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Arte
El museo en juego
Un grupo de niños se sienta frente a una obra superrealista y saca folios y pinturillas en un museo supermoderno de Madrid. Unos segundos después, los niños se están levantando por orden de la vigilante de sala y las madres guardan el material con el que se pretendía cometer la infracción de sentarse en el suelo a dibujar.
En sucesivas salas del mismo museo, una pareja con una niña va recibiendo órdenes de un satélite de vigilantes que gira a su alrededor durante toda la visita: no sentarse, no correr, no tocar. Pasado el mediodía, la niña tiene hambre y se sienta a comer un plátano y unas nueces escondida en un rincón. Sus padres no saben si esto está prohibido ni van a preguntarlo, por si acaso.
Luna Coppola añade algunas experiencias a las de estas familias: “En septiembre de 2020, fuimos al Centro de Arte Santa Mónica con dos niños de tres a siete años y, nada más entrar, ya había cuatro personas que nos preguntaban dónde íbamos, qué hacíamos o nos indicaban dónde no podíamos pasar... Pudimos subir solo a la primera planta y los niños no destruyeron nada”, cuenta. Y suma: “Hace poco fuimos a ver una exposición en L’Hospitalet de Llobregat, no había nadie y enseguida nos empezaron a indicar que tuviéramos cuidado, que no tocáramos”.
Coppola es la mitad de Duae Collective, un colectivo de dos madres artistas con dos hijos gemelos. En su reflexión sobre infancia y creación, Coppola advierte: “Si tú acostumbras a los niños a ir a los museos como un público normal, serán el público del futuro”. Pero eso no ocurre siempre: “Hacer un taller tonto con cuatro mesitas de Ikea y cuatro lápices no es acercar al niño al arte o la cultura sino arrinconarlo en una habitación”.
Pese a su manifiesta función didáctica, los museos no son siempre lugares pensados para la infancia. Ana Carro Rossel, presidenta de la Asociación Española de Museólogos, mira atrás para poner en contexto la institución museística. Y es que el museo no nace para todo el mundo, y mucho menos para niños y niñas. “El museo como institución pública nace en el momento en que las colecciones privadas de reyes, nobles y otros coleccionistas pasan a ser de propiedad colectiva y se abren al público”, explica.
Durante todo el siglo XIX y la primera parte del siglo XX, quien acude a los museos es una minoría entendida, por lo que en un primer momento se excluía a las personas más desfavorecidas y por supuesto a la mayoría
Así, durante todo el siglo XIX y la primera parte del siglo XX, quien acude a los museos es una minoría entendida, gente que no necesitaba ni acompañamiento ni explicación para acercarse a las piezas. “Las obras hablaban por sí mismas, no necesitaban nada más que ser contempladas y eran dirigidas a esta élite, por lo que en un primer momento se excluía a las personas más desfavorecidas y por supuesto a la mayoría”, sigue Carro Rosell. Aun con todo, hubo excepciones y la presidenta de la Asociación Española de Museólogos cita entre ellas al museo Victoria and Albert de Londres, donde ya en el siglo XIX hubo experiencias de colaboración con colegios. Pero no es hasta el XX cuando se empieza a considerar el museo como un centro de educación no formal para todos los públicos.
Hoy, la imagen decimonónica de lugar inhóspito, aburrido y excluyente no tiene cabida y se impone la concepción de que el museo es para todos. De hecho, existen especialistas en didáctica en los museos y estudios especializados como el Máster en Museos: Educación y Comunicación de la Universidad de Zaragoza, que se imparte desde 1989, al que se han sumado multitud de estudios en los últimos años.
