Alemania
Los Verdes/Alianza 90: la historia de un partido que decía que iba a cambiar las cosas

El 14 de mayo, Los Verdes cumplen 25 años como resultado de la fusión con Bündnis 90, una alianza de partidos de la Alemania oriental con la defensa de los derechos civiles como denominador común. El partido, que celebrará este aniversario con discreción, recuerda unos orígenes que muy poco tienen que ver con la actualidad.

Joschka Fischer
Joschka Fischer fue ministro de Exteriores de Alemania entre 1998 y 2005. Foto: Björn Láczay

Había una vez un partido que decía que iba a cambiar las cosas de verdad. Asambleario, ecologista, a favor de la redistribución de la riqueza, feminista y defensor de las minorías sexuales, antibelicista y contrario a la OTAN. Un partido que venía a corregir, decían, los errores de la vieja izquierda. Cuyos miembros causaban furor e indignación en los parlamentos por su manera de presentarse, renunciando al traje y la corbata y apostando por los jerséis de punto, los pantalones vaqueros y las zapatillas deportivas. Este partido era Los Verdes, que este 14 de mayo cumple su 25 aniversario como resultado de la fusión con Bündnis 90, una alianza de partidos de Alemania oriental con la defensa de los derechos civiles como denominador común. El partido que fue y ya no es celebrará este aniversario con discreción. No lo hará tanto por sus proyecciones en las encuestas de intención de voto —en torno a un respetable 13%—, sino porque recuerda unos orígenes que muy poco tienen que ver con la actualidad.

Jutta Ditfurth (Würzurg, 1951) fue una de las fundadoras de aquel partido. También fue una de las primeras en abandonarlo, en 1991, en medio de un escándalo sobre financiación irregular y cuando una mayoría decidió suprimir la limitación de mandatos y el principio de rotación de cargos. Hoy es una de sus críticas más conocidas en Alemania, y su libro Krieg, Atom, Armut. Was Sie reden, was sie tun. Die Grünen [Guerra, energía nuclear, pobreza: lo que dicen y lo que hacen Los Verdes] (Rotbuch, 2011) es uno de los documentos más demoledores sobre el partido que mejor llegó a representar a la nueva izquierda postsesentayochista.

De la fundación al enfrentamiento entre “fundamentalistas” y “radicales”

El congreso fundacional de Los Verdes se celebró en Karlsruhe tres años después del “otoño alemán”, el 12 y 13 de enero de 1980, con una asistencia de mil personas. El objetivo era crear un partido a partir de las listas de la izquierda alternativa que existían ya en Hamburgo, Hesse y Berlín occidental, a las que se sumaron desde campesinos y pacifistas cristianos hasta militantes de la izquierda comunista y autónoma. Los ecologistas conservadores y hasta de ultraderecha —que los había, y los sigue habiendo— abandonaron rápidamente Los Verdes, que dejó de ser un partido transversal para ser uno netamente de izquierdas. “Los Verdes no querían ministerios, sino que querían cambiar la política de manera definitiva: clausurar las centrales nucleares de inmediato, impedir el estacionamiento de misiles en Alemania, salir de la OTAN, limitar el crecimiento económico cuantitativo, viviendas humanas, jornadas de trabajo más cortas, equiparación salarial”, enumera Ditfurth.

De la naturaleza de Los Verdes en sus orígenes da cuenta que algunos de sus miembros llegaron a recaudar fondos para que la guerrilla en El Salvador pudiese comprar armas. El nuevo partido había de ser “una opción más a nuestra actividad extraparlamentaria”, que la autora define como “la columna” de Los Verdes, y su función, “ganar tiempo”, conquistar “espacios para debates clave” y abrir “nuevas posibilidades políticas”. Su objetivo, “modificar la sociedad de posguerra de manera radical”. Y todo ello siendo conscientes, en todo momento, de los “mecanismos de integración” que conlleva la actividad parlamentaria.

