apenas un kilómetro del pueblo La Victoria. “Por allí no vaya, que está la Guardia Nacional Bolivariana”, avisan los colombianos. Pocos de ellos llevan uniforme. De vez en cuando, algunos “muchachos“ aparecen con el brazalete de las FARC-EP y lucen armamento moderno. La vegetación es espesa y la única carretera en la zona es un camino de tierra que se hace barro cuando llueve. Los guerrilleros se desplazan en moto o en todoterrenos sin matricula. “Es un don que hace la Unidad Nacional de Protección a las FARC”, explica “Ernesto” al invitarnos a subir en uno de estos imponentes vehículos grises. Se refiere a la unidad gubernamental colombiana de seguridad. ¿Un don? “Sí, nosotros paramos los carros, desarmamos los escoltas y les pedimos que nos den las llaves, entonces nos las dan”, concluye con una gran sonrisa.
El número de personas que cruza cotidianamente la frontera para consultar al Frente Décimo de las FARC es, en contexto, impresionante y demuestra la inmensa red de contactos y apoyos de los que dispone la organización
Hombre formado en las filas de la Juventud Comunista hace varias décadas, “Ernesto” tiene entre 40 y 50 años. Es un cuadro político. “No somos disidentes, somos las mismas FARC que tomaron las armas hace más de 50 años, seguimos teniendo el mismo proyecto”, argumenta. Elocuente, el hombre imparte clases sobre cuestiones políticas: socialismo, funcionamiento de la organización clandestina, historia…
Todos los días, varias personas cruzan el río desde Arauquita y vienen a reunirse con el “camarada”. Se sientan en el patio prestado por un campesino venezolano donde, durante horas, hablan y tratan temas de diversa índole. “La gente acude a nosotros porque se fían más de la guerrilla que del Estado”, asegura Ernesto. “Tratamos temas jurídicos, administrativos, conflictos económicos e incluso divorcios”.
Hoy, dos jóvenes diplomados en medicina, un chico y una chica, han venido a presentar un proyecto ligado a la prevención y a la salud pública. Necesitan fondos para llevar a cabo su plan. “Ernesto” consulta los documentos y escucha la explicación de sus autores. Finalmente, aporta su firma en una de las páginas. “Nosotros no financiamos”, explica el guerrillero, “pero firmamos y anotamos un código, los chicos podrán después presentar el proyecto al municipio de donde vienen, allí los funcionarios reconocerán nuestra firma y darán el visto bueno para darles los recursos económicos necesarios”. ¿Bajo la amenaza de represalias armadas por parte de las FARC? “No hace falta, el alcalde allí lo hemos puesto nosotros”.
Vigilar y mover fichas
La demostración de fuerza es total. El número de personas que cruza cotidianamente la frontera para consultar al Frente Décimo de las FARC es, en contexto, impresionante y demuestra la inmensa red de contactos y apoyos de los que dispone la organización. Uno de los factores esenciales para ello fue la reactivación, a nivel local, del Partido Comunista Colombiano Clandestino o PC3. Semejante estructura supo evitar la desarticulación que le esperaba al concluir el proceso de paz. Hoy, muchas mujeres presentes en las reuniones son miembros de este aparato. “Mi marido era miembro del Frente Décimo hace años, lo mataron los militares”, comenta Alba —nombre ficticio—, cuya tarea se basa sobre todo en “vigilar”, “contactar” y “mover fichas”. A esto se le añade la tarea propia de educación política. “El camarada siempre quiere que lea, me dio un libro sobre Bolívar pero… ¡Ay! ¡Son tantas páginas!”.
Vestido con su uniforme verde, fusil M-16 posado sobre las rodillas, el jefe máximo del Frente Décimo nos recibe, bajo la protección de una decena de guerrilleros en armas
El crecimiento del frente disidente en el departamento de Arauca ha sido ya objeto de numerosos artículos e investigaciones por parte de medios colombianos. Al poder político se le suma, por supuesto, el poder militar. El Frente Décimo fue recientemente noticia tras haber eliminado en la región a un grupo criminal transnacional denominado “el Tren de Aragua”, cuya presencia a los dos lados de la frontera ponía en jaque a las fuerzas policiales. Tras el estallido de un conflicto entre las dos partes, en agosto de 2021, el grupo guerrillero eliminó a la organización mafiosa en pocos días.
Episodio aún más sangriento: el Frente Décimo se enfrentó al Ejército Nacional Bolivariano desde finales del mes de marzo 2021 hasta el verano. Por primera vez se registraban combates de alta intensidad entre fuerzas armadas de Venezuela y guerrillas de las FARC. “Lo digo con sinceridad, fue una vergüenza revolucionaria tener que darles plomo a estos muchachos”, comenta con frialdad el comandante “Arturo”. Vestido con su uniforme verde, fusil M-16 posado sobre las rodillas, el jefe máximo del Frente Décimo nos recibe, bajo la protección de una decena de guerrilleros en armas, en una especie de caseta vacía en medio de un descampado. Según él, “sectores corruptos del ejército venezolano” habrían pactado con EE UU con el objetivo de expulsar a la guerrilla de la zona y liberar corredores en caso de invasión. “A los gringos les da miedo tener a las FARC en la retaguardia”, afirma. Una versión imposible de comprobar y que se enfrenta a una multitud de afirmaciones, entre ellas las de Caracas, que acusó a su vez a las disidencias de ser “grupos paramilitares” que trabajan para la CIA.
