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Albania
La otra cara de la Riviera Albanesa
‘Las Maldivas de Europa’, ‘una joya escondida en el Mediterráneo’, ‘uno de los mejores sitios si no tienes mucho presupuesto’ y otras cientos de fórmulas para presentar a Albania como uno de los mejores destinos vacacionales en el continente europeo. Redes sociales como Instagram o TikTok están repletas de reels que muestran las playas de aguas cristalinas y arenas blancas que le han granjeado a la costa del país el título de la Riviera albanesa. Y es verdad, la costa de Albania es una joya a la orilla del Mediterráneo, razón por la cual se ha popularizado de una manera que podríamos catalogar de preocupante. En datos, el pasado año entraron en el país más de ocho millones de turistas, de los cuales cerca de 90.000 fueron españoles. Un aumento de más del 40% con respecto al año anterior. Una cifra que, en palabras del primer ministro albanés, Edi Rama, se espera que llegue a los 30 millones para 2030.
Estos números, aunque se quieren disfrazar como un impulso para el crecimiento económico, resultan catastróficos para un país de menos de tres millones de habitantes y cuyas infraestructuras apenas pueden cubrir las necesidades de su propia población. Estaríamos hablando de que, tan solo en 2022, los visitantes triplicaron su población, y aún así el turismo supuso menos del 20% de su Producto Interior, según el informe del Programa de Naciones Unidas Para El Desarrollo (UNPD). Con todo, el país se ha propuesto convertir este sector en su principal motor económico.
El Gobierno de Tirana no para de firmar acuerdos con grandes complejos hoteleros con el fin de adaptar la costa albanesa al turismo masivo
El Gobierno de Tirana no para de firmar acuerdos con grandes complejos hoteleros con el fin de adaptar la costa albanesa a este turismo masivo. Sin ir más lejos, el grupo Meliá acordó la construcción de un complejo turístico en el puerto de Durrës; un proyecto de 90 millones de euros negociado con el Gobierno de Rama. Además, como estrategia para la captación de más inversores así como llamada para —aún más— turistas, se ha planteado la construcción de un aeropuerto en Vlorë, ciudad costera al suroeste del país. La instalación se ubicaría dentro del paisaje protegido de Vjosa-Narta. A pesar de la solicitud de las organizaciones ambientalistas de detener la construcción debido al alto impacto ambiental en el paisaje protegido del Parque Nacional del Río Vjosa, el Tribunal Administrativo de Apelación rechazó esta demanda.
Cambiando la ley para permitir todo
Valeria Parracino es activista medioambiental y trabaja para el Centro Laico Italiano para las Misiones (CELIM), organización con base en Vlorë que se ha centrado en la protección medioambiental del río Vjosa, “Vjosa-Narta es un espacio protegido, agrupado en la categoría V de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), donde la biodiversidad es increíble. La laguna va a ser destruida por lo que supone la actividad de un aeropuerto”, lamenta. La activista explica como “[el Gobierno] ha redibujado los límites de la zona protegida para poder construir el aeropuerto, y el resultado es que la zona donde se ubicará ya no es un espacio protegido pero todos sus alrededores sí”.
La vía libre para la construcción del aeropuerto internacional de Vlorë supone la culminación de la Ley no. 81/2017, recientemente aprobada por el Parlamento albanés a pesar de las peticiones de las organizaciones civiles en su contra. Este texto otorga al Consejo Territorial Nacional —organismo estatal que no incluye la consulta pública en su proceso de toma de decisiones— la autoridad decisiva para las actividades dentro de áreas protegidas y su uso para la construcción de instalaciones de alojamiento. Una medida que ha contado con el rechazo de la Agencia Nacional de Áreas Protegidas en Albania, así como de muchas otras organizaciones medioambientales. “Esta ley fue aprobada en 2017, pero ahora han añadido algunas enmiendas las cuales dan a los ayuntamientos el control del 20% de las áreas protegidas, mediante el cual podrán autorizar —sin ningún control— cualquier construcción siempre que esta sea destinada al turismo de ‘alto nivel’, es decir, hoteles de cinco estrellas y todo lo que suponga atraer a más gente a este tipo de instalaciones”, clarifica Parracino y lo resume bien, “esta ley lo permite todo”.