Tocar y sumergirse
Roberta Genova habla con El Salto desde A Coruña, donde se celebra el II Congreso Internacional de Arte y Educación. Genova es licenciada en Ciencias de la Comunicación y doctorada en Diseño Industrial, Expresión y Comunicación Visual y pasó de su doctorado sobre infancia y museos a la práctica. El título de su último proyecto, Prohibit no tocar, hace referencia precisamente a lo que cree que vincula las experiencias de la infancia en los museos. Porque cuando entras a un museo, lo primero que te encuentras es esa orden, “no tocar”. Pero su enfoque no pasa por manosear el patrimonio histórico y hacer imposible su conservación, explica, sino por repensar los espacios y hacerlos inclusivos para la infancia. Un proyecto en el que el arte contemporáneo se puede desplegar en todas sus dimensiones porque puede ser jugable e inclusivo. “No podemos romper el límite con las obras de arte que deben ser respetadas, no digo esto, lo que digo que se puede dialogar con las obras creando experiencias paralelas en salas para la infancia, o en el recorrido del museo, con espacios pensados para la infancia”, dice Genova.
La idea no es nueva y esta artista pone un ejemplo: la artista Toshiko Horiuchi Macadam (Japón, 1940) vio ya en los años 90 que podía convertir su obra de arte en un espacio que también acoge el juego de la infancia. De hecho, la artista, conocida por sus grandes instalaciones de arte textil, ha centrado buena parte de su obra en crear parques de juego para niños. La obra de Yayoi Kusama o las instalaciones de Ernesto Neto son para Genova “ejemplos de un movimiento de la contemporaneidad donde el espectador no es una parte pasiva, sino activa”. Un movimiento que facilita el acercamiento a la infancia.
La artista Toshiko Horiuchi ha experimentado desde los años 90 con instalaciones jugables o immersivas, y también lo han hecho otros artistas como Yayoi Kusama o Ernesto Neto
“Hay terreno fértil para estos proyectos”, dice Roberta Genova, que en 2015 puso en marcha La Cittá Infinita, un proyecto en el que la creatividad y la cooperación permiten construir una arquitectura colaborativa con materiales reciclados. Se trata, explica, de utilizar materiales desestructurados que te conectan con tu potencial creativo, una propuesta a la que “adultos y niños entran con las mismas ganas”. Un año después, un ayuntamiento le pidió poner en marcha un proyecto artístico para la etapa de cero a tres años — “una etapa donde no había casi nada, cuentacuentos y poco más”— y de ahí parte Prohibit no tocar, de la idea de crear espacios sensoriales para la primera infancia donde cada uno encuentre el juego que mejor se ajuste a sus habilidades.
Se trata, dice Genova, de un modelo que “responde también al modelo de niños que tenemos ahora, porque tenemos que mirar también cómo los niños se transforman en la sociedad actual y caminar con ellos”. De esa misma idea parte el proyecto de Duae Collective Besós: a noble ecosystem, que en 2019 aterrizó en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.
Coppola y Genova trabajan actualmente en el proyecto Immersive Nature, un modelo “congelado” por el covid-19 que pasa por crear instalaciones inmersivas de arte contemporáneo “que el niño pueda habitar”. En octubre de 2019 hicieron un primer ensayo de cubo inmersivo. “Lo que nos sorprendió cuando lo ensayamos es que los adultos lo disfrutaron un montón”, dice Coppola. Porque “el arte contemporáneo es como un juego: nosotras, las artistas, jugamos, y también el público tiene en el subconsciente las ganas de jugar”.
Grandes museos que juegan
“Los museos son instituciones muy complejas y en España tenemos alrededor de 1.600 museos, cada uno con una forma de proceder”, explica Ana Carro Rosell. Esto hace imposible dar recomendaciones generales sobre cómo acoger a la infancia en los museos, pero cree que existe un esfuerzo por hacerlo. “El museo tiene mucho interés en poder participar en la tarea no solo educativa sino también recreativa de acercar el patrimonio que custodia a los niños de una manera eficaz y que sean espacios donde los niños quieran volver, que es el principal objetivo”, explica.
