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Según los últimos datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, de julio de 2017, hay 56.070 hombres en prisión y 4.573 mujeres. Como inmensa minoría de la población presa que son, el sistema está diseñado pensado para ellos y no para ellas. En España apenas hay cárceles para mujeres, solo tres. El resto son módulos femeninos que se crean dentro de cárceles masculinas. “Toda la atención es para los hombres porque está todo planteado por la cantidad”, explica Mariú d’Errico, de la Asociación de Colaboradores con las mujeres Presas (ACOPE).
Los principales delitos por los que han condenado a la población que encontramos en las cárceles y módulos de mujeres son el tráfico de drogas, casi siempre en pequeñas cantidades, y robos y hurtos, según explica Estíbaliz de Miguel, visitadora de prisiones durante diez años, profesora universitaria y miembro de distintas asociaciones vinculadas a las mujeres presas. “En el caso de las mujeres, el fenómeno de las drogas explica mucho su encarcelamiento”, sigue Estíbaliz, pues no hay que olvidar que, “dentro de los delitos contra la propiedad –como los robos–, un gran porcentaje está cometido por mujeres que son consumidoras de drogas”. De Miguel lo tiene claro: “Estamos encarcelando a mujeres consumidoras y a traficantes de los estratos sociales más bajos”, tanto españolas como de otros países. “Las mujeres que están en prisión son las más desfavorecidas, las más pobres”, añade Mariú, quien señala que “muchas de esas mujeres han vivido situaciones terribles anteriormente, como malos tratos por parte de sus parejas o de sus familiares”. Están en una “espiral de discriminación social y de vulnerabilidad que lo favorece”, explica Estíbaliz.
Hay una alta prevalencia de episodios de abusos y maltrato en el historial personal de muchas de ellasLa propia web de Instituciones Penitenciarias apunta la “alta prevalencia de episodios de abusos y maltrato en el historial personal de muchas de ellas”. Sobre el papel, las cárceles tendrían que desarrollar programas para tratar las secuelas de estos abusos previos, pero la realidad dista de ser esa. Mariú hace hincapié en que las cárceles en general, y las de mujeres y módulos femeninos en particular. Suelen padecer “falta de medios”, pues siempre ha habido una clara “falta de voluntad política” en relación a este tema. “Hay algunas actividades de habilidades sociales y de empoderamiento, pero no es suficiente. No hay un abordaje dentro de prisión de lo que es el fenómeno de la violencia de género”, denuncia Estíbaliz.
Katia trabajaba en la recepción de un club de chicas cuando, tras una redada, le encontraron droga en la mochila y “me cayeron cuatro años por tráfico”. Esto fue en 2008 y entró en la cárcel en 2010. Estuvo un año y medio en régimen cerrado en la cárcel de Martutene en San Sebastián, seis meses en semiabierto, saliendo por la mañana y volviendo a dormir a prisión, y dos años en la casa de acogida de Loiolaetxea, algo habitual entre las mujeres extranjeras, pues no tienen un lugar al que ir cuando salen de prisión.
Que la vida de hombres y mujeres en prisión es diferente lo demuestran hechos que pueden resultar tan anecdóticos como que “lo habitual es que las mujeres reciban menos visitas que los hombres”, expone Estíbaliz. Esto se debe, entre otras cosas, a que “una mujer que ha cometido un delito deja el rol de mujer que atiende todas las necesidades de una casa, por lo que ya se considera más grave”, añade Mariú. “La mujer presa encarna a la mala mujer”, resume Estíbaliz, y eso se hace patente tanto dentro de prisión como fuera, cuando salen.
Una mujer que ha cometido un delito deja el rol de mujer que atiende todas las necesidades de una casa, por lo que ya se considera más grave
Otro tema que atañe a las mujeres es el de la maternidad en prisión. Katia recuerda cómo las madres inventaban historias para que sus hijos no supieran que estaban en la cárcel. Historias del tipo: “Mamá trabaja aquí y no puede salir porque la empresa no le deja”. Mariú tiene claro que ni la madre ni el hijo tendrían que estar en la cárcel y ofrece como una posible solución pisos custodiados. “Es una barbaridad, un niño de 3 años sabe perfectamente donde está”, subraya. Estíbaliz recuerda a una presa que conoció: “Yo soy carcelera porque yo he nacido en la cárcel”, le dijo, y años después volvió como interna.
A diferencia de los de hombres, en el módulo femenino “todas las mujeres están revueltas”, dice Mariú. Al ser pocas, se ven obligadas a cumplir condena en el mismo espacio tanto aquellas que sufren enfermedades mentales o problemas de drogodependencias, como las que no. A la falta de espacios específicos se suma la sobremedicación. “Hay una tendencia excesiva a medicar, sobre todo a las mujeres”, denuncia Estíbaliz. “Hay quien dice que las presas lo demandan, pero yo también me he encontrado con mujeres que me decían 'yo no quiero medicación, solo quiero que me escuches'”, prosigue. Estíbaliz insiste en que la diferencia de número siempre ha jugado en contra de las mujeres, también en este tema. Cuando comenzó a ir a prisiones visitaba a hombres. “Estaba en una asociación para facilitar los tratamientos alternativos para hombres toxicómanos”, recuerda. “Para dedicarse a las mujeres, que son menos, había que invertir la misma energía, eso es lo que nos decían, y claro, que al ser pocas, no compensaba, que era un lío”.
