Análisis
Japón y Corea del Sur estrechan lazos y Washington lo celebra

Desde la llegada al Ejecutivo surcoreano de Yoon Seok-youl, las relaciones entre Seúl y Tokio han mejorado enormemente. ¿En base a qué? ¿Para beneficio de quién?
corea del sur y japón. Yoon Suk Yeol y Fumio Kishida
Los presidentes de Corea del Sur y Japón, Yoon Suk Yeol y Fumio Kishida . Foto: 内閣官房内閣広報室 (cc.2.0)

Entre Corea del Sur y Japón siempre ha mediado la tensión y el enfrentamiento diplomático. La división artificial de la nación coreana, de la cual es hija la República de Corea en oposición al norte socialista, es fruto de la guerra civil que se fraguó durante la ocupación imperialista japonesa de la península. El marxismo y la izquierda nacional se hicieron fuertes en el norte frente a un Estados Unidos que protegió en el sur a los sectores económico-políticos que se negaban a quedar bajo el gobierno del Partido del Trabajo. Allí, el sentimiento antiimperialista que había definido la resistencia contra la ocupación desde el movimiento de Samil hasta la conformación del Gobierno Provisional fue sustituido por otros credos: el anticomunismo, la adhesión al eje internacional estadounidense y la creencia en un desarrollo capitalista sustentado en la financiación externa estadounidense y en un estado eminentemente antisindical.

La narrativa antiimperialista se difuminó con particular claridad a partir del paso a un capitalismo globalmente financiarizado consentido por el estado durante los años noventa, de la oleada cultural neoliberal y del dificultoso trasvase generacional de las militancias que condenan la adhesión del país a la agenda imperialista de Washington y la presencia militar de Estados Unidos en el sur de Corea —una militancia que, por cierto, se veía ya lastrada por el terrorismo de estado sufrido a manos del régimen de Park Chung-hee. Pese a todo, el sentimiento antijaponés, en la forma de anclaje simbólico-identitario que se “hereda” culturalmente generación tras generación, ha permanecido vigente en Corea del Sur.

Japón y la República de Corea siempre han sostenido densas tensiones que han dificultado la consolidación de una relación bilateral que tendría un profundo sentido en términos geopolíticos

El recuerdo nacional parece sólido en este sentido, seguramente porque la violencia ejercida por el Imperio Japonés contra el pueblo coreano apenas ha recibido condena por parte del Estado nipón. Sus empresas, beneficiarias parasitarias —cuando no directoras— de la brutalidad imperialista, apenas han asumido la reparación que se le exige desde la península; la práctica totalidad de las mujeres que fueron víctimas de la violencia sexual de los militares japoneses, las “mujeres de consuelo”, han fallecido sin haber recibido las disculpas, la memoria y la reparación que le corresponde a Japón brindar; y los conflictos diplomático-territoriales entre ambos gobiernos están lejos de cerrarse: la disputa por las islas Dokdo (nombre coreano)/Takeshima (nombre japonés) es un buen ejemplo de ello.

¿Por qué está cambiando esta situación?

Bajo este marco, Japón y la República de Corea siempre han sostenido densas tensiones que han dificultado la consolidación de una relación bilateral que tendría un profundo sentido en términos geopolíticos. Pero esta situación está cambiando como consecuencia de la llegada al Ejecutivo surcoreano del anticomunista Yoon Seok-youl. Cuando todavía era únicamente el candidato presidencial del derechista Partido del Poder Popular (PPP) —el bloque que concentra a los sectores pro chaebols, a los defensores del vaciamiento del Estado en materia regulatoria y a cuadros que heredaron las relaciones ideológicas de las dictaduras militares—, Yoon lo anticipó: “cuando yo sea presidente, las relaciones Corea del Sur-Japón irán bien”.

Aquella declaración de intenciones estaba lejos de ser una defensa de una diplomacia de amistad bilateral honesta: ni el Gobierno japonés ni el surcoreano han dispuesto contentar al otro en las disputas históricas ni territoriales —si acaso, han acordado tácitamente dejar todo en stand by. Aunque prometieron resolver “asuntos pendientes”, la realidad arroja otra evidencia. Seúl está dispuesto a abandonar los reclamos de memoria, verdad y justicia con el objetivo de no torpedear sus relaciones con Tokio. Tanto es así que el propio Ejecutivo del país aceptó indemnizar con dinero público surcoreano a víctimas de trabajo forzado durante la ocupación del imperialismo japonés, negando una de las reivindicaciones de mayor raigambre nacional: la reparación efectiva por parte de Japón del daño causado a trabajadores, mujeres y militantes coreanos.

¿Por qué tiene lugar este giro? En realidad, parece evidente que el nuevo gobierno en la Casa Azul ha llevado a cabo un giro en su esquema de prioridades internacional que, de hecho, profundiza la tendencia existente con anterioridad. El enemigo histórico no es Japón, sino Corea del Norte. Así como hizo el primer mandatario del país, el anticomunista proestadounidense Rhee Syngman, quien terminó con la vida del dirigente comunista Cho Bong-am, Yoon Seok-youl quiere terminar con el sistema político en el norte del país. Para el presidente, Corea del Norte es el “principal enemigo” de la nación coreana; se trata de una suerte de “hecho maldito” del país que, siguiendo la tradición política de la derecha anticomunista surcoreana, habría que erradicar. Lejos quedan las posturas del acercamiento y la reunificación pacífica defendidas por la Política del Sol de ex presidentes como Kim Dae-jung.

