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Infancia migrante
Cuando se cae la venda: ¿qué esconde la palabra MENA?
Un viaje atroz
Semáforos en rojo, los camiones frenan. Una gran multitud de jóvenes se esconden a los lados de la carretera ¿Qué verán en esos camiones? Sin pensárselo dos veces, Youssef corre y se mete debajo de uno de ellos. Podría caerse, hacerse daño, incluso perder la vida, pero ese camión es su billete. Un billete hacia un destino incierto, y hacia un futuro idílico.
Días antes, viajamos a un barrio de Marrakech, Marruecos. En concreto, al hogar de la familia F. Se trata de una familia ciertamente humilde. Su situación económica no es buena, por lo que no sueñan con un futuro más allá de sus posibilidades. Salvo por Youssef, ambicioso, inconformista, un adolescente de 14 años. ¿Su frustración? El hecho de ver muy lejana una vida “normal”. No está motivado en los estudios, y la situación de su familia le agobia, solo tiene un deseo: venir a España y luchar por un futuro tan lejano como irreal. Quién diría que el camino hacia su sueño se convertiría en una pesadilla.
Han pasado dos días. Youssef desembarca en España con lo puesto. Espera encontrarse con un mundo diferente, con el principio de su éxito. Sin embargo, lo primero que ve es un furgón blindado de policía que lo lleva al calabozo. Ha sobrevivido, lo más difícil ha pasado, pero su camino solo acaba de empezar.
Este es solo el principio de una historia tan personal como única, sin embargo, la opinión pública no concibe esta singularidad, sino que convierte a Youssef en uno más de los menores migrantes que llegan a España por motivos que todos creemos comprender, pero que en realidad, nadie conoce en detalle. A ojos de la sociedad, otro MENA más.
Sin el beneficio de la duda: ¿menores o inmigrantes?
Llega el fin del siglo pasado, con países que no viven la mejor de las situaciones y familias en busca de un futuro deseable tanto para ellas como para sus hijos. Estos tres elementos forman parte de un caldo de cultivo que va tomando forma para acabar convirtiéndose en el escenario migratorio actual. La masiva migración infantil y juvenil del Sur Global al Norte Global hace que en España nazca el término jurídico: “menores extranjeros no acompañados”, es decir, extranjeros menores de edad que llegan a España sin ningún tipo de tutela, lo que para la ley española es: un menor en estado de desamparo. Cuando llegan los menores, las administraciones y el Estado se hacen cargo de sus tutelas. Que acaben en el punto de mira de la sociedad resulta inevitable.
“La palabra MENA solo me transmite problemas garantizados”
“Chicos que vienen al país a intentar ganarse la vida y acaban delinquiendo”
“Problemas sociales y jóvenes que necesitan una ayuda que no se les da”
“Toda la deshumanización que reciben en medios y de parte de políticos”.
“Siempre que he oído hablar de los MENA me han contado que eran peligrosos”.
Vagos, marginados, delincuentes... Para analizar las ideas preconcebidas que se tiene sobre ellos, se han realizado una serie de encuestas y sondeos de calle. Se trata tan solo de una muestra de carácter cuantitativo y cualitativo. ¿Cómo saber si todo esto es cierto? Sí podemos afirmar que: Un 80% de las personas entrevistadas admiten no estar informados sobre el tema, sin embargo, no tienen reparo en lanzar una larga lista de comentarios poco considerados dignos de la situación precaria en la que los menores se encuentran. ¿Qué los ha generado?
Los medios de comunicación tampoco han sido especialmente cuidadosos y, como en otras ocasiones, la estigmatización se instala en la ciudadanía a la que se dirigen. Llega el año 2014, desde entonces, cientos de titulares sobre estos menores recorren todos los periódicos españoles:
Los “menas” en Gran Canaria se amotinan cuando los van a sacar de un hotel para reubicarlos”
Sigue la oleada de robos de menas y jóvenes en el Maresme
Detenido un “mena” con varios teléfonos robados tras sustraer el móvil a una mujer en Latina
La narrativa de los medios de comunicación genera un estereotipo sobre estos niños y niñas bajo el término MENA. Una forma de despojarlos de su condición de infancia relatando su condición de extranjeros. Además, se genera una opinión pública negativa hacia ellos, basada en informaciones sesgadas.
