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Conozco a mi madre, como quien dice, de toda la vida. Nunca la he oído pronunciar dos frases seguidas en castellano. No es tampoco una purista del idioma asturiano: en casa nos comunicábamos en una especie de asturiano desprovisto de rasgos fonéticos indígenas pero sintácticamente genuino y semánticamente puede que incluso integrista. Sin militancias, por supuesto: estoy convencido de que ninguna familia asturiana ha educado a sus hijos o hijas en el compromiso lingüístico antes de 1980.
Nuestra vida en los años setenta se dividía en tres registros idiomáticos: el asturiano puro y duro de gente muy mayor o muy de monte, el asturiano castellanizado que hablábamos en casa y con nuestros compañeros de colegio, y el castellano en que nos hablaban los maestros y la televisión y, esporádicamente, el padre o la madre de algún compañero de clase cuyo acento extremeño o andaluz nos sonaba tan exótico que ni siquiera lo identificábamos como castellano, era más como el portugués o el gallego de otras familias inmigrantes.
Conozco a mi madre, como he dicho, de toda la vida. Su acento es de esos que permite localizarla con precisión de GPS. Es tranquilizador hablar con alguien que tiene acento: te permite saber a quién debes pedirle cuentas si esa persona te agravia, qué linaje es responsable de sus virtudes y sus defectos. Un acento te arropa, te reconforta con su calor de rebaño, te masajea los linfocitos tribales. No estoy muy seguro de que ninguna de esas cosas beneficie a nadie, pero al acento le veo una utilidad fundamental para la supervivencia infantil: cuando tu madre renuncia a su acento, sabes que estás perdido. Toda esa familiaridad, toda esa emotividad gregaria cambia de registro y es como si te invadiera un ejército extranjero. Mi madre no solo cambiaba de acento y de registro lingüístico, cambiaba también de idioma: nos reñía en castellano. Le salía de dentro, no era una estrategia suya para hacernos odiar la lengua de Cervantes y de Mayra Gómez Kemp. Sencillamente, identificaba el castellano con el poder, con la autoridad y la coerción.
Y le funcionaba. Mi madre sabía de sobra que el castellano era la lengua de las personas poderosas, de las élites, de los funcionarios, los guardias civiles y los maestros. No sé si sentía remordimientos al usar aquella especie de kryptonita lingüística contra nosotros, pero tengo la convicción de que lo hacía con plena consciencia de estar usando un arma fetén pero importada o incluso robada al enemigo: carecía de la soltura con que las clases privilegiadas empleaban el castellano no solo para ordenar y organizar sino también y muy especialmente para negar cualquier experiencia lingüística diferente de la suya.
La campaña de La Nueva España contra los hablantes de asturiano se ha convertido en un problema mucho mayor de cuantos pudiera plantear ningún partido político
Negar el conflicto lingüístico en Asturies es conditio sine qua non para ingresar en la buena sociedad. Seas de izquierdas o de derechas, poeta épico o lírico, liberal o de las JONS, la condición para que te tomen en serio en Asturies es negar la existencia de la lengua asturiana, negar saber hablarla, negar haberla oído. Incluso te permiten negarlo en asturiano, siempre que la negación sea denodada y con muchos aspavientos, como acostumbra a hacer la presidenta del Partido Popular, Mercedes Fernández, más conocida como “Cherines”, o el propio presidente del Principado, Javier Fernández, popularmente conocido como “el Mudu”.
Todo lo demás es relativo y está sujeto a los vaivenes de la suerte o de la alta política, pero la negación de que en Asturies existan más lenguas que el castellano es, o era hasta hace muy poco, la marca de la buena sociedad.
Recientemente se han tambaleado dos de los pilares tradicionales de esa actitud hostil hacia el asturiano: la Universidad y la Federación Socialista Asturiana (FSA). En ambos casos ha influido el recambio generacional, y me aventuraría a sugerir que en la primera con más intensidad que en la segunda, aunque de manera menos espectacular, puesto que en los ambientes universitarios el conflicto lingüístico ha sido siempre público, vitriólico y tremendamente vistoso.
