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Análisis
La crisis de Pablo Casado y la estrella emergente del PP
Durante las últimas semanas estamos asistiendo a un conflicto que tiene lugar a la derecha del espectro político, cuyo devenir será trascendental de cara a las elecciones generales que, previsiblemente, se celebrarán en 2023. Esta vez, los protagonistas son Pablo Casado, que intenta, una vez más, consolidar su figura dentro del partido tras las constantes críticas por su incapacidad a la hora de generar una alternativa a Sánchez y ganar así unas elecciones, e Isabel Díaz Ayuso, que, al contrario que Casado, reúne precisamente estas características y, espoleada por su arrolladora victoria en la Comunidad de Madrid, se ha perfilado como candidata a liderar el partido en la región. Sin embargo, en Génova, un anuncio como este, con la Convención Nacional a la vuelta de la esquina y el recuerdo del contrapeso que Esperanza Aguirre supuso para Mariano Rajoy muy presente, no ha terminado de sentar muy bien, por lo que ya se habla de una guerra abierta entre Génova y Sol.
A nivel interno, hace ya tiempo que Pablo Casado se está convirtiendo en un problema para su partido, aunque la victoria de Ayuso le haya otorgado un respiro
Las simpatías que despierta Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid son innegables. Hace apenas unos meses arrasó en las elecciones del 4 de mayo, logrando un 44,76% de los votos y superando con creces a sus adversarios, lo que ha originado un auténtico torrente de apoyos y, muy a pesar de Casado, ha vuelto a despertar las voces que la sitúan como la líder nacional que necesita el PP, capaz de generar simpatías tanto dentro como fuera de su espacio ideológico y de reagrupar a su electorado en la que antaño fuera la casa común de la derecha. En este sentido, ¿en qué punto se encuentra la figura de Pablo Casado dentro del partido para que, de nuevo, se estén volviendo a escuchar los sables afilar?
Si nos fijamos en la valoración que hacen los ciudadanos de cada uno de los líderes políticos, una herramienta muy adecuada para ver cómo evoluciona la percepción hacia ellos, podemos ver cómo, a nivel interno, hace ya tiempo que Pablo Casado se está convirtiendo en un problema para su partido, aunque la victoria de Ayuso le haya otorgado un respiro. Durante los meses previos al inicio de la pandemia del covid-19, la valoración media que cada uno de los líderes políticos obtenía entre su propias filas oscilaba entre el 6 y el 7 de media, con un Santiago Abascal disparado, que alcanzaba un 7,5 entre sus propios votantes, y una Inés Arrimadas que, tras los resultados del 10-N, ya empezaba a mostrar los primeros síntomas de agotamiento. Por aquel entonces, Pablo Casado aún se mantenía por encima del 6.
Sin embargo, una vez que la pandemia del covid-19 llega a España, y con ella el confinamiento, y a pesar del desgaste y las críticas furibundas que asumió Pedro Sánchez por su gestión inicial, los propios votantes del PP empiezan a denostar a su líder, cuya valoración comienza a caer hasta situarse en el límite del aprobado en noviembre de 2020 y, unos meses más tarde, en marzo de 2021, cayendo incluso hasta el 4,9, por debajo del aprobado. Recordemos, entre sus propios votantes.
Mientras tanto, el resto de líderes –especialmente Abascal, Sánchez e Iglesias–, aunque también experimentan una cierto desgaste, consiguen salvar los muebles. Así, Pablo Casado se sitúa en el vagón de cola de la valoración interna, únicamente acompañado de una Inés Arrimadas que ya se encuentra con su partido inmerso en un pleno proceso de desintegración. En esta situación, Casado sólo consigue despegarse de ella tras las elecciones del 4-M –gracias a Ayuso, no a su propia labor al frente del partido, cómo no–, aunque no por ello alcanzando al resto de líderes políticos.
Por otro lado, este desencanto también se refleja si atendemos a la confianza –o, más bien, a la desconfianza– que despierta Casado entre sus propias filas. Mientras que, de nuevo, antes de la pandemia apenas un 30% de sus votantes mostraban poca o ninguna confianza en el líder de su partido, con la pandemia esta cifra se dispara hasta llegar a superar el 60%, llegando incluso a rozar el 70% en marzo de 2021.