Los Verdes se mantuvieron fieles a estos principios de manera imperfecta y por algún tiempo. Como relata Jutta Ditfurth, fueron irónicamente quienes procedían del maoísmo, la izquierda comunista y la izquierda autónoma, y con una mayor inclinación al radicalismo verbal, encabezados por Daniel Cohn-Bendit y Joseph ‘Joschka’ Fischer, quienes más se esforzaron en llevar a Los Verdes a posiciones pactistas e incluso oportunistas, recurriendo, si hacía falta, a toda suerte de maniobras partidistas para ganar votaciones en los congresos. Con ello el partido se fue escorando paulatinamente a la derecha.

La división entre “realistas” (o “Realos”) —partidarios de una integración en el sistema de partidos alemán— y “fundamentalistas” (o “Fundis”) —defensores de mantener los principios fundacionales—, se fue profundizando hasta que, en 1988, los “Realos” denunciaron a la dirección del partido, copada de izquierdistas, por supuestas irregularidades financieras. La denuncia encontró repercusión rápidamente en los medios de comunicación y afectó a Los Verdes de raíz, creando inseguridad entre sus militantes, muchos de los cuales acabaron apoyando a los “Realos” ante la acusación.

Finalmente, en diciembre de 1988 la mayoría votó en un congreso federal contra la dirección —en la que se encontraba Ditfurth—, que presentó en bloque su dimisión. Un año después se demostró que no había habido ninguna irregularidad en las cuentas, pero para entonces el partido estaba ya bajo el control de quienes defendían un capitalismo verde y pactar con los cristianodemócratas si era necesario.

“Entre 1990 y 1991 abandonaron el partido alrededor de 10.000 miembros, la mayoría activistas de izquierda (ecosocialistas, feministas, ecologistas radicales), entre ellos mis amigos y yo misma —afirma Ditfurth—, pero también conservadores que no querían ceder contenidos del programa a cambio de formar coaliciones”. “Siguieron acuerdos tácticos entre los Realos del entorno de Fischer y gente como Jürgen Trittin y Ludger Volmer del Foro de Izquierdas sobre cómo llenar el vacío surgido y cómo embaucar a los votantes para que, en el futuro, Los Verdes pudieran presentarse como un partido de izquierdas poseedor de diferentes corrientes”, continúa.

“Con la caída de la dirección federal izquierdista se cerró el camino de Los Verdes”, lamenta la autora. Y describe los desarrollos subsiguientes como sigue: “Los debates sobre un proyecto emancipatorio y relativamente de izquierdas de Los Verdes se terminaron, el programa y las estructuras democráticas de base fueron desmanteladas pieza a pieza, la composición social se modificó: en Los Verdes entraron personas que podrían haberse afiliado al FDP (liberales). A este proceso se superpuso la caída del Muro de Berlín y la llamada Reunificación, con la cual ‘defensores de los derechos humanos’ —y esto no puede más que entrecomillarse— entraron en Los Verdes y asumieron cargos de manera transitoria hasta que se integraron, se marcharon o se afiliaron a la CDU. Al final el proceso de realpolitización de Los Verdes quedó culminado”. 

Las zapatillas de Joschka Fischer como programa: ‘Just Do It’

Como no podía ser de otro modo, Jutta Ditfurth hace especial hincapié en su libro en la figura de Joseph ‘Joschka’ Fischer (Gerabronn, 1948), acaso el mejor y más conocido representante de ese proceso de realpolitización. Fischer fue el primer miembro de Los Verdes en asumir una cartera en un gobierno alemán, concretamente la de Medio Ambiente de Hesse en 1985. En la ceremonia de toma de posesión del cargo asistió con pantalones vaqueros y zapatillas deportivas, lo que fue considerado ampliamente por los medios como una falta de respeto a la institución. El año anterior Fischer ya se había dirigido al vicepresidente de la cámara insultándolo y llamándolo “gilipollas”.