Las siglas aparecen como acrónimo del término, pero evolucionan como una estrategia perfecta de comunicación discriminativa. El hecho de que existan leyes y programas específicos para ellos contribuye también a separarlos del resto de niños en situación de desamparo, pero que no son extranjeros. Según Hector Founce, director del grupo de investigación Semiótica de la UMC, “el uso de MENA refleja la incapacidad de explicar la realidad, y de rendirse al lenguaje administrativo y deshumanizador”.
Estos niños y niñas acaban reducidos a un colectivo, en una minoría en riesgo de exclusión. Del término nace un debate social: ¿consideran los españoles a los MENAS como parte de la sociedad? ¿Se entienden como parte de nuestra comunidad moral de pertenencia? ¿O este término MENA genera solo con su empleo una serie de fronteras simbólicas insalvables? Según el Defensor del Pueblo y UNICEF, el término deshumaniza y cosifica, y su uso podría utilizarse para justificar un tratamiento diferente.
“Me metieron un manguerazo como si fuese un animal”
Aunque los menores recorren viajes migratorios totalmente distintos, la gran mayoría emprende este largo camino ahorrando durante años más de 2.000 euros para llegar a la península jugándose la vida en una patera o en las ruedas de un camión. Una minoría de afortunados llegan al país con sus padres mediante un permiso de turista siendo ‘abandonados’ en las puertas de una comisaría de policía con su pasaporte en mano. Todos ellos dejan atrás su pasado, un país, un hogar y una familia que los vio crecer, con la ilusión de cumplir el sueño dorado en Europa, con la ilusión de mejorar sus vidas y futuro.
Cuando Youssef llegó a Algeciras fue trasladado en un furgón a la comisaría de policía: “me metieron un manguerazo como si fuese un animal”, le dieron ropa limpia y pasó la noche entera en el calabozo. Al día siguiente, se llevó a cabo la reseña policial que guardó constancia de su llegada mediante una fotografía y las huellas dactilares. Ese día, una traductora lo entrevistó en la misma comisaría. Le hizo preguntas sobre la situación económica y familiar en su país de origen, y sobre su trayectoria migrante. Youssef respondía a todo, sin embargo, no disponía de un pasaporte para comenzar el trámite de permiso de residencia: “No tenía ningún papel, me los tuvieron que mandar mis padres desde allí, tuve que explicarles cuáles eran, pedirles que me hicieran algunos porque ni siquiera tenían mis huellas registradas en Marruecos. Al final los consiguieron”. Tras la estancia en la policía, lo siguiente fue llevarlo a vivir a un centro de menores del municipio, donde duraría unas pocas semanas.
Youssef no fue sometido a ninguna prueba de determinación de edad, a pesar de que afirma que “la policía pensaba que tenía 20 años”. ¿Les convenía pensar esto? Aun así, no todos corren la misma suerte. En Aragón, la posible duda de su edad se convierte en un largo proceso en el que se les expone a un total de cuatro pruebas forenses en el Instituto de Medicina Legal. A veces, con dos es suficiente. Todo depende de la situación, y de la persona que lo decida. Tras ser evaluados por los servicios sociales, se les realiza una radiografía del carpo de la mano izquierda, es la prueba de la muñeca. Unas articulaciones cerradas pueden significar la mayoría de edad. También se les lleva a cabo exámenes de la muela del juicio y la clavícula. Con estos resultados, la institución elabora los Decretos de Determinación de Edad (DDD), el resultado decidirá si se les expulsa o no del país.
El primer sitio al que trasladan a Youssef es al centro de menores de Algeciras, en el que no estaría mucho tiempo. Su objetivo era llegar a Bilbao, en busca de unos amigos suyos de la infancia. No todo sale como esperaba cuando, por equivocación, acaba en la estación Delicias de Zaragoza. A partir de este momento, comienza su travesía por el Sistema de Protección a la Infancia y Adolescencia. En primera instancia, vivió un mes en un centro de primera acogida, luego en Casa SAIM (centro especializado para menores migrantes), durante siete meses. Más adelante, fue transferido al Centro de Menores Río Grío en la localidad de Codos (Zaragoza).
