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Abusos a la infancia
Aita, pupa
“Tenía 12 años la primera vez que mi tío me violó. Lo hizo durante cuatro años. No fui capaz de contárselo a nadie. Solo pensaba en proteger a mi familia. Él amenazó con matarme si decía lo que estaba ocurriendo”. Begoña Martín tiene 55 años y es de Barakaldo. Ahora puede hablar de lo que vivió, sin miedo y sin culpa. Rompió su silencio a los 41.
“Mi madre y mi hermana se fueron de compras. Estaba viendo la tele y mi padrastro me cogió en brazos. No me pareció raro. Sin embargo, empezó a besarme en la boca y me llevó a su habitación. Yo quería que parara. No entendía qué estaba pasando. Grité y lloré. Me pegó para que estuviera quieta. Entonces empezó a tocarme. Tenía 8 años, siguió haciéndolo hasta los 11”. Princess Idibia es la primera vez que habla sobre lo que vivió en la infancia, tiene 22 años y vive en Bilbao. Prefiere que no aparezca su nombre real. Es ahora cuando está buscando el momento de contar a su familia lo que sufrió durante tanto tiempo.
El informe Bajo el mismo techo. La atención a los niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual en Euskadi: necesidades de mejora y aportaciones del modelo Barnahaus, realizado en 2021 por Ignacia Arruabarrena, de la UPV/EHU, y Save The Children, reconoce que no hay un estudio de prevalencia en Euskadi ni estadísticas oficiales que permitan mostrar con una panorámica precisa las dimensiones globales y la evolución de esta lacra. Sin embargo, estima, a partir de las cifras de prevalencia internacionales que, de los 20.000 adolescentes que han cumplido la mayoría de edad este último año en Euskadi, entre 2.000 y 4.000 han sufrido algún tipo de violencia sexual.
Entre 2.000 y 4.000 menores han sufrido algún tipo de violencia sexual este último año en Euskadi
La Fundación ANAR, referente estatal en atención a niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo, ha analizado los 6.183 casos de abuso sexual a menores que ha asistido entre 2008 y 2019. En su estudio Abuso sexual en la infancia y la adolescencia según los afectados y su evolución en España muestra que alrededor de un 70-80% de los abusos los realizan familiares o conocidos de la víctima, en su práctica totalidad varones (90%). La mayor parte son perpetrados por el padre (32%), algún otro familiar (18,7%) o compañeros, amigos y conocidos de la persona menor de edad (21,2%). El 58,8% de los abusos sexuales a menores de edad los realiza un miembro de la familia de la víctima.
Según el estudio de Save the Children, es complicado saber cuántos casos de violencia sexual se producen en Euskadi porque cada uno de los servicios que atiende a estas personas menores tiene su propio registro, lo que produce una panorámica fragmentada, parcial y confusa. Rosa Lizarraga, psicóloga clínica y psicoterapeuta infantil y adolescente en Agintzari, distingue a dónde acudir en función de si la víctima ha revelado el abuso o el familiar tiene sospechas: «Aquí, lo mejor es acudir al hospital. Cruces y Basurto tienen un protocolo establecido en el que al menor le atiende un médico forense y en el mismo momento de la exploración se recoge el parte, incluido el relato, y se va al juzgado. Además, garantizan que se pueda utilizar luego como prueba. En cambio, si lo que se ve son síntomas hay que ir a servicios sociales, para investigarlo».
En Euskadi, hay más de 600 instancias que pueden recibir y atender las sospechas de posibles casos de violencia sexual en la infancia y adolescencia. Pertenecen a los ámbitos de sanidad, justicia, servicios sociales o seguridad y en cada uno intervienen profesionales diferentes. Una respuesta descoordinada de estos agentes generará un dolor adicional y agravará el daño psicológico provocado por el abusador. Sin embargo, pese a existir tantos recursos, los progenitores y las personas abusadas no saben a dónde ir y por eso acuden a diferentes entidades, como el Servicio de infancia de la Diputación de Bizkaia, el Servicio de protección a la infancia y la adolescencia de la Diputación de Gipuzkoa, el Área del menor y de la familia de la Diputación de Araba, la Ertzaintza, las líneas de ayuda de ANAR…
Superar los abusos
El Ararteko, Defensor del pueblo en Euskadi, considera abuso sexual el sometimiento de un menor a comportamientos sexuales por parte de una persona para obtener su propio placer o proporcionárselo a otras personas. Puede ser con contacto físico (masturbación, penetración…) o sin contacto físico (exhibicionismo, bromas de carácter sexual…), como señala en sus Pautas de actuación en casos de abuso y explotación sexual de niños, niñas y adolescentes. No obstante, para la psicóloga Diana Díaz se debe abrir más la mirada, ya que hay formas de abusar de las que antes no se tenía constancia, por ejemplo “mostrar material pornográfico, grabar pornografía infantil, obligar a presenciar actos que tienen que ver con temas sexuales, difundir material íntimo o el grooming (acoso y abuso sexual online)”.