De este tipo de boutades, muy del gusto de algunos de los primeros políticos de Los Verdes y que de vez en cuando aún se rememoran como gamberradas de juventud, lo dejó todo dicho ya Wolfgang Harich en su Crítica de la impaciencia revolucionaria (1969) al escribir que la neoizquierda “reproduce la manía de todos los viejos movimientos radicales de malinterpretar la revolución como un asunto de estilo de vida y de aspecto externo. Y cuenta de buen grado al vestido y a la moda de peluquería entre las instituciones a ‘desestabilizar’, sin sospechar que la historia ha superado hace ya tiempo tales chiquillerías: Bebel, Mehring, Lenin, Trotsky, Liebknecht padre y Liebknecht hijo, todos ellos se vistieron como ciudadanos normales y corrientes de su tiempo; Plejánov hasta se arreglaba como un grand seigneur; cuando iba a una asamblea obrera, Rosa Luxemburg se ponía su más elegante sombrero de plumas de avestruz, y Clara Zetkin reservaba para esas ocasiones su mejor vestido de seda. Si quiere retrocederse más en el tiempo, piénsese que ya el más grande y consecuente de los sans-culottes no era nada sans-culotte en lo que a asuntos de moda respecta: ni siquiera en el año del Terror, en 1793, dejó Maximilien Robespierre de llevar su trenza y su chorrera de puntillas, y no porque diera especial valor a esos atributos de caballero rococó, sino, al revés, porque le traían tan sin cuidado que ni siquiera se le ocurrió prescindir de ellos. Como corresponde a un revolucionario, Robespierre tenía cosas más importantes que hacer: llevar a los enemigos del pueblo a la guillotina, por ejemplo”. 

Poseedor de una buena oratoria y de un olfato mejor desarrollado, Fischer fue ascendiendo en la cadena trófica de la política alemana hasta convertirse en vicecanciller y ministro de Exteriores en los dos gobiernos federales (1998-2005) en los que Los Verdes participaron en coalición con el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). “La burguesía aburrida estaba fascinada con la idea de que Joseph ‘Joschka’ Fischer, un antiguo ‘manifestante violento’ y taxista, se convirtiese en ministro de Exteriores”, observa Ditfurth. “En primer lugar, la cosa era casi tan romántica como la historia del lavaplatos que se convierte en millonario, y en segundo lugar, tenía su propio lustre: ¿no eran de repente los alemanes tremendamente valientes y poco convencionales?”.

Es más, cuando desde la prensa alemana se expresaron dudas sobre si EE UU no sería reacia a aceptar a Fischer como ministro, el Departamento de Estado estadounidense declaró que no era ninguna “sorpresa”. Como señala la autora, son numerosos los miembros de Los Verdes que han participado en cursos de formación de instituciones atlantistas, atrayéndoselos. The New York Times fue incluso más lejos y escribió de Fischer que “su poco apego a las corbatas se equilibra con su creciente respeto a la OTAN: su máxima es ‘nada de aventuras’”.

Y a fe que la cumplieron. Desde el Gobierno federal en Berlín, Los Verdes contribuyeron a todo aquello contra lo que aseguraron haber luchado durante años. En la flamante coalición con el SPD, ironiza Ditfurth, el canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder, ofició de “cocinero”, mientras que el ministro verde hizo de “camarero”. Esta jerarquía interna del Ejecutivo funcionó a la perfección y el “camarero” sirvió los platos diligentemente y evitando las quejas de los comensales. En otras palabras: Los Verdes vaciaron las calles de Alemania de contestación social.

La consolidación del imperialismo humanitario

El Gobierno rojiverde fue el primero en romper un tabú de la sociedad alemana y aprobar la participación del Bundeswehr en una operación militar en el extranjero. Lo hizo en 1999, con el bombardeo de la OTAN contra Yugoslavia, una acción de la OTAN que se llevó a cabo sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU y bajo el pretexto de poner fin al supuesto genocidio de la población albano-kosovar a manos de los serbios. El detonante fue un incidente en circunstancias poco claras acaecido en el municipio de Račak entre las fuerzas de seguridad yugoslavas y la oscura guerrilla kosovar de la UÇK.