El aeropuerto debería estar terminado, de acuerdo con los planes del Gobierno, para marzo del próximo año. Pero este no es el único proyecto que amenaza la biodiversidad de Albania en pro del turismo. Se le suma la construcción de un acueducto que pretende desviar agua desde la fuente Lëpusha del río Shushica hacia el sistema de abastecimiento de agua de Himarë. El río Shushica, está catalogado como Área protegida de categoría II de la UICN. Este desvío de agua secaría el lecho del río en verano, lo que tendrá un impacto a largo plazo en los ecosistemas fluviales y afectará a las treinta aldeas ubicadas a lo largo del río, que dependen en gran medida de la agricultura y la ganadería. Además, hay planes para transformar el Parque Nacional Divjaka-Karavasta en un destino turístico masivo.
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Mientras Valeria me da detalles acerca de los cambios de legalidad que amenazan el ecosistema albanés, a nuestro alrededor se levantan construcciones de nuevos hoteles. Estamos en Vlorë, en cuyo centro hace tiempo que solo se ve turismo, pero incluso al alejarnos de este, siguiendo la línea de la costa, cada vez más construcciones se levantan a pie de playa. Nosotras hemos seguido esta línea y estamos en la villa de la familia Dervishaj. Veli, el único hijo varón, está con nosotras.
Este negocio es uno de los pocos familiares que resisten contra las grandes cadenas hoteleras en la costa albanesa. La familia construyó la casa tras la crisis del 97 en el país. Hace dos años, Matita, la madre de Veli, me recibía en el cuarto que funciona como recepción haciéndome el check-in escribiendo mi nombre en un cuaderno mientras pelaba cerezas. Así conocí a esta familia. Recuerdo que no había ni rastro de tecnología entonces, por eso me sorprende el ordenador que ahora invade la mesa que aún mantiene aquel cuaderno. Veli enseña y explica las fotos de la pared que cuentan la historia de la villa. Pregunto cómo pudieron hacerse con este terreno, ya que en los tiempos del régimen de Enver Hoxha esta debía pertenecer al Estado: “el régimen no podía dar dinero a quienes trabajaron estas tierras y la de los alrededores, por lo que les dieron una parte”, me responde.
Para poder entender cómo funciona la propiedad del terreno en Albania es necesario adentrarnos en la historia reciente del país. Albania estuvo sumida en un régimen comunista de corte estalinista desde 1944 hasta 1991, con Enver Hoxha como jefe de Estado. El Tío Enver, como se le conocía, expropió las tierras a sus propietarios con el fin de convertir Albania en un Estado colectivista. Con su muerte (1985) y el intento de instauración de la democracia (1991) se procedió a lo que se denominó la ‘descolectivización’. Un año después, las elecciones entregarían el control del nuevo Estado albanés al Partido Democrático de Sali Berisha, quien prometía convertir Albania en una democracia liberal impulsando una economía capitalista.
Ahora bien, esta transición sin regulación y sin apenas supervisión estatal supuso el caldo de cultivo para lo que se conoce como ‘la crisis del 97’: una crisis económica marcada por las estafas piramidales Ponzi. Los albaneses invirtieron sus ahorros y posesiones en empresas de préstamo privadas como Xhaferri o Gjallica, muchas de ellas irónicamente controladas por familias cercanas al antiguo aparato comunista. Más de dos tercios de los ciudadanos albaneses cayeron en el engaño y para enero de 1997 habían perdido unos 1.200 millones de dólares. Toda esta situación desembocaría en la que se conoce como la guerra civil albanesa y una de sus muchas consecuencias es que las tierras acabaron en manos de estos oligarcas albaneses.