El Museo Guggenheim de Bilbao explica a El Salto que tiene varias líneas de trabajo abiertas en ese sentido y las prácticas van más allá del tocar. Así, esta pinacoteca ha expuesto desde un caleidoscopio gigante del artista Olafur Eliasson donde ver tu reflejo divido en cientos de espejos, a una sala con instrumentos musicales que se podían tocar en conciertos improvisados de Ernesto Neto, explican desde el museo. Una niebla que atravesar de Fujiko Nakaya o caramelos que el artista Félix González Torres invitaba a coger y degustar son otros ejemplos. La experiencia museística del Guggenheim incluye herramientas, espacios y programas específicos para niños y niñas y sus acompañantes adultos como el Córner del Arte para Niños —un espacio de acceso libre y autónomo para leer, dibujar o jugar—, actividades creativas en atractivos espacios educativos como, entre otras, un Laboratorio de arquitectura para niños, una biblioteca para leer y escuchar cuentos en inglés en el programa Books Alive! o el mapa Snacks desplegable con ideas para interactuar con las obras.
Chiquiparques del arte
Además de la creación de obras que partan de la integración de la infancia o de las adaptaciones que los museos puedan prever para ella, existe otra aproximación: los museos para niños. Roberta Genova, que ha conocido varias experiencias gracias a su investigación de doctorado, cree que hay ejemplos de buenas prácticas, entre las que cita como el MUBA de Milán, el Machmit de Berlín, el Zoom de Viena o el Museo de los Niños en Bruselas. Sin embargo, coincide con Coppola en que algunos de los llamados “museos de niños” se alejan del concepto del museo y de la propia creación. Por ejemplo, explica, en Estados Unidos algunos de estos espacios se conciben como parques temáticos donde niños y niñas imitan la realidad de los adultos. Se trata, añade, de espacios con réplicas de supermercados, colegios o bancos donde “se reproducen dinámicas de la sociedad a pequeña escala”.
“Para mí, lo interesante son modelos donde entran los artistas, donde cabe la investigación, la pedagogía, el arte o la arquitectura de forma transversal”, comenta Genova. Esto permite diseñar exposiciones a medida para la infancia donde niños y niñas “no sean reducidos a exploradores de parques lúdicos” pero interesantes para un público adulto.
La museóloga Ana Carro Rosell cree que el concepto de “museos de niños” —con el que Luna Coppola es muy crítica por considerar que son segregadores con la infancia— da lugar a la confusión
Para la museóloga Ana Carro Rosell, estos centros se alejan del concepto de museo: “No es que esté en contra, pueden ser espacios abiertos a la creatividad o a la interacción, pero no son museos desde el momento en que no son lugares donde se atesore el patrimonio, porque para hablar de un museo tiene que haber una colección, y en algunas ocasiones esto se confunde”. “La concepción de museos como yo la entiendo es un museo dedicado a todos los colectivos que tienen que realizar actividades, recorridos, propuestas diferentes dirigidas a diferentes colectivos”.
Luna Coppola es más acida en su crítica y se refiere a estos espacios como “chiquiparques del arte” que lo único que hacen es segregar. “Hacen cosas solo para niños, van solo familias, no se relacionan con otro público... yo no quiero eso sino que quiero ir al Guggenheim con mis hijos, ver las exposiciones con ellos, y que vean cosas”. Coppola insiste en que esta manera de entender el museo lo hace no solo más accesible a niños y niñas, sino a cualquier persona. Por ejemplo, cuando el Museo Madre de Nápoles invitó a Temitayo Ogunbiyi, una artista de Lagos, a crear una instalación en el patio que pudiera “ser jugada” por los niños del barrio, “mis amigos que no tienen niños también fueron a jugar”.
“Los niños son la generación futura, si no los acercan a la cultura, al arte de cualquier disciplina, se van a perder”, dice Luna Coppola, que teme que el arte se quede encerrado en los museos mientras a los niños se les introduce en el marketing y la tecnología. Y quizá los museos sean conscientes de lo que esté en juego, que no es otra cosa que perder a las generaciones el futuro.
Mientras los museos diseñan proyectos participativos, interactivos o “hands on” las generaciones jóvenes van encontrando nuevas formas de acercarse a la institución, como demostró el grupo de adolescentes que visitó el Museo del Prado en julio imitando las poses de los protagonistas de las piezas para un vídeo de Tik Tok. Un vídeo viral que parece dar pistas sobre la reflexión de Roberta Genova: “Tenemos que mirar también cómo los niños se transforman en la sociedad actual y caminar con ellos”.