En su campaña aérea de 78 días, la OTAN arrojó un total de 9.160 toneladas de bombas en Yugoslavia, causando la muerte a 1.200 personas, según cifras oficiales del Gobierno yugoslavo. El bombardeo se justificó en Alemania con el fin de evitar otro Auschwitz, y desde los medios se recurrió a las comparaciones con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil española que desde entonces forman parte del repertorio de lo que Jean Bricmont ha descrito justamente como imperialismo humanitario. El reportaje de la televisión pública alemana Comenzó con una mentira desmontó hace tiempo algunos de aquellos argumentos utilizados para convencer a la opinión pública alemana de la necesidad de entrar en guerra. “En el futuro veo un significativo peligro en que el Gobierno federal, la coalición y los generales, utilizando la táctica del salami, busquen, y consigan, motivos para levantar los obstáculos que todavía existen en la política exterior de la Alemania reunificada, y que utilicen como vehículo cuestiones humanitarias y de derechos humanos”. Son palabras de Fischer en 1994. Y como no deja la oportunidad de destacar Ditfurth, describe el mismo método que cuatro años después emplearía como ministro de Exteriores.

Un partido putativamente pacifista y ecologista justificó lo que de acuerdo con el derecho internacional fue en toda regla una agresión militar, una en la que, a mayor abundamiento, se utilizaron hasta diez toneladas de bombas de uranio empobrecido que son la causa de numerosos casos de cáncer en la zona y contaminan el suelo casi veinte años después del bombardeo. Los aviones de la OTAN también bombardearon en Pančevo, Novi Sad, Kragujevac y Bor instalaciones químicas y refinerías de petróleo —para evitar su bombardeo el Gobierno yugoslavo había proporcionado a la Alianza Atlántica su localización, y ésta utilizó la información como un mapa de objetivos—, liberando importantes cantidades de fosgeno, mercurio, zinc, cadmio y plomo al medio ambiente.

“Si la guerra contra Yugoslavia la hubiese declarado Helmut Kohl, las calles de Alemania se hubieran colapsado de manifestantes por la paz —escribe Jutta Ditfurth—. La neoburguesía verde se hubiera reído a carcajada limpia si Guido Westerwelle, como ministro de Exteriores, hubiese aparecido con rostro grave y contrito, y afirmado que los quería llevar a la guerra”.

Gracias a las leyes aprobadas por el Gobierno rojiverde la cifra de trabajadores temporales pasó de los 200.000 en 1997 a los 731.000 en junio de 2007

Además de la participación del Ejército alemán en el bombardeo contra Yugoslavia, desde el Gobierno de Los Verdes dieron luz verde al polémico proyecto de Eurofighter, así como a la fabricación de otros vehículos militares, y autorizaron la venta de dragaminas y tanques Leopard-2 y submarinos a Turquía e Israel respectivamente. “Entre el movimiento antimilitarista y vosotros no hay diferencias de opinión sino una oposición insuperable”, sentenció un activista de la plataforma Burö für antimilitaristische Maßnahmen (BamM) en un acto de Los Verdes en el año 2000.

“¿Alguien ha oído que Los Verdes, a quienes tanto gusta hablar de ‘moral’ en política, hayan aceptado su responsabilidad en la destrucción de Yugoslavia y por la dictadura en el Estado-mafia de Kosovo?”, se pregunta Ditfurth. “En vez de eso libran nuevas guerras en otros lugares con nuevas coartadas sobre derechos humanos, y sus votantes y simpatizantes no son mucho mejores, ya que no quieren ser confrontados con las consecuencias inhumanas de sus políticas”, lamenta.