Lo único cierto es que los combates entre las dos partes le costaron mucho al ejército venezolano (12 muertos oficialmente). Las FARC, que afirman haber sufrido tres bajas, siguen en el territorio a pesar de los operativos en su contra. “Nosotros siempre estuvimos aquí, desde hace 40 años, antes de la llegada de Chávez al poder, nuestra presencia es legítima”, argumenta el comandante. De repente, se detiene y levanta la cabeza, sin decir una palabra. “¡Muchachos, estoy oyendo el dron!”, le grita a sus escoltas. Los jóvenes escrutan el cielo. “No camarada, no hay nada”, contestan.
Alimentado por la intransigencia de la ultraderecha colombiana, el discurso negativo en torno al balance del proceso de paz ha ido tomando fuerza dentro de la militancia fariana
Jorge Eliécer Jiménez Martínez, alias “Arturo”, es hoy uno de los hombres más buscados en Colombia y Venezuela. Nacido en 1968, ingresó en las FARC en 1985, donde luchó hasta el año 2009, cuando fue detenido y encarcelado. Liberado en 2017 en el marco del proceso de paz, el hombre volvió a la clandestinidad. ¿Por qué rechazar el proceso de paz? “Las condiciones para la paz no se dieron, mire lo que esta pasando ahora con el asesinato de los líderes sociales y los guerrilleros, no puede uno fiarse de esta oligarquía, siempre han traicionado”. Para muchos combatientes del grupo, la desmovilización pactada por el antiguo Estado Mayor de la histórica organización insurgente es más una “traición” que una equivocación. “Esta gente era ya mayor, necesitaban un plan para jubilarse, el problema es que dejaron tirado al guerrillero raso“, comenta uno.
Alimentado por la intransigencia de la ultraderecha colombiana, el discurso negativo en torno al balance del proceso de paz ha ido tomando fuerza dentro de la militancia fariana y facilitado el debilitamiento de la oferta institucional como alternativa a la lucha armada. El partido Comunes ha sufrido divisiones internas muy fuertes y muchos militantes se han apartado de él, aislando aún más al que hace cinco años todavía era el comandante en jefe de las FARC, Rodrigo Londoño alias “Timochenko”.
Pero, como recordaba la periodista y analista Juanita Vélez durante una entrevista en Bogotá, “la gran mayoría de los excombatientes están inscritos en el proceso de reincorporación”. Por lo tanto, “las disidencias las componen algunos mandos medios de las antiguas FARC, pero sobre todo nuevos reclutas”. Chicos —mayoritariamente— y chicas que ven la guerrilla una alternativa a la vida de pobreza y miseria que les promete la realidad colombiana en las regiones abandonadas. Una oferta de formación (militar, política pero también en otros ámbitos, como la medicina) y de elevación social al mismo tiempo que es un objeto de socialización fuerte (amigos y familia).
Las bases en territorio venezolano son principalmente de retaguardia, donde el hostigamiento y la presión militar venezolana es menor o menos eficiente que la colombiana
Es el caso del Frente Décimo, que dispone de una importante red de jóvenes milicianos, es decir de unidades clandestinas sumergidas en la vida civil, pero armados. En las veredas venezolanas por donde nos desplazamos es imposible distinguir quién lo es y quién no. Muchos adolescentes recorren constantemente las calles y el campo en moto. Vigilan y reportan cualquier movimiento sospechoso. Durante las fiestas nocturnas, grupos de chicos se acercan para saludar al comandante de edad más avanzada que vino a compartir un trago con ellos. Lo hacen con el inoxidable “camarada” y un apretón de manos. “¡Ayer le dimos al dron! ¡Lo abatimos!”, exclaman, buscando el reconocimiento del anciano. “No les tome fotos” es la única consigna que se me da.
Es imposible decir con certeza cuántos miembros componen el Frente Décimo. Las bases en territorio venezolano son principalmente de retaguardia, donde el hostigamiento y la presión militar venezolana es menor o menos eficiente que la colombiana, ejercitada por más de 50 años de guerra. A nivel de todo el territorio colombiano, las disidencias estarían compuestas por cerca de 5.000 personas repartidas en 30 estructuras sin unificación de mando, algunas aliadas entre sí, otras enfrentadas. No llegan, todavía, a tener la fuerza militar que tuvieron las FARC-EP en su tiempo ni a ser una amenaza seria para el Estado, pero han conseguido copar las autoridades en varios departamentos. En el caso del Décimo, su consolidación es indudable. “Resulta que incluso los medios ya no hablan de nosotros diciendo ‘las disidencias’”, comenta Ernesto con satisfacción, “sino que ya dicen ‘las FARC’”.