“No se podía estar en el país tras la guerra civil, así que mis padres nos enviaron a Italia”, cuenta Veli. Su historia no difiere de la de la mayor parte de las familias albanesas. Se estima que en 1997 cerca de 20.000 albaneses emigraron a Italia debido a la crisis. Pero en el caso de la familia de Veli “mis padres se quedaron y construyeron esta casa. Las piedras de la terraza son las mismas de la playa; se picaron para construir el muro que ves”. El albanés se encarga de situarme en el tiempo y de enseñarme las fotos donde se pueden ver cómo esta casa era lo único que había en ese entonces. “Mis padres se quedaron porque si nos íbamos todos, ¿qué pasaba con nuestros orígenes?”. Convirtieron la casa en este pequeño hotel en 2008. El joven pasó parte de su vida en Italia; allí aprendió cocina y coctelería, y en 2013 volvió para ayudar a su familia con el negocio que ahora gestiona mayoritariamente él. No puedo evitar preguntarle si se siente amenazado por esos grandes complejos hoteleros: dice que no, “esto no es un hotel de cinco estrellas, ni lo pretendo; ofrezco lo que tengo”, aunque sí que se queja de la falta de cuidado de esos negocios con el medio ambiente ya que “vierten todos los residuos en el mar; lo que es el mayor crimen que pueden cometer”.
Hablamos de la temporada que está por venir y de la masificación turística, “si estamos completos les recomiendo el negocio de algún amigo”. Ese comentario me llama la atención; “pero entonces ¿es una especie de red de resistencia a los grandes complejos hoteleros internacionales?”, el albanés se ríe ante la pregunta, “no sé si algo tan grande, simplemente los vecinos nos ayudamos entre nosotros”.
Son pocos los negocios familiares que se mantienen en la costa albanesa. Grandes hoteles se levantan a lo largo de esta. Y si no son hoteles, restaurantes y discotecas invaden las orillas de las playas. No existen ninguna ley que proteja las costas. En temporada alta prácticamente no existen playas públicas; para poder disfrutar del mar es necesario alquilar las hamacas ofrecidas por los negocios que se han apropiado de las orillas, cuyos precios pueden llegar a alcanzar los cincuenta euros el día. Vlorë, Himarë, Dhermi o Ksamil son el ejemplo de esto. “No es que no puedas estar gratis [en las playas], pero los dueños te van a obligar a pagar y, claro, no te vas a poner a llamar a la policía. Al final pagas”, comenta Valeria. La joven lleva años en Vlorë, llegó por primera vez en 2013, tras eso volvió en 2018 y estuvo hasta 2021. Volvió el pasado año. “La situación está aún peor que cuando me fui. Durante estos dos años que he estado fuera todo se ha disparado”, afirma, “ni siquiera soy capaz de ubicar dónde está la primera casa en la que viví”.
Esa masificación de la que habla Valeria se aprecia desde el balcón de la villa de la familia Dervishaj: a la derecha cientos de edificios escenifican en lo que se ha convertido el centro urbano de Vlorë, a la izquierda grúas levantan los cimientos de un gran complejo a menos de veinte metros del mar, y entre estas construcciones parcelas de bares privados cercan las playas para limitar donde se dispondrán las hamacas en pocas semanas. No queda ni un hueco sin dueño. Incluso enfrente de la villa se ve la isla Sazan, que el hijastro de Donald Trump, Jared Kushner, planea convertir en un resort turístico de lujo. La isla de Sazan es la mayor del país, era una base militar durante el régimen de Hoxha y su entrada siempre ha estado restringida. Una isla que nunca verán sus propios vecinos pero que sí podrán disfrutar los turistas.
Una Albania que no es para los albaneses
“Los albaneses hemos perdidos el sur”. De esto están seguros Fation Kryeziu y Edison Lika, miembros de la organización E drejta mbi Qytetin (El derecho a la ciudad, en español —aunque la traducción más exacta sería ‘Derecho a tener una ciudad’). Nos encontramos en una cafetería en el centro de Tirana, donde la organización centra su actividad. Y es que las consecuencias del turismo masivo se notan, también, en la capital del país. “Todo esto está relacionado con el boom de los últimos años; como los oligarcas que controlan las propiedades han empezado a enfocar sus inversiones en el turismo […] gran parte del lavado de dinero que se conseguía con la construcción se ha enfocado ahora en el turismo”.
La organización ha analizado esta evolución destacando dos dinámicas que han dibujado la actual situación: las construcciones informales que proliferaron en los suburbios de la ciudad debido a la afluencia de emigrantes procedentes de las zonas rurales del país y la rápida intensificación de las actividades de construcción, seguida de amplias reformas de privatización del suelo. Ambas consecuencia de la caída del socialismo y la mercantilización del terreno que se puso al servicio del libre mercado sin ningún tipo de medida. “Debido a este sentimiento que dejó el régimen de que todo lo público es un desastre, la gente realmente creía que el mercado nos liberaría. Se creía que todo lo que venía de Occidente nos desarrollaría, por lo que se privatizaron todos estos terrenos a muy bajo precio”, explican los jóvenes.