La utopía de un capitalismo verde

“Como segunda generación, no nos interesa cómo habéis hecho las paces con la economía social de mercado. Lo principal es que ha sido así. No nos planteamos la cuestión del sistema porque siempre lo tuvimos claro: decimos sí a este sistema”. Sin mucho margen a la duda, en 1999 un grupo de militantes de Los Verdes —entre ellos Tarek Al-Wazir, Matthias Berninger, Cem Özdemir, Katrin Göring-Eckardt y Manuela Rottman— constataba de este modo los cambios ideológicos del partido. Allí donde gobiernan, sostiene Ditfurth, Los Verdes llevan a cabo un proceso de “segmentación social y guetificación mental”. La mayoría de sus cargos, añade, son “representantes de una clase media afluente, que puede permitirse comida saludable, separa los residuos, lleva a menudo a sus hijos a escuelas privadas, tiene suficiente tiempo y dinero para viajes en avión nada ecológicos”. En otras palabras, personas que son “ecologistas” porque se lo pueden permitir cuando los productos y servicios ecológicos y de consumo justo se han convertido ya en un nicho de mercado y no, como se pretendía originalmente, en una alternativa que impugnase el modo de producción capitalista en su totalidad. En consecuencia, con los cambios en la composición del partido, Los Verdes reflejan en su discurso y programa las ideas y preocupaciones de sus votantes, también en lo social.

Para Los Verdes la llamada Agenda 2010 fue en lo social el equivalente al bombardeo de Yugoslavia en materia de política exterior. Sin entrar en detalle, quede aquí apuntado que esta batería de medidas incluyó facilitar el despido, la ‘flexibilización’ del trabajo y las conocidas como reformas Hartz, que han llevado a la precarización del mercado laboral eliminando todas las limitaciones contractuales hasta entonces existentes al trabajo temporal y a la estigmatización de los parados de larga duración. Y lo mismo vale para la sanidad pública, donde la ministra verde Andrea Fischer (1998-2001) aprobó medidas que empeoraron el acceso a la atención médica y los medicamentos a aquella parte de la población con menos recursos.

Todas estas medidas crearon en efecto un ejército de working poor en Alemania que aumentó la división entre los trabajadores, concretamente entre quienes están dispuestos a asumir el mismo empleo por salarios inferiores y peores condiciones laborales y quienes temen perder su puesto de trabajo a manos de los anteriores. Gracias a las leyes aprobadas por el Gobierno rojiverde la cifra de trabajadores temporales pasó de los 200.000 en 1997 a los 731.000 en junio de 2007. Para el año 2000 Manpower anunció que Alemania ya contaba con más de un millón de trabajadores temporales. 

El giro a la derecha consumado

Ditfurth recuerda cómo, a diferencia de otros partidos, el archivo de Los Verdes fue destruido a finales de los ochenta, cuando los Realos se hicieron con el poder: “Cuando alguien pregunta hoy por los orígenes de Los Verdes, los funcionarios del partido reinterpretan su historia para adaptarla al turbio presente. Del ‘cierre inmediato de todas las centrales nucleares’ se pasó a distinguir entre manifestantes buenos y malos contra la energía nuclear. Del ‘¡Nunca más Auschwitz! ¡Nunca más guerra!’ a nuevas guerras imperialistas con coartada humanitaria. De ‘fronteras abiertas’ a la selección de inmigrantes según su utilidad económica. De un feminismo de izquierdas al gender mainstream y programas de promoción para mujeres burguesas. Y finalmente, del reconocimiento de que el capitalismo destruye al hombre y a la naturaleza por igual al Green New Deal, que no es más que un acuerdo verde para la desigualdad social y una tecnocracia destructora de la naturaleza y el medio ambiente”. 
Los Verdes son ya “un partido como cualquier otro, pero más hábiles que el resto a la hora de aparentar lo que no son”