Para Youssef, los dos años en Codos fueron un auténtico infierno: “El centro era como Satán”. Recuerda estos momentos con crudeza: Era como un animal que hacía la misma rutina todos los días, íbamos de clase al centro, dentro solo dormíamos, comíamos y hacíamos deberes, y así todos los días. Además, muchos de los educadores no respetaban la situación que estábamos viviendo y nos faltaban el respeto”. Para él, hace falta un trato más humano y empático por parte de los educadores y trabajadores de estos centros. Los momentos en los que echaba de menos a su familia, o simplemente no tenía fuerzas para continuar se sentían vacíos. Nadie iba a hablar con él. No experimentaba el afecto. No recibía ningún tipo de apoyo emocional. Dos años que se hicieron largos, pero que acabaron en un determinado momento.
Por fin, Youssef cumple su mayoría de edad, tras un largo camino digno de novela, consigue las llaves de su nuevo hogar: un piso tutelado en el que reside con el fin de hacer las prácticas de FPs en una empresa de Zaragoza. No lo acompaña su madre, tampoco tiene una figura paterna, ni un hermano con el que compartir su alegría, o sus preocupaciones de adolescente. Solo se tiene a él y a unos compañeros con los que sabe que va a vivir, pero que todavía no conoce. ¿Esas llaves? Un férreo símbolo de autonomía, lo que todo joven desea ¿no es así? Sin embargo, ¿ha merecido la pena, o deja un sabor agridulce? Hay algo que tenemos muy claro, el de Youssef, no ha sido un camino de rosas.
Nuevos horizontes
Muchos chicos son derivados a pisos de autonomía que tiene el Proyecto 17 Plus, como es el caso de Youssef. Este programa surgió en 2018 a raíz de la llegada masiva de adolescentes no acompañados. Esto provocó una necesidad de ampliar los recursos residenciales que había en la comunidad autónoma, por lo que el Gobierno de Aragón se puso en contacto con asociaciones que trabajan con menores como Ozanam, YMCA, Cepaim y Aldeas Infantiles. Estas se ofrecieron y crearon plazas para estos chicos en sus pisos de autonomía. Según Servicios Sociales: “Tenemos la suerte de que el Gobierno está dispuesto y se implica. Esto no habría sido posible con partidos como Vox al mando”. Estos pisos están destinados a adolescentes que tienen unas habilidades de independencia y emancipación adquiridas en los centros anteriores.
La mayoría de adolescentes que están en los pisos tutelados tienen 17 años e incluso, muchos de ellos son mayores de edad ya que pueden estar en el proyecto hasta los 21 años aproximadamente. Según Beatriz Serrano, educadora de Cepaim, lo que busca este dispositivo “no es una salida rápida por la mayoría de edad, sino el cumplimiento de objetivos que sería el acceso a una vida digna y para ello es necesario un puesto de trabajo”. Por ese motivo, cuando cumplen los 18 años el programa cambia de tipología y se pasa a llamar PTV (Proyectos de Transición a la vida adulta), en el cual, el Gobierno pasa a un segundo plano y solo se le informa cada seis meses de las decisiones que puede haber con el chico.
Las asociaciones lo primero que hacen es apuntarlos a la escuela de adultos para aprender castellano. Los educadores sociales de los pisos tutelados se encargan de darles apoyo formativo laboral. La figura de la orientadora marca con el adolescente un itinerario formativo, se les hace una documentación y se les matricula en una formación o varias a la vez. David Miquele, educador de Aldeas Infantiles comenta que “los chicos quieren acceder lo antes posible al mundo laboral porque quieren mandar dinero a las familias y tener un futuro”.
Algunos de los chicos hacen FP y luego realizan las prácticas de grado medio. Youssef cuenta que está realizando el primer año del grado medio de soldadura. El año que viene acabará y podrá realizar las prácticas y buscar un trabajo. Pero muchos jóvenes hacen un PCI, Programas de Cualificación Inicial dirigidos especialmente a estos jóvenes no escolarizados, sin cualificación profesional o con necesidades educativas especiales. Miquele, educador social cuenta que el problema principal es que “muchos de los chicos vienen sin saber el idioma y sin tener la ESO”. La ESO es la puerta de entrada a muchos cursos del INAEM, así que, si la oferta de los estudios que pueden realizar ya es reducida, el abanico de posibilidades se cierra más aún. Él especifica que “el listado se limita a la escuela de adultos, los PCI y los cursos del INAEM de nivel 1”. En estas circunstancias realmente conseguir un trabajo es toda una suerte.
Cabe aclarar que estos chicos no son totalmente autónomos. Los jóvenes cuentan también con apoyo educativo por parte de los educadores y se convierten en su pilar fundamental. Estos realizan visitas a los pisos frecuentemente y los acompañan a realizar las gestiones que necesiten, los llevan al médico, los ayudan a comprar ropa, entre otras cosas.