“Hay muchísima gente en dificultades para poder vivir en Tirana; no solo por los precios, sino porque [a los dueños] les resulta más rentable alquilar a través de Booking o AirBnb”
Ahora, Tirana está lleno de construcciones y según Lika “hay más de 50.000 apartamentos vacíos aunque no hay registro oficial de esta cifra”. Cabe recordar que el salario mínimo del país es de 40.000 leks (unos 390 euros) y que los precios mensuales de alquiler están llegando a superar los 1.000 euros en el centro de la capital. “Hay muchísima gente en dificultades para poder vivir en Tirana; no solo por los precios, sino porque [a los dueños] les resulta más rentable alquilar a través de Booking o AirBnb y esto hace que la ciudad sea cada vez menos vivible para sus propios vecinos”.
La gentrificación consecuencia del turismo es una de las tendencias contra las que luchan desde E drejta mbi Qytetin. En comparación con hace cinco años, los datos muestran que, en todas las zonas, se ha producido un aumento de los alquileres de entre el 45% y el 58% para las diferentes tipologías de apartamentos de la ciudad. “Al final llegará el punto que nada será asequible para los albaneses locales, y no hablo solo del alojamiento sino del resto de servicios”, se lamentan los jóvenes.
Un solo vistazo a las páginas de alquileres en Albania o una vuelta por el supermercado dejan a la vista este aumento de precios en el país mediterráneo. Los productos doblan el precio por el cual los puedes adquirir en países vecinos como Macedonia del Norte o Kosovo. Un alza de precios que, según Fation, Edison y Valeria, también se hace presente, y cada vez más, al sur del país donde se concentran las ciudades turísticas. “Si vas al mar vas a ver cada vez menos gente de Albania”, asegura Fation quien siempre ha veraneado en Durrës pero que cuenta cómo su familia se tiene que “ir cada vez más lejos” para poder disfrutar de una playa pública.
Albania tiene ejemplos de lo catastrófica que es la masificación turística; Croacia o Grecia hace tiempo que sufren la gentrificación y la desaparición de sus espacios naturales. Es por ello, como poco curioso, que el país, sus líderes y su comunidad se dejen hacer de esta manera. “El Gobierno trabaja mucho y muy bien en esta propaganda para dibujar el turismo como algo positivo”, explican los activistas de E drejta mbi Qytetin, “la gente se está tragando la píldora de que el turismo hará Albania un país más Occidental” pero la realidad es que “no hay un plan a largo plazo, no hay infraestructuras, ni recursos humanos que cubran lo que se pretende abarcar y al final todo ese dinero que supuestamente genera el turismo ¿a dónde va?, ¿tan solo a los oligarcas? o ¿de verdad las comunidad local obtendrá algún beneficio de ello? Todos sabemos la respuesta aunque no se mencione. Todos sabemos lo que está pasando en la costa y aquí en Tirana”.
Resistiendo al turismo masivo: la red de agroturismo albanesa
Sin embargo, a la vez que este turismo masivo crece también lo hacen alternativas impulsadas por la comunidad local, y si alguna destaca en el país es el agroturismo. La red de agroturismo de Albania la conforman unos 200 negocios gestionados por los mismos vecinos. Casas rurales, granjas y bodegas que buscan atraer el turismo de manera sostenible, sin alterar el medio ambiente o las tradiciones de su comunidad, y promoviendo productos nacionales. La primera fue Mziri i Zanave (el escondite de las hadas, en español), una ecogranja situada en el municipio de Lezhe, con 70 trabajadores que participan en todos los aspectos de la producción de la granja, la elaboración de los alimentos y el restaurante. Los productos agrícolas, lácteos y cárnicos proceden de 400 familias cercanas que proveen a la granja. Y es esa la esencia del agroturismo en el país: que los negocios solo ofrezcan productos producidos por las familias de los pueblos de los alrededores.