El efecto de los abusos depende de múltiples factores, como la naturaleza de la violencia sufrida, la respuesta proporcionada por las personas del entorno o la cronicidad de los abusos. Sin embargo, aunque entre el 20 y 30% de los niños y las niñas abusadas son resilientes y mantienen un “funcionamiento” adecuado, la experiencia nunca es neutra. “Cada caso es único y sus consecuencias son individuales. A corto plazo los síntomas más característicos son los emocionales: miedo, agresividad, ansiedad, rechazar el cuerpo, baja autoestima o bajo rendimiento escolar. A largo plazo, en cambio, los abusos pueden afectar en la esfera sexual, desarrollar estrés postraumático, una fobia, trastornos psicológicos o problemas de socialización”, enumera Díaz.
“A menudo se cree que las personas que han sufrido abusos huyen de las relaciones sexuales, pero puede ocurrir lo contrario. Esto me pasó a mí, empecé a ser más hipersexual. A nivel de salud mental, el abuso me ha dejado consecuencias psicológicas. Si, por ejemplo, mi pareja hace un determinado movimiento, me viene un flashback y eso ha condicionado mi respuesta sexual. Además, cuando estoy hablando con alguien soy incapaz de sostener la mirada mucho tiempo. Eso empezó a pasar después de que mi padrastro abusara de mí, porque ya no le miraba a la cara”, confiesa Princess Idibia. “Yo era muy introvertida, pero los abusos hicieron que lo fuera más. Me costaba confiar en las personas y no fui capaz de hacer amigas. No tuve una adolescencia como las demás”, reconoce, por su parte, Begoña Martín.
Ambas, Idibia y Martín, guardaron en secreto durante años los abusos a los que se vieron sometidas, lo cual puede agravar sus consecuencias. “He visto chicas que han tenido ataques epilépticos o desmayos porque el cerebro está haciendo un esfuerzo enorme por tratar de controlar la situación y sobrevivir a sus recuerdos. Es una lucha constante”, explica la psicoterapeuta Lizarraga sobre cómo afectan los años de silencio a las personas abusadas. Es probable, como cuenta Lizarraga, que quien ha pasado por una vivencia tan traumática necesite psicoterapia en muchas etapas de su vida, sin embargo, hay esperanza para aquellos menores que logran verbalizar lo ocurrido. “El tratamiento psicológico ante el abuso tiene un buen pronóstico. El que no se cuenta, en cambio, es peor para la víctima, porque hay un esfuerzo a dos niveles: el cerebro inconsciente intentando reprimir lo vivido y el recuerdo que está debajo luchando por escapar”, aclara.
Alertas y síntomas
La situación de vulnerabilidad o de amenaza a la que estaban expuestas Idibia y Martín, además del sentimiento de culpa y vergüenza que sienten las personas abusadas, impidieron que compartieran lo que ocurría. El padre y la madre de Begoña nunca notaron nada, al ser ella de por sí una persona introvertida y ensimismada. La familia de Idibia, en cambio, percibió cambios en su comportamiento: “Mi hermana y mi madre me preguntaban qué me pasaba. Pensaban que estaba triste por algo, pero no sabían a qué asociarlo. Cuando me preguntaban, solía mentirles y si el sentimiento me superaba ni siquiera me apetecía hablar. No supe cómo decirles lo que estaba viviendo”.
Los abusos sexuales a menores son siempre un tema tabú, pero los intrafamiliares cuesta más procesarlos ante el temor de las consecuencias que la revelación va a suponer para la familia. Por eso, la mayor parte de los abusos no se cuenta o se verbaliza muchos años después, pero no en la infancia. Las familias o los adultos cercanos, como el profesorado, deben estar muy atentos ya que, como señala Diana Díaz, el 80% de los abusos pasa desapercibido pero puede haber alguna sintomatología que dé la alarma.
El informe del Ararteko muestra tres niveles de indicadores para detectar los abusos. En primer lugar, los altamente específicos, cuya presencia infiere una altísima probabilidad de que los abusos se hayan ocurrido: lesiones en la zona genital, chupetones en cuello o mamas, dificultad para andar o sentarse, etc. En segundo lugar, los de probable abuso sexual: conductas hipersexualizadas infrecuentes a esa edad, masturbación compulsiva, juegos sexuales tempranos, etc. Y, por último, los inespecíficos: trastornos psicosomáticos, como dolores abdominales y de cabeza recurrentes y sin causa aparente, temores inexplicables ante personas o situaciones determinadas, sentimientos de desesperanza y tristeza, etc.