Los chicos se van de este proyecto cuando empiezan a trabajar y se les da un margen de tiempo para que puedan ahorrar. “Les acompañamos en la búsqueda de un mercado de viviendas normalizado, de pisos de estudiantes o pisos para compartir y ya salen del recurso” apunta la Fundación Federico de Ozanam. La salida de los jóvenes oscila entre los 19 y los 21 años. Todo depende de su integración al mercado laboral y de que puedan alcanzar la capacidad de autosuficiencia, que sin duda, es lo más complicado.
¿Cuánto dinero recibe un menor en un piso tutelado?
“Un MENA: 4700 euros al mes. Tu abuela, 426 euros de pensión/mes”. La propaganda de Vox anunciaba ciertas cifras imaginarias hace unos meses. ¿Tendrían razón, o simplemente un poco de racismo interiorizado?
El presupuesto asignado por el Gobierno de Aragón al Proyecto 17 Plus asciende a 860.000 euros aproximadamente. Lo que se invierte por cada adolescente son 37,37€ al día. Youssef recibe 160 euros al mes para sus gastos personales y dentro de ese dinero tiene que reservar 30 euros para hacer la compra semanal junto con sus compañeros de piso. En cambio, en Aldeas Infantiles, el educador les da a cada joven 20€ a la semana (80€ al mes) para sus gastos personales y 30€ semanales para gastar en comida. Asimismo, les ayuda en los gastos relacionados con la compra de ropa y materiales escolares.
Salud mental: la gran olvidada
Isabel fue una de las menores que estuvo dentro de un centro. Los conflictos en estos espacios son una realidad: “el problema es que muchos de los chicos migrantes sin acompañamiento vienen con historias muy duras: chavales que han tenido que huir de su casa por maltrato o que han realizado un viaje horrible para conseguir algo de dinero para sus familias”. A ella lo que le salvó fue continuar en terapia, pero muchos de ellos, de mayoría árabe, vuelven a recaer: “tienen que adaptarse a ellos, los quieren meter directamente al mundo, pero no saben ayudarles porque su cultura es completamente distinta.”
Olga Centelles, psicóloga criminóloga especializada en menores de edad, insiste en que el papel de la psicología en los ámbitos de menores ha quedado olvidado. En muchas ocasiones, ellos mismos carecen de una figura de apego, una figura necesaria para desarrollar afección hacia otros a lo largo de sus vidas, lo que puede acabar traduciéndose en rasgos de supervivencia e imposibilidad a la hora de desarrollar otros como la empatía. “Muchas de las teorías del desarrollo de la delincuencia explican que uno de los factores más importantes para trabajar esta conducta es el tener una figura de referencia que esté adaptada al medio y de las cuales carecen”.
Falta de empatía y herramientas de socialización adaptadas, y aunque no se pueda hablar de generalidades, está claro que una evaluación psicológica temprana daría unos mejores resultados. Insiste en la importancia de realizar un trabajo en profundidad con aquellos que más lo necesiten, ya que todos estos rasgos que se generan durante la adolescencia son reforzados durante los siguientes años.
Sin un plan de salud mental especializado en menores extranjeros no acompañados, resulta casi inviable que alguno de ellos pueda resolver los problemas derivados de una migración sin acompañante, y los que se le plantean en una sociedad desconocida. Olga aboga por una terapia que incluya estabilidad y conocimiento acerca de cómo funciona nuestra cultura: “ellos solos no pueden adaptarse”.
Desde las instituciones se insiste en que el problema está en el idioma “tienen que ser pruebas no verbales” y en el caso de que uno de ellos necesitase un apoyo psicológico podría solicitarlo “cuando adquiriese el idioma”. CEPAIM exige más ayuda a IASS y amparar la figura de psicólogo o psicóloga, ya que “es un ítem imprescindible a tener en cuenta”.
Youssef se sentía solo, varios ataques de pánico, y la solución: antidepresivos.
“Nos centramos en ellos para luego dejarlos en la calle, sin trabajo”
Es necesario comprender que estos jóvenes que llegan al país vienen con un “imaginario social”; es decir, llegan con unas ideas preconcebidas sobre cómo es la vida en el país receptor. Estas ideas suelen estar propiciadas por un supuesto estilo de vida idílico o acomodado, propio de sociedades occidentales. Además, en sus países de origen los sueldos son tres veces más bajos que en España.