La Universidad ha sido desde los años setenta del siglo XX el campo de batalla de defensores y detractores de la oficialidad del asturiano y en su seno se han producido algunas de las reyertas más salvajes y decisivas. La FSA, en cambio, se ha caracterizado siempre por una displicencia sin matices hacia las demandas de oficialidad para el idioma, y solo en fechas muy recientes, a finales de 2017, ha modificado su posición, gracias sin duda al trabajo continuado y persistente de militantes comprometidos con la normalización lingüística, pero también debido a la circunstancia de que ya no es posible, como antaño, gobernar Asturies contando solo con detractores del asturiano.
Estamos viendo el fruto de más de cuarenta años de reivindicación lingüística, pero aún no lo vemos formado del todo. Con la entrada en razón de la FSA estamos más cerca de poder celebrar la equiparación legal de los hablantes de asturiano con los de castellano, pero aún falta desmontar la oposición obstinada de la extrema derecha, organizada en Asturies alrededor de VOX y el PP.
La del PP es una maniobra descarada y bastante ridícula para rentabilizar la euforia españolista desatada a raíz del conflicto catalán. También es cierto que el PP asturiano nunca ha dado la impresión de estar pilotado por gente sensata, pero hubo una época, no muy lejana en el tiempo, en que era el PP el que admitía, con muchos matices, la oficialidad del asturiano (una oficialidad sui generis, todo hay que decirlo, aunque está por ver que no lo sea también la que abraza ahora la FSA), mientras que el PSOE se negaba en redondo a hablar del tema. En cuanto a VOX, no es probable que cambie de actitud, pero tampoco es que movilice a las masas obreras y campesinas, al menos por ahora.
No: el principal obstáculo a la oficialidad del asturiano es, en la actualidad, un periódico, el diario La Nueva España, cuya línea editorial bascula entre la infamia política y la pornografía lingüística. Debido a su capacidad para condicionar la opinión pública, la campaña de La Nueva España contra los hablantes de asturiano se ha convertido en un problema mucho mayor de cuantos pudiera plantear ningún partido político. Su beligerancia es absoluta y no conoce acentos ni registros idiomáticos, sabe de su capacidad para moldear los debates cívicos en Asturies y las élites están decididas a usar todo ese poder sin contemplaciones.
Es de esperar que en las próximas elecciones autonómicas el PP y La Nueva España utilicen el conflicto lingüístico como arma electoral contra el PSOE, Podemos e Izquierda Xunida. Puede que Ciudadanos se sume a la cruzada o puede que no (Ciudadanos en Asturies es como Coca-Cola, una marca registrada carente de color local), pero en cualquier caso el conflicto lingüístico marcará la agenda y habrá que ver si la tibieza de Podemos en este asunto es puramente táctica u oculta una indiferencia estructural que, como siempre, acabará perjudicando al asturiano.
En cualquier caso, a partir de ahora ya nadie puede esconder el conflicto. Incluso los detractores del asturiano tienen que reconocer que estamos en guerra y que, por primera vez en mucho tiempo, parecen a punto de perderla.
Asturias
Más de 5.000 personas piden en Oviedo la oficialidad del asturiano
La protesta, convocada por la Xunta para la Defensa de la Llingua Asturiana, contó con el apoyo de Podemos, IU, PSOE, Foro Asturias y los principales sindicatos.
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Qué gran artículu Xandru, entre la precisión esixida y la coña marinera... Aunque dau'l mio reconocíu optimismu sol tema déxame rime pa dientru villa última fras
Naide qixo afalar esa guerra, los que pidimos la oficialidá pa esta llingua del entornu familiar, tan digna como'l castellán, sofitamos lo que diz la COSNTITUCIÓN; tolo contrariu a los antioficialidá, que n'otros ámbitos cacarexen de los beneficios de la Carta Magna, pero que nel asuntu de la llingua callen como afogaos la so actitú anticonstitucional. Que se sepa qu'estos supremacistes nun tienen nada de democráticos y que, col so tastu ultraderechista, si algamen a gobernar, van ignorar tolo que de derechos sociales tenga la constitución