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La vida y ya
Efecto contagio
Cuando quien camina delante de ti en el monte recoge un papel que alguien tiró sobre la tierra y, a continuación, no puedes pasar de largo sin agacharte cuando aparece otro. Cuando otra persona elige el trozo más pequeño de los pedazos en los que se partió la tableta de chocolate para repartir y te dices a ti misma que la próxima vez serás tú la que coja el más diminuto. Cuando en un grupo las ideas no son un espacio de disputa sino de creación colectiva y te sumas a no tratar de imponer tu punto de vista. Cuando ves que hay gente que está yendo a las playas de Galicia y Asturias a recoger pequeñas bolas de plástico y notas el impulso de sumarte a ellas.
Muchas veces nos contagiamos de los comportamientos de otras personas. En psicología dicen que lo hacemos para integrarnos socialmente. Tiene sentido. Contagiarnos de la forma de actuar de otras personas para sentirnos dentro del grupo.
También tiene sentido pensar (en contra de ese imaginario social, creado a partir de múltiples productos culturales, de que los humanos somos insolidarios y egoístas por naturaleza) que la mayor parte de los comportamientos de los que nos contagiamos tienen que ver con actitudes de cooperación. De otra forma no habríamos podido sobrevivir como especie.
Pensarnos como seres en red que se contagian más de lo cooperativo que de cualquier otra cosa puede ser más revolucionario de lo que parece
Igualmente parece que lo que más se nos contagia viene de las personas que tenemos cerca, de nuestros grupos de relación más próximos. De alguna manera, todas las personas somos un potencial ejemplo de contagio. Pero, para contagiarnos de lo que hace falta para cortar este bucle de destrucción de vida, alguien tiene que comenzar. Tiene que haber un grupo, aunque sea pequeño, que empiece a hacer ese comportamiento. Un comportamiento que implica, en los tiempos que corren, ir contra corriente. Rebelarse contra el orden que plantea como normal cosas que nunca deberían serlo. Ese comportamiento que cambia lo establecido.
Un comportamiento al que, por efecto contagio, se puede sumar mucha gente. Personas que se rozan cada día. Un comportamiento que, en otros momentos de la historia, ha desencadenado en otras formas de organizar la sociedad.
Nuestra imagen del ser humano influye en cómo es el mundo. En nuestra manera de actuar cada día. Pensarnos como seres en red que se contagian más de lo cooperativo que de cualquier otra cosa puede ser más revolucionario de lo que parece.
Pensarnos como seres que sobreviven porque cooperan, vernos como contagiadoras de cambios, quizás puede ser una forma de contribuir a que se generen más propuestas de cambio y a que más personas se sumen a las acciones e iniciativas de colectivos que, desde hace tiempo, están invitando a que mucha más gente se contagie.