Katia habla ahora sobre cómo afecta psicológicamente la estancia en prisión. “La cuestión de la autoestima, la culpa, y allí sí o sí eres culpable. Yo en mi caso tenía mucho odio de mí misma. No me extraña nada que muchas mujeres y muchas personas que pasan por la experiencia de cárcel se intenten suicidar, yo misma lo he intentado cuatro veces”. Esta revelación hace que pierda momentáneamente el buen humor que ha mantenido durante toda la entrevista. La pregunta era obvia: ¿recibiste ayuda después de intentar suicidarte? “Allí tenemos una trabajadora social, una educadora y la psicóloga, pero, como éramos muchas, a veces no había tiempo. La demanda era tan grande y tienen también a los hombres para atender, así que podían pasar meses. Cuando te intentabas suicidar, colocaban a una interna de apoyo, una propia presa que se hace cargo de ti, que controlaba las medicaciones y está al loro de lo que haces. Y esto me parece perverso, es ilógico”.
Formación o una limpiadora gratis
El hecho de ser pocas incide también en algo tan importante como los talleres y cursos, así como los trabajos que se desempeñan en prisión. “Los mejores trabajos y talleres se dan siempre a los hombres porque están planteados desde el gran número. En Albacete, por ejemplo, hay mil y pico hombres y dieciocho mujeres, así que imagínate lo que supone eso”, se queja Mariú. Hombres y mujeres comparten poquísimos espacios. Uno, por ejemplo, es la misa de los domingos. Esto supone que “muchas de las actividades se producen en la zona de hombres”, explica Estíbaliz. Y es que “las cárceles no son mixtas, son masculinas con un anexo de mujeres”, matiza Estíbaliz.La dificultad radica en poner cifras a esta realidad laboral y formativa. Según datos facilitados por Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo, en el año 2016 un 27% de hombres participaron en talleres y cursos de formación para el empleo, mientras que las mujeres lo hicieron en un 39%. Asimismo, el 23% de los hombres en prisión realizaron un trabajo productivo, frente al 28% de las mujeres. Las cifras oficiales demuestran que, tanto en formación como en empleo, las mujeres son más activas que los hombres, pero dejan sin resolver la incógnita de si ellos y ellas reciben las mismas ofertas laborales y formativas, tanto en cantidad como en variedad.
A las mujeres les dan talleres como enseñarles a coser y a bordar“A las mujeres les dan talleres como enseñarles a coser y a bordar... ¡Señores, hay que tener proyectos para que las mujeres puedan tener un futuro, un mínimo de salida laboral cuando estén fuera!”, protesta Mariú. Katia recuerda que “intentaba estar apuntada en todos los cursos que aparecían. Estaban marcados conforme al género, a nosotras nos daban de manipuladora de alimentos, de limpieza, porque nosotras no sabemos hacer otra cosa, ¿no? –se ríe– y, claro, los cursos de señoritos eran de mecánica, electricidad, alicatador”. Katia era nueva y se apuntó a un curso de limpieza. Ahora “soy experta en limpieza de inmuebles, con diploma y todo”, cuenta entre risas. Después de apuntarse al curso, volvió al “chabolo” –celda– y su compañera le dijo que era tonta. “¿Por qué? Fíjate, si me dieron un mono azul y todo, ¡parezco un pitufo!”. Su compañera le hizo ver que ninguna veterana se había apuntado y que la habían colocado “para limpiar la puta cárcel gratis. Y, efectivamente era eso”, añade sin parar de reír. Así que Katia se dedicó a limpiar el tiempo que estuvo en prisión.
No es una realidad fácil de comprobar con datos. Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo ha facilitado a este medio el desglose del trabajo en los talleres productivos de los centros penitenciarios durante el mes de febrero de este año –no así de los cursos formativos–. Por ejemplo, las mujeres casi doblan a los hombres –8,4% de presos frente al 14,8% de presas– en lo que en prisiones denominan talleres auxiliares. Esta sección incluye trabajos tan diversos como el de soldador-alicatador –antes mencionado por Katia–, pero también empleos tan relacionados tradicionalmente con el mundo femenino como lavandería o limpieza de zonas comunes. Así que no se pueden poner cifras al tipo de trabajo concreto que desempeñaron hombres y mujeres. Otros trabajos que muchos considerarían masculinos y que, en principio, parecería que podrían ofrecer más salidas laborales una vez abandonada la prisión son los que se aglutinan dentro de la sección mantenimiento –pintura, electricidad, fontanería, etc–. En estos, hubo un 1,7% de participación masculina y un 0,7% de femenina.
Katia, como Estíbaliz y Mariú, no entra a valorar la culpabilidad de cada presa, sino lo que la cárcel hace con ellas. “Cuando sales, supuestamente tú tienes que tener todas las herramientas necesarias para recuperar la vida y no, no es verdad”, protesta.
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Lástima que no se pueda profundizar más en la situación de la asistencia médica de las mujeres en prisión y especialmente en la cuestión de la salud mental, pues tal como apunta el artículo, en las cárceles se produce una sobremedicación, y más concretamente con psicofármacos, unas drogas que con el tiempo buena parte de ellas desarrollan los síntomas de los trastornos que se suponen tienen que tratar. Por tanto no es tan extraño ese desproporcionado aumento de trastornos mentales en prisión, en parte por estar en un contexto disciplinario de encierro y privación de libertad, y por la sobremedicación que se administra, en muchos casos como consecuencia de la estructura de violencia que genera la prisión.
Gracias por el artículo. Es preciso encontrar y apoyar otros recursos para resolver conflictos y que no generen un mayor daño del que falsamente se pretende reparar. Las cárceles no son parte de ninguna solución para nuestros conflictos, sino parte que los agrava y no repara nada.