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Precariedad laboral
Cádiz, la lucha de todos
La huelga de las casi 30.000 personas empleadas en el sector del metal en la provincia de Cádiz no solo guarda relación con la negativa de la patronal a suscribir un un nuevo convenio que sustituya al ya decaído en el que se actualicen las tablas salariales para compensar la pérdida de poder adquisitivo derivado del incremento del IPC. Las verdaderas razones de este paro laboral que algunos medios de comunicación pretenden reducir a una repetitiva, crítica y monocorde retahíla de imágenes de neumáticos ardiendo y enfrentamientos con los cuerpos de seguridad del estado son más profundas y enraizadas en el tiempo. En Cádiz se va a la huelga porque los procesos de reconversión industrial de los gobiernos socialistas de la década de los ochenta dejaron un desempleo masivo y heridas que nunca han acabado de cicatrizar después de ver cómo se sustituía la industria naval que constituía el motor económico de la Bahía por el monocultivo del turismo, la hostelería y los servicios. Se va a la huelga porque el desempleo en la provincia se sitúa cerca del 30% y en algunas localidades como la Línea de la Concepción, alcanza el 40% a pesar de la cercanía de mastodónticas instalaciones como el puerto de Algeciras o la vecina refonería de Cepsa. Porcentajes que aún resultarían bajos si atendiéramos en exclusiva a las cifras de desempleo juvenil, incluso más sangrantes e intolerables. En Cádiz hay huelga porque los contratos indefinidos son quimeras inalcanzables y la tasa de temporalidad se eleva holgadamente por encima de la media española, donde ya se sitúa insufriblemente alejada de los estándares de la Unión Europea. Se va a la huelga porque las jornadas son largas, las horas extra no se abonan y para quien reclama, siempre está a punto aquella frase que nos recuerda que otros querrán hacer lo que nosotros no queramos. Una frase que adquiere ecos dramáticos cuando el desempleo alcanza los niveles que anteriormente mencionábamos.
En Cádiz hay huelga. Y hay empresas auxiliares y contratas. Muchas. Más de 5000 son las agrupadas en la organización patronal que estos días se niega a acordar la renovación del convenio provincial del metal. La inmensa mayoría de ellas prestando servicios para las grandes empresas tractoras de la industria gaditana, dedicadas a la industria naviera o aeronáutica y algunas de ellas con pasado como industria pública antes de ser privatizadas. Empresas que estos días no se ven afectadas en demasía por la huelga sectorial puesto que el convenio en discusión no es el suyo. Ellas cuentan con convenio propio que recoge unas condiciones laborales ostensiblemente más favorables que las contempladas en el acuerdo sectorial provincial. Y en ese escenario de subcontratación masiva es donde debemos mirar para encontrar respuestas a la pregunta de por qué en Cádiz la gente agotó la paciencia, desterró el miedo y salió a la calle para airear toda su frustración y hartazgo.
En España, subcontratación y precariedad son palabras que actúan como sinónimos perfectos. Las empresas, las grandes empresas, recurren a la subcontratación de forma entusiasta en supuestos que poco o nada tienen con ver la existencia de necesidades que, por su específicas condiciones, justificarían la necesidad de contar con empresas especializadas en la materia. Pero casi nunca sucede así. Las empresas recurren a terceras para hacerse cargo de su propia actividad principal. Y es evidente que si lo hacen es porque existe un interés económico y material en actuar de este modo. ¿Cómo puede ser más rentable contratar a una empresa para que se haga cargo de tu actividad antes que contratar directamente al personal necesario para desarrollarla? ¿Acaso la empresa subcontratada no aplica sus propios márgenes ni obtiene beneficio alguno? Por supuesto que los aplica y aún así, la operación resulta plenamente provechosa tanto para quien contrata, empresa principal, como para la contratada. Provecho y rentabilidad para todos salvo para unos: las plantillas de las subcontratas, quines cargan y padecen con el empobrecimiento de sus condiciones laborales y salariales. Una pauperización en la cual radica el atractivo de la subcontratación.
Lo vemos estos días en Cádiz y desde hace más de un año en Barcelona con el trasfondo del conflicto del cierre de Nissan. Y a diario, en uno u otro punto de la geografía estatal. Luchas obreras con el denominador común del perjuicio causado por el recurso creciente y cada vez más acentuado a una subcontratación para la que sopla el viento muy a favor, especialmente desde la imposición en 2012 de la Reforma Laboral.
En Cádiz hay huelga por su convenio provincial. Pero el humo de los neumáticos es una bandera que habla y clama por los derechos laborales en retroceso en todo el Estado. Y un dedo acusador por la promesa todavía incumplida de derogar -no de matizar ni mucho menos maquillar- una Reforma Laboral que sigue siendo el barro del que vienen tantos lodos. Harían bien muchos de quienes se indignan por la intensidad de las movilizaciones de los trabajadores del metal en Cádiz en dedicar un momento a pensar que su lucha es la de muchos. La de todos.