No obstante, en muchos casos estos adolescentes se ven obligados a abandonar su hogar debido a las altas tasas de desempleo que afectan a las familias. Entonces, emigran a otro país con la esperanza de obtener un buen trabajo y enviar dinero a sus familias.
Uno de los requisitos para que los chicos puedan trabajar es tener un permiso de residencia. Este permiso de residencia ha de conseguirse antes de que cumplan los 18 años y 3 meses.
El último paso, y también el más difícil, es conseguir un permiso de trabajo. Para obtener este permiso de trabajo es necesario tener el de residencia. Según la Ley de Extranjería, para conseguirlo, los adolescentes necesitan un contrato de trabajo de un año a jornada completa. Aquí reside el mayor problema, a estos jóvenes, por muy bien formados que estén y por mucha disposición que tengan de trabajar, se les imposibilita debido a esta exigencia, ya que los empresarios no están tan dispuestos a ofrecer un contrato de trabajo de un año. Para ellos es más fácil ofrecer estos contratos a personas nacionales, puesto que no hay tanto papeleo ni tantos requisitos. Sin embargo, asociaciones como Ozanam se ponen en contacto con empresas interesadas en contratar a estas personas para asesorar y tramitar el tema del permiso de trabajo junto al empresario.
Aldeas Infantiles cuenta el caso de un chico de Guinea-Conakry que no pudo obtener el permiso de residencia y al que le ofrecieron un contrato de un año a jornada completa. El propio empresario se ofreció a contratarle, pero no pudo llevarse a cabo dado que el chico no estaba regularizado. “El empresario le ofrece trabajo, podría llevar ya dos años trabajando pero no puede. Entonces flipamos porque esto es muy surrealista”.
Beatriz Serrano, educadora social de Fundación Cepaim, ha denunciado este problema: “El problema es ese, realmente no tendría que haber una legislación en materia de extranjería, sino que tendría que ser una legislación en materia de menores, porque antes de ser extranjeros son menores. Y la ley no tendría que diferenciar entre menor extranjero o no extranjero”.
El Gobierno invierte una cantidad de dinero en estos jóvenes, pero al final, estos chicos no pueden trabajar porque no se les deja. Según comenta Javier Calvo, del IASS (Instituto Aragonés de Servicios Sociales), se centran en los chicos para que finalmente tengan que dejarlos en la calle sin trabajo.
“Lo que veo es que el gobierno se está dejando un pastón en los chavales y todo ese rollo, por lo menos dales el permiso de trabajo y así por lo menos se independizan, trabajan, buscan un curro. Ganan ese dinero, se van de los centros, el gobierno deja de dejar tanta pasta para ese chico y todos contentos. Ese es el problema”, explicaba el joven Youssef.
El año que viene, Youssef obtendrá finalmente su permiso de trabajo, y podrá empezar a trabajar.
“Los españoles ven a los inmigrantes o a los marroquíes de otra manera, como si todos fuésemos a robar o a atracar”
La migración no es un juego de niños, los menores tienen que enfrentarse a muchos obstáculos y muchas carencias cuando tratan de emigrar. Sin embargo, por muy duro que sea el viaje de estos jóvenes, ellos están dispuestos a asumir los riesgos. La falta de ayuda psicológica durante el proceso de inclusión, la dificultad a la hora de conseguir un trabajo debido a la Ley de Extranjería y unos estigmas sociales que llevan a sus espaldas manchando su imagen son algunos de los problemas más importantes que se les presentan si consiguen llegar.
No podemos llevarnos las manos a la cabeza cuando les decimos “te dejamos entrar en España, pero tú te adaptas”. El principal problema es pensar que la función que tenemos es dejarles entrar, y es algo más complejo. Hay que proporcionarles herramientas, no soltarlos y decirles “gánate la vida”. Estos adolescentes están dispuestos a sufrir las consecuencias que este proceso conlleva con tal de llegar a España y quedarse.
Nos hemos centrado en si entran o no entran, pero si entran qué.
Youssef, rompe su última lanza a favor de la inclusión: “Los españoles ven a los inmigrantes o a los marroquíes de otra manera, los ven diferentes, como si todos fuésemos a robar o a atracar, eso no está bien. Da igual de donde seas, solo hay dos tipos de personas: las buenas y las malas. Yo me considero un chaval bueno, estudio y hago las cosas bien”.