Los Verdes, a quienes la autora describe como expertos en el arte de la traición, siguen manteniendo parte de su atractivo debido a su estrategia de ambigüedad y silencios calculados. Lo resume bien Ditfurth al escribir que “cuanto menos claras son las propuestas, mayor es la superficie de proyección, incluso para propuestas diferentes y hasta opuestas”. Ello los convierte, gracias también a una cuidada estética, en un partido simpático, transmitiendo la ilusión de ser un partido “medio de izquierdas, ecologista y de algún modo todavía social”, que mantiene con ese mismo fin a una pequeña corriente de izquierdas en su seno “mientras no molesten en las decisiones de gobierno”. Lo mismo en cuanto a los movimientos sociales, que Los Verdes acostumbran a tener en cuenta tanto “como necesitan para llegar al Gobierno”.

En suma, Los Verdes son ya “un partido como cualquier otro, pero más hábiles que el resto a la hora de aparentar lo que no son”. En contra de la imagen de partido inexperto que siguen en buena medida teniendo, “en los 59 años que han participado en gobiernos” Los Verdes se han “vuelto conservadores y en ocasiones hasta reaccionarios”.

Significativamente, en las últimas elecciones arrojaron por la borda los equilibrios internos en la dirección y eligieron como candidatos a dos representantes de su ala derecha, Cem Özdemir y Katrin Göring-Eckardt. En unos comicios muy reñidos y marcados por la irrupción de Alternativa para Alemania (AfD), Los Verdes obtuvieron finalmente un 8,9% de los votos. Özdemir y Göring-Eckardt encabezaron inmediatamente después las negociaciones con la CDU de Angela Merkel y el FDP para formar un gobierno de coalición hasta que, el 19 de noviembre de 2017, el presidente del partido liberal, Christian Lindner, las dio por fracasadas, probablemente en un intento estratégico por bloquear por la derecha el ascenso de AfD.

Este mes de mayo veremos probablemente muchos artículos sobre el mayo del 68 francés y, probablemente también, muy pocos de ellos desde una perspectiva genuinamente crítica. La trayectoria de Los Verdes, que encarnó el programa de la nueva izquierda surgida del 68 y los acontecimientos posteriores, debería llevar a la reflexión: Los Verdes no frenaron, y menos aún impidieron, el avance del capitalismo, sino que terminaron por ampliar sus espacios de acción, haciéndolo más diverso, convirtiéndose, en palabras de Jutta Ditfurth, en un auténtico “motor del rollback neoconservador”. Los partidos de la “novísima izquierda”, o de la “nueva política” —si así se la quiere llamar, o si así se quiere llamar a sí misma—, surgidos de las protestas contra las medidas de austeridad en Europa, harían bien en echarle un vistazo. De fabula te narratur

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#15990
13/5/2018 11:41

Interesante reportaje, aunque yo también hecho de menos que no se cite ni a Petra Kelly ni a Rudolf Bahro, un personaje fundamental pese a sus posteriores vaivenes ideológicos.

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0
Ramón
11/5/2018 15:45

Aunque no cite a Petra Kely (figura destacada de los "fundis") me parece un muy buen reportaje. Lo más importante no son los nombres (aunque no está de más el palo que se le da al transformista Joshka Fischer) sino los modelos organizativos y las propuestas políticas. Y ésta es una experiencia muy interesante a revisar de cara a lo que aquí se nos propone como "nueva política". Intentar poner nombres las/los "realos" que proliferan hoy en algunas candidaturas "de unidad popular", de Podemos y demás. Veréis qué cerca estamos de reproducir el mismo desastre (renovación parcial de élites políticas a mayor gloria del sistema existente).

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1
Luis
11/5/2018 8:54

Me pregunto como puede escribirse un artículo sobre la historia de Los Verdes Alemanes en el que ni se cita siquiera a una figura emblemática como fué Petra Kelly, que traspasó con creces al propio partido y a la política alemana convertida por méritos propios en un emblema del pacifismo y el ecologismo mundial.

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