Aunque es cierto que la pandemia también ha servido como combustible para empujar las opiniones de hastío, desconfianza y baja valoración hacia el conjunto de los líderes políticos, Casado es el que consigue, consecuentemente, los peores datos. Para comparar, en el caso de Sánchez estas cifras se sitúan en torno a un 35% de su electorado que expresa desconfianza hacia él. Además, es también llamativa la disparidad en la desconfianza que despiertan tanto Sánchez como Casado en los votantes de los partidos que forman parte de su bloque ideológico, en este caso, Unidas Podemos y Vox. En cuanto a Casado, cerca de un 85% de los votantes de Vox muestran poca o ninguna confianza hacia él, mientras que Sánchez, por el contrario, despierta poca o ninguna confianza únicamente en el 45% de los votantes de su socio de coalición, Unidas Podemos. Una diferencia que define el éxito de uno y el fracaso del otro.
Ahora bien, ¿quieren los votantes del PP que Casado llegue a ser presidente del Gobierno? Sorprendentemente, muchos de ellos no. Sería razonable pensar que los votantes de su propio partido quisieran que este, al ser su líder, llegase a la Moncloa. Sin embargo, y, de nuevo, desde el inicio de la pandemia, en el caso del PP esto no termina de ser así. Mientras que a comienzos del año 2020 más de un 70% de sus votantes preferían que fuera Casado el presidente del Gobierno, durante los meses subsiguientes esta cifra se redujo hasta encontrarse por debajo del 50%. Hoy, un año y medio después del inicio de la pandemia y cada vez más cerca de su final, esta cifra aún se mantiene por debajo de esa barrera.
Es razonable que la presidenta de la Comunidad de Madrid se vea legitimada a desafiar al líder de su propio partido públicamente, anunciando su intención de hacerse con el control de su matriz en la región
Sin embargo, una gran parte de este descontento no se ha dirigido hacia el resto de líderes políticos. En el caso de los votantes del PP, la opción que se encuentra en segunda posición no es la representada por Santiago Abascal, Isabel Díaz Ayuso –a quién el CIS incluye en algunas ocasiones entre las respuestas– o, incluso, Inés Arrimadas. En cambio, en torno a un 20% de sus votantes prefiere que ninguno de ellos sea el presidente del Gobierno, una cifra que ha crecido, también, desde el inicio de la pandemia hasta convertirse en la alternativa a Casado. En definitiva, una clara muestra del hartazgo respecto de su figura.
La situación aún puede cambiar de cara a las próximas elecciones generales, previstas para 2023. Con el propósito de erigirse a sí mismo como una alternativa creíble al liderazgo de Sánchez, Casado aún tiene por delante una difícil tarea que le sitúa en clara desventaja frente a sus competidores: convencer a los votantes de su propio partido y, si quiere que el PP vuelva a ser la casa común de la derecha, también a los de Vox y Ciudadanos; una tarea aún más difícil por el rechazo que despierta y que, casualmente, Isabel Díaz Ayuso supo llevar a cabo con mucha habilidad en la Comunidad de Madrid.
Con esta situación, es razonable que la presidenta de la Comunidad de Madrid se vea legitimada a desafiar al líder de su propio partido públicamente, anunciando su intención de hacerse con el control de su matriz en la región. Asimismo, es también razonable que haya quiénes crean que, con ella al frente, el PP volvería a llegar a La Moncloa. Sin embargo, es común que en política este tipo de problemas no encuentren una solución tan sencilla como pudiera parecer a simple vista. Sustituir a Casado por Ayuso podría no ser todo lo que necesita el PP.
El entusiasmo que Ayuso despertó en la Comunidad de Madrid puede no ser igual entre los electorados de Galicia, Cataluña, o Andalucía. Asimismo, aunque haya sido capaz de frenar en seco el crecimiento de Vox en su flanco derecho frente a una candidata como Rocío Monasterio, absorbiendo una gran parte de su electorado, esto no tiene por qué ocurrir frente a Santiago Abascal en el resto de España. La tarea de reunir a la derecha en un único partido para así alcanzar la mayoría absoluta sin contar con el apoyo de otros partidos está aún lejos, si es que es posible. Para ello, tanto Casado como Ayuso, independientemente de quién finalmente sea el candidato, tendrán que trabajar esa unión, no simplemente clamar por ella. De su habilidad para lograr esto dependerá el futuro del Gobierno de coalición, aún herido tras lo que ocurrió en la Comunidad de Madrid, pero no muerto.