Ni locos ni monstruos
Alrededor de los abusos sexuales intrafamiliares se dan una serie de mitos que provocan desconocimiento, miedo y la estigmatización de sus víctimas. Calificar a las personas abusadoras de locas o monstruos es quizás uno de los más graves, como señala el estudio de Save The Children. “En muchos de los casos que atendemos en ANAR lo que provoca el abuso no es una enfermedad mental. Es un error considerarlo así, porque se crea un estigma en los enfermos mentales y crea un mito que hace mucho daño e impide pedir ayuda”, asegura Díaz. Unas palabras que corrobora también Lizarraga: “Son personas perversas, que son capaces de demostrar una cara por un lado y ser perfectos por otro. Saben lo que hacen, engañan, manipulan, amenazan y logran que esas niñas no hablen o que la familia no crea a la menor”.
“Decir que los abusadores están locos hace mucho daño e impide pedir ayuda”, comenta Diana Díaz, de la Fundación ANAR
Idibia y Martín quieren desterrar del imaginario colectivo esa peligrosa asociación. “Mi padrastro no tenía ningún tipo de trastorno ni enfermedad mental. Estas personas son conscientes de que las niñas estamos en una etapa de vulnerabilidad y de desarrollo físico, intelectual, emocional y cerebral. Saben que no vamos a decir nada. Además, lo hacen con alguien de la familia, poniéndole en la tesitura de romper la red familiar si habla. No hay que disociar al abusador de su responsabilidad”, reivindica Idibia. “Quiero dejar claro que mi tío no padecía enfermedad mental alguna. Era consciente de lo que me hacía. Sabía que no iba a decir nada por miedo a las consecuencias y se aprovechó de la situación”, acusa también Martín.
Otro de los mitos a desmontar es la creencia de que los abusos sexuales son más frecuentes en familias desestructuradas o entre personas racializadas. Idibia recuerda el comentario que soportó en terapia y le dificultó poder integrar las herramientas que la psicóloga le ofrecía para sanarse: “Si las terapeutas no tienen conciencia de raza se les escapan comentarios racistas. Cuando compartí con la mía lo que había sucedido me dijo que en nuestras familias eso se solía hacer. Ese es un comentario racista, fundamentado en estereotipos. Y no ayuda”.
Los abusos sexuales hacia la infancia en España, el estudio de Save the Children, desmonta la falsa percepción de que los abusos sexuales ocurren solo en ciertas familias. Según el análisis de las sentencias judiciales, la mitad de los casos se producen en familias en las que los progenitores viven en pareja (55,5%). El informe concluye que el abuso se da en todo tipo de familias y contextos. “No hay un perfil de la persona abusadora y eso se ve en la televisión cuando la policía encuentra y hace caer redes de pedofilia, a personas que graban pornografía de menores, que los prostituyen... Pasa en todos los sitios del mundo, razas, edades y niveles socioeconómicos”, concluye Lizarraga.
Siempre es complicado detectar un abuso. En Euskadi, por ejemplo, según Save the Children, solo el 2% de los casos se conocen en tiempo real, es decir, cuando se están produciendo. Por eso queda aún mucho por hacer para proteger a las personas menores. Por ejemplo, aunque los abusos detectados por las Administraciones Públicas aumentan cada año, aún se quedan lejos de los datos reales de prevalencia. Además, el acceso de las personas abusadas a la justicia es muy limitado. De hecho, Euskadi es la comunidad autónoma con menos casos abiertos judicialmente por abusos sexuales: 3,3 por cada 100.000 menores (frente a los 12,1 de la media estatal).
Euskadi es la comunidad con menos casos abiertos judicialmente por abusos sexuales.
Desde Save the Children defienden la necesidad de un Plan integral de prevención y atención a niños y niñas víctimas de violencia, consensuado y promovido por las principales instituciones públicas y organizaciones sociales vascas. El Gobierno Vasco ha anunciado hace unas semanas que este verano va a poner en marcha en Vitoria-Gasteiz un Barnahus, un servicio único abierto a todas las personas y donde profesionales de diferentes ámbitos -psicología, justicia, trabajo social- atenderán a las niñas, niños y adolescentes de forma rápida y segura. De esta manera, se podrá tratar el problema de una forma más efectiva, ya que, como explica Arruabarrena, si se analiza de cerca el sistema de atención a las personas menores de Euskadi se llega a la conclusión de que, en lugar de ofrecer una protección eficiente, se les aboca a un proceso largo y complicado que no facilita su recuperación. Y eso, según Begoña Martín, Princess Idibia, Rosa Lizarraga y Diana Díaz, es urgente corregirlo.
Además, también es importante romper el silencio en torno a este tipo de abusos. Begoña Martín lo sabe, ella calló y ahora da conferencias para contar su vivencia y ayudar a otras personas a no hacerlo: “Yo lo oculté y si retrocediera en el tiempo intentaría poner palabras a lo que estaba ocurriendo. Hablar y dar voz a las personas abusadas es clave. Mantenerlo oculto es hacer como si no existiera y, en este caso, no se puede cerrar los ojos. Hay que actuar para evitar que siga pasando y mantener a las niñas y niños a salvo de sus familiares”.