Japón tiene mucho que ver en la modificación de las preocupaciones globales del poder político en Corea del Sur. El gobierno del primer ministro Fumio Kishida se ha sumado a la avanzada de Washington y Seúl contra Corea del Norte

Japón tiene mucho que ver en esta modificación de las preocupaciones globales del poder político en Corea del Sur. El gobierno del primer ministro Fumio Kishida se ha sumado a la avanzada de Washington y Seúl contra Corea del Norte, sosteniendo una posición marcadamente confrontativa con Pyongyang. Durante mucho tiempo se ha defendido —correctamente— que ambos estados están condenados a entenderse, por cuanto les une el rechazo político-militar al norte de Corea. El gobierno de Kim Jong-un actúa como pegamento entre las que son dos de las mayores potencias regionales. Sin embargo, esta amistad del todo congruente difícilmente iba a consolidarse mientras gobernasen quienes exigen a Japón reparación histórica y desean el mejoramiento de las relaciones intercoreanas. El gobierno de Yoon Seok-youl ha dinamitado toda posibilidad de acercamiento norte-sur, posibilitando al mismo tiempo que florezca la relación entre dos de los más importantes aliados del imperialismo estadounidense.

¿Por qué es tan importante?

Estos avances en las relaciones bilaterales podrían parecer un mero elemento de la cotidianeidad de las relaciones internacionales, pero no lo son. Desde el inicio del gobierno de Obama en Estados Unidos, el imperialismo estadounidense y su bloque de alianzas —el “imperialismo colectivo” ha trasladado su foco de atención e injerencia hacia la región Asia-Pacífico. Probablemente en un esfuerzo por presionar a China y frenar su desarrollo económico, el eje de Estados Unidos y sus aliados ha instalado en la última década y media el llamado “Pivot to Asia”. De la mano de Australia, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y las Filipinas, y sosteniéndose a sí mismo como ente director y rector de la alianza, Washington pretende dominar política y militarmente la región.

Las relaciones bilaterales, en este caso entre Estados Unidos y Japón, por un lado, y entre Estados Unidos y Corea del Sur, por el otro, nunca han supuesto una mayor complicación en la configuración de este eje de poder regional. De hecho, aunque ya eran buenas durante la administración de Moon Jae-in, parece claro que con la llegada al poder de Yoon Seok-youl, Estados Unidos ha profundizado su ya estrecho vínculo con el sur de la península.

Tokio y Seúl son dos de las principales potencias regionales y están llamadas a ser la punta de lanza de cualquier iniciativa injerencista que Estados Unidos pretenda llevar a cabo desde el frente nororiental de su plantel de estados afines alrededor de China

Pese a todo, las tensiones coreano-japonesas son un bache en la consolidación del bloque imperialista. Tokio y Seúl son dos de las principales potencias regionales y están llamadas a ser la punta de lanza de cualquier iniciativa injerencista que Estados Unidos pretenda llevar a cabo desde el frente nororiental de su plantel de estados afines alrededor de China. Cualquier avanzada que la Casa Blanca pretenda llevar a cabo sobre Corea del Norte, sobre Taiwán o sobre cualquier otro punto “díscolo” —ya sea en la forma de conflicto militar, diplomático o comercial— va a requerir del sustento de ambos aliados. La coordinación entre los dos socios menores es crucial para que Estados Unidos configure una de las Tríadas que está llamada a actuar bajo el paraguas del imperialismo colectivo. Para ello, las posturas revisionistas de los gobiernos japoneses deben hallar en el Ejecutivo surcoreano a alguien dispuesto a pasar por alto las heridas históricas en beneficio de un objetivo compartido: la instalación efectiva de la agenda del imperialismo en la región.

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En lo concreto, la dinámica es fácil de identificar: Japón está participando activamente en alguno de los principales ejercicios militares conjuntos que Corea del Sur y Estados Unidos realizan contra Corea del Norte. Su remilitarización, apoyada por el propio Yoon Seok-youl, marca un antes y un después en la historia reciente de Japón y supone un paso evidente hacia la consolidación de las formas bélicas en la gestión de los conflictos internacionales en Asia-Pacífico. La nueva estrategia de seguridad del país califica a Corea del Norte como “amenaza inminente”, lo que en conjunción con el mejoramiento de las relaciones bilaterales con Seúl y la conformación de la Tríada militar con Washington y el propio Seúl augura una severa intensificación de lo militar en la península coreana.

Ni China parece estar dispuesta a desintegrar su particular modelo político-económico, ni Corea del Norte ofrece visos de desnuclearizarse unilateralmente —lo que sería, en la práctica, aceptar una absorción desde Corea del Sur auspiciada por Estados Unidos. En este contexto, y ya que nada parece indicar que Washington vaya a abandonar prontamente su aventura injerencista en Asia-Pacífico, lo cierto es que la mejora de las relaciones entre Corea del Sur y Japón parece una mala noticia para la seguridad internacional. Dichos acercamientos no se están dando sobre la base de la reparación histórica, ni mucho menos en apoyo de un proceso político emancipador; tienen mucho más que ver con una vinculación táctico-militar belicista contra Corea del Norte y muy conveniente al rectorado estadounidense.

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