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Artes escénicas
56 géneros: homenaje a Miguel Benlloch (1954-2018)
Gracias a una nueva generación de investigadores, la importancia del trabajo del granadino Miguel Benlloch, histórico activista y artista, ha comenzado a tener un mayor reconocimiento.
En los últimos años se ha escrito mucho sobre la cultura de la Transición y la contracultura generada en esa y las siguientes décadas. Se han publicado diversos estudios sobre las prácticas artísticas producidas fuera de la historiografía hegemónica pero, más allá de la publicación Miguel Benlloch. Acaeció en Granada, editada por Editorial Ciengramos, en muy pocos la figura de Miguel Benlloch ocupa el lugar relevante que se hubiera merecido. Por fortuna, gracias a una nueva generación de investigadores, la importancia de su trabajo ha comenzado a tener un mayor reconocimiento.
Seguramente, su propia condición heterodoxa, excéntrica respecto a las obligaciones que imponen la institución arte y su adlátere el mercado, le situó siempre en un espacio de representación y, sobre todo, de vida bastante ajeno a las convenciones formales y a las obligaciones sociales que imponen las reglas de juego. Tras su reciente exposición Cuerpo conjugado, comisariada por Mar Villaespesa y Joaquín Vázquez —su amigo del alma de toda la vida y socio, junto a Alicia Pinteño, de BNV producciones, la productora cultural con vocación pública que le permitió trabajar para vivir—, Valentín Roma escribió en su reseña “Cuerpo, disconformidad y epifanía trans” que Benlloch ocupó un lugar anómalo para “la institucionalización de la ruptura” en el campo teórico y museográfico. Su práctica artística —acciones, signos, alboroques, textos o poemas— se desplegó fuera de las preocupaciones por su inserción en el mercado o en la institución, siempre ocurrió en la medida que respondía a su propia capacidad de existir y a la necesidad de pensar lo social y lo político de acuerdo al lugar y momento histórico en el que trabajaba, porque siempre lo hacía a partir del contexto específico donde se desplegaba su obra.
Desde su infancia en Loja, su vida transcurrió por un intenso proceso de desidentificación de los códigos que impone la cultura normativizada. A principios de los años 70 del siglo pasado, comenzó a militar, primero en el Movimiento Comunista y después en el Frente de Liberación Homosexual de Andalucía (FLHA), del que fue fundador; también en los movimientos pacifistas, primero anti OTAN y, más tarde, en otras causas antibelicistas.
Esa condición “militante”, de compromiso político y social que nunca abandonó del todo, siempre la vinculó y la vehiculó a través de su determinación performante, es decir, poniendo siempre el cuerpo en el centro de su activismo, a modo de dispositivo de crítica contra los mecanismos de poder ideológicos y de codificación sobre la vida sexual o, como diría Paul B. Preciado —con el que los últimos años mantenía una relación de mutuo reconocimiento—, como una somateca desnaturalizada de prácticas políticas y artísticas de producción.
Entendía el arte —según sus propias palabras— como un lenguaje no codificado que busca perturbar la realidad; como un vehículo útil para traspasar límites y diluir fronteras, con capacidad para establecer diálogo en medio de la biodiversidad y sus conflictos.
En su desnudarse, en el gesto radical de mostrarse, Benlloch dialogaba con los movimientos feministas, queer, trans o con diversidad funcional y enfermos
Desde aquel cutre chou granadino de principios de los 80 —una especie de algarabía de lentejuelas, velos, paquetones, tetas postizas, pelucas imposibles, labios pintados, géneros trastocados— hasta su última presentación en la Sala AtínAya de Sevilla, hace unos meses, su vocación transformista combinaba una fuerte dosis de humor, que coincidía con su propia vitalidad jovial, con representaciones de alto dramatismo, que también evidenciaban el malestar que siempre le produjo la injusticia contra las más desfavorecidos.
En su desnudarse, en el gesto radical de mostrarse, Benlloch dialogaba con los movimientos feministas, queer, trans o con diversidad funcional y enfermos —ahí está el trabajo realizado junto al Equipo Re—, a la vez que reclamaba los derechos de los mapuches, del pueblo palestino o los emigrantes acuchillados por las alambradas de Ceuta y Melilla o ahogados en El Estrecho. Una determinación política y una profunda sensibilidad estética y poética acompañó siempre su vida y su trabajo. Arte, vida y muerte, nunca mejor dicho. Que la Pachamama te guarde.
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