“Desde niña vi cómo funcionaba la Cooperativa; cómo la gente solía trabajar junta, cómo recogían los campos, cómo se reunían y trabajaban juntos. Y, desde los ojos de una niña, se veía idílico”
Así lo hace también Elona Bejo, quien posee un negocio que ella califica como “eco turismo” al final del valle de Deshnica, a 17 kilómetros al este de la ciudad de Këlcyrë. “Esta es una fórmula brillante y estoy completamente a favor del desarrollo en esta dirección”, asegura. Bejo es una de las fundadoras de la red de agroturismo, su negocio lleva activo más de diez años, cuando la mujer, arquitecta de profesión, decidió dejar su vida en la capital para, en sus palabras, “crear algo tan idílico como la Cooperativa”. Ella misma es consciente de que esta idealización viene de sus recuerdos de infancia. Y es que su negocio ha recuperado el espacio que durante el régimen de Hoxha ocupaba la ‘Kooperativa Koçeket’. “Mis padres nos traían al pueblo de mi abuelo cuando era niña, que está en lo alto de esa montaña. Desde niña vi cómo funcionaba la Cooperativa; cómo la gente solía trabajar junta, cómo recogían los campos, cómo se reunían y trabajaban juntos. Y, desde los ojos de una niña, se veía idílico”, recuerda.
El negocio de Elona, llamado Ferma Albanik, se trata de un alojamiento con tres habitaciones, una boutique donde se pueden adquirir diferentes productos de la región, una cocina, las zonas comunes y el exterior donde cultiva sus productos. A sus alrededores solo se ven montañas y bosques. “Tengo varias familias alrededor a quienes les compro los productos”, me explica, “si hubieras venido antes habrías conocido a la mujer a quién le compro la leche y los huevos. Tiene una granja a un kilómetro”. Bejo me cuenta que sus vecinos también le proveen nueces, lentejas, pimientos, vino, miel y un largo etcétera, y no deja de destacar la riqueza del ecosistema donde nos encontramos, “tenemos la biodiversidad más rica de, probablemente, toda Europa”. Habla del valle del río Vjosa que la ley ahora permite destrozar, porque Ferma Albanik y las familias que le proveen se nutren de este valle.
En Ferma Albanik se ha notado el aumento del turismo y aunque su dueña entiende que puede ser algo bueno también tiene claro que “puede volverse en contra de la comunidad local si no existe un control”. Elona, que ha vivido en Tirana, sabe que “aunque tengamos un Gobierno socialista, no lo son. Solo ven el dinero; es un capitalismo muy salvaje, es una locura y está volviendo loca a la gente”. Es por eso que “revitalicé la idea de la Cooperativa, pero de una manera diferente, no con la mala connotación que tiene para los albaneses”.
Elona describe su negocio y toda la red de agroturismo como ‘Slow Tourism’ (turismo lento, en español), lo que ella define como “la cadena de suministro de alimentos de kilómetro cero, utilizando el patrimonio cultural tradicional de la zona”. Un concepto que respeta y potencia la comunidad local y que muestra la autentica cara de Albania.
Desgraciadamente, la villa de la familia Dervishaj quien a su vez compra a Mrizi i Zanave, la Cooperativa de Elona o la lucha de E drejta mbi Qytetin son casos aislados. Y es que aunque la red de agroturismo es cada vez más grande sigue sin poder hacer frente al turismo masivo que está aplastando todo rastro de lo que fue Albania.
De vuelta en Tirana y mientras paseo por el centro de la ciudad, cárteles anuncian la nueva conexión de vuelos ‘low-cost’ que conectará Tirana con Madrid. El pasado año 90.000 de los turistas que entraron en Albania fueron españoles, se espera que la cifra aumente aún más esta temporada. Durante los tres primeros meses de 2024, más de 1,7 millones de turistas extranjeros visitaron Albania, un 59% más en comparación con el mismo periodo de 2023.
Mientras el turismo masivo está acabando con el ecosistema de Albania, con su legado histórico y con su comunidad, la redes de resistencia locales hacen lo que pueden para mantener la esencia de su país, porque al final lo que Veli, Elona y otros muchos vecinos quieren es “mantener esa manera tan albanesa de recibir a los huéspedes”.