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Política
El mal menor no deja de ser un mal
Lo alarmante de la situación es que el espacio que pierde la izquierda lo van ocupando partidos de extrema derecha, en algunos casos de clara tendencia autoritaria o declaradamente fascistas. No es sólo que estos grupos extremistas entren en los parlamentos respectivos, es que en algunos casos (Polonia o Hungría, por ejemplo) ya están gobernando. En España acaban de entrar en el nuevo ejecutivo autonómico de Castilla y León, mientras en otras comunidades (Andalucía, Murcia o Madrid) los gobiernos del PP se mantienen gracias al apoyo de Vox.
Esta izquierda, que ve cómo su protagonismo entre la clase trabajadora va menguando, lejos de sacar enseñanzas prácticas de su crisis, intenta moderar todavía más su mensaje y disputarle el voto a los partidos de centro-derecha. Se niegan a aceptar que han perdido su electorado histórico precisamente porque han abrazado el discurso neoliberal, traicionando sistemáticamente todas sus promesas electorales y aplicando recetas del capital en materia de salarios, pensiones, derechos sociales y modelo productivo.
La clase trabajadora europea ha visto en las últimas décadas cómo sus derechos y condiciones laborales eran sacrificados por gobiernos supuestamente de izquierdas, con el inestimable apoyo de sindicatos tradicionalmente considerados de clase (CGT en Francia, CGIL en Italia o CC.OO. y UGT en España) lo que ha producido un total desconcierto en el seno de movimiento obrero; apatía y desinterés que han sido aprovechados por los grupos de extrema derecha para lanzar su discurso, xenófobo y ultraconservador, en zonas obreras donde antes era impensable que tales mensajes tuvieran acogida. Por tanto, y con ser preocupante que los obreros voten a partidos de derecha, lo extremadamente peligroso es que los componentes de la clase obrera hayan asumido muchos de los postulados del sistema dominante.
Lejos de recuperar programas de inequívoco contenido de clase, la izquierda se limita a apelar a la oscilante conciencia del electorado suplicando que no vote a las opciones de extrema derecha. Así venimos observando esos patéticos llamamientos a votar el mal menor que culminan con el reciente esperpento de ver a la izquierda francesa pidiendo apoyar a la derecha (Macron) para evitar que Marie Le Pen ganase la segunda vuelta de las presidenciales. Curiosamente, si Le Pen ha llegado a inquietar a la derecha clásica en estas elecciones es porque se ha desprendido del lastre que representaba el mensaje excesivamente ultra de su padre y un programa abrumadoramente trufado de mensajes ultras; es decir, las dos opciones finales para el electorado francés suponían recortes sociales y políticas conservadoras.
Venimos observando esos patéticos llamamientos a votar el mal menor que culminan con el reciente esperpento de ver a la izquierda francesa pidiendo apoyar a la derecha (Macron) para evitar que Marie Le Pen ganase la segunda vuelta de las presidenciales.
Terrible y anodino el dilema que se ha querido presentar a la ciudadanía más crítica del país vecino, no ofreciéndole otra alternativa que votar al actual inquilino del Elíseo. Cuesta creer que las únicas opciones políticas sean votar a Macron o Le Pen; sobre todo si recordamos los grandes hitos revolucionarios que ha protagonizado el pueblo francés (Revolución Francesa, Comuna de París, sindicalismo autogestionario con la Carta de Amiens, Mayo del 68, revuelta de los chalecos amarillos, etcétera).
Desde una óptica libertaria existe otra salida a la crisis del pensamiento transformador, más allá de la mera y previsible disputa electoral. Esa opción, menos cómoda sin duda que la delegación en partidos integrados en el sistema, pasaría por la autoorganización popular, por las redes de solidaridad y la autogestión de la economía y la vida social, por la defensa colectiva de los derechos en la calle y en el mundo del trabajo, por la difusión de una cultura y unos valores propios de la clase trabajadora.
Y es que el verdadero cambio no vendrá porque los partidos modifiquen sus siglas, o incluso si dejan de llamarse partidos e intentan pasar por la más genuina representación de la voz del pueblo. Como tantas veces se ha dicho: la lucha está en la calle, no en el parlamento.